Una revelación (Parte I)
Los ronquidos suaves de Julie son mi señal para actuar. Aunque estoy cansada, es hora de ponerme en marcha. Con movimientos lentos y calculados, me levanto de la cama. Camino de puntillas hacia la salida y abandono la habitación. A esta hora, todas las luces están apagadas. Ya no se escucha ningún ruido en el cuarto de Annette, así que ella también debe estar dormida. Sé que nadie va a darse cuenta de lo que voy a hacer, pero, aun así, prefiero tomar las debidas precauciones. No quiero levantar ni una mínima sospecha de que estoy metida en algo extraño.
Cuando llego al baño, cierro la puerta con llave. No es que eso sea una solución infalible, pero me dará más tiempo en caso de que deba regresar y recomponerme de manera abrupta. Inhalo y exhalo hondo para luego sentarme en el piso. Elijo colocarme justo debajo de la ducha, pues es la zona más alejada de la puerta. Una vez allí, cierro los ojos, inclino la cabeza y evoco la luz de Gildestrale. Intento atraerla con mis pensamientos. Su etérea presencia no tarda en hacerse manifiesta a través del calor en mis palmas. Su fuego azul baila en lo más recóndito de mi consciencia, susurrando palabras en la antigua lengua de los dioses primigenios.
—Bygg et hus til krigeren din 1—digo en voz baja con los brazos extendidos.
Abro los ojos en ese momento. El tenue fulgor azulado en mitad de mis manos me hace saber que fui escuchada. Burbujas acuosas comienzan a brotar desde cada marca. Poco a poco, estas van tomando forma hasta verse como dos hongos desarrollándose muy rápido. Al terminar el proceso de crecimiento, sus vibraciones eléctricas me hacen cosquillas en la piel. El sonido de su canto es perceptible solo dentro de mi mente. Se comunican conmigo de forma telepática para avisarme que todo está listo para conceder mi petición. Asiento con la cabeza, sonriente.
—Slipp meg inn 2 —solicito en un murmullo.
Muevo lentamente las manos para acercarlas la una a la otra. Cuando las tengo frente al pecho, las junto con suavidad. Al tocar piel con piel, los hongos se fusionan y explotan en una inmensa red de hilos luminosos. Las hebras se estiran en torno a mí, envolviéndome por completo. Me siento como si fuera una oruga protegida por el capullo. Pero yo no voy a convertirme en una mariposa, sino que entraré al campo de fuerza de Gildestrale. Afortunadamente, no solo los Dákamas pueden fabricar barreras para aislarse durante las batallas. La diosa también es capaz de crearlas. De esa manera, sus guerreros pueden comunicarse o entrenar en un sitio seguro.
Cuando los hilos de luz se unen también con mi mente, me siento muy ligera. Entrar en campos de fuerza es una experiencia extraña. No abandonas la dimensión en la que estás, pero tampoco permaneces en la misma línea espacio-temporal que los demás seres. Se trata de crear una pequeña dimensión transitoria dentro de la principal. No se ve ni se escucha de lo ocurrido aquí desde el exterior de la barrera. Es como si yo nunca hubiera estado en el sitio de origen.
Pero, desde adentro, podré ver el punto de conexión con la dimensión principal siempre. En donde parpadee el ojo dorado, allí estará la puerta para regresar. Debo hacerlo antes de que el ojo se vuelva naranja, pues eso significaría que pasé más tiempo del que debería en el interior. Seis horas según el tiempo del exterior es lo máximo que puedo quedarme hoy. Quiero estar de regreso antes de que Annette y Julie despierten y noten que no estoy allí.
Me levanto del suelo y doy una mirada alrededor. Estoy rodeada por un enorme terreno plano cubierto de arena azul. Es un mar de diminutas estrellas que titilan. El cielo luce como un enorme domo. Es un tejido vivo de color blanco que se mueve imitando el movimiento de una respiración calmada. No hay paredes acá, sino que es un espacio abierto hasta donde alcanza la vista.
Desde el interior de la cúpula que respira, una amplia gama de criaturas híbridas nace ahí. Entran y salen de la cúpula viviente a toda velocidad. Sus cuerpos mezclan características de aves, cetáceos, reptiles, bovinos, cánidos y felinos, entre otros mamíferos. Algunas se desplazan con sus alas, otras dan grandes saltos de aquí para allá y unas más se quedan quietas mirándome.
Las observo una a una con atención antes de elegir a la que me acompañará en mi entrenamiento de hoy. Necesito practicar con una criatura que sea fuerte y rápida, pero no demasiado grande. No quiero acabar tumbada en el suelo siendo aplastada por su peso. Si tuviera mi cuerpo original, resistiría cualquier ejercicio de este tipo sin problemas. Mi anatomía era fibrosa tras tantos años de fuerte ejercicio diario. Pero los límites de este nuevo cuerpo son muy distintos a esos.
Percibo que mi nuevo organismo es ágil y de buenos reflejos. Parece que sí tenía actividad física regular, pues está en buena forma. Sin embargo, no es resistente al esfuerzo prolongado. Las extremidades se cansan pronto. Es probable que se deba a los daños experimentados a raíz del secuestro, ese del que aún no tengo ningún recuerdo. Por lo tanto, debo enforcarme en hacer ejercicios para mejorar el tono muscular, así como la resistencia pulmonar. Si continúo sofocándome y aflojando el agarre cada dos por tres, no seré capaz de enfrentar las batallas más pesadas.
—Jeg velger deg 3 —digo en voz alta.
Mis ojos están puestos sobre un ente que tiene cabeza de carnero, torso de lobo y extremidades de león. Ante el llamado que acabo de hacerle, me devuelve la mirada y asiente. Afloja el agarre de sus garras para dejarse caer desde el techo. Aterriza con suavidad sobre sus cuatro patas. Se yergue a unos veinte metros de mí en postura de ataque, pero no actúa. No va a mover ni un solo músculo más hasta que yo le dé la señal. Después de todo, criaturas como esta se encuentran aquí para asistir a los guerreros de la diosa en los entrenamientos, no para hacer daño.
Tras estirar y calentar, doy una palmada rápida y me posiciono como si fuera a correr. El ente emite un ruido que combina un balido con un gruñido. Luego de ello, ambos corremos en dirección al otro a toda velocidad. Somos un par de meteoritos a punto de colisionar entre sí. Mientras avanzamos, no nos apartamos la mirada. En unos pocos segundos, el ente y yo hacemos contacto. Justo antes de impactar contra él, pongo mis brazos frente al pecho e imagino un brazalete de hierro en torno a estos. Un cúmulo de luz adquiere dicha forma para frenar la cornada. El impacto me empuja hacia atrás, pero la defensa en mi brazo me ayuda a resistir.
Antes de que la criatura utilice sus garras para atacarme, visualizo las mías. Largas uñas de energía brotan de mis dedos en ese momento. Le propino un fuerte zarpazo en un costado y el ente brama de dolor. Sin embargo, no se aparta de mí y me devuelve el ataque enseguida. Antes de que me golpee en el torso, atravieso el brazo derecho y detengo la ofensiva. Los músculos del hombro gritan de dolor, ya que el peso de mi contrincante es excesivo para ellos. Pese a eso, me concentro en imaginar una daga, la cual aparece en mi mano izquierda. Clavo el arma en el cuello de la bestia y esta emite un chillido ensordecedor. Se aparta de inmediato.
Veo un gran manchón rojo en el suelo. Mi oponente se aleja de inmediato y entra a la cúpula con prisa. Cuando hay sangre de por medio, sé que debo esperar a que mi rival se recupere para continuar con el ejercicio. Tanto las criaturas como los guerreros tenemos autorización para infligir heridas físicas. No obstante, estas jamás deben ser tantas ni tan serias como para ocasionar daño permanente, mucho menos para causar la muerte.
Por ello, al haber derramamiento de sangre, el combate se suspende hasta que el herido haya encontrado la forma de parar la hemorragia. Si la herida para cualquiera de los dos participantes es leve, el proceso toma unos cuantos minutos. Por el contrario, si la lesión es grande, hay dos procedimientos a seguir. En caso de que el soldado sea el herido, la lucha debe posponerse para otro día. Si la criatura lo es, el guerrero debe buscar otro oponente para poder continuar.
Mientras espero por mi contrincante, me siento en el suelo. Deslizo las palmas sobre la fina arena resplandeciente. Su textura es similar a la del azúcar. Sin embargo, lo más llamativo de ella no es la suavidad ni el brillo. Lo más agradable es despertar su canto. Al entrar en contacto con las marcas de la diosa, la arena emite sonidos semejantes al oleaje del océano. Cierro los ojos e imagino que estoy en una playa. Solo he visitado una en toda mi vida, pero eso bastó para que me enamorara del eco del mar. Esa enorme masa de agua azulada me da mucha paz. Debe ser por eso que Gildestrale, a su manera, recrea esa experiencia aquí para mí.
Empiezo a adormilarme con la canción de la arena. Mi cuerpo se destensa poco a poco. Respiro despacio y mis músculos se aflojan. De pronto, una voz débil y lejana dice mi nombre, lo cual destruye toda la calma que había logrado. Sé que las criaturas de aquí no hablan. La diosa tampoco se comunica de esa manera cuando estamos entrenando. Escuchar su llamado sería un terrible distractor que podría ocasionar accidentes. Aparte de eso, ningún compañero del escuadrón vino acá conmigo. Entonces, ¿quién podría estar llamándome por nombre? ¿Acaso habrá sido mi imaginación?
Me pongo de pie de inmediato y aguzo los oídos. El barullo de los entes camufla cualquier sonido con mucha facilidad. Es casi imposible oír otra cosa que no sean gruñidos, graznidos y bufidos. Pese a ello, estoy decidida a localizar al emisor de la voz. No puedo ignorar un evento así de inusual. Nunca antes me había sucedido algo ni siquiera similar a esto. Los campos de energía para entrenar son sitios seguros e impenetrables. Sin la debida autorización concedida directamente por la diosa, nadie puede acceder a ellos.
Además, cada uno de estos espacios está diseñado de acuerdo con la complexión, la personalidad y las necesidades del guerrero que solicita el acceso. ¿Cómo podría haber un intruso acá? No, eso simplemente es imposible. Sé que muchas cosas funcionan de manera distinta en estas tierras. Pero no creo que los cambios fueran tan grandes que provocaran anomalías que convirtieran este sitio en una amenaza, ¿o sí? Me dan escalofríos de solo imaginar que los pocos espacios en donde puedo sentirme realmente a salvo sean corrompidos. Tiene que haber otra explicación razonable. Y yo voy a encontrarla a como dé lugar.
Tras algunos minutos, la criatura que estaba luchando conmigo regresa. Se posa frente a mí, a la espera de mis órdenes para reanudar la práctica. No obstante, la señal para que ejecute un nuevo ataque nunca llega. Por el contrario, hago un ademán para indicarle que puede retirarse. No sería capaz de concentrarme en un combate cuerpo a cuerpo aun si lo intentara. El enigma de la voz me puso en alerta máxima. No puedo darme el lujo de confiarme.
Decido caminar hacia delante. No sé con exactitud lo que sucederá a continuación, pues nunca había entrado acá con el objetivo de caminar. El espacio necesario para las batallas no suele exceder los quinientos metros a la redonda. No dudo de que la diosa pueda extenderlo a su antojo. Sin embargo, como nunca es necesario hacerlo, ignoro cuánto más se ampliará este sitio si avanzo sin parar.
¿Acaso estaría caminando en círculos? ¿O será posible que haya algún pasadizo de conexión con otro lugar que desconozco? Me río sin ganas. Jamás creí que hallaría elementos inexplorados en lo que se supone que debería ser toda una experta. Pero bueno, nunca me había hecho preguntas sobre cosas que ni siquiera imaginaba que pudieran suceder. Esta nueva realidad es todo un desafío.
Conforme voy avanzando, veo a muchas otras criaturas que son nuevas para mí. Varias de ellas tienen combinaciones de rasgos animales y vegetales. Abro la boca y los ojos al máximo. ¡Sí hay cosas desconocidas aquí! Darme cuenta de ello me acelera el corazón y me da escalofríos. No es como si la diosa me hubiera ocultado información. Es simplemente que yo nunca tuve tiempo de explorar y, por lo tanto, no me percaté de la presencia de estas maravillas.
Me encantaría pedirles a todos esos seres que bajaran solo para mirarlos de cerca. Por desgracia, no puedo desviarme de mi objetivo. Tengo que seguir buscando el origen de la voz. Con pesar, bajo la cabeza y me enfoco en el camino, no en el cielo. Trato de que sean mis oídos y no mis ojos los que me guían. Tras unos minutos de andar en silencio, llego a una zona en donde el cielo cambia de color. Ahora es gris. La arena azul desaparece y es reemplazada por tierra húmeda de tono marrón. Además, una densa neblina me impide distinguir los alrededores. Apenas puedo ver en donde pongo los pies. Sé que este lugar le pertenece a Gildestrale, pero, aun así, mis manos tiemblan un poco. Tengo la boca seca y los vellos erizados.
—Olivia, es por acá —dice la voz de nuevo.
Esta vez no suena lejana ni indistinta. Es una voz femenina proveniente de algún punto cercano. Mi pulso se dispara y se me corta el aliento. Una mezcla entre miedo, curiosidad y fascinación me impulsan a obedecer. Pese a que casi no puedo ver y a lo inhóspita que parece esta zona, no dejo de avanzar. A medida que me adentro en la niebla, la temperatura desciende. El aire está cargado de humedad. Se me pone la piel de gallina y me castañean los dientes.
—Estoy aquí. Por favor, ven —clama la chica.
Continúo caminando hacia ella. En unos pocos segundos, la neblina se disuelve. La atmósfera fría y gris no desaparece, pero al menos ya distingo lo que me rodea. Delante de mí hay una laguna. No estoy segura de que esté llena de agua, pues se ve negra. Me acerco a paso lento. Con sumo cuidado, me inclino hacia delante para mirar mejor. No hay movimiento dentro de esta. Tampoco puedo percibir nada de lo que hay en el interior. Solo veo mi reflejo en el quieto líquido oscuro.
—Finalmente me encontraste —afirma la muchacha.
Su voz se escucha con total claridad. La siento demasiado cerca. Es como si estuviera hablando desde dentro de mí. Trago saliva con dificultad y, por primera vez, se me ocurre la idea de responder.
—¿Quién eres? —pregunto.
El líquido negro empieza a emitir ondas que nacen desde el centro. Se mueven más y más rápido hasta que algo emerge a la superficie. Tiene forma de humano, pero está hecho de agua. Es una figura femenina que camina hacia mí. Al principio no entiendo qué o a quién veo. Sin embargo, conforme se me acerca, su apariencia cambia. Deja de verse como una masa acuosa y pasa a ser un vivo reflejo de mi persona. Parece una estatua transparente de mí.
—Soy tú, soy yo y soy nosotras —declara ella.
Su voz es suave, calmada. Su semblante luce sereno. Ella se muestra como todo lo opuesto a mí. Las emociones que me invaden en este instante son abrumadoras. Ni siquiera puedo tomar una bocanada de aire sin temblar. Mis rodillas se aflojan. El frío me cala los huesos. Quiero dar media vuelta y correr. Pero lo peor de todo es que no tengo idea de qué quiso decirme.
—No te entiendo —confieso.
—Pronto lo entenderás —contesta.
Sin previo aviso, la chica me toma de las manos y tira de mí. Pese a que no es para nada brusca conmigo, la fuerza que emplea en la maniobra es considerable. Soy incapaz de resistirme al tirón que me da. En segundos, mi cuerpo pasa a través del suyo a toda velocidad y cae de lleno en la laguna. La oscuridad anula todos mis sentidos mientras caigo a un abismo desconocido.
Traducción de los fragmentos al español
1. Construye una casa para tu guerrera.
2. Déjame entrar.
3. Te escojo a ti.
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