Un presentimiento
Sujeto el primer libro que elegí con el brazo izquierdo. Sigo revisando las estanterías ayudándome con mi otra mano. Existen muchas cosas interesantes de este lugar que puedo aprender con solo mirar las portadas de las novelas. Hay de todo, desde la vestimenta, la arquitectura y la alimentación hasta llegar a los estándares de belleza de hombres y mujeres. Anoto varias palabras nuevas en mi teléfono para buscarlas más tarde. Quiero comprender tanto como pueda de lo que me rodea.
Muevo los lomos de varios libros para ver sus cubiertas. De repente, me topo con un inusual dibujo que atrae mi atención de inmediato. Se trata de tres círculos concéntricos llenos de símbolos. Algunos son semejantes a pequeñas serpientes cuyo cuerpo forma un complejo nudo. Otros parecen letras de un alfabeto antiguo que no sé leer. Pero son los del centro los que más me inquietan. Lucen como colmillos de elefantes con dragones en su interior.
—¿Cómo es esto posible? —susurro, boquiabierta.
Los dibujos en las puertas del templo de Gildestrale, los cuales son bordados en nuestra vestimenta de batalla, son casi idénticos a los que trae este libro. Mi corazón empieza a latir muy rápido. Un escalofrío me pone los vellos de punta. ¿En este sitio también conocen a la diosa? ¿En dónde está su santuario? ¿Existen guerreros aquí? ¿Cómo se identifican? ¿Conocerán ellos alguna manera en que yo pueda regresar a mi pueblo? Sin fijarme en el título o en la descripción trasera, tomo el libro conmigo. Lo voy a leer completo apenas llegue a la casa de mi cuidadora.
—¡Olivia! ¿¡De verdad eres tú!?
La voz entusiasmada de una chica me devuelve de golpe a la realidad. Sin esperar a que le dé una respuesta, toma mi mano derecha y la aprieta entre las suyas con fuerza. El movimiento ocurre tan rápido que no puedo apartarme. En ese instante, todo a mi alrededor da vueltas. Ni siquiera alcanzo a girar la cabeza para ver su cara. Inhalo fuerte por la boca y me fallan las rodillas. Cuando me tambaleo, ella libera mi mano y rodea mi torso con ambos brazos para evitar que caiga al suelo.
—¿Estás bien? Perdóname si te asusté. No fue mi intención —dice, apenada.
Separo los labios, pero no soy capaz de hablar. Siento que me hace falta mucho más aire en los pulmones del que puedo inhalar. La muchacha no tiene idea de lo que sus acciones desencadenaron. El número de imágenes, sonidos y aromas que acabo de recibir de golpe en mi cerebro es inmenso. De Annette solo había obtenido unos pocos retazos de memorias cada vez. Todo se reducía al momento específico que ella estuviera evocando al tocarme.
Lo sucedido con esta chica desbarató lo que creía saber hasta el momento sobre esta inesperada habilidad que ahora poseo. Ni siquiera podría ponerle una cifra a la cantidad de recuerdos que ella acaba de transmitirme. Es como si esta chica hubiera evocado una vida entera estando juntas mientras sujetaba mi mano. Pero hay algo todavía más impactante que eso en sí mismo. La intensidad de los sentimientos que estoy experimentando es abrumadora. Unos pocos segundos sosteniendo su mano bastaron para que un torrente de emociones inundara mi organismo.
Cuando por fin puedo voltearme a ver su cara, se me saltan las lágrimas de forma involuntaria. Sus rizos caoba enmarcan un rostro moreno cargado de bondad. Se llama Julie, lo sé sin necesidad de preguntárselo. La llamé por nombre muchas veces en distintos escenarios de los recuerdos. Ahora puedo asociar su rostro con el de las fotografías que hay en la pared de mi habitación. Ella aparece en casi todas. La sensación de que he pasado casi toda mi existencia cerca de ella sacude los cimientos de mi mente.
Mirarla a los ojos se siente como si tuviera de vuelta a Katia, mi hermana. Siento ese mismo tipo de cariño y no sé muy bien qué hacer con ello. ¿Cómo puedo sentir afecto por alguien a quien apenas estoy viendo por primera vez? Jamás pensé que unas memorias pudieran traer consigo sentimientos así de fuertes también. Trago saliva despacio. Fingir que no la reconozco sería absurdo, pues tengo su rostro grabado a fuego en el cerebro. He visto todas las emociones posibles reflejadas allí. Además, este enorme cariño que siento necesita salir, así que la abrazo sin reparos. Cuando ella me corresponde, de mi boca se escapan sollozos suaves.
—Ay, Livi, no sabes cuánto te eché de menos —afirma ella en voz baja.
Asiento con la cabeza y me toco el pecho para indicarle que yo también la extrañé. No me detengo a pensar en el hecho de que es imposible extrañar a quien no se conoce. En este momento, nada de eso me importa. Solo me permito sentir a plenitud y actúo en consecuencia.
—Desde el horrible día en que desapareciste, no paré de buscarte. ¡Casi me vuelvo loca! Pensar en que tal vez no volvería a verte me destrozaba el corazón. Aun así, no me rendí. Sabía que estabas viva.
Con delicadeza, Julie desliza los pulgares por mi cara para secarme las mejillas. Sus ojos lucen vidriosos, pero no permite que las lágrimas caigan. Me dedica una sonrisa dulce y se rasca la nariz.
—En cuanto supe que por fin habías salido del hospital, me moría de ganas por ir a visitarte. Pero tu mamá me pidió que esperara un poco porque todavía no estabas del todo bien.
—Dormí mucho, ¿lo sabías? —Me aclaro la garganta—. Pero ya estoy mejor.
—¡Eso me alegra como no tienes idea! ¡Estás aquí, Livi! —Acaricia mi cabello con los dedos—. ¿Por qué tu mamá no me dijo que ya podía ir a verte? ¡Va a escucharme en cuanto la tenga en frente!
Sus brazos me estrechan con fuerza y el nudo en mi garganta crece. Rememoro nuestras sonrisas al soplar coloridas velas en los pasteles para nuestros respectivos cumpleaños. Veo la concentración en el semblante de ambas al estudiar juntas para los exámenes. También recuerdo los bailes y las fiestas con algunos otros amigos que tenemos en común. Llevo muy presente cada uno de nuestros viajes durante las vacaciones. Cuando algo resultaba mal, Julie siempre estaba ahí para consolarme. Celebró mis triunfos y me ayudó a levantarme tras mis fracasos.
No sé cuántos días y noches de nuestra convivencia se alojan ahora dentro de mi mente en forma de gratos recuerdos. Una amistad de tantos años dejó una marca indeleble en la memoria de ella y ya lo está haciendo también en la mía. El calor de su abrazo es tan reconfortante como la tibieza de los abrazos de Annette. La tristeza y la soledad que sentí al llegar a este lugar poco a poco se están diluyendo. Tenga sentido o no, apartarme de Julie no es una opción.
—¿Te gustaría venir a mi casa? —pregunto, entusiasmada.
No sé cuánto más va a durar mi estancia en este sitio, pero comienzo a creer que encajar en él podría ser parte de los planes de Gildestrale. Por lo tanto, no encuentro razones de peso para no permitirme tener algunas amigas.
—¡Por supuesto que sí! Llamaré a mamá para avisarle. Dame un segundo.
—Claro. Mientras le hablas, voy a ir a pagar.
Cuando ella me da la espalda, camino hacia donde está el cajero. Pongo los dos libros en el mostrador y saco el billete que me dio Annette. Tras cobrarme, el empleado me entrega mi compra junto al cambio. En ese momento, Julie se aproxima a mí y les da una ojeada a las portadas de las novelas.
—¿En serio, Livi? O sea, ¿tú, leyendo? ¿Ciencia ficción e historia? —Frunce el ceño y luego resopla—. Jamás pensé que mis ojos presenciarían esto.
—¿Tan raro te parece?
—Guardas un montón de libros en el librero de tu cuarto, pero jamás he entendido para qué. No los tocas nunca. ¿Y ahora de pronto sí quieres ser lectora? Esto es inesperado. Creo que ver una aurora boreal desde Cancún sería más probable que encontrar a Olivia Duncan leyendo más de diez líneas consecutivas.
Julie se carcajea sin pudor. Escucharla reír es tan gracioso que no puedo evitar contagiarme. Entre bromas y muecas, nos encaminamos hacia la salida de la tienda.
—La gente puede cambiar, ¿eh? Quiero probar qué se siente ser lectora. A mamá le encanta. Me parece que podría ser divertido intentarlo si soy yo quien elige qué historias va a leer. Hacerlo sin que sea por obligación quizás sea la clave para disfrutarlo de verdad, ¿no crees?
—Claro, no digo que vaya a ser algo desagradable. Es solo que en ningún momento habías mostrado interés en ello.
—Nunca es tarde para probar cosas nuevas. O quizás me comporto de manera extraña porque soy un autómata con la apariencia de tu amiga que fue diseñado para matar. O tal vez me enviaron criaturas alienígenas desde otra dimensión como parte de sus experimentos locos. O puede que esté poseída por un ente maligno que busca dominar a las masas.
—¿¡Qué rayos fumaste, Livi!? —Arquea una ceja—. ¡Me encanta!
El alto volumen de su risa atrae las miradas de la gente. Esa atención solo la hace reírse con más fuerza. Sus mejillas se enrojecen y se dobla sobre sí misma, lo cual es muy divertido de ver. Mis carcajadas pronto resuenan de nuevo junto a las suyas.
—Demasiado tiempo libre y una buena imaginación dan esos resultados —afirmo.
Vi muchísimas películas, series, documentales y vídeos mientras estuve confinada en casa para recuperarme. Contarle a Julie parte de las tramas de algunas de esas historias es lo que acabo de hacer. Sin embargo, no deja de haber un toque de realidad detrás de mis palabras. La parte en donde provengo de otra dimensión cada vez cobra más sentido para mí. Aunque no tengo idea de cómo pudo ocurrir ni por qué, es una de las teorías más razonables que he hallado para explicar mi particular situación. Necesito investigar más por todos los medios posibles. Precisamente por ello es que debo empezar a leer.
—Con tantas ocurrencias, a lo mejor un día vas a crear algo que te haga famosa. —Julie me da una palmada en la espalda—. Podrías intentar escribir historias y venderlas en Amazon. Mucha gente que empezó así ahora es muy reconocida a nivel mundial. Podrían adaptar tus novelas a la televisión o al cine. ¿Te imaginas?
—¡Oye! ¡No vayas tan deprisa! Nunca he escrito nada que no sea una tarea escolar y tú ya me estás viendo como una celebridad de la literatura.
—Hay que soñar en grande, ¿no te parece?
Frunzo el ceño y niego con la cabeza, pero sonrío. Llegamos al cruce peatonal en ese momento. Antes de que pasemos al otro lado de la calle, Annette nos ve desde allí. Levanta la mano y la agita para saludarnos. La curvatura ascendente de sus labios destila alegría. Cuando la luz del semáforo cambia, empezamos a avanzar. Varia gente camina junto a nosotras, mientras otros más van en dirección opuesta. No me detengo a mirarlos, ya que estoy prestándole atención a Julie. Pese a ello, el inesperado choque de mi palma izquierda con la de otra persona me conmociona.
Una súbita descarga de energía toca todas mis terminaciones nerviosas. Mis vellos se erizan y el latir acelerado del corazón me martillea el pecho. De pronto, siento ganas de correr, saltar, nadar, trepar árboles y escalar montañas. Es una imperiosa necesidad de utilizar cada músculo de mi anatomía de mil maneras hasta caer rendida de cansancio. Me froto los brazos con rapidez en el afán de aplacar un poco las ansias de moverme. Por desgracia, eso no me hace ningún efecto. Al contrario, estoy aún más estresada.
Aprieto los labios para no gritar. ¿Qué podría hacer sin alarmar a nadie? Si me echo a correr sin motivo, de seguro preocuparía a Annette y a Julie. Si empiezo a dar saltos, llamaría demasiado la atención. Se me ocurre que aplaudir rápido podría ayudarme, así que bato las palmas un par de veces. Para mi sorpresa, el caos en mi organismo se calma al instante. Es como si hubiera presionado el botón de apagado en una máquina. Me miro las manos fijamente, boquiabierta. ¿Acaso es otra nueva habilidad que no sabía que tenía?
—Livi, ¿te pasa algo? —pregunta mi amiga.
—Creo que se me bajo un poco la presión. Me dio algo de frío, pero no fue grave. Ya se me pasó —respondo y me esfuerzo por sonreír.
—Supongamos que te creo —contesta ella entrecerrando los ojos—. Pero la próxima vez, avísale a tu cara, ¿eh? No luces bien.
—En serio, no es nada.
Julie me da una mirada de advertencia y niega con la cabeza. ¿Tan mal se me da mentir? Supongo que sí. Aun así, trato de ignorar su gesto. Cuando por fin llegamos a la acera, me giro para mirar hacia el lado contrario. El estrés que acabo de experimentar nubló mis sentidos. No pude detenerme a ver a quién pertenecía la mano que chocó con mi palma. Doy una ojeada rápida a las personas de los alrededores, pero no se nota nada fuera de lo común en ninguna de ellas. Nadie parece haberse desmayado, como le ocurrió a Annette. Sin una señal clara para guiarme, probablemente nunca sepa de quién tomé esa energía sin querer.
—¡Julie! ¡Qué gusto verte! —dice mi cuidadora, entusiasmada.
—A mí también me da gusto verte, pero más gusto me habría dado si me hubieras dicho que ya podía ver a Olivia también. ¿¡Por qué no me avisaste!? —exclama Julie y se cruza de brazos.
—Todo tiene una explicación razonable. Escucha...
Mientras ellas discuten sobre mí, aprovecho para seguir observando a la gente. Muchos se mueven con prisa, otros van despacio ojeando los escaparates. Pero no detecto cansancio, mareo ni nada parecido en ninguno de los hombres y las mujeres que miro. Tras un par de minutos, libero un resoplido de frustración, pues no tiene caso insistir. Pese a que me cuesta un mundo concentrarme en este momento, intento unirme a la conversación. Tal vez me haga bien olvidarme del incidente.
Continuamos caminando juntas en dirección al auto. De vez en cuando suelto monosílabos y algunas frases cortas para responder preguntas directas. Así al menos simulo que estoy siguiendo el hilo de la plática. Pero la verdad es que no puedo dejar de pensar en lo sucedido. Tengo la cabeza hecha un lío. La única cosa clara en mi mente es que debo conseguir unos guantes. No puedo seguir robando energía e inundándome de recuerdos de otros cada vez que tocan mis palmas.
Cuando llegamos al sitio en donde Annette se estacionó, Julie abre la puerta del copiloto y se sienta en ese puesto. Por un momento, me quedó desconcertada. Debería ser yo quien vaya ahí. Es el auto de mi madre y, por lo tanto, se supone que también es mío en cierta forma. Abro la boca y levanto un dedo para protestar, pero mi amiga se apresura a aclarar el asunto.
—Dijiste que se te había bajado la presión, ¿no? Tal vez recostarte un rato en el asiento trasero te ayude a sentirte mejor.
Al ver el ceño fruncido de Annette, me dan ganas de golpear a Julie por insistir con ese asunto. ¿Por qué tenía que mencionarlo delante de ella? ¡Odio preocuparla!
—¿Es cierto eso, Oli? ¿Te sientes mal? —pregunta mirándome de arriba abajo.
—No fue nada serio, mamá. —Le dedico una mirada asesina a Julie—. Solo me dio un poco de frío por un instante, pero ya se me pasó.
—Quizás a ti no te pareció nada serio, pero sabes muy bien que cualquier cosa que tenga que ver con tu salud es importantísima. Después de todo lo que pasaste, es necesario darte el doble de atención. No podemos pasar por alto ningún detalle, por pequeño que parezca.
—Pero...
—¡Sin peros! ¡Recuéstate ahora mismo, señorita! ¡No hay excusas!
Enarca una ceja y pone los brazos en jarra. El tono severo al hablar hace juego con su cara seria. Ese lenguaje corporal no deja lugar a reclamos. Agacho la cabeza, respiro hondo y cuento hasta cien. Mi primer impulso es rehusarme a obedecerla. Podría ignorarla y soltarle la verdad de una vez. ¡No tiene ningún derecho de darme órdenes! Además, lo de tener la presión baja fue una tontería que inventé. Sin embargo, al recordar lo buena que ha sido conmigo desde que la conozco, no me atrevo a lastimarla. ¡Puso en peligro su propia vida para rescatarme!
El problema ahora en realidad no es ella, sino yo. No estoy acostumbrada a recibir órdenes de casi nadie. Excepto cuando se trata de mis superiores en el ejército, no hay más personas que tengan ese grado de autoridad sobre mí. Aun cuando podían haberlo hecho, ni siquiera mis padres me daban órdenes. Solían decírmelo todo con amabilidad, como si siempre se tratara de hacerles favores y no de obedecerles. Esta experiencia de sujetarme a una madre que me regaña es nueva y extraña para mí. Pero, me guste o no, si voy a seguir viviendo con Annette, tendré que aceptar que esto se repetirá muchas veces. Después de todo, se supone que soy su hija.
—De acuerdo —mascullo.
Abro una de las puertas traseras y me tumbo bocarriba sobre los asientos. Me cruzo de brazos mientras resoplo con fastidio. Mirar el techo del auto es bastante aburrido, así que desvío la vista hacia mis manos. Necesito distraerme. Saco el teléfono para escuchar música, pero lo vuelvo a guardar. ¡Me olvidé de traer los auriculares conmigo! ¡No! Podría estar relajándome y dejar de pensar en lo molesta que estoy. ¡Callarme es tan difícil! ¡Qué pesadilla! ¿Así se siente ser una adolescente normal aquí? ¿Así son los padres? Pasar por esto en definitiva no es algo que haya echado de menos. En Mánesvart jamás me ocurriría. ¡Quiero tener mi libertad de vuelta!
—Voy a agendarte un chequeo general para mañana —dice la señora mientras se acomoda en el puesto delantero—. Espero que esto no vuelva a repetirse, ¿eh? ¡Nada de esconderme cosas!
—Está bien.
Mi voz apagada no delata la confusión que hay en mi interior. Vuelvo a suspirar y me giro hacia un lado. Quedo de cara al asiento. Cierro los ojos e intento evadirme de la realidad recordando mi vida en Mánesvart. Poco después, mi cuidadora enciende el motor y pone el auto en marcha. Julie y ella empiezan una animada conversación en la que no tengo deseos de participar. Avanzamos un tramo corto antes de que el vehículo vuelva a detenerse. Probablemente se deba a que estamos frente a un semáforo. No le doy importancia y continúo en mi posición.
—¿Viste eso, Annette?
—¿Qué?
—Una luz rara se movió en frente de nosotras, pero ya no está.
—¿En serio? No noté nada.
Lo que dijo mi amiga de inmediato me llama la atención. El ritmo de mis latidos vuelve a acelerarse. ¿Esa luz tendrá algo que ver con quien tocó mi mano hace poco? ¡Debo averiguarlo! Doy la vuelta y me incorporo para mirar por la ventana.
—Oli, ¿qué estás haciendo? —La señora vigila mis movimientos por el espejo retrovisor—. Recuéstate de nuevo.
—Ya voy. Solo quería ver de qué hablaba Julie.
Paseo la mirada por las calles, pero no parece haber nada fuera de lo normal. Tuerzo la boca y refunfuño en voz baja. Al parecer, otra vez reaccioné a destiempo. ¡Qué frustrante! Con resignación, hago amago de acostarme. Sin embargo, de reojo percibo un leve destello rojizo a la distancia. Giro la cabeza con gran rapidez hacia la ventana trasera. A lo lejos veo a alguien que va caminando a paso rápido. Casi está corriendo. Dobla la esquina antes de que logre ver bien sus facciones.
Aunque no pude distinguir con claridad sus rasgos desde acá, diría que se trataba de un muchacho de cabello negro. No habría habido nada de extraño en él excepto por la mano derecha. Justo antes de que lo perdiera de vista, su puño empezó a brillar. El resplandor que emitía era idéntico al que los Dákamas llevan en el vientre. Mi quijada tiembla y mi estómago se encoge. ¿¡Qué rayos fue eso!? Un nuevo miedo se aloja en mi pecho. El corazón late tan rápido que duele. ¿Y si lo que vi realmente se trataba de un Dákama? Los más peligrosos adquieren tanta energía que logran invadir cuerpos de personas mientras estas aún están vivas. ¡Ay no!
—Oli, te pusiste pálida y estás temblando... —La voz de Annette se escucha tan temblorosa como lo está mi cuerpo—. ¡Recuéstate ahora! ¡Voy a llevarte a una clínica de inmediato!
—Livi, ¿qué sientes? —pregunta Julie, asustada.
—No es nada —respondo en un susurro.
—Si vuelves a decir eso, voy a golpearte. ¡No estás bien! —afirma ella, molesta.
Me siento tan mareada que no tengo fuerzas para oponerme a nada. Me deslizo sobre el asiento con los ojos cerrados. Me giro para aovillarme en un rincón. Por enésima vez, quiero llorar. Las punzadas en la cabeza me están matando y la saliva me sabe a tierra. Pese a ello, elevo una plegaria silenciosa a Gildestrale. Aunque no tengo certeza todavía, el instinto me dice que hay una gran amenaza corriendo ahí afuera. Ese chico no era normal. Si en verdad tiene que algo que ver con los Dákamas, no puedo quedarme quieta. Es mi deber y también mi deseo cumplir con la misión para la que la diosa me llamó. Solo espero no llegar demasiado tarde.
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