Nueva realidad

Cuando despierto, percibo música relajante muy cerca de mis oídos. Varias voces me cantan con dulzura. Es como si un grupo de pequeños músicos se alojaran dentro de mi cabeza. Mis ojos empiezan a abrirse despacio. La luz a mi alrededor ya no me parece molesta. A diferencia de antes, ahora puedo distinguirlo todo con nitidez. Lo primero que veo es el rostro de la mujer que me ayudó. Está sonriéndome de oreja a oreja. Su expresión facial destila alivio, hay amor en su mirada. ¿Por qué? Somos desconocidas la una para la otra, ¿o no? La señora tira de un cordón que estaba sobre mi pecho y la música en mis oídos deja de sonar.

—Oli, mi niña, ¿cómo te sientes? —pregunta ella mientras me acaricia la frente.

Frunzo el ceño e intento responderle, pero mi paladar está seco. Muevo los labios y la lengua como un pez boqueando. Al verme así, la señora se levanta del asiento con rapidez para echar agua en un pequeño recipiente. Presiona algo a un lado de mi cama y esta se levanta un poco. Con sumo cuidado, la señora pone una mano bajo mi cabeza y mete una tela suave que me eleva. Luego me acerca el líquido. Me acomodo mejor y, de forma lenta, comienzo a tragar. La humedad en mi boca me alivia al instante. Cuando termino de beber, respiro profundo varias veces.

—¿En dónde estoy?

«¿Quién es usted? ¿Por qué piensa que soy su hija? ¿Por qué está ayudándome? ¿Qué experimentos han estado haciendo conmigo? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿En dónde está mi familia? ¿Qué pasó después de la batalla? ¿Ganaron los Dákamas?». Quisiera escupir de golpe todas las preguntas que rondan mi cabeza, pero no voy a ponerme en peligro sin necesidad. Aunque no sé por qué le simpatizo tanto a esta mujer, si es mi socia, no voy a arruinar eso. Su apoyo podría ser vital.

—Estamos ya en casa, princesa. Es tu habitación, ¿la ves?

La señora se aparta y extiende el brazo hacia las paredes. Hay dibujos de flores y de mariposas por doquier. Las paredes son de color rosa. En cada muro hay un montón de imágenes planas de gente que jamás había visto. Veo un estante cargado de libros y varias figuras humanoides que no reconozco. Nada de esto me resulta familiar. No se parece a algo que yo escogería ni tampoco refleja lo que soy. De hecho, hay cosas aquí que jamás vi en Mánesvart, ni siquiera en los mejores bancos de información histórica. ¿Cómo puede ser esta mi habitación, entonces? Esta mujer debe estar intentando engañarme.

—He entrado aquí muchas veces, pero solo para limpiar. No moví nada de su lugar, ¿lo notaste? Quería que lo encontraras todo tal y como estaba, como tú lo dejaste.

—¿Qué día es hoy?

—Es domingo. Está cerca de empezar el otoño, tu estación favorita.

—¿¡Cómo!?

Abro los ojos al máximo y mi mandíbula se afloja. «¿¡Otoño!? ¡Pero si la batalla comenzó en los primeros días del verano! ¡No puede haber pasado tanto tiempo!». Aunque intento ocultar mis emociones, en las arrugas de mi cara está escrito lo que siento. Ante mi reacción, la mujer se muerde los labios y agacha la cabeza.

—Perdóname, por favor. No quise alterarte así, cariño...

Sin previo aviso, se acerca y me abraza. Pese a la incomodidad que me genera recibir afecto por parte de extraños, me las arreglo para no rechazarla. Permito que me estruje y, para mi sorpresa, correspondo su gesto de buena gana. Me permito recrearme en la tibieza de sus brazos, al menos hasta que la tormenta en mi interior se calme. Estar siempre a la defensiva es agotador. Necesito un respiro.

—Te has recuperado muy rápido. Los doctores dicen que hasta podrías regresar a la escuela en breve. Obviamente eso solo sucedería si así lo quisieras. Pero no voy a presionarte, Oli. El hecho de que tu cuerpo llegue a estar listo no significa que tu mente y corazón también vayan a estarlo al mismo tiempo. Vamos poco a poco.

«¿La escuela? ¡Pero si ya me gradué desde hace mucho tiempo! ¿¡De qué está hablando esta señora!?». Mi frente vuelve a arrugarse porque no entiendo nada. Ella dice cosas que no tienen nada que ver conmigo. Me trata como si yo fuera otra persona. ¿Por qué me confunde con alguien más? Trago saliva despacio e intento calmar mis nervios clavándome las uñas en las palmas, como solía hacer antes de perder las manos... ¿¡Dije manos!? Para mi completo asombro, percibo punzadas en esa zona. En ese momento, mi corazón se olvida de cómo latir.

Bajo la vista y descubro unas vendas gruesas cubriéndome ambas palmas. Un súbito mareo se apodera de mí. Estoy a punto de vomitar por la impresión. «¿¡Tengo manos!?». Levanto los brazos para ver mis dedos flexionarse una y otra vez. Niego con la cabeza, boquiabierta. «¿¡El Dákama no se las comió!?». La piel de estas manos es demasiado pálida como para ser mía, pero no me importa. Sea como sea, tengo manos y puedo moverlas. Si son prótesis biomecánicas, lucen estupendas.

—Después de lo que ocurrió, es inevitable que te queden algunas cicatrices. Pero no te preocupes por eso. El doctor me dijo que casi no vas a perder movilidad en los músculos. Los cortes no fueron demasiado profundos. Podrás volver a pintar algún día si es lo que deseas, cuando sea que te sientas lista para ello.

«¿Pintar? No sé nada acerca de eso. ¿A qué cosa se refiere?». La mujer esboza una sonrisa tímida y se encorva un poco. El temblor de su cuerpo me desconcierta. Parece un ratoncillo asustado. Por un momento, me dan ganas de sonreírle de vuelta para tranquilizarla, pero mi ansiedad justo ahora es abrumadora. Me urge arrancarme las vendas, ¡tengo que ver lo que esconden! ¿¡Acaso es posible que aún tenga mis marcas!? ¡Necesito saberlo ya!

—Quiero ir a... tengo ganas de... —murmuro, pero mi mente se queda en blanco.

Mis frases flotan incompletas en el aire porque no sé qué más podría decir. No tengo idea de cómo explicarle a esta mujer lo que me ocurre. Ni siquiera yo misma lo comprendo del todo. Además, no sé quién es ella en realidad. No puedo confiar en nada ni en nadie, mucho menos si es a ciegas.

—¿Quieres ir al baño? —La mujer me observa mientras mueve los brazos de forma rara—. Pero claro que sí quieres ir, ¡qué tonta soy! ¡Ven conmigo!

Sin darme tiempo para responderle, la señora me ofrece su hombro para que me apoye en él. Un suspiro entrecortado se me escapa. «¿Estará fingiendo que le importo? No ha tratado de hacerme daño todavía, pero ¿qué tal si demostrar amabilidad es parte de un plan cruel? ¡Podría ser una trampa del enemigo!». Intento humedecerme los labios, pero mi saliva es escasa. Apenas consigo deslizar mi lengua por mi boca reseca. Pese a mis miedos, acepto el ofrecimiento. Si voy a morir, al menos espero obtener algunas respuestas.

En cuanto mis pies se apoyan sobre el suelo, mi propio peso casi me derriba. Mi cuerpo enseguida grita para que regrese a la cama. Me duelen los músculos, los tendones, los huesos... ¡todo! Ahora comprendo por qué esta desconocida se ofreció a ayudarme. No sería capaz de levantarme, mucho menos de caminar, sin el soporte que propuso darme. Soy mucho más vulnerable de lo que creía. ¡Estoy a merced de ella! ¡Qué inútil!

Muevo la cabeza para apartar esos pensamientos. No dejaré que esta mujer sea testigo del naufragio de mi esperanza. No puedo permitirme parecer débil, aunque sí lo sea. Aprieto la quijada y los puños. Hay un mar de ideas confusas en mi mente, pero trato de enfocarme en no caer desmayada. Si bien la habitación hacia la que nos dirigimos no parece estar lejos, cada paso que doy es una espantosa lucha. Las punzadas y el hormigueo no cesan.

—¿Quieres que te ayude a sentarte en el inodoro? Puedo limpiarte cuando termines si lo necesitas, no hay problema.

Frunzo el ceño y la miro en silencio por un instante. «¿Qué cosa es un inodoro? ¿Terminar qué? ¿Limpiarme? ¡No entiendo!». Ante las dudas, opto por negarme. La mujer baja la cabeza y suspira, pero asiente. Parece un tanto decepcionada de que no acepte su ayuda de nuevo. Aunque no puedo ver bien sus ojos, el parpadeo excesivo me indica que está intentando contener las lágrimas. Me muerdo el labio inferior y le doy la espalda. Si continúo mirándola, es probable que termine llorando yo. Por algún motivo que no entiendo aún, siento empatía y apego hacia ella.

—No voy a tardar —afirmo en voz baja.

Sin tiempo que perder, cierro la puerta del pequeño cuarto. Hay un extraño asiento hueco al lado de una cortina con dibujos de burbujas. De reojo detecto que estoy reflejada en un espejo. Doy un giro para verme y de inmediato me arrepiento de haber tomado esa decisión. Mis latidos se disparan de inmediato. El aire se me atora en el cuello, provocándome tos. Empiezo a temblar sin control y se me pone la piel de gallina. Tengo la boca aún más seca y siento la garganta rasposa. Aterrorizada, palpo despacio el rostro ajeno que han colocado en lugar del mío.

—Olivia, ¿te encuentras bien? —pregunta la señora con voz angustiada.

—Sí —respondo con un hilo de voz.

Miro de nuevo hacia el espejo. «¿¡Quién demonios es esta chica!?». Mi mente grita lo que mi garganta retiene. Ninguno de los rasgos que veo me resulta conocido. «¿¡Qué clase de experimento enfermo es este!?». Conocí historias de soldados que recibieron reconstrucciones faciales significativas, pero jamás escuché de ningún caso en que alguien recibiera un trasplante de cuerpo completo. Y eso es justo lo que parece que han hecho conmigo. No logro hallar otra explicación medianamente razonable para esto.

Mi piel luce como si casi nunca recibiera luz solar. Hay decenas de pecas repartidas por toda mi cara. Tengo el cabello de color anaranjado y lo llevo atado en una larga trenza. Niego con la cabeza y me cubro la boca. Siento un repentino ardor en mis ojos que son... ¿grises? Deslizo las uñas por mis mejillas y tiro de ellas. ¡Quiero arrancarme esta máscara! A pesar de mis esfuerzos, lo único que consigo es lastimarme. Mi consciencia está atrapada en un cuerpo que en nada se parece al mío.

«Esto no está sucediendo... Debe ser una alucinación... Es otra pesadilla...». Cierro los ojos para concentrarme en mis recuerdos. Nunca he sido pálida ni tampoco soy pelirroja. Tenía el cabello corto de un tono tan marrón como el de mis iris. Esa persona que me devolvió la mirada desde el vidrio hace unos segundos no soy yo. No hay nada en ella que se parezca a mí. «Pero la mujer ahí afuera me llama Olivia. Ese sí es mi nombre». Aprieto los dientes para frenar el grito que lucha por aflorar.

—Gildestrale, ayúdame —susurro.

En el momento en que pronuncio el nombre de la diosa, mis palmas empiezan a palpitar como si fueran corazones agitados. Recordar que tengo manos dispara mis sentidos. ¡Necesito ver las marcas! Con dedos temblorosos, empiezo a deshacer el nudo de los vendajes que me cubren. Al terminar de desenvolver mi mano izquierda, veo una gruesa línea horizontal atravesándola. Luce abultada y enrojecida, llena de hilos duros. Es una siniestra sonrisa dispareja.

—No, no, no... —digo en voz baja.

Me apresuro a quitar la venda de mi mano derecha. Cuando acabo, encuentro una línea idéntica a la anterior allí. Se me escapan sollozos entremezclados con rabia. De repente veo borroso por las lágrimas que comienzan a caer sin permiso. Las horribles cicatrices en mis palmas no son las marcas de la diosa. Tener las manos sin los símbolos es casi igual a la amputación. En un arranque de desesperación, extiendo los brazos hacia el cielo y cierro los ojos, elevando una plegaria.

—Gildestrale, por favor, no me abandones. Soy tu guerrera —murmuro, dolida.

Tras pronunciar esas palabras, un crujido brota de mis manos. El ardor que se desata en mi piel es igual al de una quemadura. Siento latigazos de fuego en cada palma. Bajo los brazos, encojo los dedos y me retuerzo de dolor. Muerdo mi lengua para obligarme a soportar la tortura en silencio. Sudor frío me empapa la cara mientras me tambaleo.

Poco después, mis piernas se doblan y caigo al suelo. En ese instante, el dolor cesa de golpe. Desconcertada, estiro los dedos para revisar lo que sucedió con mis palmas. En cuanto las miro, la sangre se vuelve hielo en mis venas. Retengo un grito que no tarda en transformarse en náuseas. Mi mandíbula cae, mis párpados se abren al máximo y dejo de respirar.

Hay un gran ojo azul en mi mano derecha y una boca negra dentada en mi mano izquierda. Pero ya no se ven como los tatuajes inmóviles que solían ser las marcas de la diosa. El ojo se está moviendo de un lado a otro y la boca emite un siseo que me pone los pelos de punta. Escucho decenas de voces hablando en un idioma ininteligible para mí. Cuando la pupila en mi palma por fin se queda quieta, una criatura etérea se hace visible ante esta.

—No es cierto —murmuro mientras levanto la cabeza.

De acuerdo con los ojos en mi cabeza, no hay nada en el techo. Sin embargo, el ojo en mi mano me indica todo lo contrario. El alma dormida de una niña flota sobre mí. Miro hacia el suelo, cubro mi palma con los dedos e intento engañar a mi mente. «No está ahí... El agotamiento me provoca visiones... Estoy imaginándola...». Mis mentiras se terminan cuando el ojo en mi palma emite una fuerte pulsación. Mis dedos se apartan de inmediato, como si tuvieran voluntad propia. Al quedar esa pupila descubierta otra vez, veo con total claridad que el espectro sigue allí.

Cada partícula de esa alma está hecha de oscuridad. La niña emana odio y tristeza a partes iguales. A juzgar por el amplio corte en el cuello, además de las manchas y los moretones en su piel, la reciente muerte de ella fue sumamente violenta. Si continúa libre, empezará a matar personas para adquirir energía. No parará hasta que pueda materializar un cuerpo que sea compatible con esta dimensión. Cuanta más energía absorba, mayores habilidades sobrehumanas conseguirá. Y si lograra invadir el cuerpo de una persona viva, se convertirá en un Dákama.

¡No puedo permitir que eso ocurra! Debo cumplir con mi deber como guerrera de Gildestrale. Volver a fallarle a la diosa y a los de mi raza no es una opción. Se me encoge el corazón de solo recordar lo sucedido en la última batalla. No permitiré más muertes de gente inocente por incompetencia o negligencia. No puedo permitir que ningún Dákama rasgue la linde y cruce los límites dimensionales. Eso desataría el peor caos imaginable. Si dejo el alma de esta niña en libertad, daños irreparables podrían ocurrir. Tengo que destruirla aquí y ahora, ¡no debe escapar!

Utilizando la pared como apoyo, a duras penas me pongo de pie. Estoy sudando a cántaros, me tiembla todo el cuerpo y respiro con dificultad, pero nada de eso me aparta de mi objetivo. Debo aprovechar que el espectro aún no ha despertado. Si lo hace, me vería forzada a iniciar un combate. Aún no estoy lista en ningún sentido para luchar. Podría morir u ocasionar la muerte de alguien más. ¡Debo darme prisa!

Con los dedos cubriéndome la palma izquierda, extiendo el brazo hacia arriba. Casi al instante debo recostarme en el muro otra vez, pues el esfuerzo me marea. Cierro los ojos y respiro profundo. Entre la espesura de mis confusos recuerdos, poco a poco distingo el resplandor azul de la diosa. Su brillo es tan tenue que casi se escabulle en medio de la neblina, pero no se lo permito. Me concentro de lleno en su luz mientras mis labios musitan la invocación necesaria para ser su conducto.

Absorbere mørket, ta bort det onde... 1

En ese momento, la boca en mi mano se abre, al igual que mis ojos. Un chillido inaudible para oídos humanos normales sale de la abertura. Acto seguido, dicha boca empieza a inhalar con fuerza. Todo el aire en derredor se vuelve glacial por unos segundos. Con el ojo en mi otra palma, presencio la desintegración gradual del espectro al ser tragado. Mientras eso ocurre, siento punzadas horribles en el pecho. Me muerdo la lengua para no gritar, pero se me escapan algunos lamentos.

—Olivia, ¿qué te está sucediendo? —La señora suena muy preocupada—. Escucho tus quejidos. ¿Te encuentras bien?

—Sí —respondo ronca.

Sin embargo, no puedo detener el ruido de mis arcadas. El vómito cae a mis pies. Las moléculas de la niña siguen pasando a través de la boca sin labios que no cesa de absorber aire. Cuando ya no queda rastro del alma errante, oigo un murmullo gutural que sale de la abertura dentada. Luego de ello, esta se cierra de inmediato. El ojo de mi otra mano está sellado también. Las líneas rojas abultadas vuelven a aparecer, pero ya no hay hilos de sutura en ellas. Me dejo caer al suelo mientras me miro las palmas en silencio, idiotizada. No puedo parar de tiritar y de llorar.

—No quisiera molestarte, pero esto ya es demasiado. Lo siento, voy a entrar.

Antes de que pueda hacer algo para evitarlo, la mujer abre la puerta y entra. Al ver la deplorable condición en que estoy, se le escapa un jadeo de angustia. Con rapidez se agacha junto a mí y me abraza. No dice nada, solo apoya su barbilla en mi hombro y me acaricia la espalda. Segundos después, sus dedos se hunden entre mi cabellera. El melodioso sonido de su voz tarareando envuelve mi corazón otra vez. Los lamentos que estuve refrenando emergen con violencia, sacudiéndome. La unión entre su canto y mis sollozos es chocante. Hago a un lado mis temores, levanto los brazos y me aferro a esta señora sin reparos. Es mi único consuelo.

—Todo va a estar bien, Oli.

Escucharla decir esas palabras provoca que mi llanto empeore. ¿¡Cómo se supone que algo vaya a estar bien en mi vida!? Aún no sé quién es esta mujer y mucho de lo que ella dice me resulta incomprensible. No sé en dónde estoy, me siento adolorida e inútil. Tampoco entiendo qué pasó conmigo, ¡ni siquiera reconozco mi propia cara! Pero todavía tengo mis habilidades como guerrera de Gildestrale, o al menos eso me parece. Tal vez, pero solo tal vez, no todo esté perdido para mí.


Traducción de la frase citada al español

1. "Absorbe la oscuridad, quita el mal".


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