La nueva yo

Ya pasaron varios días desde que hablé con la madre de Cassie. Creí que vendrían corriendo a exigirme más información. Tal vez me tomarían por cómplice o qué sé yo, pero, por suerte, nada de eso ocurrió. Nadie me contactó por ningún medio electrónico. Tampoco se presentaron en la puerta de mi casa. Parece que sí se toman en serio lo de las llamadas anónimas. Sin embargo, la cuenta de Clown from the Vault desapareció de repente. Supongo que esa es una buena señal. De todo corazón, espero que los protectores de este lugar hagan justicia.

Ser testigo del asesinato de la segunda niña fue muy doloroso. Me afectó aún más que presenciar el de Cassie. Verla gritar y forcejear contra un hombre del triple de su tamaño me llenó de rabia. ¿Cómo es posible que alguien pueda ser así de cobarde? Criminales como ese jamás se atreverían a atacar personas con su misma fuerza y proporciones. Solo atacan a los más débiles e inocentes. ¡Son escoria!

Doy un puñetazo contra el colchón y resoplo, frustrada. Me cruzo de brazos con el ceño fruncido y los ojos clavados en el suelo. Aprieto los dientes hasta que me duele la mandíbula. Los músculos de mi cuello se tensan. Mi respiración está agitada. Si tuviera a ese tipo frente a mí, creo que no podría controlar este horrible impulso de venganza que siento. Pocas cosas me enfurecen más que las injusticias. Y es aún peor si las víctimas son niños. ¡Nadie debería ponerles un solo dedo encima jamás!

Cuando levanto la vista, noto que las cortinas y algunos papeles están moviéndose. Hay un pequeño remolino en torno a mí agitándome el cabello. El polvo del piso y de los muebles flota a mi alrededor. Libero un jadeo de sorpresa y la ventisca cesa. «¿¡Qué acaba de pasar!?», pienso. Mis emociones nunca se habían manifestado de esta manera. Al acercarme al espejo, noto unos ligeros halos rojizos rodeando mis iris. Se me escapa un quejido y mis rodillas se aflojan.

—¡No! ¡Por favor, no! —mascullo.

Ese tono de rojo es igual al de las nubes alojadas en los vientres de los Dákamas. Ese color es sinónimo de sufrimiento y de brutalidad. Me sostengo la cabeza con ambas manos. Mi entorno se desdibuja a causa del mareo. Mi saliva sabe amarga. «No voy a dejarme vencer. Puedo controlar esto», me digo. Cierro los ojos y me enfoco en aclarar la mente. Inhalo por la nariz para luego exhalar despacio por la boca. Pienso en Mánesvart y en mi familia. Cuando la calma empieza a ganar terreno, me atrevo a darle un nuevo vistazo a mi reflejo. Los círculos carmesíes ya no están ahí. Suspiro, aliviada.

—Olivia, ¿ya estás lista? Si necesitas más tiempo, puedo pedirle a Tara que mueva la hora de la cita. Creo que tiene otro espacio en dos horas.

La voz de Annette suena apagada a través de la puerta cerrada de mi cuarto. Pese a ello, todo rastro del enojo que experimenté hace poco se evapora al oírla. La amabilidad que la señora destila cuando habla siempre me calma. Es difícil, por no decir imposible, enfadarse con ella. Tiene luz infinita.

—Solo dame dos minutos más, por favor —Restriego mis párpados y resoplo—. Quiero retocarme el peinado.

—Claro, no te preocupes.

Me doy un golpe en la frente con la palma. ¡Me había olvidado por completo de la cita! Corro al cajón de la ropa y tomo lo primero que no luzca demasiado arrugado. Me visto en tiempo récord para luego atarme el cabello en un moño. Reviso el resultado en el espejo. Pese a que me veo bien, tuerzo los labios y niego con la cabeza. Aunque han pasado semanas desde que desperté, ver una cara ajena en el reflejo no deja de ser chocante. Sin embargo, hoy eso no me parece tan malo. Los halos rojos fueron mil veces peores. Tengo que concentrarme en lo positivo, así que sonrío y me felicito por haber logrado controlar mis emociones.

—¡Ya terminé! —exclamo mientras me dirijo hacia la puerta del dormitorio.

Annette está esperándome sentada en la sala. Cuando llego allí, la veo leyendo un libro titulado «Incandescente». La colorida portada enseguida capta mi atención. Trae a una chica con un amplio vestido rojo que está de pie en medio de un bosque. Tiene sujeto un medallón dorado en la mano derecha. Su cabellera corta y castaña de inmediato me recuerda a la mía. Casi como un acto reflejo, llevo una mano hacia mi cuello y esta acaricia el aire. Allí habría encontrado el corto mechón que siempre colocaba detrás de mi oreja. Se me hace un nudo en la garganta al recordar que ahora mi pelo no solo es largo, sino anaranjado.

—Pareces muy interesada en este libro, ¿cierto? —Arquea una ceja y levanta la cara—. La verdad es que estoy disfrutándolo mucho.

—¿Ah sí? ¿De qué se trata?

—Es una historia de fantasía sobre Lianne, una muchacha con poderes que pierde la memoria. Cuando por fin la recupera, se da cuenta de que viene de una familia que porta la magia del fénix. ¡Tienes que leerlo! ¡Es muy adictivo! Puedo prestártelo cuando quieras. Eso sí, trátalo con mucho cariño, ¿de acuerdo? Viene autografiado por Antonia Guzmán, su autora. Odiaría que se estropee.

—Claro, te prometo que lo cuidaré.

Asiento con la cabeza y me quedo callada. Encojo los dedos de los pies y trago con dificultad. Si bien lo que Annette acaba de mencionar no es lo que me ocurrió, es inevitable sentirme aludida. La chica del libro y yo tenemos algo en común: los poderes. ¿La señora estará sospechando ya que yo no soy su Olivia? ¿Acaso es esta su forma de decirme que le confiese la verdad? Antes de que el silencio entre nosotras se torne incómodo, comienzo a caminar hacia la puerta principal.

—Deberíamos darnos prisa. Tara de seguro está esperándome.

—¡Ay, es cierto! Fui a tu cuarto para decirte eso y ahora lo olvidé yo, ¡qué desastre! —Luego de colocar el grueso libro sobre un escritorio, se levanta y me sigue—. Cuando me pongo a leer, lo que pasa a mi alrededor se me borra de la mente.

Sonrío al recordar cuando yo misma leía cuentos y mitología. Me encantaba pasar las páginas para aprender. Amaba descubrir nuevos sitios y conocer personajes entrañables. Por desgracia, la preparación como guerrera y las posteriores batallas absorbieron casi todo el tiempo que dedicaba a otras actividades. Quizás ahora pueda empezar a recuperar esas horas de lectura que sacrifiqué.

—Me gustaría que me recomendaras buenos libros —digo mientras nos subimos al auto.

—¡Oh! ¿En serio? —La señora finge que se pellizca el brazo—. ¡Creí que jamás llegaría este día! ¡Te voy a recomendar libros para que te la pases leyendo por los siguientes treinta años al menos!

Nuestras risas bailan en el viento y siento una agradable calidez en el pecho. Sin pensarlo dos veces, la envuelvo entre mis brazos para estrecharla con delicadeza. Ella me corresponde de inmediato. Me besa en la frente y al instante se me eriza la piel. Percibo un nudo en mitad de la garganta. Cada día que paso junto a esta señora es un paso más hacia el genuino afecto. Siendo ella misma y sin forzar nada, se ha ido ganando mi cariño. Si en algún momento logro resolver el enigma de mi identidad, Annette será la primera en saber la verdad. Se merece eso y mucho más.

Después de unos minutos de amena charla sobre libros, llegamos al consultorio de Tara. Venir a verla ya no me produce temor ni ansiedad. Me parece una buena persona que intenta ayudarme, aunque no lo esté consiguiendo. Sigo asistiendo a las citas por el bien de la señora más que por el mío. Ella está convencida de que las sesiones de terapia me hacen bien y no tengo suficiente valor para contradecirla.

No puedo recordar nada del secuestro porque no fui yo la secuestrada. Tampoco puedo contarle sobre los cambios en mis habilidades. Mucho menos voy a decirle que en sueños veo los asesinatos de las almas que absorbo. Guardo demasiados secretos extraños que probablemente ella sea incapaz de comprender. Las pocas cosas que sí le he descrito las toma como mecanismos subconscientes de lidiar con mis traumas. Por todo ello, no creo que lleguemos a ninguna parte.

Cuando el tiempo de la sesión llega a su fin, me levanto de la silla y le doy las gracias a la psicóloga. Le prometo que haré todos los ejercicios que me recomendó, aun sabiendo que no serán útiles. Mi imaginación es lo suficientemente buena como para narrar sueños inventados que no he tenido. Será sencillo llenar el cuaderno para la próxima visita. Al menos así dará la sensación de que hay progreso.

Después de lo que he investigado, visto y oído, sé que soy distinta de quienes me rodean. No tengo dudas de mi cordura ahora. Tanto la batalla con el Dákama como el incidente del hombre barbudo no fueron sueños ni alucinaciones. Ambos eventos son reales. Tengo recuerdos claros de lo que viví. Aun cuando no pueda entender del todo lo que me ocurrió, no estoy desvariando o actuando cegada por un trauma.

El mayor obstáculo al que me enfrento en este sitio es la ausencia de Gildestrale y de su energía. Todo cuanto me ha mostrado la señora indica que las personas acá no poseen las habilidades especiales concedidas por la diosa. Los poderes y las criaturas sobrenaturales solo tienen cabida en la ficción. Quienes creen en ello son tachados de raros o de locos. Mucha gente solo confía en la ciencia o en lo que sus ojos pueden captar.

Sin embargo, ser catalogada como desequilibrada no sería lo más problemático. Si revelo mi verdadera naturaleza, tal vez intenten apresarme para usar mis dones a su favor. Esas películas de mutantes y superhéroes que vi con Annette podrían volverse realidad. Me dan escalofríos de solo pensar en que quieran encerrarme y esclavizarme. Debo ser muy cuidadosa para ocultar mis poderes delante de otras personas. Hasta que no comprenda bien lo que me pasa, tendré que callar.

—¡Oli! ¿Cómo te fue? —pregunta la señora cuando llego al vestíbulo.

—Me sentí tranquila —respondo y me encojo de hombros.

—Me alegro por ti.

La leve caída en su sonrisa y en el brillo de su mirada me hace sentir culpable. Me encantaría decirle lo que desea escuchar. Desearía tener acceso a los recuerdos de la otra Olivia. Quisiera poder colaborar con la policía en la investigación del caso que supuestamente me involucra. Pero nada de eso es posible, o al menos no por ahora. Solo me queda seguir adelante con esta nueva vida a la que fui arrojada sin que se me consultara.

—¿Puedo ir a la tienda de enfrente? Me pareció ver que tienen libros.

—¡Por supuesto que sí!

Los ojos de Annette vuelven a iluminarse. Saca un billete de su cartera y me lo entrega en la mano derecha. Actúa tan rápido que no tengo tiempo de reaccionar para alejarme. Sus dedos tocan mi palma y a mi mente llegan una decena de nuevas imágenes. La miro despidiéndose de mí y de otras dos chicas en una estación de trenes. Luego de darme dinero para el viaje, nos abraza a las tres. Mi cabello rojo está suelto y luce brillante bajo la luz del sol. Allí me veo sana y feliz. Cuando la visión termina, me percato de que tengo la boca abierta y estoy riendo como loca.

—¿Desde cuándo te emocionas así por cincuenta dólares? Respira un poco, Oli, no es para tanto —dice ella, carcajeándose conmigo.

Niego con la cabeza y sigo riendo. Coloco el billete en el bolsillo de mis pantalones. A través de la risa, libero una minúscula parte de las abrumadoras emociones que me embargan. No estaba lista para ver un nuevo recuerdo tan pronto. Tampoco esperaba experimentar los sentimientos con tanta intensidad. Esta vez no me sentí fuera de lugar. No vi las cosas desde la óptica de una intrusa, sino que me conmoví. Fue como si hubiera vivido esos momentos junto a Annette y las otras muchachas. Cuando por fin dejo de reír, mi cabeza aún me pesa. Tengo la mente repleta de información por asimilar. Necesito alejarme cuanto antes.

—¿Te importaría si voy sola a la tienda? —pregunto sin pensarlo.

Aprieto los labios e inclino un poco la cabeza. Mi respiración queda en suspenso por un instante. Espero no haberla lastimado o molestado con lo que acabo de pedir. Pero me urge un tiempo a solas para poner en orden el caos interno.

—Descuida. Puedes ir tranquila, mi niña. Tener a tu madre siguiéndote a todas partes es muy fastidioso, ¿cierto? Ve y mira lo que quieras sin prisas. Te esperaré tomando un café acá afuera.

—No eres fastidiosa.

—Oh, cariño, no me mientas. Yo también tuve tu edad, ¿recuerdas? —Me guiña un ojo y ríe—. Anda, en un rato nos vemos.

—Gracias, mamá.

Esa última palabra sale mi boca entremezclando nostalgia con ternura. Le obsequio una sonrisa auténtica antes de marcharme. Ella lanza un beso al aire y se despide con la mano. La ternura en sus gestos casi me hace arrepentirme de dejarla atrás. Cuando le aseguré que no me molestaba tenerla cerca, se lo dije en serio. Aun así, tener espacios para mí sola es reconfortante. Sin pensarlo más, doy media vuelta para encaminarme hacia el establecimiento.

Mi corazón late más y más rápido conforme me voy alejando. Estoy emocionada. Algo tan sencillo como esto es una novedad para mí. Desde que desperté en este lugar, siempre he tenido personas ayudándome y supervisando mi recuperación. Cuando salgo de la casa, jamás estoy sin compañía. Por un lado, lo entiendo. Sé que Annette tiene miedo de que vuelva a sucederme algo malo. Pero, por otra parte, tanta protección ya estaba comenzando a hacerme sentir asfixiada.

En mi antiguo hogar, fui considerada una mujer capaz e independiente desde que concluí mi formación como guerrera. Tenía trece años cuando eso ocurrió. Estaba acostumbrada a tomar decisiones importantes, a ir y venir adonde fuera cuando lo deseara. Podía cuidar de mí misma y del escuadrón entero durante las batallas. Pese a mi juventud, siempre recibí la misma deferencia que los adultos.

El trato hacia los jóvenes en estas tierras es muy distinto. Según sus leyes, aquí todavía no soy mayor de edad. Aún me faltan unos meses para eso. Soy vista como una adolescente que necesita de adultos que se hagan cargo de ella. Se supone que debo terminar mis estudios de preparatoria. Río con un deje de nerviosismo al recordarlo. ¿Cómo voy a fingir que sé cosas que jamás he estudiado?

Sacudo la cabeza y respiro hondo. Ya habrá tiempo para pensar en una solución. Por ahora, debo enfocarme en vivir el presente. Hoy solo seré una chica que va de compras, como en las películas. Mi semblante alegre se refleja en las puertas de vidrio del local. Poco después, estas se abren de forma automática. Ingreso a la tienda con la frente en alto. Quiero volver a mostrarme como la mujer segura que siempre fui en Mánesvart. Sin titubear, camino hacia la zona de la librería.

Comienzo a revisar las distintas estanterías una por una. Todo está agrupado por géneros. Hay tantos libros llamativos que no sé cuál podría gustarme más. Elijo darle un vistazo primero a una novela de ciencia ficción. En la portada de esta, aparece el rostro de una chica pelirroja. Le doy vuelta para leer la sinopsis. Suena emocionante, así que lo conservo para pagarlo en un rato. Antes de continuar mirando otros títulos, me detengo a pensar en lo que acabo de hacer.

Abro mucho los ojos, sorprendida, y mis labios se curvan en una sonrisa. ¿Acabo de darle prioridad a un libro porque la muchacha de la tapa se parece a mí? Veo el dibujo de nuevo y siento mariposas en el estómago. Pues sí, justo eso me sucedió. Trago saliva despacio mientras me abanico la cara. Se me humedecen los ojos. ¿Acaso estoy aceptando este nuevo rostro como mío? Parece que sí. No pensé en ello cuando escogí este libro, pero todo apunta a que mi subconsciente me guio para que así lo hiciera.

No sé qué me sucede. Hace apenas unas horas, sentí que observaba a una extraña en el espejo. En contraste, ahora soy capaz de asociar mi apariencia externa con quien soy por dentro. Río mientras aprieto el libro contra el pecho. ¿Será este el resultado de haber recibido más recuerdos de Annette asociados a mí? Extiendo la palma derecha para examinarla. Mis párpados se abren al máximo cuando la miro. Un tenue resplandor plateado titila desde la cicatriz que oculta al ojo de Gildestrale. Mi quijada se afloja y mi pulso se acelera. ¿Qué hay si la diosa desea que use esta habilidad en lugar de aplacarla? Aunque sienta miedo, tendré que hacer la prueba.

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