Inquietante hallazgo

Cuando llego a la entrada del edificio, la señora se acerca a mí con rapidez. Sin mediar palabra, me da un fuerte abrazo. Se me eriza la piel enseguida. La saliva me sabe al llanto que todavía no derramo. No obstante, el calor que ella emana es reparador. El suave olor a flores en su pelo me relaja. Me humedezco los labios con la lengua. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba el contacto físico hasta este preciso instante. Me dejo guiar por el instinto y le doy un abrazo de vuelta.

—Gracias, mamá —susurro cerca de su oído.

Dedicarle esa palabra me deja un regusto dulce. Tras escucharme decirla, ella me estrecha con más fuerza. El hecho de que no sea mi verdadera madre poco a poco va dejando de incomodarme. Me ha dado atención y cariño desde que abrí los ojos en esta extraña realidad. Es la única persona que me hace sentir querida y menos a la deriva. Si bien jamás me olvidaría de mi familia de sangre, esta señora se está ganando mi afecto. Quiero confiar en ella.

—Te amo, Oli. Estoy orgullosa de ti.

Una oleada de emociones me golpea por dentro al oír esa frase. El miedo me ataca de nuevo y se me pone la piel de gallina. Poco antes de que me fuera a luchar en la batalla más reciente, mi mamá me dijo lo mismo, sílaba por sílaba. Son las últimas palabras dichas por ella que atesoro en la memoria. ¿Cómo pudo esta mujer saber eso? ¿Acaso está jugando conmigo? ¿Está usando un recuerdo hermoso en mi contra? «Es una simple coincidencia. No seas paranoica», me repito a mí misma. ¿Por qué siempre me torturo así? ¡Pienso en exceso! Es desgastante no tener paz mental nunca. Necesito darme un respiro, pero no sé cómo hacerlo.

—¡Annette! ¡Qué bueno que todavía estás por acá! —Tara se acerca trotando hasta donde estamos—. Olvidé decirle a Olivia que te trajera esto. ¡Muchas gracias por prestármela! ¡Me salvaste!

Acto seguido, extiende el brazo para entregarle una bufanda roja a mi cuidadora. Ambas se sonríen con cariño. Yo no puedo hacer otra cosa que tragar despacio. Agacho la cabeza para que no se noten mis ojos demasiado abiertos. «El nombre de mi mamá también es Annette», me digo, estupefacta.

—Tenemos un café pendiente, ¿eh? Ojalá que sea pronto. ¡Nos vemos! —dice la psicóloga antes de darse la vuelta y regresar al consultorio.

Por increíble que pudiera parecer, no conocía el nombre de la señora hasta hoy. Todo el mundo se dirige a su persona por el apellido: Duncan. Y ella, al creer que es mi madre, no espera que la llame por nombre o, peor aún, que le pregunte cómo se llama. Este descubrimiento sacude mi cordura de nuevo.

—¿Te gustaría ir por un helado? —pregunta mi acompañante.

Parpadeo como si se me hubiera metido un puñado de arena en los ojos. Mi burbuja de abstracción se rompe de golpe cada vez que alguien me habla. Eso se está convirtiendo en un hábito molesto que debo erradicar. Debería dejar de divagar tanto y concentrarme más en lo que me rodea. Si sigo distraída pensando, jamás voy a aprender a encajar en este lugar. No puedo reaccionar raro toda vez que las personas interactúan conmigo.

—Sí, suena bien —respondo, entusiasmada.

Por suerte, ya sé lo que es un helado y cómo debo comerlo. Cuando lo probé por primera vez, tomé un bocado demasiado grande. El frío se me fue directo a la cabeza. Pero los bocados pequeños no me hacen daño y tienen un sabor delicioso. No puedo negar que la comida de aquí es bastante apetitosa. El helado, la pizza y las hamburguesas encabezan mi lista de favoritos por el momento.

—¡Genial! Hoy es un día perfecto para ir por una banana split, como en los viejos tiempos —dice ella, alegre.

Hago mi mejor esfuerzo para no perder la sonrisa ante lo que me ha dicho. Los viejos tiempos a los que ella se refiere probablemente no los vivió conmigo. Asiento y hago una mueca graciosa, como si supiera de lo que habla.

—¡Vamos por esas bananas! —exclamo dando saltitos.

Debería sentirme hipócrita, pero no estoy siéndolo, o al menos no del todo. Mis emociones tienen algo de genuino. Si bien no comparto los recuerdos de la señora, su compañía y la oferta que hizo me agradan. Este es un paso más para vivir en el presente y no entre un pasado confuso que todavía no comprendo.

—Creo que podríamos pasar a «La cocina de Luz». ¡Me encantan sus helados! ¿Te parece bien?

—¡Claro!

Caminamos hacia el auto mientras la señora me cuenta cuáles son los nuevos sabores en el menú. Aunque sea un tema trivial, me esfuerzo por prestarle toda mi atención. Incluso hago comentarios acerca de los que me gustaría probar primero. Ser un fantasma en las conversaciones ya no va a ser una opción. A medida que avanzamos, me fijo bien en los edificios. También trato de memorizar los nombres en los letreros. Si alguna vez tengo la oportunidad de andar sola por el pueblo, quiero caminar segura sin preguntar en dónde estoy cada diez metros.

—Oh, acabo de recordar que necesito llamar a mi peluquera para confirmar mi próxima cita. Dame un momento —dice la señora.

—Por supuesto. Tómate tu tiempo —respondo.

Ella se concentra en la conversación y yo me doy a la tarea de observar. Estamos cerca de un muro tapizado de papeles con anuncios de todo tipo. Doy una ojeada general a los más llamativos. Algunos dicen cosas graciosas, otros son informativos. Mis ojos leen frases al azar e intento hacerme una idea de lo que significan. Es entretenido crear historias en mi cabeza para darles sentido.

Sin embargo, mi momentánea diversión se convierte en angustia de un pronto a otro. Mi vista se clava en la fotografía de una niña a quien reconozco de inmediato. Trae puesto un vestido blanco de flores violeta. Incluso lleva consigo el muñeco de tela al que se aferraba con fuerza cuando fue atacada. Junto a su cara sonriente, se lee la palabra «desaparecida».

—A esa pequeña la mataron —susurro con un enorme nudo en la garganta.

Me cubro la mano con la boca. La pesadilla que tuve después de absorber su alma fue espeluznante. Aun ahora me estremezco cuando pienso en lo ocurrido. No concibo como alguien puede ser capaz de hacerle tanto daño a otra persona y, peor aún, a una niñita indefensa. Me acerco a la foto y leo el nombre en voz baja: Cassie. Delineo el contorno de su rostro con un dedo y suspiro con pesar. Sé que a estas alturas es inútil hacer algo por la nena, pero sigo mi instinto. Tomo una de las tirillas que traen un número de teléfono y la guardo en el bolsillo frontal de mi camiseta.

Quisiera saber quién es el culpable de este crimen tan atroz. Merece ser castigado entregando su vida a cambio de la que tomó. Por desgracia, no tengo manera de conocer su identidad. En la memoria de Cassie, el asesino llevaba una máscara grotesca que no dejaba ver su cara. Sin embargo, pude oír su voz grave y fría, seguida de una risa inusualmente ruidosa, propia de un desequilibrado mental. Por desgracia, saber eso no es suficiente para inculpar a nadie. Me hace falta tener pruebas tangibles. Asegurar que vi o escuché a un asesino en mis sueños sonaría ridículo. ¿Quién va a creerme?

—¿Conoces a esa chica, Oli? —La señora frunce el ceño mientras posa su mano en mi hombro. Tiene la palma tan fría que ni siquiera la tela de la manga lo disimula. Sus ojos están más abiertos de lo normal—. La familia de esa pequeña está buscándola desde hace meses.

—No, no sé quién es. Pero me detuve a mirar bien la fotografía por si llego a verla o a saber algo que pudiera ayudar. Nunca se sabe cuándo una puede ser útil —respondo con honestidad.

—Entiendo. Me parece maravilloso que quieras colaborar. Gracias a personas tan generosas como tú, muchos rescates son exitosos. Fue gracias a la ayuda de mucha gente así que pude encontrarte a tiempo —dice ella con la voz quebrada.

Escucharla decir eso hace que mi garganta se cierre todavía más. Aprieto los labios y esbozo una sonrisa triste. Me cuesta mucho tragar sin que se me escape la angustia en forma de sollozo. Parpadeo rápido e inhalo hondo. Me acomodo un mechón que cae sobre mi mejilla. Le doy la espalda a Annette tan pronto como puedo. De inmediato me encamino hacia el auto.

Una vez que entro y tomo asiento, me concentro en ponerme el cinturón. Para mi buena fortuna, esta vez logro colocármelo sin batallar. Me felicito levantando un puño. Sigo respirando lento y profundo para calmarme. Quiero proyectar serenidad. Si parezco demasiado afectada por lo que acaba de ocurrir, podría generar un malentendido. Debo demostrar que estoy mejorando de verdad. De lo contrario, podría quedarme atrapada en este lugar por demasiado tiempo.

—Bueno, nos están esperando unos ricos helados, no lo dejemos plantados. —La señora cierra la puerta de su lado y me sonríe—. ¿Te gustaría escuchar música?

—Sí, ¿por qué no?

—¡Genial! Hace mucho que no escuchamos ninguna de tus súper playlists. ¿Qué se te antoja hoy?

Esa pregunta hace que me arrepienta de haber aceptado elegir la música. He dejado que la señora escoja por mí todo este tiempo. Así no es tan obvio que no soy la Olivia que ella cree que soy. Según las historias de las películas, series y vídeos que hemos visto juntas, la mayoría de las personas tienen cantantes y canciones favoritas. Se saben las letras y conocen los bailes específicos para cada ritmo. Pero ese no es el caso conmigo.

Sigo sin acostumbrarme a la manera en que la música es creada y escuchada acá. En Mánesvart, los espectáculos musicales siempre se hacen en vivo. No hay aparatos para grabar u oír las presentaciones. Tampoco existen artistas famosos. Nuestros cantantes son personas comunes con los mismos derechos y deberes de cualquier otro ciudadano. Trabajan en grupos itinerantes que reciben un pago fijo cada semana. En cambio, por acá me he dado cuenta de que a muchos artistas los consideran y los tratan como a deidades. Todavía no entiendo por qué.

—Me gustaría escuchar algo suave.

—¡Entendido!

Annette desliza el pulgar por la pantalla táctil en el tablero y, en cuestión de segundos, una canción tan desconocida como maravillosa empieza a sonar. En la pantalla veo la letra que se va mostrando al ritmo de la melodía, así que decido seguirla. He descubierto que cantar me sube mucho el ánimo.

You are a Van Gogh portrait. I am a Degas dancer. Your hair curls like France and a bright, white light paints such a pretty picture. You're such a pretty picture... 1

La voz de la señora de inmediato se une a la mía. Conforme avanzamos por las calles, la brisa fría se cuela por la ventana semiabierta del auto. Mi cabello se desordena, pero no me importa. Lleno mis pulmones al máximo con el aire fresco y sigo cantando a todo volumen. Puedo sentir mis músculos relajándose. Genuina alegría se refleja en mi sonrisa. Mi ánimo nunca fue cambiante, mucho menos tanto como lo es en la actualidad. Pero eso no me importa justo ahora. Solo quiero vivir este instante de felicidad sin preguntarme por qué estoy contenta o si lo merezco.

You are the wind in the willows. You are all the brambly hedge...2

¡Amo los instrumentos musicales de aquí! En Mánesvart, mi favorito era el harfel. Acá me decanto por el piano. No había escuchado algo así de melancólico y dulce a la vez. Además de sonar bien, el instrumento en sí se ve precioso. Me gustaría mucho aprender a tocarlo algún día. «Como si tuviera tiempo para hacer eso», pienso. A pesar de lo descabellado de la idea, no puedo evitar sonreír al imaginarlo. Haber considerado una posibilidad como esa me indica que no todo en estas nuevas tierras es malo. Quizás llevar una vida normal no sea un sueño imposible.

—Ya estamos aquí, Oli. —Annette me toca el hombro izquierdo—. ¿Quieres comer en el local o prefieres que traiga tu helado aquí?

—Quiero ir contigo al local —respondo, confiada.

A la señora se le iluminan los ojos al escucharme. Antes de que intente ayudarme con el cinturón, me lo quito, abro la puerta y bajo del auto. Justo cuando voy a cerrar, oigo que a ella se le escapa un suspiro de asombro. Probablemente no esperaba que actuara con tanta seguridad después de mostrarme hipersensible. Ni yo misma comprendo de dónde proviene esta repentina calma, pero no voy a arruinar el momento pensando en tonterías. Una vez que mi compañera también sale del auto, me encamino hacia la heladería.

Hay un letrero colgante en forma de casita con el nombre del lugar y un dibujo de un vegetal que desconozco. Un agradable tintineo metálico me recibe al cruzar la puerta de vidrio de la entrada. Doy un vistazo alrededor y asiento con la cabeza. El sitio es pequeño y acogedor. Las paredes están pintadas de amarillo, azul, rojo y marrón. Hay varias mesas y sillas de madera en torno al mostrador. Curiosamente, en Mánesvart sí tenemos lugares para comer fuera de casa. No se ven para nada como este, pero el concepto no me resulta ajeno. Al menos no me sentiré perdida.

—¡Bienvenidas! Pasen adelante y tomen asiento en donde gusten. En un momento tomaremos su orden —dice una mujer de mejillas sonrosadas y mirada amable.

Annette y yo elegimos sentarnos junto a la pared de color amarillo. Aunque ya tenemos claro lo que vamos a pedir, ojeamos otras posibilidades en la lista que está sobre la mesa. No pasa ni un minuto cuando una chica bajita se nos acerca para tomar nuestra orden. Nos da una sonrisa cordial y se marcha hacia la cocina a paso rápido. Como nuestra comida no necesita ser cocinada, en menos de cinco minutos tenemos dos boles con banana split frente a nosotras.

—¡Buen provecho! —exclama la mesera antes de retirarse.

Sin perder el tiempo, tomo una cuchara, parto un trozo pequeño y me lo llevo a la boca. Apenas lo mastico y ya empiezo a suspirar de placer. La combinación de fruta con helado y nueces es sublime.

—Creo que no hace falta preguntar si te gustó, ¿eh?

—¡Está increíble!

La señora me guiña un ojo y yo me echo a reír. Me siento como la chiquilla alegre y despreocupada que no pude ser en Mánesvart. Mi entrenamiento para convertirme en guerrera de Gildestrale dio inicio cuando aún era pequeña. Las marcas de mis manos se manifestaron al cumplir los siete años. En muchos otros jóvenes, eso no sucede hasta que cumplen los trece o catorce. Dicha manifestación jamás debe ser ignorada, pues es un llamado directo de la diosa protectora de la dimensión. Debido a ello, el tiempo para jugar, divertirme u holgazanear se me acabó pronto. Pero parece que acá podré recuperar unos cuantos de esos instantes sacrificados.

—Necesito ir al baño. —Annette se levanta del asiento—. No voy a tardar, ¿de acuerdo? Espérame aquí, por favor.

—Por supuesto.

Mientras espero a que la señora regrese, me dedico a observar mejor el local y a los otros clientes. Cerca de mí hay dos chicas jóvenes carcajeándose al mirar vídeos en un teléfono. Debe ser bastante gracioso, ya que sus risotadas son cada vez más seguidas. Las veo de reojo y sigo comiendo mi helado. Sin embargo, un ruido que no esperaba volver a oír se roba mi paz. Desde el teléfono de una de las muchachas se escucha la horripilante risa de mi pesadilla. Sin detenerme a pensar, me levantó de un salto y me acerco a la mesa de las chicas.

—Hola. Perdón si molesto. Es que oí algo que se me hizo muy familiar en ese vídeo que estabas viendo. Quisiera comprobar si es lo que pienso o no. ¿Te molestaría mostrármelo, o al menos decirme cómo encontrarlo?

La joven que sostiene el teléfono levanta las cejas y pone cara de sorpresa. Sus labios articulan un «guau».

—Esta cuenta de TikTok se abrió hace muy poco. Casi nadie la sigue todavía. No pensé que me encontraría con otra fan de Clown from the Vault.

Si no fuera por Annette, no tendría idea de lo que es TikTok ni ninguna de las otras redes sociales. La Olivia que ella supone que soy tenía una cuenta en todas ellas. Y yo, aunque todavía no he aprendido a usarlas, al menos he visto lo que son y para qué sirven. ¿Por qué tanta gente prefiere utilizarlas en vez de ver a sus amigos y familiares cara a cara siempre? ¡No me cabe en la cabeza! Pero bueno, debo actuar como si esas cosas me gustaran si quiero que esta chica me ayude.

—Mis dedos son algo torpes y no soy muy buena usando TikTok. Cerré por accidente un vídeo de él y luego no supe cómo volver a encontrarlo.

—Descuida. Este es su perfil, mira.

Cuando la muchacha extiende el brazo hacia mí, se me hiela la sangre al ver la pantalla. La máscara de payaso del asesino de Cassie aparece frente a mí. «¡No! Debe ser una coincidencia. Una horrible, pero no puede ser él, ¿verdad?», me digo para calmarme. Si demuestro el gran miedo que siento, la chica podría asustarse también. No quiero alterar a nadie.

—Ah, no lo sabía. Solo pude ver un poco de uno de sus vídeos.

—Probablemente viste este.

Acto seguido, la muchacha toca la pantalla con el pulgar. En segundos veo al mismo hombre de mi pesadilla. En cuanto empieza a hablar, un escalofrío me recorre la nuca. Es la misma voz grave y sin emociones del criminal. Recita unas frases inquietantes que me ponen la piel de gallina. Tras concluir, estalla en carcajadas mientras acerca un muñeco ensangrentado a la pantalla. Se me aflojan las rodillas cuando reconozco el oso de Cassie. Siento ganas de gritar, pero trago saliva despacio y simulo una sonrisa.

—Es muy original, ¿verdad? Nunca me había interesado en la poesía hasta que descubrí esta cuenta.

—¡Es un genio! Muchas gracias por mostrarme su cuenta. ¡Me salvaste!

Levanto el pulgar para darle las gracias, tal como he visto que lo hace mi cuidadora. La chica me devuelve la sonrisa, complacida. Antes de que ella pueda decir algo más, Annette aparece. Es mi excusa perfecta para marcharme.

—Ya regresó mi madre. Debo irme ahora. Fue un gusto hablar contigo.

—Me llamo Rebeca. ¿Puedo seguirte en TikTok?

—Está bien. Me llamo Olivia. En mi perfil aparezco como Livi Duncan.

—¡Genial!

La muchacha se despide agitando su mano. Su vista enseguida vuelve a la pantalla. Aprovecho ese momento para escabullirme. El horror que me consume amenaza con hacerme llorar, pero aún no puedo dejarlo salir. No quiero preocupar a la señora. Tengo que esperar hasta estar sola. Y definitivamente tengo que hacer algo por Cassie. Ese cruel asesino debe recibir su merecido castigo.


Wind in the Willows de Captain Dipper & The Strawberry Girl

Traducción de las estrofas citadas al español

1. "Eres un retrato de Van Gogh. Soy una bailarina de Degas. Tu cabello se enrosca como Francia y una luz blanca, brillante, pinta un cuadro tan bonito. Eres un cuadro tan bonito".

2. "Eres el viento en los sauces. Eres todo el seto de zarzas".

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