Entre luz y oscuridad (Parte II)
Veo puñetazos, bofetadas, empujones, patadas, estrangulamientos, puñaladas, y disparos. Hay ríos de sangre y gritos, muchos gritos de toda clase dentro mi cabeza. No tengo idea de cuántos asesinatos terribles estoy presenciando en el interior de mi mente. Puedo escuchar voces quebradas en decenas de súplicas lastimeras de las víctimas. Los agudos alaridos horadan mis tímpanos y me erizan la piel. Percibo el miedo, la rabia y la desesperación en los últimos segundos de vida de cada uno.
Soy testigo del fugaz instante en que les arrancaron la vida a decenas de personas sin piedad alguna. Les arrebataron años de amor, sueños y esperanzas en contra de sus deseos. En todos esos cuerpos exangües quedó impregnada la marca del odio, ese mismo resentimiento que se adhiere a las almas errantes. Hombres y mujeres de toda clase fueron transformados en energía oscura y violenta que llegó a conformar el núcleo del Dákama del que ahora estoy sujetando las manos.
Estoy corriendo a través de un largo pasillo lleno de prisioneros. La atmósfera que me rodea está cargada de furia y resentimiento. Aquí no hay luz ni calor, solo glaciales tinieblas. Oigo el rumor de muchas voces llamándome desde todos los rincones como un coro funesto. Me ruegan que las libere de su calvario sin fin, pero también me amenazan. Sus lamentos y alaridos son una lluvia debilitante que me rompe el corazón. Mi cuerpo está tan lastimado como mi alma, pues sé que ninguna de estas personas buscó convertirse en esto, sino que las forzaron a hacerlo.
«El Dákama ya no vive. Esto es solo un recuerdo que se borrará dentro de poco», me digo mientras continúo mi carrera. Pese a que avanzo rápido, la oscuridad no se va. Tampoco lo hacen los gritos ni las escenas tétricas en mi cabeza. Es como si estuviera corriendo en círculos infinitos. La sola idea de que exista la posibilidad de quedarme atrapada en esta cárcel mental me hiela por dentro.
—¡No! El dueño de estas memorias está muerto. No puede retenerme aquí —afirmo en voz baja.
En ese momento, las manos comienzan a dolerme. Miles de pinchazos se clavan en mi carne de un pronto. Levanto los brazos para verlas y al instante maldigo porque es imposible hacerlo aquí. Conforme pasan los segundos, las punzadas también me invaden las piernas. Mis extremidades se van poniendo más y más pesadas a cada paso que doy. Aunque hago un gran esfuerzo para no detenerme, llega un punto en el que casi no puedo moverlas.
Caigo de rodillas al suelo, pues ya no me alcanza el aliento. El oxígeno que entra en mis pulmones es insuficiente. Sin importar cuántas veces inhale y exhale, no dejo de sentir que me ahogo. Estoy apagándome poco a poco. Mis párpados caen y mi mente se sume en un extraño letargo. Ni siquiera entiendo qué está sucediendo. «¿Es así como se acaba todo para mí?», pienso. Me desplomo en el piso como un árbol talado, rígida y agonizante. Cuando el último de mis pensamientos pierde sentido, escucho a alguien que me habla desde muy lejos.
—Olivia, våkn opp! Kom deg ut derfra nå!
¡Olivia, despierta! ¡Sal de ahí ya!». Reconozco a Etterlys como la dueña de esa voz amable pero enérgica. Escucharla envía una descarga de adrenalina a mi sistema. ¡Necesito huir de este lugar! Mis párpados se abren de par en par. Pese a lo difícil que me resulta moverme, me concentro en hacer que mi boca y mi lengua reaccionen. Tras varios intentos fallidos, a duras penas consigo pronunciar las palabras necesarias para invocar a la diosa.
Cuando su energía fluye por mi cuerpo, el entumecimiento se desvanece de golpe. Me incorporo de inmediato y activo las marcas en mis palmas. Luz azulada brota desde ellas, iluminando por primera vez la prisión de sombras. Al elevar mis brazos, el panorama que miro alrededor me produce náuseas y escalofríos. De solo mirar lo que antes no podía, me dan intensas ganas de llorar.
Contemplo interminables hileras de celdas hasta donde me alcanza la vista. Dentro de estas, yacen cuerpos deformes y mutilados. Los cadáveres se encuentran en la posición exacta en que cada persona estaba al morir. Los moretones, cortaduras y agujeros en su carne están ahí. Sus caras emulan la última mueca que hicieron al momento en que los asesinaron. Estoy ante una grotesca exhibición que inmortaliza la retorcida crueldad humana de la que se alimentan los Dákamas.
—¿Por qué? —susurro, desolada.
—Menneskeheten er en pest som angriper seg selv.
La humanidad es una plaga que se ataca a sí misma». El sonido de la voz desconocida se escucha como una reverberación. Miro hacia todos lados, pero no soy capaz de encontrar al emisor. La única manera que se me ocurre para que vuelva a hablarme es haciendo eso mismo.
—Ikke alle mennesker er grusomme. Det er mange flinke folk.
«No todos los humanos son crueles. Hay muchas personas buenas». Esa frase la pronuncio con genuina convicción. Así como he sido testigo de un sinnúmero de atrocidades inimaginables, también he visto cómo el amor impulsa a las personas a sacrificarse, a proteger y cómo las ayuda a sanar.
—Hat og grådighet er i alle. Før eller siden blir alle overtatt av mørket.
«El odio y la codicia están dentro de todos. Tarde o temprano, todos son dominados por la oscuridad». Ante tal afirmación, me quedo en silencio por un momento. Estoy consciente de que, de cierta manera, tiene razón. En todos los humanos existe una tendencia hacia el egoísmo, lo cual puede potenciar decenas de formas de maldad. Pero también sé que existe la capacidad de elegir hacer lo correcto.
—Både lys og mørke er mulige veier. Alle velger hvilken de vil følge.
«Tanto la luz como la oscuridad son caminos posibles. Cada quien elige cuál seguirá». Después de que digo esas palabras, se escucha algo similar a una risa desdeñosa. Las carcajadas se reproducen una y otra vez a mi alrededor. Trago saliva con dificultad. Ese sonido me trae el recuerdo de la mueca burlesca del Dákama que me amputó las manos. Sin poder evitarlo, un temblor leve me sacude.
—Ville du ha søkt lyset hvis du ikke hadde blitt valgt?
«¿Habrías buscado la luz si no te hubieran elegido?». Esa interrogante me toma por sorpresa. Debería gritar que sí. Sin embargo, una rara incertidumbre retiene mi respuesta. Soy la hija de un guerrero de Gildestrale. Tanto mi hermana Katia como yo fuimos elegidas por la diosa para convertirnos en guerreras también. Crecimos en un ambiente en donde ese tema siempre fue la parte central. Mis padres estaban seguros de que alguna de nosotras sería escogida. Ambas lo fuimos, pero ellos jamás imaginaron que yo recibiría el llamado a los siete años. De no haberlo recibido, ¿me habría convertido en quien soy ahora?
—Jeg vet ikke hvordan livet mitt ville vært uten å bli valgt, men jeg vet at jeg aldri ville valgt å såre noen.
«No sé cómo habría sido mi vida sin ser elegida, pero sé que nunca habría escogido lastimar a nadie». Aun si no tuviera las marcas de la diosa, hacerles daño a otros me parece horrible. Entiendo por qué algunas personas se vuelven crueles y violentas, pero no es algo que tenga una verdadera justificación. Así que sí, habría buscado la luz sin importar que no me hubieran elegido para portarla.
—Vi får se om du tenker det samme når en av dine egne blir skadet.
si piensas lo mismo cuando estén lastimando a uno de los tuyos». La risa vuelve a sonar. Esta vez se escucha todavía más potente y cercana. Incluso percibo ligeras vibraciones en el suelo. Es como si quien ríe estuviera justo a mi lado. Esa desagradable sensación de cercanía, aunada a lo que acaba de insinuar, provoca que mis latidos y mi respiración se disparen. Una fuerte ansiedad me ataca.
—Vis deg selv!
«¡Muéstrate!». El alarido desesperado que dejo salir reverbera decenas de veces. Con cada rebote, el grito va haciéndose más potente. Las vibraciones aumentan con rapidez hasta provocar un gran temblor. Los cadáveres se sacuden tanto que se rompen. Cientos de pedazos de ellos se deslizan por todas partes. El piso se tiñe de sangre. Un hedor nauseabundo se cuela por mi nariz produciéndome arcadas. En medio del macabro espectáculo, un fortísimo chirrido hace que todos los demás ruidos desaparezcan. De un pronto a otro, nada se mueve.
Empiezo a tiritar de frío cuando la oscura silueta de la criatura que vi en el espejo aparece. Debe medir casi dos metros, pues debo levantar la cabeza para verla a la cara. Su enorme ojo me observa fijamente. Pese a que no puedo descifrar emoción alguna en su rostro, percibo rencor en su forma de mirarme. Las ramificaciones de su cabeza se mueven inquietas como un puñado de gusanos. Los símbolos en cada una de esas extremidades titilan. El resplandor rojizo que emiten es molesto a la vista. Empieza a caminar hacia donde estoy con calma.
—Así que eras tú quien en realidad estaba detrás de todo esto. —Pese a que desearía huir, mantengo el porte y la voz firmes. Al escucharme, el ente frena sus pasos—. Debí suponerlo. Ningún Dákama se habría dejado vencer tan fácilmente. ¿Qué es lo que buscas?
—Regresé a recuperar lo que me pertenece, pero tú te empeñas en estorbar.
La voz del ente suena delicada, casi idéntica a la de una mujer, pero hay un deje de furia reprimida camuflándose en la dulzura.
—No sé de qué hablas.
Fingir desconocimiento no se me da muy bien, pero podría ayudarme a conseguir información valiosa. Pelear contra algo o alguien sin tener un motivo de peso para hacerlo equivale a ser violento solo porque sí. Quiero saber a qué me enfrento.
—La sangre de mi sangre volverá conmigo. No podrás impedirlo.
—Si lo que pretendes hacer implica hacer daño, sabes que no lo permitiré.
—Haré lo que sea necesario para que te apartes del camino. Mi estirpe reinará.
La criatura levanta los brazos hacia los lados. Luz roja envuelve sus manos al instante. En un movimiento rápido, mueve las palmas abiertas hacia el frente. El resplandor se convierte en una bola de fuego que sale disparada hacia mí. Apenas tengo tiempo de invocar un escudo para protegerme. Pese a que logro deshacer la mayor parte del proyectil, diminutos hilos escarlata siguen revolviéndose sobre la superficie de mi barrera. Siento que voy perdiendo energía con cada movimiento de esas venas brillantes. Mi vista se nubla y me tambaleo. Los brazos se me están entumeciendo. A este paso, pronto caeré derrotada.
«¡No! No puedo dejarme vencer. Debo proteger a mamá». Aprieto la mandíbula y libero un bramido de guerra. Concentro todas mis fuerzas en generar calor. El escudo que me protege adquiere un tono más intenso que antes. Cientos de llamas azules despiertan y empiezan a consumir a las venas rojizas. Conforme estas se deshacen, la sensación de mareo disminuye y mi vista mejora.
En ese instante, la criatura vuelve a atacarme. Esta vez no lanza una bola de fuego, sino muchas. El impacto de una detrás de la otra me aturde. Aunque ninguna traspasa la barrera, siento quemaduras en la piel. Es como si estuviera en el interior de un enorme horno. Chillo debido al dolor y sudo a mares. No tengo oportunidad de contraatacar, pues apenas puedo mantenerme en pie. Sin embargo, mantengo las manos abiertas. Si mi escudo se deshace, moriré.
—Gi meg Kylian!
«¡Entrégame a Kylian!». Escuchar el nombre de él en boca de esta criatura hace que mi dolor se intensifique. Siento que me quemo por dentro y por fuera. Se me doblan las rodillas y me quedo afónica de tanto gritar. Aun así, me mantengo de pie. No puedo permitir que le haga daño a él ni a nadie más. Cuando ya no hay espacio en mí para nada más que no sea sufrimiento, escucho un llamado fuerte y claro. La voz que me habla está cerca de mi oído.
—¡Es un engaño, Livi! ¡No estás ahí! ¡Estás aquí conmigo! ¡Son mis manos las que ahora te sostienen! ¡Siéntelas! ¡Vuelve a mí!
Quien me habla es Kylian. Pese a la terrible tortura a la que me están sometiendo, escucharlo me hace reaccionar. Enfoco la atención en mis palmas y, en efecto, percibo las suyas entrelazadas con las mías.
—No me sueltes —suplico.
—¡Nunca te soltaría! ¡Por favor, ven aquí! ¡Regresa! —responde.
La increíble fuerza con la que él grita la última frase finalmente logra romper la conexión con el ente que me lastima. Abro los ojos de golpe y jadeo sin parar. Toso, me retuerzo y lloro. Mis alaridos ahogados hacen que me arda la garganta. No puedo ver bien debido a las lágrimas. Intento dar manotazos a diestra y siniestra sin comprender lo que sucede. No obstante, el agarre firme pero gentil de Kylian logra que poco a poco me calme. Sus manos son el ancla para sujetarme a la realidad.
—Estoy contigo, no voy a abandonarte. Tranquila, Livi —asegura él a un volumen apenas audible.
Cuando por fin soy capaz de enfocar mi mirada en la suya, arrugo la cara en una mueca que implora cariño. Extiendo los brazos hacia su cuello. Kylian de inmediato se inclina para que yo pueda abrazarlo. Al mismo tiempo, él me rodea con los brazos y me aprieta contra su cuerpo. El calor y el aroma que desprende enseguida me hacen sentir en casa. Lloro un poco más mientras me aferro a él con gran fuerza. No sé cuánto tiempo pasa mientras me sostiene, pero siento que todo transcurre en apenas un parpadeo. Con los ojos hinchados y la nariz tapada, lo miro a los ojos y esbozo una sonrisa triste. Ni siquiera sé por dónde empezar a contarle lo que pasó.
—Gracias —digo con un hilo de voz.
—Llegué tarde —afirma con la voz quebrada.
—No, no fue así. Llegaste justo a tiempo.
Él me da una mirada cargada de tristeza. No entiendo por qué cree que llegó tarde. Si no me hubiera hablado en el momento en que lo hizo, es muy probable que no hubiera podido salir del trance. Evimárite estuvo muy cerca de doblegarme en ese extraño limbo entre la consciencia y la inconsciencia. Me da pavor de solo pensar en lo que podría haber significado morir allí.
—Oli, ¿qué está pasando? Y te pido por favor que ya no me mientas más...
Todo en derredor se ralentiza en el instante mismo en que mi madre habla. Levanto un poco la cabeza y la veo. Está de pie a unos pocos metros de donde Kylian y yo nos encontramos. Por la expresión en su rostro, sé que acaba de ver y de escuchar muchas cosas que no debió llegar a saber jamás. No hay vuelta atrás ahora. Lo quiera o no, llegó la hora de que mamá conozca la verdad.
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