Entre luz y oscuridad (Parte I)

Cuando llega la hora de levantarme para ir a clases, mi cuerpo se niega a moverse. Por más que me esforcé por dormir, mi cerebro no dejó de darle cientos de vueltas a lo ocurrido con Kylian. Quizás debí haber esperado un poco más de tiempo antes de contarle sobre esa extraña visita. No sé si fui imprudente al soltarlo como algo casual cuando estábamos hablando de otro asunto. Bueno, sea como sea, era algo que debía saber tarde o temprano. Espero que él logre disculparme.

Tras varios minutos de intentos fallidos, por fin consigo bajar de mi cama. Camino hacia el baño casi a rastras. Tal vez un baño me ayude a despejarme un poco. Me quito el pijama y abro la ducha. Sin pensarlo mucho, me meto bajo el chorro de agua helada. El choque de temperatura me hace abrir los ojos de par en par. Casi suelto un chillido, pero me contengo justo a tiempo para no alarmar a mamá. ¡Odio el agua fría tan temprano en la mañana! Por desgracia, este es el único remedio para despabilarme. Al cerrar el grifo, estoy tiritando.

Tomo una toalla para secarme a toda prisa. Necesito entrar en calor. Mientras me pongo la ropa, el silencio de la casa se rompe de pronto. Escucho un susurro ininteligible a lo lejos. Dejó de moverme y aguzo el oído. Camino despacio hacia la puerta sin hacer ruido. Al abrirla, asomo la cabeza en dirección al cuarto de mamá. Noto que todavía no se levantado, así que no pudo haber sido ella quien susurrara. «Ojalá que solo haya sido mi imaginación, por favor», ruego mentalmente.

Camino hacia la cocina para prepararme el desayuno. Trabajar es bueno para distraerme. Pongo un poquito de aceite a calentar mientras bato un par de huevos con un tenedor. Los echo en la sartén y los revuelvo con una cuchara de madera. Apago el fuego y los pongo en un plato. Tomo un puñado de sal para espolvorearlos. Mi estómago gruñe de hambre. Empiezo a comerlos con ansias sentada a la mesa.

Cuando llego al último bocado, el susurro se repite, pero esta vez se escucha más como un siseo. Trago con dificultad y me incorporo de inmediato. Si mis sentidos no me fallan, el sonido provino del patio trasero de la casa. Me desplazo hasta la ventana más cercana para echar un vistazo. El sol aún no ha salido del todo a esta hora, por lo que la visibilidad es bastante limitada. Pese a eso, puedo reconocer lo que hay afuera. No tenemos muchos objetos, muebles o maquinaria allí, así que es bastante sencillo saber si algo está fuera de lugar.

Después de mirar de un lado a otro varias veces, confirmo que no hay nada extraño. Me giro para regresar a la cocina, pero un nuevo ruido me hace frenar en seco. Ya no es un susurro ni un siseo. Es una voz grave que ni siquiera suena humana y destila ira. Un escalofrío me recorre la espalda. La adrenalina se apodera de mí. Sin tiempo que perder, me saco los mitones e invoco la energía de las marcas de Gildestrale. En cuanto las marcas se activan, la boca en mi mano izquierda gruñe, lo cual solo puede significar una cosa: hay un Dákama cerca.

—¿¡Por qué aquí!? ¿¡Por qué ahora!? ¡No, no, no, no! —mascullo mientras corro hacia el patio.

Si me quedo a pelear en este sitio, las posibilidades de que mamá resulte lastimada son altas. La casa quedaría destruida. Necesito llevarme a la criatura lo más lejos que pueda. En cuanto llego afuera, me doy cuenta enseguida de por qué antes no logré ver nada. ¡La criatura se encuentra a varios metros de altura! El susurro que escuchaba proviene del lento movimiento de sus ocho pares de alas. No se está desplazando, sino que se queda estática, como si estuviera esperándome. El resplandor en su vientre tiene el mismo tono de la sangre humana. Es un Dákama nacido a partir de una muerte en extremo brutal y, por lo tanto, es muy poderoso.

Ta meg hvis du kan! —exclamo a todo pulmón mientras despliego mi escudo y mis alas.

«¡Atrápame si puedes!». Sé que esa no es la frase más ingeniosa. De hecho, es imprudente provocar a un ente de esta naturaleza. Pero debo arriesgarme a ello con tal de alejarlo de aquí. Justo después de gritar, me echo a correr hacia el muro tan rápido como puedo. Ese impulso me sirve para apoyar los pies sobre la pared, tras lo cual doy un gran salto. En ese momento, comienzo a batir las alas con vigor. La criatura emite un chillido ensordecedor y se lanza en mi dirección.

—¡Olivia! ¿¡En dónde estás!? ¿¡Qué está pasando!? —grita mi madre desde adentro.

Escuchar la angustia en su voz hace que se me encoja el corazón. Pero ni siquiera tengo tiempo para responderle. Si intento advertirle del peligro, el Dákama podría atacarla primero a ella. Así que opto por ignorar su llamado desesperado. Sin voltear a mirar ni un segundo, me dirijo hacia delante a toda prisa. Internarme en la espesura del bosque es la mayor protección que puedo ofrecerle a ella por ahora. Ruego para que no haya personas deambulando por ahí hoy. Sin el apoyo de otros guerreros, no podría defenderlas a todas.

Al avistar los primeros árboles, acelero el vuelo. Cuando me sumerjo entre el denso follaje, las ramas me ocasionan pequeños cortes y raspones en los brazos y las piernas. Sin embargo, la adrenalina en mi sistema es tanta que no siento dolor. Es un alivio saber que nada puede engancharse ni dañar estas alas hechas de energía, así que sigo volando sin pausa. Los potentes alaridos del ente se escuchan muy cerca de mí. Debe estar a punto de alcanzarme.

Cuando llego a un claro del bosque, me elevo un poco más y luego doy un giro para encarar a mi oponente. Materializo una daga para luego lanzarla directo a su pecho. Aunque este la detiene con una mano sin problema alguno, veo humo saliendo de entre sus dedos. Gruñe como una bestia herida hasta que la energía desaparece. Mueve las falanges mientras me mira con el mismo odio inagotable que comparten todos los seres como él. Su pálido cuerpo descarnado refleja los rayos solares.

Hvor er forræderen!? —inquiere la criatura, iracunda.

«¿¡En dónde está el traidor!?». Mis alarmas internas se disparan de inmediato. Esa pregunta hace que se me revuelva el estómago, pero me esfuerzo por mantener el semblante inexpresivo. ¿Acaso se refiere a Kylian? Durante todo este tiempo, él ha estado poniéndose en constante riesgo para protegerme. No sé con exactitud qué ha estado haciendo para seguir tan cerca de mí sin ser descubierto, pero parece que sus estrategias ya no funcionan más.

Hvis du har mistet noe, se etter det selv —respondo, seria.

«Si perdiste algo, búscalo por ti mismo». Mostrarme desafiante es la única defensa que me queda para ocultar la angustia que siento. Si esta criatura atrapa a Kylian, su destino sería terrible. Estoy segura de que los Dákamas no van a perdonarle la vida, pero es muy probable que lo torturen por un buen tiempo antes de matarlo. Son seres crueles y retorcidos sin rastro alguno de piedad o remordimiento.

Du er ikke herfra. Noen hjalp deg med å komme. Gi meg forræderen og jeg vil ikke drepe deg —anuncia en tono severo.

«Tú no eres de aquí. Alguien te ayudó a venir. Entrégame al traidor y no te mataré». Siento que mi cuerpo entero se enfría al escuchar esas palabras. No solo saben que alguien a quien consideraban leal a ellos está en su contra, sino que conocen mi secreto. Pero ¿¡cómo!? La energía de Kylian había logrado camuflar la mía hasta hace muy poco. Prácticamente nadie sabe lo que en realidad ocurrió el día que desperté moribunda en el bosque. Hemos estado reuniéndonos para hablar dentro de campos de energía. ¿¡Cómo es posible que se hayan enterado de todo!?

Uansett hvor de uskyldige trenger meg, vil jeg være der. Jeg beskytter alltid fredens allierte —contesto sin rastro de vacilación.

«En donde los inocentes me necesiten, ahí estaré. Siempre protejo a los aliados de la paz». Con esa declaración, le dejo muy claro que no pienso entregar a Kylian y que voy a luchar. Ni siquiera me arriesgaré a mencionar a Kylian o a sugerir que lo conozco. Tampoco diré de dónde vengo ni a quién le sirvo. Este ente me habla de un traidor sin decirme su nombre, lo cual podría ser una estrategia de engaño para sonsacar información. Sabe que no soy de aquí, pero no mencionó de dónde vine. Tampoco pronunció el nombre de la diosa. De seguro busca amedrentarme para que sea yo quien termine por revelar lo que desconoce. No se lo permitiré.

Din sjel vil være min! Dø! —exclama mi enemigo y arremete contra mí.

«¡Tu alma será mía! ¡Muere!». Tras oír su amenaza directa, canalizo mi energía para reforzar el escudo que me cubre. El Dákama choca de lleno con la barrera azul de Gildestrale. El impacto lo hace retroceder varios metros y vuelve a chillar. Más humo brota desde distintas partes de su cuerpo. El daño que le ocasiona entrar en contacto con la energía que emana desde mis manos es considerable. No sé por qué insiste en acercárseme tanto. Es como si nunca antes se hubiera enfrentado a una guerrera de la diosa.

Frunzo el ceño, extrañada, pero casi enseguida caigo en cuenta de que tengo razón. Mis ojos se abren al máximo por la sorpresa. «En esta dimensión no existen los guerreros de Gildestrale. Los Dákamas de aquí no tienen idea de cómo pelear contra nosotros». Con esa alentadora revelación en mente, materializo una espada en mi mano derecha y me impulso hacia delante. Una vez que estoy cerca de la criatura, elevo el brazo y lo dejo caer con fuerza. Mi arma se extiende hasta transformarse en una larga lanza que hiere a la criatura muy cerca de su núcleo. Pierde el equilibrio y empieza a descender con rapidez.

«¡Ni siquiera ha desplegado su propio escudo!», pienso, perpleja. Sin tiempo que perder, vuelo en picada hacia donde se encuentra. Sin llegar a tocar el suelo, vuelvo a levantar el brazo y le propino una nueva estocada a la criatura. Esta vez, la punta de mi arma llega hasta el núcleo. Una explosión rojiza cegadora me empuja hacia atrás, pero no cedo. Cierro los ojos, aprieto los dientes y mantengo mi posición. El Dákama grita con todas sus fuerzas. En pocos segundos pasa a ser una carcasa inmóvil sin ningún resplandor.

Repliego las alas y me acerco a la criatura. No importa por donde la observe, no hay señales de vida en ella. No percibo nada a través de mis palmas. Ese hecho, lejos de alegrarme, me hace sentir aún más angustiada que antes. Es demasiado sospechoso. No es posible que un Dákama del rango de este haya muerto tan fácil y rápido. Ni siquiera estoy cansada. Miro hacia todas partes, esperando que haya más criaturas ocultas a la espera de hacerme caer en una emboscada. Sin embargo, todo en derredor se percibe calmo.

Levanto las palmas a la altura del pecho y las muevo en distintas direcciones. Cierro los ojos para concentrarme en lo que percibe la pupila en mi mano. Pese al esfuerzo que hago, sigo sin detectar ninguna amenaza. Pese a ello, no bajo la guardia. Dado que no parece haber nada rondándome, el peligro podría llegar de manera silenciosa. «Quizás encuentre respuestas si tomo las memorias del Dákama. Se dice que el cerebro queda vivo durante unos minutos luego de la muerte», me digo.

Trago saliva con gran dificultad mientras me pongo en cuclillas. Levanto los huesudos brazos de la criatura y los pongo sobre su abdomen. Respiro hondo un par de veces antes de reunir el valor para unir mis palmas con las suyas. Al hacerlo, el fuerte choque de energía que recibo es completamente inesperado. Mi cuerpo entero se debilita, pero lo más escalofriante no es eso, sino las imágenes que empiezo a recibir a través de la conexión psíquica.

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