El descubrimiento (Parte II)
Aunque sé que el agua de este lugar no va a ahogarme, contengo la respiración hasta que dejo de sentir el cosquilleo de las burbujas. Cuando las manos gigantes me sueltan, jadeo con desesperación. Tras inhalar y exhalar varias veces, me quito el exceso de agua de los párpados y abro los ojos. La potente luz blanquecina proveniente del cielo nublado me ciega por varios segundos. Cuando por fin logro enfocar, el panorama con el que me encuentro me pone los vellos de punta. Es una versión aún más desolada del sitio en el que estaba hace apenas un instante.
Estoy de pie en mitad de un gran lago congelado. No hay señales de movimiento ni rastros de vida bajo el hielo. Veo árboles sin hojas cubiertos de nieve. No se escuchan voces u otros sonidos. El ambiente aquí es tan solitario y silencioso que me hace sospechar que algo muy malo va a ocurrir. Comienzo a girar despacio para echar un vistazo a la retaguardia. Pese a mi lentitud, la presión que hago provoca que el hielo se resquebraje. Una larga grieta de varios metros de profundidad se abre detrás de mí. En el fondo de esta, hay un montón de esqueletos apilados. Por la diversidad de tamaños y formas, me queda claro que no todos son de humanos.
—¿Hay alguien aquí? —pregunto a un volumen apenas audible.
Mi voz suena temblorosa, al igual que lo está todo mi cuerpo. No tengo idea de dónde estoy ni de cuál es el motivo por el que Gildestrale me trajo hasta aquí. Pero la incertidumbre con respecto a mi propio destino es lo de menos ahora. Estar lejos de mamá y de Kylian sin saber si se encuentran bien es el principal motivo de mi angustia. ¿Los estarán castigando por mi culpa? No debí traerlos conmigo al interior del campo de fuerza. Es probable que la diosa se haya enfurecido debido a eso.
—Olivia...
Me sobresalto al escuchar mi nombre. De inmediato miro hacia la zanja, pues estoy segura de que el llamado provino desde allí.
—Acércate...
El brazo de uno de los esqueletos se levanta y apunta hacia mí. Abro los ojos de par en par y trago saliva con dificultad. «¿¡Esa cosa pretende que me acerque!?». Muevo la cabeza para dar un vistazo alrededor. No hay nada que sugiera una malinterpretación de mi parte, así que no me queda más que actuar. Aprieto la mandíbula y doy un salto adentro de la abertura. El crujido de huesos partiéndose debajo de mis pies hace que me ponga aún más nerviosa, pero logro mantener la compostura. Doy unos pocos pasos en dirección al esqueleto que me llamó. Cuando lo tengo al frente, extiendo el brazo, pero no lo toco. Mi corazón palpita enloquecido.
—Toma mi mano...
Tras escuchar eso, no queda espacio para dudas sobre lo que debo hacer. Pese al desasosiego que siento, el amor y el sentido del deber me dan el valor necesario para actuar. Tomo una gran bocanada de aire y entrelazo mis dedos con los del esqueleto. En cuanto mi palma toca la suya, el entorno cambia de golpe. Dejo de estar en medio de una fosa. Ya no hay nieve ni me agobia el silencio. El paisaje desolado desaparece para darle paso a las vívidas imágenes de una visión. Estoy presenciando una memoria desde la perspectiva de la dueña del esqueleto.
Estoy en un bosque poblado de árboles frondosos. La cantidad de luz natural indica que apenas está amaneciendo. Desde el cielo cae una suave llovizna acompañada de neblina. Del tronco del árbol más grueso salen miles de libélulas negras. Un agudo silbido acompaña el vuelo armonioso de los grandes insectos. Dan muchas vueltas en círculos en torno al árbol y este empieza a cambiar. Un camino de luz rojiza va envolviendo la corteza desde las raíces hasta la copa. El destello se mueve como si alguien estuviera enrollando un hilo lentamente. Cuando el proceso termina, el delgado camino de luz se expande hasta formar tres aberturas grandes.
El silbido cesa y es sustituido por el sonido de una respiración pausada. Las ramas de la copa se mueven para reacomodarse. Poco a poco van moldeando una entidad de apariencia de mujer. Largos brazos y una cabeza de rostro agraciado se forman a partir de la madera. Desde los hombros brotan varias ramas que simulan alas y desde la cabeza nacen otras que se asemejan a una oscura cornamenta de alce. En medio de las manos largas del ente, hay una esfera luminosa que gira sin parar. Ella levanta los brazos y la entrega al grupo de libélulas oscuras.
Los insectos se agrupan en torno a la esfera. Van colocándose uno al lado del otro. La masa de libélulas pronto toma la forma de otra entidad de rasgos femeninos, pero no muy humanos. Las patas y las alas se fusionan para moldear un mismo tejido color negro brillante. La nueva criatura, cuya boca es pequeña, libera un fuerte suspiro. Justo después, un solo ojo enorme se abre y ocupa casi toda su cara. Tiene la pupila y el iris negros, pero la esclerótica es roja. Desde su cabeza emergen largas ramas parecidas a cuernos que se mueven igual a serpientes.
—Evimárite, hija mía —dice con ternura la primera criatura mientras mira a la que tiene un único ojo.
El resplandor en su tronco desciende a las raíces. Cuando toda la luz llega hasta abajo, los bulbos se agrupan para formar dos largas piernas. El ente camina hacia el otro y lo toma de las manos. La unión de sus palmas provoca una fuerte onda expansiva que cubre el bosque de rojo. Decenas de otras criaturas comienzan a formarse a partir de los demás árboles. Mientras tanto, las ramas en la cabeza del ente de un solo ojo se llenan de símbolos plateados. Estos aparecen a medida que la otra criatura pronuncia palabras en un idioma desconocido.
—Llevarás contigo las memorias para sostener el balance de almas. En donde haya vida, siempre habrá muerte. En donde esté presente la luz, siempre existirá también la oscuridad. Ayudarás a que ese delicado balance en esta dimensión no se rompa. En tus manos confío esta labor hasta que llegue el día de mi regreso.
—Así será, madre.
La primera criatura suelta las manos de la otra y camina de vuelta hacia el árbol del que emergió. En apenas segundos, su cuerpo se une al tronco hasta formar un solo ser. Las hojas se tiñen de luz roja por varios segundos y las libélulas reaparecen. La criatura de un solo ojo las atrae hacia sí al levantar los brazos. Estas la rodean como un largo manto viviente mientras empieza a caminar por el bosque. El ramaje de su cabeza se extiende varios metros. Con dichas extremidades, toca a todas las otras criaturas que halla a su paso. Algunas crecen y adquieren una nueva forma monstruosa, en tanto que otras se convierten en ceniza al instante.
—Hay más vida que muerte. Tal desequilibrio no debe continuar.
Tras pronunciar esas palabras, el ente fija su vista en mí. De solo mirar esa pupila oscura, tengo punzadas en el estómago, me dan náuseas y quiero gritar. Aun así, el poder hipnótico de ese enorme ojo me obliga a mantenerme quieta en donde estoy. Cuando la criatura se planta frente a mí, toma mis manos y une su boca a la mía como si me besara. Pero no es un contacto afectuoso, sino torturante. Me arden las entrañas y mis músculos revientan como cuerdas viejas. Tengo la sensación de estar creciendo a un ritmo anormalmente rápido. Siento como si me quemara con fuego cuando varios de los tentáculos de su cabeza se clavan en mi espalda.
—Surgimos de las tinieblas y a ellas siempre volvemos. La muerte nos cubre con sus alas al transmutar en oscuridad. Recibe a las tinieblas y a la muerte, ¡renace!
La intensidad del dolor se incrementa al máximo, arrancándome un alarido fuerte y salvaje. Todo dentro y fuera de mí se calcina en un mar de lava invisible. No puedo moverme. Ni siquiera logro respirar, pues desde la boca de la criatura sale un líquido viscoso que bloquea mi garganta. A pesar del sufrimiento, no quiero morir. Pongo toda mi voluntad en apartarme del ente. En ese momento, siento un extraño frío en mitad del vientre. Por mi piel se deslizan ríos de mi propia sangre. El ardor cesa y la criatura por fin me libera de su poderoso agarre.
—De las almas cuya voluntad rivaliza con la de la muerte, de ellas obtendrás alivio para el insaciable apetito que te consumirá por la eternidad. Ve a buscar las almas indomables y tómalas para ti. ¡Multiplica a los nacidos de las tinieblas!
Tras escuchar esas palabras, arqueo la espalda. Las numerosas alas que ahora poseo se despliegan y comienzo a elevarme. Mientras vuelo hacia las montañas, doy un fugaz vistazo a mi reflejo en el agua de un lago. No queda ni rastro de quien era antes del encuentro con el ente de un solo ojo. Ahora soy un gigantesco cadáver en movimiento. Lo único que destaca entre tanta palidez y demacración es la nube roja en mi vientre. Grito de terror por dentro, pero por fuera luzco impasible. Mi cuerpo actúa por su propia cuenta. Una fuerza inhumana y voraz me consume, obligándome a buscar presas. Ya no soy dueña de mí misma...
La visión se rompe en ese momento. Regreso al presente gritando y suelto la mano del esqueleto. Mi corazón se mueve tan rápido que me lastima el pecho. Sudor frío recorre mi frente. No tengo palabras para describir el horror de lo que acabo de presenciar. ¡Evimárite creó a los Dákamas! Utilizó el poder y la autoridad que recibió de la peor manera posible. No solo traicionó la confianza de Mórielke, sino que condenó a las dimensiones a la terrible amenaza de los Dákamas. Ella nunca buscó el balance de las almas, sino que intentó instaurar el reinado de la muerte. No le importa cuántas vidas se pierdan en su búsqueda del dominio de las dimensiones.
—¿Por qué? —Lágrimas ruedan por mis mejillas—. Mórielke no querría algo así.
—¿Cómo podrías tú saber cuál es la verdadera voluntad de mi hermana?
La serena voz de Gildestrale se escucha clara y potente. Mi cuerpo entero vibra al son de sus palabras. Se siente como si la diosa estuviera utilizando mis cuerdas vocales para comunicarse conmigo.
—Hay algo dentro de mí que me lo dice. No sé cómo sucede, solo lo siento. Es una fuerza instintiva —respondo, confundida.
—La única manera de que puedas percibir lo que Mórielke desea es portando una parte de su energía.
—Pero yo nunca fui llamada para luchar en su nombre.
—De la misma manera en que mi energía fluye a través de ti para que seas mi guerrera, así debe fluir la energía de Mórielke para que su voluntad sea la tuya. Quizás no recibieras su llamado en Mánesvart, pero sí lo recibiste aquí.
—¿Cómo? ¿Cuándo?
—Eso deberías preguntárselo a ella directamente.
La grieta en donde están los esqueletos se abre aún más. Los huesos caen a través de un hoyo profundo. Desde el interior de este vuelvo a oír que alguien susurra mi nombre. Al fondo de este, a muchos metros de distancia, veo un resplandor rojizo titilante. Un canto tan melodioso como melancólico llega a mis oídos. Al escucharlo, siento que lo reconozco. Algo en mí despierta de golpe y se me escapa un jadeo ruidoso. Mis manos se cubren del mismo halo rojo que he visto en las de Kylian. Es la luz de Evimárite, su madre, pero también es la luz de Mórielke, la diosa de la muerte y de la oscuridad.
—Has llegado, hija mía.
Quien me habla ahora suena muy diferente de Gildestrale. Es una voz que nunca antes había escuchado pero que, aun así, se siente muy familiar. Es Mórielke quien me está llamando. Sin el temor que antes me limitaba, me aviento sin titubear al hoyo que me llevará hasta su presencia.
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