Capitulo 5
Athanasia recostó su cuerpo contra la fría pared que separaba la intensa escena de su padre y ese sujeto.
Tenía tantas ganas de llorar. Todo era una mezcla entre coraje, decepción, terror y tristeza mezcladas. Había tantas emociones desconocidas dentro de si que no sabía cómo reaccionar a lo que había escuchado.
"Si es lo que deseas, lo cumpliré"
¡No, no! ¡Su padre la quería! ¡Jamás haría tal cosa!
Retuvo un sollozo y salió corriendo del lugar.
Llegó hasta su habitación y cerró sin cuidado la puerta, azotandola.
Ni siquiera tomó en cuenta que Félix no estaba en la entrada como normalmente estaría. Lo único que deseaba en ese momento era desahogar el dolor que permanecía latente en su pecho.
Mordió sus delicadas uñas de forma nerviosa, pensó y pensó en alguna solución para intervenir sin que su cuello corriera el riesgo.
¡No quería morir! ¡No quería!
Pensó que el cambio de su padre era sincero. Realmente creyó en el cambio, en el.
— Oye, estás sangrando tus uñas.
Athanasia se sobresalto y giro su cuerpo con rapidez al reconocer la voz. Le dió una mirada penetrante y molesta.
— No estoy de humor para tus bromas. ¡No estoy de humor para nada! — Athanasia apretó sus manos en dolorosos puños que lastimaron su palma. — No puedo creer lo que escuché, no puedo... Es imposible...
Deslizandose hacia el suelo, la princesa comenzó a llorar en silencio, ahogando sus llantos en un intento de no ser escuchada. Lucas quedó desconcertado, nunca había visto a Athanasia actuar de forma tan desesperante. Nunca le había gustado verla llorar, pero siempre que lo hacía era por razones muy... Familiares.
— ¿Acaso te estás viendo? ¿Te estás escuchando? Actúas como si todo estuviera perdido. No lo está, deja de llorar como una bebé. — Lucas hablo sin tacto dejando aún lado de taza de té.
La joven princesa parpadeo sorprendida. Nunca espero que su amigo dijera tales palabras hirientes. Respiro hondo y cerro los ojos contando hasta tres, no debería sorprenderse, era Lucas después de todo. Simplemente trataba de ayudarla a su manera.
— Lucas, mi padre me quiere muerta. Lo escuché.— Athanasia murmuró hipante, dejando ver sus ojos húmedos sobre sus rodillas. — Estaba hablando con ese tipo descarado. Dijo que no le importaba derramar su propia sangre con tal de tenerlo a su lado.
Athanasia mordio sus labios y escondió su cabeza en el hueco de sus rodillas, el joven mago dió un mordisco a la galleta y asintió cuando asimiló lo que dijo.
— Creo que mal interpretaste, dijo SU sangre. No la tuya, vez, hay que saber escuchar para contar después.— Lucas movió su mano restándole importancia.
La calma con la que hablaba le hacía hervir la sangre, sonaba tan desinteresado en sus sentimientos, más de lo normal y eso que apenas había regresado de un viaje realizado hacia días.
Le afectaba por qué era su amigo, el único que tenía para variar.
—Lucas-
— Athanasia, cálmate.— Los ojos del pelinegro brillaron mirando fijamente a la princesa que cerro sus labios completamente ida. — La conversación que escuchaste no fue verdad. Estabas conmigo en la habitación tomando el té y conversando sobre tu patética soledad.— Sentencio dejando que sus ojos dejen de brillar, terminando el hechizo.
Athanasia parpadeo y movió su cabeza mientras soltaba un gemido de dolor. Se sujeto su cabeza asimilando lo que había pasado. Tenía la memoria borrosa, con lentitud levanto su cuerpo, tambaleándose en el proceso.
— ¿Lucas? ¿Qué? ¿Cómo llegué hasta aquí?— tocó sus mejillas sintiendo la humedad en ellas. — ¿Por qué estoy llorando?— murmuró confunsa.
—Tropezaste con la silla y te pegaste con la pared. Deberías fijarte por donde vas.— Respondió el pelinegro con calma al sorber su taza. — Lloraste entre sueños.
Eso sonaba muy incongruente, pero la rubia no hizo ningún comentario por eso. Simplemente se sentó con cuidado, mirando de vez en cuando a su amigo pensativo.
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Eliz se removió en la suave cama con sabanas de seda. Su cuerpo estaba apegado a otro, dándole un calor bastante placentero. Abrió sus ojos y observo en silencio a Claude que dormía tranquilo, sin pesadillas que lo atormentaban.
—Eliz...— Los fuertes brazos del emperador lo apretaron contra el mientras inhalaba su aroma con desespero. — Cásate conmigo.
El hermoso hombre rodó los ojos al escuchar aquello, siempre que pasaba las noches con el se ponía así de empalagoso. El muy idiota hablaba dormido, era tan patético.
— Que fastidioso.— murmuró antes de tomar una de las sábanas y cubrir su cuerpo. La seda contrastaba muy bien con su piel.
Sonó una campanilla y al instante una sirvienta entro haciendo reverencia con la mirada baja.
— Prepara mi baño y ten listo el traje de sedas chinas que pedí. Muevete.— Ordenó al levantarse de la cama, la voz tan fría del hombre hizo temblar a la sirvienta.
Rápidamente acato la orden y comenzó a preparar el baño mientras colocaba a otra de sus compañeras a organizar el precioso saco corte V al frente y atrás, intruncado con decoraciones de diamantes diminutos en las orillas, dejando al descubierta parte de su espalda. Los bordados brillaban en hilos de plata y oro perfectamente colocados. Ni hablar de aquellos pantalones, le hacían marcar sus piernas y trasero de una forma hermosa.
Nada mal, eso había pensado cuando el emperador se lo obsequio al nombrarlo su único amor frente a todos los nobles en un baile organizado por la victoria de una guerra. En aquel entonces simplemente lo acepto por qué le gustaba tener mucha ropa hermosa y de buena calidad, sobretodo sensual. No se había arrepentido, valió la pena soportar lo empalagoso que se volvió después de aquello.
Eliz sumergió su cuerpo en el baño privado del emperador, tenía una hermosa bañaera que cubría gran parte de la habitación. La sirvienta se encargó de lavar su pelo y aplicar masajes en manos, rostro y espalda.
Al salir ya listo y limpio, miro el hermoso conjunto y rió suavemente. El color morado le daba un aire de realeza que si o si tenía, a pesar de no pertenecer como tal a un circulo tan "exclusivo".
Cómo último toque, unos pendientes largos fueron colocados al definir su cabello. Sonrió tomando el abanico del tocador. Estaba más que listo.
—Su señoría, ¿desea desayunar?— la sirvienta señaló la mesilla de la habitación y el nego rápidamente.
Había comida muy deliciosa.
—Diganle al emperador que no me convoque. Estaré fuera de la capital por unos días y si llega a contactarme no vendré hasta que lo considere adecuado.
Eliz sonrió ligeramente mientras recogía sus pertenencias.
Era tiempo de despistar a cierto magito.
(Créditos a quien corresponda)
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