P R Ó L O G O

P R Ó L O G O

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Juro que mi intención no era matarlo aquella noche, pero el muy maldito no me dejó otra opción.

—¿Solo dime cuanto quieres por ella? —repetí por quita vez, intentando parecer contralado, dueño de mí mismo, pero por dentro estaba temblando como el crío de dieciocho años que todavía era.

Él dejó escapar una carcajada que puso a hervir toda mi sangre.

—Que tierno es ver al príncipe de la mafia rogando por una puta. —Su sonrisa era tan vil como su alma.

—Dale las gracias por eso a tu padre, fue él quien me demostró cómo es que una puta puede terminar convirtiéndose en una dama de la mafia, Santino. —Mi comentario estaba lleno de saña, pero me jodía en sobre manera que hablase de la chica de esa forma.

No tenía ni puta idea de que fuese tan inocente como me lo había parecido aquella mañana en Insomnio, pero algo dentro de mí, algo mucho más fuerte que yo, me incitaba a querer protegerla.

A creerle.

Santino, en respuesta, dio un paso violento en mi dirección. Yo me mantuve firme en mi sitio, cruzándome de brazos y esperando que se atreviera a levantarle una mano al primogénito del capo de todos los capos, pero su puño le cayó a un costado antes de que consiguiese rozarme.

—Te crees intocable, ¿no es así? —pronunció con los dientes apretados, y aún bajo la tenue luz de las farolas en aquel mugriento callejón, pude ver como una vena de su cuello se tensaba.

—No me creo. Lo soy, Santino. ¿O no ha sido por eso que te has detenido antes de llegar a tocarme? —Sonreí al captar la forma en la que se le contraía la mandíbula.

Aunque solo lo hice porque era la única forma que tenía de ocultar lo jodidamente aterrado que la situación me tenía. Ya sabía que las cosas podían terminar muy mal si el muy maldito no daba su brazo a torcer. Y muy en el fondo sabía que no estaba listo para eso.

Incluso dudaba que algún día lo estuviese.

Esa era mi vida, pero no la quería. No la quería en lo absoluto. Solo deseaba largarme, lejos... muy lejos. A un lugar donde no pudiese sentir el peso de todo un imperio sobre mis hombros. Uno donde mi sangre no significase nada. Uno donde no fuese a ser el futuro líder de la mafia.

No es que porque aquella situación hubiera sido una mierda de epifanía. Esos solo eran los pensamientos recurrentes que tenía desde los diez malditos años, aunque en los últimos días habían comenzado a volverse más recurrentes.

Desde el mismo instante en el que Matteo había colocado aquella pistola en mi mano por órdenes de mi padre, no había podido pensar en otra cosa que no fuese huir de un destino que por sangre me pertenecía.

Quería huir de la misma forma en la que quería hacerlo ella. La chica por la que estaba a punto de cargármelo absolutamente todo. Lo había visto en sus ojos.

Y en ese punto, estaba seguro de que éramos iguales. Ambos estábamos igual de jodidos.

—Solo dime cuanto quieres por ella y acabemos con esto de una maldita vez, sottocapo —le dije de nuevo, rompiendo el silencio de la noche porque ya no podía soportarlo más—. Después de todo es eso lo que harás, ¿no? Venderla.

Santino sonrió.

—No se trata de dinero, stupido piccolo. Esto es una cosa de palabra. Ya deberías saberlo si pretendes convertirte en el líder de la organización —escupió—. A nuestras subastas acuden las personas más poderosas, ricas e influyentes del maldito mundo. Personas que están esperando ansiosas a la chica inglesa, hermosa y virgen que hemos ofrecido con antelación, por lo que, si no me presento con ella en menos de cuarenta minutos en el maldito Plaza, estaremos en graves problemas, ¿lo entiendes ahora, angelito?

Apreté los labios. Sabía a lo que se refería, pero no estaba dispuesto a ceder. En ese momento ni siquiera entendía por qué.

—Participaré entonces —dije de manera súbita—. La compraré en la subasta.

Santino dejó escapar una carcajada que me supo a penosa diversión.

—Todos los palcos están ocupados ya, angelito. Lo siento. —Me colocó una mano en el hombro y ladeó la cabeza, dedicándome una mirada sombría—. Tendrás que buscarte otra puta.

Le di un empujón para que me soltara.

—¡No te atrevas a tocarme de nuevo! —Comencé a sentir como mi rabia crecía—. He estado intentando mediar contigo, Santino, pero te juro que, si no me das una maldita solución, yo...

—¿Tú qué? —me cortó—. ¿Qué harás? ¿Matarme?

—Hay cosas peores que la muerte —pronuncié sin imaginarme cuan consciente me haría luego de aquellas palabras.

Santino sonrío de medio lado antes acortar de nuevo la distancia que nos separaba.

—Mira, Angelo, no sé qué es eso tan especial que le ves a esa chica —Señaló la puerta desvencijada del edificio donde ya sabía que ella se encontraba—, pero sea lo que sea, no podrás tenerla. Y sí, me complace en sobre manera ser yo quien te lo esté negando —agregó sin molestarse en esconder lo mucho que me despreciaba—, pero no lo estoy haciendo por el simple hecho de que eso me genere placer, lo hago porque así es como son las cosas en este mundo. Mi querido underboss me llamó hace unos días para ofrecerme una chica virgen, yo se la compré, y ahora ella me pertenece, fin de la historia.

—Consigue un palco para mí, Santino —le dije, importándome una mierda todas sus palabras.

—Están todos cubiertos —repitió—. Y créeme, ninguno de los ocupantes estará contento si la puta no aparece. Están dispuestos a pagar mucho por ella. Ni te imaginas cuánto.

Apreté los dientes.

—Consigue un palco para mí. Es una orden.

—¿Una orden? —Sonrió, arqueando una ceja—. Tú aun no tienes el poder para darme órdenes, Angelo Lombardi.

—Pero mi padre sí que lo tiene.

Santino se cruzó de brazos.

—Vale. Llámalo —dijo—. Llama al boss para que sea él quien me dé la orden de dejarte participar en la subasta. Vamos, hazlo. —Mi mandíbula se contrajo y una nueva sonrisa surcó sus en comisuras—. Giovanni no tiene idea de que estás aquí, ¿no es así? No tiene idea de lo obsesionado que estás con esa pequeña puta.

—¡Evelyn no es ninguna puta! —le grité comenzando a perder los papeles.

Sus cejas se levantaron en respuesta.

—Evelyn —repitió como si lo saboreara, esbozando una sonrisa que deseé borrarle de un maldito puñetazo—. ¿Cómo es que estás tan seguro de que no lo es, angelito?

—¿Cómo es que puedes estarlo tú de que sí? —repliqué. Santino negó con la cabeza, sin dejar de sonreír.

—Esto es divertido, ¿sabes? —Se frotó las manos como si estuviera intentando entrar en calor. Yo ni siquiera lo necesitaba ya—. Verte perder los estribos por una chica a quien no conoces en realidad, me refiero.

—¿De qué mierda estás hablando? —Mi mandíbula se apretó. Él fingió no notarlo.

—Muy divertido, la verdad —repitió con un asentimiento—. Lástima que ya no tenga tiempo para seguir disfrutando del espectáculo. Una subasta me espera, angelito. —Santino se dio media vuelta para dirigirse a sus hombres—. Traigan a la puta, es hora de irnos.

Mis puños se cerraron con fuerza cuando vi a los soldados atravesar la puerta desvencijada del edificio para salir con ella unos segundos después, arrastrándola por un brazo cada uno.

Evelyn estaba más pálida y delgada de como la recordaba. Casi parecía estar hecha de papel pese al vestido negro con el que la habían vestido y la pintura roja que le habían colocado en los labios.

Odié llevase los ojos vendados, porque en ese punto, sentía que ya no había nada que yo pudiese hacer. Sabía que mi padre no me apoyaría. Y también sabía que no había forma de que Santino me la entregase de buena voluntad.

Sin embargo, en ese momento solo pude pensar en sus ojos, y en lo mucho que me habría gustado verlos una última vez.

La puerta trasera de la camioneta que estaba estacionada a nuestro lado se abrió. La vi removerse mientras la dirigían hacia el interior. La escuché balbucear cosas inentendibles. Sentí que el pecho se me comprimía de impotencia.

—Maldita sea, Santino. Debe haber algo que pueda darte —dije dando un paso hacia ella sin poder contenerme. Él estiró un brazo contra mi pecho para detenerme, pero ni siquiera eso consiguió que dejase de mirarla—. Solo dime que quieres, por favor.

Me odié a mí mismo por el tono suplicante que había adquirido mi voz. Y lo odié a él por estar regocijándose en ello.

Santino separó los labios, pero fue la voz de ella la que se adueñó de la noche.

—Angelo... —dijo, y todavía no tengo idea de cómo fue posible que con una sola palabra consiguiese que se me detuviera el corazón—. Angelo, ¿eres tú?

—Evelyn, yo...

—Métanla al auto —ordenó Santino antes de que yo pudiese terminar la frase. Los soldados obedecieron pese a que ella se estuviera removiendo mientras repetía mi nombre una y otra vez. Como en una melodía.

Hasta hace poco, estaba seguro de que ese había sido el momento más angustiante de toda mi vida.

Santino bajó su brazo un segundo después de que se cerrara la compuerta de la camioneta con ella dentro.

—Puede que ahora no lo parezca, pero te estoy haciendo un favor, créeme. —Le di un empujón con tanta fuerza que sus soldados se pusieron en alerta, pero Santino les hizo una seña para que retrocedieran—. No pasa nada, colegas. Es solo un niñato haciendo una pataleta.

—Eres un maldito bastardo —siseé, sintiendo que los gritos amortiguados de Evelyn desde el interior del vehículo comenzaban a hacer mella en todos los principios que mi padre llevaba años inculcándome.

En todas esas decisiones acertadas que se suponía que alguien en mi posición debía tomar.

Porque en ese punto..., mientras ese maldito se alejaba de mí con una sonrisa en la cara para subirse en la camioneta en la que Evelyn White no paraba de gritar mi nombre, yo supe que iba a cometer el mejor error de mi puta vida.

Saqué mi pistola justo después que los soldados de los Demoni dall'inferno se dieran la vuelta, y por primera vez en mis dieciocho años, dejé escapar una bala con la intención de matar.

Me sorprendí de la precisión con la que la bala atravesó la cabeza del primer tipo. Pero no tuve tiempo vanagloriarme por todos los frutos que habían dado mis clases de tiros. Tenía que aprovechar la ventaja que me había proporcionado el silenciador y dispararle al segundo de inmediato.

Una vez que este chochó contra el suelo húmedo de hormigón, formando un charco de sangre a su alrededor, corrí hacia la camioneta y abrí la puerta del piloto. Santino estaba en el asiento contiguo, y cuando entendió lo que pretendía hacer, intentó sacar su arma.

Lo detuve dándole un tiro en la mano.

—¡Piccolo bastardo! —gritó, apretándose la herida con su otra mano. El líquido carmesí ya comenzaba a bañarlo todo—. ¿Estás idiota? ¿Acaso intentas desatar una maldita guerra?

—Traté de hacer esto por las buenas, Santino —le dije, notando por primera vez lo mucho que me estaban temblando las manos—. Solo tenías que ponerle un precio. Pero tú lo preferiste así. Fue tu decisión. Solo tenías que dármela.

Él hizo una mueca de desprecio, dando una rápida mirada a la parte trasera del coche, donde ella se encontraba aun sollozando.

—Si me matas ahora, puedo jurarte una cosa: esa puta va a ser el maldito karma que tendrás que pagar. —Sus ojos negros destellaron con rabia en medio de la oscuridad.

—¿Sabes qué? Eso no se oye tan mal como intentas hacérmelo creer. —De alguna manera conseguí que no me temblara la voz mientras afirmaba el agarre en mi pistola, apuntándolo—. ¿Hay algo que quieras decir antes de morir?

Su mirada se oscureció.

—Algún día te arrepentirás de esta decisión, Angelo Lombardi —dijo, y esa fue la última frase que pronunciaron sus labios antes de que cuatro tiros impactaran en su cabeza, haciéndola caer contra el tablero del auto en un golpe seco.

Joder.

¿Qué mierda acababa de hacer? ¿Qué clase de caos acaba de desatar? Era imposible que pudiese saberlo para ese momento. Yo solo era... un puto crio.

Uno que no pudo evitar echarse a llorar después de ensuciarse las manos por primera vez. Uno que sentía que no estaba hecho para ese mundo. Uno que no podía pensar en otra cosa que no fuese huir.

Y fue eso último lo único que me obligó a reaccionar. A recordar donde me encontraba. Y pensar en todo lo que pasaría si alguien atravesaba en ese momento la puerta del edificio.

Guardé de nuevo la pistola en su lugar y me apresuré a rodear la camioneta. Evelyn seguía gimiendo y removiéndose cuando abrí la compuerta.

—Oye, tranquila. Soy yo —le dije para calmarla mientras la ayudaba a salir—. Está bien, todo está bien, Evelyn. Estás a salvo. —Le quité la venda de los ojos.

A ella le costó un par de segundo acostumbrarse a la tenue iluminación del callejón. A mí no me costó absolutamente nada caer en el pozo oscuro de su mirada.

—Angelo... —Mi nombre salió de sus labios en una exhalación de puro alivio—. Viniste... ¿viniste por mí?

No supe que contestarle. Lo había hecho. Pero tomando en cuenta que solo la había visto una vez en toda mi maldita vida, sonaba vergonzoso verbalizar todo lo que había hecho para llegar hasta ella.

Todos los límites que había cruzado.

—Yo solo... estaba cerca de aquí —dije—. Ha sido una coincidencia haberte encontrado.

Me maldije internamente por sentirme así de nervioso y estúpido. Había estado con miles de chicas antes. Chicas incluso más hermosas que Evelyn White. Pero había algo en ella... algo capaz de romper todas mis malditas defensas sin siquiera intentarlo.

—La mejor de las coincidencias. —Sus manos consiguieron llegar hasta mis mejillas. Eran las manos más suaves que me había tocado jamás—. Gracias.

Su sonrisa fue dulce, casi inocente. Pero sus ojos seguían estando tristes. Una tristeza que me moría por borrar. Cerré los míos, intentando concentrarme nuevamente en la situación que nos rodeaba.

—Tenemos que largarnos de aquí —le dije, señalando con la mirada los cadáveres de los soldados.

Ella siguió la dirección de mis ojos, pero no hubo ningún tipo de reacción en todo su semblante. Supuse que no le afectaba el hecho de que estuviesen muertas algunas de las personas que estaban intentando conducirla a un infierno.

Sin embargo, me intrigó el hecho de que no mostrase ninguna emoción. Cualquier otra chica habría al menos cerrado los ojos. Pero ella no lo hizo, como si toda esa sangre fuese algo que ya estaba acostumbrada a mirar.

No quise ni imaginarme lo que había tenido que pasar en aquel lugar donde Santino la había tenido encerrada.

Era increíble que yo hubiese estado dieciocho años viviendo en el submundo, y en realidad fuese tan ajeno a todas las atrocidades que ocurrían dentro de él.

Casi como si hubiese estado viviendo todo ese tiempo en un universo paralelo y en ese momento se hubiese reventado la burbuja que me envolvía.

—¿A dónde iremos? —inquirió ella volviéndose de nuevo hacia mí.

Mis ojos estudiaron el lugar, sopesando mis opciones. Había una cámara de seguridad justo encima de la puerta del edificio, lo que significaba que, aunque nos largáramos en ese mismo momento, tarde o temprano los Demoni dall'inferno se enterarían que había sido yo el asesino su underboss.

Ya no había vuelta atrás. Si no me mataban ellos, seguro que mi propio padre lo haría. O al menos era eso lo que yo creía en ese entonces.

Y puesto de esa manera, solo me quedaba una opción.

—Ven. —Tomé a Evelyn de la mano y la saqué del callejón en dirección a mi auto, que esperaba del otro lado de la calle.

La ayudé a subir y cerré la puerta mientras ella se colocaba el cinturón de seguridad. Mientras rodeaba el auto saqué mi teléfono móvil y llamé a la única persona con la que sabía que podía contar.

Cugino —pronunció Matt con un entusiasmo que estoy seguro se debía a las copas que había estado tomando—. Llevo toda la noche esperándote para esa competencia de tequilas que me debes, ¿dónde estás metido? Mira que...

—Matteo, escúchame —lo corté al tiempo que me subía en el auto—. Necesito tu ayuda.

¿Qué sucede? —Su tono pasó de la diversión a la preocupación en una fracción de segundos.

Porque así de bien me conocía. Así de bien creía conocerlo yo.

—Acabo de matar a Santino —dije sin demasiada ceremonia.

El silencio que le siguió a mi confesión solo era la prueba de lo mucho que le estaba costando procesarlo.

¿Qué hiciste qué?

—Maté a Santino Rinaldi —repetí mientras ponía en marcha el motor—. Y ahora mismo necesito largarme a un lugar seguro, Matteo. ¿Puedes o no ayudarme con esto?

Dannazione, Angelo —farfulló mi primo junto a una fila larga de improperios—. Estás con ella, ¿verdad?

La miré. Estaba muy quieta, perdida en sus propios pensamientos.

—Sí —respondí. No tenía caso negárselo.

Joder. —Lo escuché suspirar—. ¿Qué necesitas?

—El jet. Tengo que salir de aquí sin que mi padre se entere. Solo será por un día o dos.

Maldita sea, Angelo, eres consciente de que acabas de desatar una guerra.

—Lo sé. Solo necesito ponerla a ella a salvo, luego volveré para hacerme responsable de toda esta mierda.

No —dijo—. Tú no estás preparado para nada de esto. Solo eres un...

—¿Un niño? —Solté una carcajada amarga—. Dejé de serlo diez minutos atrás, Matteo.

Haberle quitado la vida a un hombre te convierte en uno, Angelo. Son las decisiones que tomas las que lo hacen —me dijo con una seriedad aplastante. Separé los labios, pero él se me adelantó—: No te preocupes, yo me haré cargo de todo este caos.

—¿A qué te refieres?

—A que me haré cargo —repitió con impaciencia—. Te largarás con esa chica y solo regresarás cuando yo considere que es seguro.

—No necesito que me protejas, Matteo —siseé, sintiéndome repentinamente enfadado.

Que odiara mi vida no significaba que fuera tan cobarde para no responsabilizarme de ella.

Tú no, pero yo sí. Y no hay discusión en esto, Angelo. Es una orden —zanjó, y en ese momento supe que llevarle la contraria no serviría de nada. Matteo era la única persona con la que podía contar, y también sabía que era la única que haría cualquier cosa para protegerme. Incluso pasar por encima de la autoridad de padre. Era mi hermano. Mi maldito hermano—. Te veo en veinte minutos en la pista de vuelo. Me aseguraré de que no haya nadie para entonces.

Y así lo hizo.

Cuando llegamos a la pista privada de mi familia ya Matteo nos estaba esperando junto al jet privado con un par de maletas a cada lado. De inmediato supuse que se trataba de una de esas provisiones que nuestro estilo de vida nos obligaba a mantener resguardadas en cada maldito rincón para casos de emergencia.

Para huidas como aquella.

Evelyn no había pronunciado palabra en todo el trayecto, pero antes de bajar de auto, me detuvo por el brazo.

—No soy una puta —dijo de pronto, con sus ojos oscuros fijos en los míos—. Lo sabes, ¿verdad?

Sonreí. En medio de toda la mierda, su comentario me hizo sonreír.

—Lo sé —dije colocándole un mechón de cabello castaño detrás de la oreja—. Eres una dama.

Ella pareció agradecida por que hubiera recordado las palabras que habían salido de su boca en Insomnio.

—¿Quién eres tú?

—Sabes quién soy.

—Solo sé tu nombre, ángel.

—Es Angelo —repliqué.

—Lo sé. —Me acarició el rostro con una mano temblorosa—. Pero esta noche has aparecido como un ángel para salvarme.

—Ya te dije que ha sido una coincidencia, Evelyn.

—¿Quieres que te diga un secreto, Angelo? —Ella sonrío, una sonrisa hermosa y astuta.

—Adelante. —Ladeé la cabeza, imitando su gesto.

—Un mentiroso siempre sabe reconocer a otro —dijo antes de darse media vuelta para bajar del auto.

Pero eso también era una mentira.

Ojalá lo hubiera sabido antes de subirme al avión esa noche.

Antes de enamorarme como un enfermo de ella.

Quizás así, pisar de nuevo este lugar, no estaría resultando tan malditamente insoportable.


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Hola, pecadoras.

¿Qué tal esta introducción?

Besitos ♥


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