C A P Í T U L O 9. «NON DESIDERERAI LA MOGLIE DI TUO FRATELLO»
NON DESIDERERAI LA MOGLIE DI TUO FRATELLO
__________________
—No sé cómo es que sigues soportando a ese imbécil, Abigail —pronuncio en un resoplido de pura obstinación.
—¿Porque es mi marido, quizás? —me responde ella con ironía al otro lado de la línea.
Pongo los ojos en blanco mientras avanzo entre las casas adoquinadas de Willow St con una mano enguantada pegada a mi oreja sosteniendo mi móvil y la otra en el bolsillo de mi gabardina para protegerme del frío nocturno y otoñal que ha arribado en Nueva York.
—Existe algo que puede solucionar ese problema, le llaman divorcio —le devuelvo en el mismo tono, apurando el paso para llegar lo más pronto posible a la estación de la calle Clark, que gracias al cielo solo se encuentra a cuatro manzanas de mi piso en Cramberry St.
—Vamos, Angie. Ningún hombre es perfecto.
Suspiro, odiando tener esta conversación de nuevo con ella. Me hace sentirme como una perra cruel, pero al mismo tiempo estoy segura de que nadie más que yo sería capaz de decirle sin ningún tipo de filtros que el hombre con el que se casó tres meses atrás es un perfecto mentiroso.
Todas esas salidas a mitad de la noche. Esos días enteros sin aparecer. Esas llamadas misteriosas. No es necesario ser demasiado inteligente para deducir que se trae algo, y que ese algo lleva el nombre de una mujer.
—Abby, por Dios. Que no sea perfecto no significa que debas soportar sus imperfecciones, no si eso te hace infeliz —le hago ver.
—Angelina —dice, y sé que ya está perdiendo la paciencia porque acaba de llamarme por mi nombre completo—. Soy feliz con él. Y lo amo. Eso es lo único que importa.
—El amor no siempre es suficiente, Abigail —pronuncio sin pensarlo siquiera, como si esa frase fuera una verdad universal que no puede contradecirse jamás.
La escucho resoplar del otro lado.
—Lo siento, pero que tú te conformes con la «no relación» que mantienes con Noah desde hace... no sé, ¿dos años? —«Año y medio» corrijo en mi mente, pero no hago nada por aclarárselo— no significa que al resto de la humanidad le venga bien lo mismo. Yo no le tengo miedo al compromiso. A mí me gusta estar casada, dormir todas las noches a su lado.
—Todas las noches en las que él no duerme por ahí, quien sabe dónde —resoplo—. Sabes qué, olvídalo. Tu matrimonio no es mi jodido problema, lo sé. Pero lo único que quiero es evitar...
—Que yo sufra, lo sé —completa ella, suavizando la voz—. Pero ese es un trabajo que solo me compete a mí. No puedes andar por la vida intentando salvar a todo el mundo, Angelina.
«Está muy claro que no puedo» Salta una voz en mi cabeza, recordándome que no fui capaz de salvar a mi propia hermana. Mi otra mitad.
—Abby... —comienzo, pero ella me vuelve a interrumpir:
—Te adoro, y lo sabes. Pero yo no puedo ver malicia en cada rincón como lo haces tú, Angie. Yo todavía tengo fe en las personas. Y tengo fe en el hombre con el que me casé.
«¿Aunque solo llevaras poco más de un mes de conocerle cuando lo hiciste?»
Le cuestiono en mi mente, pero me lo trago. Ya no deseo dañarla más.
—Vale —pronuncio con una exhalación, dejando que el vaho de mi aliento se materialice frente a mis ojos. Tengo tanto frío que, a pesar de llevar guantes, medias y abrigo, se me cuela por todos los huesos.
La escucho suspirar a través del auricular.
—Sé que no eres capaz de entenderme, Angie —dice finalmente—. Pero si tu pudieras ver lo que yo veo cuando lo miro a los ojos. Si pudieras sentir lo que yo siento. Comprenderías por qué sigo confiando en él. Sé que me ama y que no me está engañando. No sé cómo explicarlo, simplemente es algo que puedo intuir y ya. Así que deja de preocuparte por mí. Voy a estar bien.
Sacudo la cabeza, aunque ella no pueda verme. No hay manera de explicarle que no preocuparme por ella es algo imposible.
Llegué a Nueva York intentando rescatar a Evelyn de ese mundo de mierda en el que había terminado metida, y luego de que me rechazara, la única persona a la que me pude aferrar, la única que me hizo sentir bienvenida en una ciudad que era totalmente desconocida para mí, fue Abigail.
Fue ella quien me dio los medios para estar en donde estoy ahora. Para ser lo que soy. Y desde entonces se ha convertido como en una hermana para mí. No como la que se quitó la vida unas semanas atrás, porque esa era una completa desconocida para mí. Abigail fue más bien como la hermana que había perdido después de cumplir los dieciocho años, cuando...
—No confío en él —digo para evitar que mi mente siga navegando por esos mares que solo me conducen a la maldita tormenta de mi pasado—. Pero confío en ti. Y si tú dices que estás bien a su lado, te creo. Solo hazme un favor.
—Lo que sea —pronuncia, y aunque no esté frente a mí, puedo ver una sonrisa pequeña surcando su rostro colmado de pecas.
—Prométeme que nunca intentarás ocultarme nada. Sea lo que sea que te esté pasando, yo voy a estar ahí para ti.
Ella se ríe y el sonido atraviesa la línea como si realmente estuviera a mi lado.
—No es necesario que lo haga, yo siempre te diré la verdad. Pero si eso va a conseguir que te quedes tranquila, entonces vale, te lo prometo. ¿Feliz?
—Extremadamente feliz —miento con una sonrisa, al tiempo que un taxista hace sonar su corneta en la intercepción de Willow St con Clark St, precisamente en donde tengo que cruzar para tomar el tren de las ocho si no quiero esperar otros veinte valiosos minutos hasta que arribe el siguiente.
Y entonces, al girar a la izquierda, consigo captar por el rabillo del ojo una silueta oscura caminando detrás de mí. Me vuelvo para ver de quien se trata, pero no veo más que una calle adoquinada, húmeda y revestida con las hojas caobas y rojizas que se desprenden de los árboles a causa de un invierno que se hace más próximo con cada día de noviembre que vamos dejando atrás.
—¿Qué estás haciendo en la calle, Angelina? Me habías dicho que no pensabas salir hoy. Es tu día de descanso, ¿no? —inquiere mi amiga, distrayéndome de lo que creí haber visto detrás.
—Sí, esa era mi idea —le respondo sacudiendo la cabeza—. Pero me salió un nuevo plan y ahora voy de camino a la estación del metro.
—¿Vas a encontrarte con Noah? —Hago una mueca ante el tono sugerente de su voz.
—Así es —respondo sin especificar que nuestro encuentro no será tan excitante en esta ocasión.
—¿Y se puede saber en dónde es la cita? —pronuncia con una nota cómplice y curiosa, que me hace poner los ojos en blanco.
—En una galería de arte en Long Island City, Abby —mi respuesta ocasiona un chillido de su parte—. Joder, vas a reventarme un tímpano, loca.
—Ay, deja de quejarte como una vieja, por Dios. ¿Tienes idea de lo que esa cita puede significar?
«Problemas. Eso es lo único que puede significar»
—No, no la tengo —le miento, porque odio tener que romper con sus ilusiones vez tras vez.
—Pues yo sí. ¡Y significa que quizás Noah al fin te propondrá que formalicen su «no relación»! —exclama.
Y mientras ella vomita arcoíris yo sigo avanzando por la calle Clark, divisando a lo lejos la entrada del metro bajo el hotel St. George.
—¿Y quién te ha dicho que yo estoy interesada en formalizar, Abigail? —inquiero, esquivando a una pareja que viene frente a mí rodando un coche azul cobalto con un hermoso bebé en su interior.
Uno que va envuelto con un gorro de orejitas y tantas mantas que apenas se le logran distinguir los cachetes gorditos y sonrojados por el frío. Como los de Nick.
Un nudo se me forma en el estómago al recordar lo cerca que estoy de volver a verlo. Horas. Tan solo horas.
Escucho a Abby resoplando del otro lado.
—No sé por qué insistes en engañarme y en engañarte a ti misma, Angelina. Tú lo quieres y él te quiere a ti. Pese a ser tu «no» novio, no te he visto salir con nadie desde que estás con él. Eso tiene que significar algo.
—Que no me hayas visto, no significa que no lo haya hecho. He salido con otros, Abigail. Con muchos otros —le miento porque ya me cansé de explicarle las cláusulas de mi relación con Noah—. Y estoy segura de que él también lo hace —agrego, sintiendo una inexplicable amargura en la boca del estómago de solo imaginármelo tocando a alguna otra mujer de la forma en la que me toca a mí. Siempre ansioso y desesperado por arrancarme la ropa.
Y es precisamente por eso que intento no pensar nunca en esas posibilidades. No tengo ningún tipo de derechos y él está en su total libertad de estar con quien le plazca. No somos exclusivos, y si yo no estoy con nadie más en simplemente porque no me apetece. Porque no me siento cómoda entregándole mi cuerpo a cualquiera.
No porque no pueda hacerlo.
Además, el sexo con Noah es más de lo que podría pedir. Y cuando alcanzas un nivel como el que él y yo mantenemos, comienzas a dudar de que alguien vaya a ser capaz de superarlo.
Así que lo mejor para mí ahora mismo es evitar decepciones sexuales. No hay nada peor que hacerlo con un extraño y que el encuentro no cumpla ni con la más baja de tus expectativas.
Lo digo por experiencia.
—Patrañas —refunfuña mi amiga—. Los he visto juntos. He visto cómo te mira. Ya lo hemos hablado. Noah García te ama, Angelina. Y por eso mismo dudo que pueda existir alguien más en su vida —agrega con tanta seguridad que los latidos rápidos y asustadizos de mi corazón me avisan que ya es momento de cortar la llamada.
Odio sentirme así de vulnerable. Lo odio.
—Vale. Tengo que dejarte, Abigail.
Ella deja escapar una corta e irónica carcajada.
—Muy bien, me cortas porque no te gusta escuchar la verdad, pero tanto que me la exiges a mí, eh.
—No es por eso —le miento—. Te dejo porque ya estoy llegando al St. George, y ya sabes que en eso de andar en metro sigo siendo un completo desastre. No me quiero equivocar como la otra vez.
—Vale —pronuncia alargando la primera vocal—. Que disfrutes mucho con el sexy agente de la ley que tienes como «no» novio, por ahora.
Gruño bajito por pura exasperación.
—Sí, sí. Te quiero. Adiós. —Cuelgo y me guardo el teléfono justo antes de alcanzar una de las puertas de cristal en la entrada del metro y empujarla para abrirme paso al interior.
Mientras avanzo por el desolado pasillo colindado por algunas tiendas que ya se encuentran cerradas, comienzo a buscar la MetroCard en el interior de la pequeña cartera que llevo cruzada en el pecho y consigo escuchar una de las puertas abriéndose de nuevo detrás de mí.
Me vuelvo por simple instinto curioso y veo a una pareja de adolescentes entrando tomados de la mano y riendo de forma tan escandalosa que sus voces terminan haciendo eco por todo el lugar, pero los dejo atrás, apresurándome al recordar que el tiempo es oro justo ahora.
Hago sonar los tacones de mis botines contra las baldosas mientras desciendo por las escaleras después de haber introducido mi tarjeta por la máquina de pago que corresponde a la línea que me llevará hasta Court Square Station en Queens. Lo suficientemente cerca del East River para ir andando hasta una galería abandonada de Long Island City que debo visitar.
Acá abajo las luces son amarillentas y están tan opacas que cerca estoy de poner una queja para que hagan cambiar las bombillas. Este lugar siempre me ha producido terror, sobre todo en las noches. Y las pocas personas que están esperando sus trenes, se encuentran esparcidas entre las demás paradas. A excepción de un hombre que está recostado en uno de los pilares verdes y metálicos que sujetan la estructura a cada lado del largo pasillo, justo al lado de donde me encuentro yo.
Es alto y de una contextura atlética que se marca bajo el abrigo negro de capucha que le cubre la cara. Y aunque parezca que no existe más mundo para él que el que se esconde dentro de la pantalla de su celular, de cierta forma me hace sentir tan acompañada como se es capaz de estar al lado de un perfecto desconocido a unos treinta metros bajo tierra.
Es por eso que no me gusta usar el metro a estas horas, lo considero demasiado peligroso. Pero dada la urgencia de la situación, ha sido esta la forma más rápida para hacer el viaje. En mi coche, con todo el tráfico que hay de Brooklyn y Queens, me demoraría el doble o quizás más en llegar a mi destino.
Me saco el móvil de nuevo del bolsillo y compruebo que falta solo un minuto para que llegue mi tren, mientras tanto aprovecho para avisar con un mensaje que ya me encuentro en la estación y que sabrán de mí cuando llegue al lugar.
No me sorprende en lo absoluto que su respuesta llegue tan rápida como lo hace el mi tren, desplegando sus puertas con un sonido metálico frente a mí: «El tiempo corre, Angelina»
Leo antes de bloquear el equipo, guardarlo de nuevo en el bolsillo de mi gabardina y disponerme a entrar en la cabina.
El interior del vagón está casi tan desolado como lo está la estación. A excepción de una mujer que sostiene entre sus manos las páginas abiertas del The New York Times y un anciano de rasgos asiáticos que se encuentra dormido con la cara pegada a las barandillas.
Tomo asiento a un costado de la puerta de acceso y enseguida veo una mancha negra pasando a mi lado. Es el chico de antes. Lo descubro cuando pasa frente a mí y camina hasta sentarse dos asientos más allá, justo al lado de las puertas que conectan con el vagón contiguo.
Sus largos y pálidos dedos se meten en el bolsito de su sudadera para sacar unos auriculares que se coloca en los oídos justo cuando las puertas se vuelven a cerrar y el tren se pone en marcha. Su rostro sigue estando oculto bajo la capucha, pero alcanzo a ver una facción de su nariz perfilada sobresaliendo de esta y... nada más.
Por alguna razón ese chico consigue que los vellos se me pongan de punta, y tras una pequeña sacudida decido que es momento dejar de mirarlo, y en su lugar, me dedico a sacarme la bufanda.
Aquí dentro no hace tanto fría como en la calle, y quedándome por delante más de media hora de recorrido, me pongo a mirar noticias en mi celular.
Para mi suerte no encuentro nada relevante, pero sé que eso no será por mucho tiempo. Esto es una puta carrera. Y mientras más nos acercamos a mi destino, una parada tras otra de estación en estación, más ansiosa me voy poniendo.
Pienso en llamar a Noah, pero desisto. No creo que me vaya a contestar. Y si dentro de poco lo tendré frente a mí, ¿qué sentido tiene molestarlo?
Pero entonces, mientras recorro la corta lista de mis contactos, me encuentro con uno que no ha sido agregado por mí, y todo el cuerpo automáticamente me entra en calor.
«Mi número está grabado en tu agenda. Pero te ahorro la tarea de intentar rastrearme. No me encontrarás.»
Pero pese a su ridícula advertencia, lo intenté. Intenté dar con su ubicación con algo de ayuda. Sin embargo, descubrí que el muy maldito no habla por hablar.
—Te creía más lista, Angelina White. Solo estás perdiendo el tiempo al llamarme —me dijo el muy cabrón cuándo le marque desde una línea segura para comprobar, convencido de que se trataba de mí incluso antes de que yo separara los labios para mandarlo a la mierda—. Cuida esa lengua, ragazza. Esas no son palabras para una dama —agregó antes de cortarme.
Y de pronto, toda la rabia que había conseguido mermar durante la semana, comienza a hacer ebullición con tan solo ver su nombre brillando en la pantalla de mi celular.
«Angelo Gabriele Lombardi»
Apago la pantalla presa del asco, justo antes de que el tren se detenga y los altavoces anuncian que esta es mi parada: Court Square Station. Queens, NY 11101.
Para cuando bajo del vagón también lo hacen al menos una docena de personas que fueron subiendo durante el trayecto, pero estoy tan concentrada en llegar a la galería que no me fijo demasiado en la gente que voy dejando atrás mientras enrollo de nuevo la bufando sobre mi cuello y abandono la estación, comenzando a recorrer las calles de Long Island City que están llenas de lo que antes habían sido bodegas industriales y cuyas edificaciones hoy en día se ciernen sobre mi cabeza, altas e imponentes, trasformadas en galerías de arte moderno, bares, restaurantes y loft residenciales demasiado grandes, iluminados y acogedores para tratarse de viejas edificaciones.
Sin embargo, lo encantador de esta zona aledaña al East River, son las espectaculares vistas nocturnas de Manhattan, pero al mismo tiempo, las viejas bodegas abandonas que van quedando a las orillas del río, se prestan para toda clase de actividad delictiva. Unos cuantos adolescentes fumando y enrollándose bajo la oscuridad de las destartalas paredes, como las más comunes e inocentes. Secuestros, asesinatos y tráfico de drogas, como las más grave.
Y aunque eso es bastante esporádico, no deja de hacerme sentir insegura caminar por sus calles, sobre todo ahora que no he parado de mirar a mis espaldas sintiendo el peso de una mirada sobre mis hombros.
Sin embargo, dadas las circunstancias y con todo el despliegue de efectivos que hay en la zona, no creo que nadie se atreva a atacarme, por muy solo que se encuentre el parque Murray Playground mientras lo atravieso pasando como una exhalación entre los árboles rojizos y amarillentos que resplandecen bajo la luz de la luna.
Sigo el mismo ritmo hasta que finalmente logro llegar al lugar de los hechos, donde me encuentro con un equipo completo del FBI, otro del cuerpo de criminalística, y un escuadrón de la policía resguardando la escena rodeada de autos, camionetas y ambulancias con las luces giratorias encendidas.
Saco mi carnet del interior de mi bolso y me lo paso por encima del cuello antes de acercarme a uno de los oficiales encargados de contener a las personas que bordean la zona con teléfonos en mano, intentando grabar y fotografiar la escena.
—Angelina White, reportera del The New York Times —le informo al hombre, mostrando mi identificación—. Tengo permiso concedido por el estado para cubrir la noticia.
Él me mira primero a mí y luego se fija en mi carnet con meticulosidad. Como todo buen policía.
—Adelante —concede entonces, levantando la cinta para mí.
Me agacho, pasando de debajo de esta, y mientras mis tacones se escuchan chocando sobre las losas del camino a la entrada de la galería, aprovecho para avisarle a mi jefe que acabo de llegar.
Mi trabajo es verificar la noticia y enviar evidencia. El equipo de turno se encarga de colgarla en internet a una velocidad asombrosa desde el interior de las oficinas. Mi nombre jamás es mencionado. Y esa es mi parte favorita de trabajar para un periódico como este. El anonimato es una elección.
No demoro nada ubicando a Noah con su traje de combate cubierto por una chaqueta negra con las iniciales del cuerpo para el que trabaja estampadas en un amarillo reluciente por encima de su espalda: FBI.
Frente a él, en una pared que anteriormente debió haber sido blanca, pero que ahora se ve gris por el polvo y la suciedad, se encuentra una frase escrita en letras tan rojas como la sangre: «Non desidererai la moglie di tuo fratello»
Y por lo que pone, es muy probable que, en efecto, esté escrita con ella, después de todo, sangre es lo que más abunda por todo el lugar. En los cuadros viejos y roídos que cuelgan sobre las paredes, en la escultura moderna y abstracta hecha de metal incrustada en medio del salón y en el piso de mármol donde reposa un cuerpo que reconozco como el de una mujer.
Sus piernas desnudas y dobladas en una posición antinatural y su cabello rubio cubierto de un líquido carmesí me lo confirman.
—No desearás a la mujer de tu hermano —pronuncio la traducción de la frase que está escrita sobre la pared cuando me detengo a su lado.
Noah suspira y me mira de reojo antes de darle una orden a otro agente de menor rango que el suyo.
—Eso es todo por ahora, Carter. Ve. —El joven asiente antes de darse media vuelta y comenzar a hablar por su radio—. Ya te habías tardado en llegar, ángel —dice girándose hacia mí con una media sonrisa que en condiciones normales consigue que me lance a sus brazos y me prenda de sus labios.
Pero por el contrario...
—No me llames así, ya te lo he dicho —le devuelvo en un siseo.
—Lo siento. Quise decir señorita White —se corrige, aguándose el impulso de poner los ojos en blanco.
Yo no contengo el mío.
—No seas idiota, Noah, y ponme al día con todo esto —le pido, dejando el formalismo de lado.
Nadie nos está escuchando de cualquier forma.
—La policía recibió una llamada anónima sobre el cuerpo encontrado sin vida de una mujer. Pero solo fue hasta que supieron de quien se trataba que nos llamaron. —Él suspira, rascándose la barba mientras el azul de sus ojos se queda fija sobre la escena, donde justo entonces comienzan a proceder con el levantamiento del cuerpo. El desastre que queda en el piso solo es la muestra de la brutalidad con la que la mujer fue asesinada—. Te imaginarás el revuelvo que se formó cuando supimos que se trataba de la esposa de Fabrizzio Conti. Corina. Encontrada con claros signos de tortura y mutilación. Dejada aquí tirado para que muriera desangrándose lentamente, completamente sola.
Trago saliva de solo imaginarme todo lo que esa chica tuvo que haber pasado.
—¿Crees que... se trata de la guerra entre clanes de la que me hablaste el otro día? —Lo veo negar con la cabeza.
—No exactamente. Esto es algo mucho más... familiar.
—¿Por qué lo dices? —le pregunto.
—Las dejaron tiradas por todo el estudio. —Su respuesta está en una colección de fotografías que él se saca del interior de la chaqueta.
Todas ellas mostrando a la misma mujer que acabo de ver lánguida sobre el suelo de mármol, sin un atisbo de vida. Pero en esas fotos se le ve demasiado viva y excitada, enredada en los brazos de otro hombre. Uno que sigue estando desaparecido y que casualmente comparte la sangre de los Conti.
Francesco, el hermano menor de su esposo. Lo reconozco al instante.
Y entonces, como si mi cerebro comenzara a conectar un montón de cables dentro de mi cabeza, una conversación que se suponía que no debí haber escuchado viene de nuevo hasta mí, adquiriendo todo el significado del que antes carecía.
«—El imbécil no parece querer tanto a su cuñadita después de todo.
—¿Qué quiere que hagamos, jefe?
—Que la mole le corte cada maldito dedo de su mano derecha. La mano entera si es necesario Y déjale claro que, si en veinticuatro horas no obtengo lo que quiero, su hermano va a recibir el sobre que le prometí en la puerta de su casa. No tengo tiempo para seguir jugando con ese pedazo de mierda.»
Por supuesto. Angelo Gabriele Lombardi es tan capaz de conseguir que un hombre le quite la vida a su mujer, de la misma forma que fue capaz de hacer que mi hermana se quitara la suya por él.
—Angie, ¿estás bien? —me pregunta Noah con un tono que me advierte el mal aspecto que debo estar teniendo ahora mismo.
—Sí, sí, estoy bien. —Le sonrío en contra de mi voluntad.
—¿Segura? Te pusiste muy pálida.
—Es toda esa sangre que me ha descompuesto un poco el estómago. Pero estoy bien. Y ahora tengo que... que salir para llamar al periódico. Ya vuelvo. —Me doy media vuelta para abandonar el lugar sintiendo que me estoy quedando sin aire, pero Noah me retiene tomándome del brazo.
—Oye, si quieres, puedes esperarme. No hay mucho más que hacer aquí por ahora, y yo... podría quedarme contigo esta noche. Si quieres. —Sus ojos azules brillan bajo la luz blanquecina de la lámpara que cuelga en lo alto, sujetada a una viga de metal.
—Noah, me encantaría. De verdad. Pero mañana yo... tengo que salir muy temprano a la oficina. —Se me comprime el corazón por tener que mentir. Nunca he tenido que hacerlo, no con él. No antes de involucrarme en la vida mi sobrino—. Necesito descansar esta noche, pero si quieres, puedes venir a mi piso mañana en la noche, ¿vale?
Él asiente, ocultando la decepción.
—Déjame al menos que te lleve a tu piso, es tarde y no me sentiría seguro sabiendo que te has ido sola por ahí. —Este es mi turno de asentir.
—Vale. Te espero afuera —le digo, controlando las ganas que me dan de acercarme para besarle los labios si con eso consigo redimir al menos una cuarta parte de mi desplante.
Pero no puedo, no con toda esta gente a nuestro alrededor. No cuando una mujer ha sido asesinada de forma sádica y brutal.
No cuando sé quién ha sido el responsable de todo.
Me doy media vuelta y salgo de la galería controlando las náuseas, y cuando estoy lo suficientemente alejada de todo el revuelo que ocasionan las autoridades intentando contener a la gente y a los reporteros que van llegando en busca de obtener toda la información que yo ya poseo, me coloco el teléfono sobre la oreja y fijando los ojos en las luces del Queensboro Bridge que conecta a Queens con una luminosa Manhattan reflejada en las aguas oscuras del río, le relato todos los terribles hechos a mi jefe.
Guardándome esa parte de la información que es solo mía. Y que, de alguna manera, pienso utilizar para destruirlo.
__________________
Hola, pecadoras.
Leo sus reacciones aquí.
Besitos ♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top