C A P Í T U L O 8. «MI FAI IMPAZZIRE, EVELYN»
Música: Never Tear Us Apart / INXS
MI FAI IMPAZZIRE, EVELYN
_______________________
El «clic» que emite la cerradura al abrirse consigue que me ponga alerta al instante. Hundo la mano bajo la almohada y sujeto entre mis dedos la 9mm que duerme conmigo todas las noches.
Una ráfaga de aire frío proveniente del pasillo se cuela en el interior de la habitación cuando la puerta se abre, pero esta no demora nada en volverse a cerrar con suavidad. Tal como se encuentra mis ojos.
No despego los parpados ni siquiera al escuchar sus pasos sigilosos acercándose a mi cama. Cierro el puño con fuerza alrededor del mango de la pistola, preparado para sacarla en el momento indicado. Aunque mi respiración no demuestre en absoluto lo predispuesto que estoy.
He aprendido a conservar la calma frente a cualquier tipo de amenaza. Dejé de sentir miedo hace muchos años atrás.
O al menos no lo siento por esta clase de mierdas.
No cuando se trata de la gente que anhela ver mi cabeza en una bandeja de plata. No pienso darles el gusto de verme desestabilizado. Nunca lo he hecho, después de todo.
Puedo sentir el peso de su mirada recayendo sobre mi rostro, puedo oír el compás de su respiración pausada a tan solo dos metros de distancia. Sea quien sea, sé que está ahí de pie, formando una sombra en el lado vacío de mi colchón.
Pero cuando estoy a punto de sacar mi pistola para matarlo, me detengo, percibiendo lo único en este mundo que puede ser capaz de darle baja a todas mis defensas: su aroma.
Reconocería ese perfume hasta después de la muerte.
Y de pronto siento como si todo dejara de tener sentido, pero al mismo tiempo adquiera todo el sentido de este mundo. Como si todo volviera estar en su lugar después de una semana completa de agonía.
Aflojo el agarre alrededor de la pistola, abro los ojos y poco a poco comienzo incorporarme sobre el colchón, ansioso y al mismo tiempo temeroso por descubrir si la persona que está frente a mí es...
—¿Evelyn...? —inquiero en un susurro, intentando enfocar su rostro en medio de una oscuridad corrompida únicamente por la luz de la luna colándose por las cortinas.
—¿Ya te he dicho antes lo mucho que me encanta verte dormir? —me pregunta ella con expresión suspicaz.
—Muchísimas veces, amore... —Sonrío sin poder evitarlo.
Mi mujer corresponde a mi gesto. Ávida y tierna. Todo a la vez. Como solo ella puede llegar a ser.
—Discúlpame por haberte despertado, cariño.
Su cuerpo, cubierto únicamente por una bata de seda blanca bajo el albornoz negro desamarrado, se mueve con elegancia rodeando la cama para detenerse a mi lado.
—Sabes que nunca puedo dormir bien si tú no estás a mi lado, nena. —Me froto la cara, dejando escapar un bostezo.
—Lo sé. —Ella hace una mueca con los labios que despierta en mí unas ganas casi salvajes de mordisqueárselos—. Pero es que Nick... Por Dios, hoy parecía dispuesto a quedarse despierto toda la noche. —Su exagerado suspiro me hace reír.
—Ven acá, principessa. —Le tiendo la mano, y cuando ella la toma, siento una calidez recorriendo todo mi cuerpo. Como si hubiera pasado demasiado tiempo bajo la nieve y de pronto encendieran una hoguera frente a mí. Me deshago de las sábanas que me cubren y tiro de ella hasta hacerla caer sobre mi cuerpo.
—¡Angelo! —se queja entre sorprendida y divertida, mirándome a través de la profundidad de sus ojos negros. Pero las bolsas oscuras que tiene formadas bajo ellos no me gustan para nada.
—Te ves muy cansada. —Acaricio su rostro en medio de la cortina que su cabello crea a nuestro alrededor.
—Eso es porque lo estoy, amor. Atender a un bebé de tres meses está resultando un poco agotador.
—¿Y...?
—¿Y qué...? —Arruga la nariz.
—¿Y no piensas agregar la parte en la que yo nunca estoy para ayudarte a atenderlo?
Evelyn se deja caer a mi lado, acomodándose de costado para mirarme.
—No tengo por qué hacerlo, conozco de sobra todo el trabajo que llevas a cuestas. Y ahora que yo estoy tan poco disponible ayudarte... —Encoje los hombros, acariciando mi pecho tatuado con la punta de sus uñas sin esmalte.
«A ella nunca le ha gustado llevarlas pintadas.»
—Sí, las cosas se han estado jodiendo más de lo que me gustaría aceptar. Filippo no hace más que tocarme las pelotas, Evelyn. Sin sumar que hemos tenido retratos con la mercancía de los rusos. —Niego con la cabeza—. Todo esto es...
—Agotar. Lo sé —completa ella con una pequeña sonrisa—. Por eso quiero que te quedes tranquilo, amor. Yo puedo sola con Nick.
—Y no lo dudo ni por un segundo. En serio. —Me inclino para besarle la frente—. Aun así, yo... quisiera estar ahí para ti.
—Tú siempre estás ahí para mí. Tú eres mi ángel. Mi salvador. Tú lo eres todo, Angelo Lombardi.
Le sonrío, aunque esta vez no sea una sonrisa tan agradable. Más bien agría, igual que lo siguiente que sale de mi boca:
—Sabes que no soy tan bueno, Evelyn. No lo suficientemente bueno.
—Y yo nunca he querido que lo seas, ángel. —Ella se acerca a mí para rozarme los labios con los suyos antes de agregar—: De quien yo me enamoré fue del chico malo, ¿lo recuerdas?
Sonrío sobre su boca.
—Sí, y fuiste lo suficientemente masoquista para casarte con él, Evelyn White. Eso no habla muy bien de tu sentido común.
—¿Sentido común? —Ella hace una mueca, bajando por mi pecho hasta conseguir el bulto duro y erecto que se forma bajo mi bóxer cada que mi esposa me toca—. ¿Cómo podía no haberlo perdido teniendo esto en medio de mis piernas, amore?
—Mi fai impazzire, Evelyn —murmuro entre dientes cuando su agarre comienza a convertirse en un estimulante masaje.
—Esa es mi intención, cariño. Llevarte a la locura. Siempre. —Sus labios sobre los míos ahogan mis palabras, pero son mis manos las que le responden arrancándole el albornoz y subiéndome sobre ella para besarle el cuello, respirando su olor antes de comenzar a bajar.
Ella cierra los ojos y suspira cuando libero uno de sus senos por encima de la fina seda con la que está hecha su bata. Respiro sobre su pico rosado y erecto antes de meterlo a mi boca para llenarlo de caricias con la punta de mi lengua, haciéndola retorcerse de placer bajo mi cuerpo.
Sus manos de inmediato comienzan a tirar de mi cabello. Sus labios dejan escapar una serie de jadeos ahogados que me la ponen más dura a cada maldito segundo.
Me incorporo un momento para ayudarla a deshacerse de la bata de forma apresurada, dejando que su cuerpo quede cubierto apenas por una tanga minúscula y traslúcida que pone a palpitar mi erección con ansiedad.
Le toco por encima de la tela que ya ha sido traspasada por toda su humedad y me llevo los dedos a los labios para probar su sabor.
—Me encanta como sabes, nena —pronuncio antes de romper el trozo de tela blanca sin necesidad de ejercer demasiada fuerza.
Ella gime, y me cuesta identificar si es de rabia o excitación.
—Per carità, Angelo. Has acabado con casi toda mi ropa interior.
Le regalo una sonrisa cargada de intenciones.
—Esa es la idea, amore. Me facilita el trabajo el que no lleves absolutamente nada. —Me agacho entre sus piernas y dejo que mi lengua comience a navegar por el río salado y viscoso que está corriendo en medio de sus paredes, separándolas hasta llegar a sus profundidades.
Puedo sentir como se arquea, presa del placer. Gimiendo, recitando mi nombre, pidiéndome más. Siempre más.
Y mientras mi boca se encarga de comerse su punto más sensible de forma lenta y tortuosa, un par de mis dedos se dejan colar en el interior de su canal estrecho y lo suficientemente apretado para que mi miembro se tense cada que se mete a explorar en su interior.
—Oh, Dios —suelta ella en un gemido que me hace sonreír mientras entro y salgo con mayor rapidez—. Así, sí...
Su pelvis de alza. Sus puños se cierran en mi cabello. Sus piernas se cierran alrededor de mi cuello. Y entonces, cuando sé que ya está a punto de estallar, me detengo...
—Todavía no, nena. Espera —le pido pasando mi lengua alrededor de mis labios con deleite. Ella resopla, frustrada, pero a mí me gusta tanto torturarla, verla suplicar, que no lo puedo evitar.
—Por favor... —pronuncia en un susurro deseoso—. Lo necesito ya.
Me saco el bóxer con un rápido movimiento, liberando una erección grande, gruesa y que exuda necesidad a través del líquido traslúcido y viscoso que aparece en la punta hinchada y brillante, haciéndola a tragar saliva.
Pero antes de arremeter contra ella, me tomo mi tiempo admirándola desde mi posición.
Me fijo en sus ojos dilatados, en sus senos grandes e hinchados por la lactancia, subiendo y bajando con rapidez por su respiración agitada, su abdomen plano con algunas líneas blanquecidas apenas visibles como la prueba de que su vientre hasta hace poco estuvo lleno con algo que es solo de los dos, y finalmente en sus piernas abiertas, esperándome.
Deseándome igual que aquella primera vez en esa cabaña ubicada en medio de la nada. Donde solo éramos nosotros dos. Dónde el peligro que había afuera no era capaz de afectarnos.
—¿Estás segura de esto, Evelyn? —le había preguntado yo.
—Esta es la primera cosa de la que estoy realmente segura en toda mi vida.
—Sabes quién soy, sabes en quien me convertiré. No soy bueno... en lo absoluto —agregué, más nervioso de lo que había estado jamás en dieciocho malditos años
—Lo eres, ángel. Lo eres para mí. Solo para mí —dijo, acariciándome la mejilla con una sonrisa que me dio el valor suficiente para, finalmente, hundirme dentro de ella.
Igual que lo estoy haciendo ahora, nueve años después. Y se sigue sintiendo tan bien como la primera vez. La sigo sintiendo tan mía como siempre.
Ella sigue siendo la dama de la mafia. Mi dama.
Y ese pensamiento solo consigue calentarme más, provocando que deje atrás la lentitud de las primeras embestidas y comience a arremeter con mayor fuerza y velocidad.
Evelyn gime y se arquea bajo mi cuerpo, tomándome por los hombros y atrayéndome a ella para besarme. Enreda una mano en mi cabello mientras que con la otra se aferra a mi hombro.
—Joder, amore... —pronuncio sintiendo como mi erección se tensa más y más en su interior—. Te amo tanto.
—No más de lo que yo te amo a ti —me devuelve, y su voz ronca, combinada con el suspiro que deja salir al recibir una nueva embestida, consiguen llevarme tan al límite que, sin ser capaz de contenerme más, le pido...
—Córrete, nena. Córrete conmigo.
Ella deja colar una mano entre los dos y comienza a estimularse mientras yo entro y salgo una y otra vez. Sin darle tregua. Sin descansar. No hasta que la escucho gemir en mi oído, presa de un orgasmo que desencadena el mío propio.
Sus dedos tiran con más fuerza de mi cabello. Sus piernas se aprietan a mi alrededor. Nuestros cuerpos se tensan. Y entonces, me dejo ir por completo. Hasta que ya no queda nada dentro de mí que no le haya dado. Hasta que la última gota es derramada en su interior y toda la presión desaparece, abriéndole paso a una serie de cosquillas placenteras que después de un rato comienzan a hacerla reír.
—Basta, amor. —Me sujeta con los brazos para que me deje de mover.
—¿Por qué, amore? Si es que podríamos seguir así toda la noche. Todavía la tengo durísima.
—Lo sé. —Me sonríe, mordiéndose el labio inferior—. Pero necesito dormir un poco antes de que Nick se despierte hambriento de nuevo.
Echo la cabeza hacia atrás.
—Vale —digo intentando no estirar demasiado la primera sílaba cual niño malcriado.
Sin embargo, Evelyn me conoce tan bien que cuando vuelvo a ella, me está esperando con una sonrisa divertida.
—Angelo Lombardi, el jefe de todos los jefes, haciendo pataletas, ¿quién podría imaginárselo? —Los ojos le brillan, aún dilatados.
—Nadie podría porque para hacerlo, tendrían que saber lo que se siente estar dentro de ti, y eso, regina, no va a pasar jamás. Tú eres mía, solo mía.
—Jodido posesivo. —Sacude la cabeza antes de estirar una mano para acariciarme la cara con ternura.
El anillo de oro que rodea su dedo anular envía una corriente fría por todo mi cuerpo. Es el mismo que yo le coloqué frente al altar después de recitar nuestros votos.
Giro la cabeza para besarla justo en medio de su palma, pero entonces me fijo en algo en lo que no había reparado antes, y en contra de toda mi voluntad me incorporo, saliendo de su interior y tomándola de la muñeca para estudiar las marcas que tiene a su alrededor.
El corazón se me acelera de forma violenta y repentina.
—¿Qué es esto, Evelyn? ¿Te hice daño? —inquiero, intentando recordar si durante el sexo llegué a tomarla con brutalidad de las muñecas, algo que justifique la forma de los dedos cerrándose en su antebrazo con un color morado resaltando sobre su piel blanca. En mi mente no aparece nada—. Evelyn, responde. —Mi voz sale con más fuerza esta vez.
Ella se incorpora, retirando su brazo con un movimiento rápido y violento antes de cubrirse las marcas con la otra mano.
—Angelo, tú... ¿no lo recuerdas? —Me mira con ojos consternados.
—¿Haberte agarrado por los brazos hace un momento? No, joder. Nada más mira cómo tienes el brazo. —Lo señalo. Las marcas se ven con claridad incluso bajo la luz de la luna.
Ella niega, echándose el cabello castaño para atrás, y solo entonces consigo fijarme en la marca rojiza que tiene alrededor de su cuello, como si alguien la hubiera estado asfixiando. Una sensación similar a la que estoy experimentando ahora.
—Nena, tu cuello... —pronuncio en un murmuro, gateando sobre el colchón para acercarme, pero ella retrocede—. ¿Quién te ha hecho eso, Evelyn? Contéstame.
Siento que algo se aprieta en el interior de mi pecho, y una bola de fuego comienza a construirse en mi interior, presa de la ira. Mi esposa se limita a apretar los labios, sus ojos empañándose con la venida de las lágrimas.
—Ángel... —la voz le sale en un hilo—, todo esto me lo has hecho tú —dice, y de pronto no solo tiene cardenales en el antebrazo y el cuello, sino que aparecen más de ellos por todas partes.
En su abdomen, sus piernas, el pecho, y la cara. Su pómulo derecho tiene uno enorme, su labio partido tiene sangre seca en un costado, y su ojo izquierdo se ve tan negro que está casi irreconocible.
Por instinto me echo hacia atrás.
—No —pronuncia en voz baja pero rotunda—. No, Evelyn. Yo no te hecho nada de eso. Yo nunca sería capaz de dañarte. No a ti.
Ella recoge las piernas contra su pecho, abrazándoselas antes de recostar su mejilla sobre las rodillas y mirarme.
—Sí lo eres —dice bajito—. Eres capaz. Eres capaz de esto y de mucho más.
Una lágrima se escapa de sus ojos, deslizándose por su pierna, brillando como si estuviera hecha de diamantes. Sus parpados se cierran un segundo después, y yo, sintiendo que me tiembla todo el maldito cuerpo, intento acercarme a ella de nuevo.
—Amore. —Mi mano se alza, pero me cuesta encontrar un lugar que no esté lastimado para posarla. Termino colándola sobre su cabeza, apartando un mechón de cabello que está cubriendo su rostro mallugado por los golpes—. Amore, ¿por qué dices todas esas cosas? Yo no te lastimaría, sabes que yo no soy así.
Por un momento no se escucha más que su respiración entrecortada por las lágrimas silenciosas que no dejan de salir por sus ojos cerrados, eso hasta que finalmente decide levantar la cara y mirarme.
Pero esta vez, cuando lo hace, sus ojos no son del negro al que yo estoy acostumbrado. Ahora son de un color azul tormenta. Y me miran con tanta ira que no puedo evitar echarme para atrás.
—Por supuesto que eres así, Angelo —dice, e incluso su tono de voz se escucha ligeramente más ronco, confirmándome que quien está frente a mí no es mi mujer.
—Angelina —su nombre me sale entre dientes—. ¿Qué mierda estás haciendo tú aquí?
Siento como si de pronto estuvieran trayendo de vuela a una maldita realidad de la que estaba huyendo con desesperación.
—¿Todavía no lo tienes claro, angelito? —Sonríe, extendiendo los brazos moreteados para que se los ve—. Mi hermana se mató por culpa de tus maltratos y yo he venido para hacerte pagar por eso.
La ira se apodera de todo mi cuerpo
—Yo no le hice nada —gruño, tomándola por el cuello hasta estrellar su cabeza contra el cabezal de la cama—. Jamás hubiera sido capaz de hacerle esto a mi mujer. A la madre de mi hijo. Nunca.
El rostro de Angelina se vuelve más rojo a cada segundo por la falta de aire, pero sus ojos no dejan de mirarme con ese maldito desprecio que por alguna razón se me mete en las venas como un peligroso veneno.
—No... te creo —dice forma entrecortada, obligándome a soltarla con un movimiento demasiado brusco. Comienza a toser—. Eres una maldita bestia, Angelo Lombardi. Un asesino.
La miro con una sonrisa cargada de ironía. Ella sigue contra la cabecera, acariciándose el cuello con una mano.
—Por supuesto que soy un asesino. Pero no el de ella.
—¿Y cómo estás tan seguro? ¿De dónde han salido todos estos golpes? —inquiere, apretando los dientes—. Dime, Angelo, ¡¿de dónde?!
—¡No lo sé, maldita sea! No lo sé. —Tiro de mi cabello.
Ella deja escapar una risita demasiado agria para mi gusto.
—Claro. Tú eres de los que tira la piedra y esconde la mano, no podría haber esperado menos de un maldito mafioso. —Se inclina hacia adelante, retadora—. Mataste a mi hermana, maldito bastardo.
—¡Ella se suicidó, Angelina! ¡Pero alguien la obligó a hacerlo, ese es el verdadero asesino!
—Ese alguien eres tú, imbécil —dice, acercándose más. Yo estoy comenzando a sentirme mareado—. Tú eres el único culpable. Tú la mataste, pero no pienso dejar que hagas lo mismo con mi sobrino, que te quede claro.
—Con Nicholas no te metas, porque juro que no vivirás para contarlo —la amenazo, tirando de sus hombros hasta hacerla caer sobre el colchón—. Mi hijo es solo mío. De nadie más.
«Ya no»
—Tú no te lo mereces. Es demasiado bueno para ti, igual que lo era ella —gruñe, removiéndose debajo de mi cuerpo—. Tú no et mereces absolutamente nada bueno. Y por eso me lo voy a llevar. Me voy a llevar a Nick lejos de ti —asegura, y solo escuchar esas palabras me obligan a meter la mano por debajo de la almohada, sacar la pistola, quitarle el seguro y apuntar con ella directo en su cabeza.
—No lo harás —digo, pegando el cañón en su sien.
Ella sonríe, desafiante.
—Mátame. Anda, hazlo —sisea.
—Cuidado con lo pides, Angelina, porque tus deseos pueden hacerse realidad en menos de un maldito segundo —le digo, sintiendo como el pecho me sube y me baja con rapidez.
Esta jodida mujer es tan capaz de alterar mi calma tanto o más de lo que lo hacía su hermana, pero por motivos muy diferentes.
—Yo lo único que deseo es lo mejor para mi sobrino, y eso claramente no se encuentra a tu lado. Así que anda, mátame de una maldita vez. Porque esa es la única forma que podrás detenerme, Angelo. Lo única.
—¿Entonces esto es todo o nada, Angelina?
—Solo uno de nosotros puede ganar, cuñado. —Sus ojos azules brillando bajo la luz de la luna son capaces de atravesarme, pero lo que realmente me sorprende es ver como de pronto todos los moretones han desaparecida de su cuerpo, y su piel vuelve a ser tan blanca y pálida como la primera vez que la vi.
Sus labios, de un rojo vivo que nada tiene que ver con la sangre y todo con la lujuriosa sensualidad que desprende su cuerpo desnudo contra el mío.
—No tiene por qué ser así, Angelina. Solo tienes que seguir las reglas. Mis reglas. Y vivirás.
Ella niega con una sonrisa ávida.
—Yo no sigo las reglas de ningún asesino —dice con fiereza, y con un movimiento brusco y estudiando consigue hacernos girar sobre la cama para quedar encima de mí.
La pistola se resbala de mis manos y sin darme cuenta, es ella quien ahora la porta, apuntando directo a mi corazón.
—¿Me vas a matar? —Le sonrío, sin saber por qué razón lo estoy haciendo de verdad. Quizá sea por esa idea idiota y fugaz que se cruza por mi mente al creer que, si mi vida acaba ahora, de alguna manera podría al fin reunirme con la mujer con la que me casé en lugar de estar bajo el cuerpo de su copia barata—. No lo pienses y solo hazlo, maldita cobarde.
Coloco mi mano sobre el arma y la obligo a enterrarla en mi carne.
—¿Cobarde? —repite ella, desconcertada—. No tienes una idea...
—Sí que la tengo, Angelina White —la corto—. Sé que te falta valor. Siempre ha sido así. —Ella niega con la cabeza.
—¿De qué mierda estás hablando?
—Tú lo sabes tan bien como yo. No te hagas la tonta. Evelyn me lo contó todo. —Traga saliva, cerrando los ojos por una fracción de segundos que aun así me consigue joder—. Ten el valor de hacer lo que tienes que hacer por una maldita vez. Si soy tan malo como dices, si quieres proteger a tu sobrino, solo mátame. A menos que sigas siendo la misma rata cobarde de siempre —la reto.
—¡Cállate, maldición! ¡Cállate, Angelo!
—Mátame. ¡Haz lo correcto! ¡Mátame, mátame! —grito, consiguiendo que sus ojos se inunden de lágrimas—. Mátame, Angelina —digo por última vez.
Ella cierra con fuerza los ojos, y los míos la imitan un segundo después de escuchar la detonación de la bala atravesando mi corazón.
Lo siguiente que siento es mi cuerpo irguiéndose sobre colchón hasta que quedarme sentado, con el cuerpo empapado de sudor enredado entre las sábanas, mi pecho subiendo y bajando de forma acelerada y mis mejillas mojadas por unas lágrimas que han decidido salir sin mi maldito permiso.
Miro a mi alrededor descubriendo que la luna sigue brillando en el exterior y que el otro lado de mi cama sigue estando vacío, cosa que por un momento me hace desear que esta maldita pesadilla hubiera sido tan real como se sintió.
Eso hasta que el rostro de Nicholas aparece como un destello en mi mente y todo deseo de morir desaparece al instante.
Me fijo en el reloj de la mesita de noche marcando las cinco de la mañana y decido que es hora de levantarme y prepararme para bajar a la cueva.
Son demasiadas las cosas que están juego, y demasiadas las cartas que yo tengo para jugar.
Por suerte para mí, este es mi maldito turno de lanzar.
________________________
Palabras italianas y significados:
Mi fai impazzire: me vuelves loco.
Per carità: Por la caridad. (Interpretación alternativa: por Dios, o por todos los cielos)
_________________________
Hola, pecadoras.
¿Qué tal les va pareciendo la historia hasta ahora? Las leo.
Besitos ♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top