C A P Í T U L O 5. «DELLA MORTE»

DELLA MORTE

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Entierro las uñas en la piel de su espalda, aferrándome a la sensación que me produce toda su dureza entrando y saliendo de mi interior. Feroz. Intensa. Durísima.

—Oh, joder —gruñe sobre mi oído, embistiéndome otra vez.

Mis ojos, cerrados por el placer, no se resisten a la búsqueda de los suyos, abriéndose. Porque necesito admirar el brillo lujurioso que han adquirido gracias a mí. Necesito mirarlos y comprobar por mí misma, una vez más, todo el deseo que soy capaz de despertar.

—Más, cariño. Vamos, más duro —le pido en un gemido, muy cerca de sus labios, asomando la punta de mi lengua para recorrerlos. Así, húmedos, hinchados y provocativos debido a la presión que ejercen mis dientes en medio de nuestros besos. Él cierra los ojos y mis órdenes no demoran en ser obedecidas por él, llenándome más—. Sí, Dios, así....

Mis gritos solo consiguen excitarlo, aumentando la velocidad de sus estocadas, haciéndome gemir, suspirar y sentir una concentración de energía casi mágica en lo bajo de mi vientre. Una que se vuelve más y más grande. Tan grande como la masculinidad que me la está provocando.

—¿Así es como te gusta? —Una nueva estocada dura y eficaz me hace jadear de puro deleite—. Necesito que me lo digas esta vez, Angie. ¿Te gusta? —Sus ojos no se separan de los míos.

Me muerdo los labios, incapaz de darle lo que me pide. Lo que necesita. Porque aquí, en medio de las sábanas, la que siempre hace las preguntas soy yo.

—¿Te gusta a ti? —Levanto las caderas en busca de esa posición en la que no queda un solo centímetro de su polla que no se termine deslizando dentro de mí.

Su gruñido me responde incluso antes que lo hagan sus palabras:

—Me gustas tú —emite apoderándose de mis labios con fiereza antes de abrazarme por la espalda y alzarse conmigo acuesta.

Su espalda termina pegándose contra el respaldo curveado de la cama y mi cuerpo sobre el suyo, abierta de piernas, dispuesta.

Me aferro con fuerza a sus hombros mientras las venas de su miembro recorren mis paredes con cada movimiento ascendente y descendente, haciendo que me contraiga para sentirlo mucho más.

Estoy tan mojada.

El chico me sonríe, perverso, juguetón, tomándome por las nalgas y comenzando a controlar la velocidad de las penetraciones. Primero lentas, y luego rapidísimas, de esas que convierten nuestras pieles en perlas brillantes.

Como sus ojos, que ahora mismos resplandecen cual piedras de zafiros.

—¿Algún día me dirás lo mucho que te gusta cuando te follo? —pregunta con los dientes apretados antes de levantar las caderas al tiempo que me empuja hacia abajo, contra su polla, haciéndome gritar—. ¿Algún día, nena...?

Aprieto los labios, conduciendo una mano a mi centro para comenzar a tocarme. No aguanto más. Quiero llegar antes de terminar alimentando su ego con una absoluta y completa verdad: me encanta follar con Noah García.

Es un maldito Dios en la cama. Es mucho más de lo que incluso soy capaz de admitir conmigo misma.

—Deja que sea mi cuerpo... el que te de la respuesta, chico sexy —murmuro, sonriendo entre jadeos, enredando una mano en su cabello mientras la otra se sincroniza ahí abajo con las embestidas que me da.

Mis dedos se mueven de forma acelerada, casi violenta sobre el punto de máximo placer que posee mi cuerpo. Echo la cabeza hacia atrás, tirando de su cabello con fuerza, confundiendo sus gruñidos con los míos.

Y entonces, tras varias acometidas tan rápidas y eclipsan tés que no soy capaz de contar, me dejo ir, junto a él.

—Oh, sí —emite apretando mi carne mientras va disminuyendo la velocidad hasta que no quedan más que las cosquillas posteriores en mi vientre, como el recordatorio de lo bien que se ha sentido esto. Noah me mira. Una sonrisa desvergonzada apareciendo en su rostro—. Joder, ángel...

«Es Angelo»

Esa voz, reproduciéndose de pronto en mi cabeza, me obliga a cerrar los ojos, asqueada.

—No vuelvas a llamarme así —le pido, mirándolo esta vez.

—¿Por qué? Nunca antes te había molestado, nena. —Acaricia mi cintura con la punta de los dedos. El contacto me hace estremecer.

—Pues ahora sí que lo hace. —Me separo de él, dejando que su polla todavía erecta choque contra la piel dura de su abdomen—. Solo... llámame como quieras, menos así, ¿vale?

—¿Cómo yo quiera? —Asiento, viendo cómo me sonríe, malicioso—. Muy bien, gatita.

Arrugo la frente.

—¿Gatita? ¿en serio? —Él encoje los hombros y se pone de pie, dándose vuelta para quitarse el preservativo, hacerle un nudo y tirarlo en la pequeña papelera junto a la mesita de noche.

—¿Qué? ¿Te gusta más leoncita? —Pongo los ojos en blanco.

—A veces eres idiota, en serio. —Noah se gira, y dándome una mirada de cazador, se arrodille sobre el colchón y comience a arrastrarse hacia mí.

—A ver, conejita, no me digas que ahora prefieres ser la presa.

—¿Conejita? —repito, echándome a reír cuando se tira sobre mí y comienza cosquillarme el cuello con su barba.

—¿Ah, tampoco te gusta conejita? —inquiere, subiendo para besarme los labios, lento... muy lento, lo suficiente para hacerme suspirar hasta que se separa y me brinda una mirada divertida—. ¿Zorrita, entonces?

—Ay, cállate. —Le aparto la cara con una mano, sin poder ocultar mi sonrisa.

—Vale, vale. Voy a dejarlo en mamacita y fin de la historia —zanja, pronunciando ese apelativo en español—. ¿Qué dices?

Siento como mi cuerpo comienza a calentarme otra vez.

—No lo sé. —Hago que me lo pienso—. Creo que necesitaré escucharlo de nuevo mientras estás dentro de mí para poder aprobarlo. —Noah levanta las cejas, debatiéndose entre la sorpresa y las ganas.

Esta última obtiene la victoria. Me lo confirma su miembro, tensándose sobre mi muslo, obediente.

—Tus deseos son ordenes, mamacita.

Se toma mis labios con una sonriendo. Y durante los minutos siguientes, de nuevo nos convertimos en uno.

☠☠☠

—Ya me tengo que ir, cariño. —Noah se inclina para besar me cabello antes de ponerse de pie.

Después de hacerlo por segunda vez, nos quedamos profundamente dormidos, y para cuando despertamos, ya había oscurecido. Sin embargo, en medio de una ducha que compartimos, tuvimos tiempo para repetir una tercera, contra los azulejos, con la humedad del agua confundiéndose con la mía.

Luego, cansados y hambrientos, pedimos una pizza a domicilio y la devoramos sobre la pequeña encimera de mi cocina.

—¿Mucho trabajo esta noche? —le pregunto, dándole un bocado al último triángulo de masa jugosa y rebosada de queso que tengo entre las manos.

Noah se encoje de hombros mientras toma su placa del mesón y la engancha en su cinturón.

—El hijo menor de Filippo Conti está desaparecido. Lo seguimos buscando. —Me da una mirada irónicamente divertida mientras coge también su pistola y se la guarda en la funda del arnés que lleva sujeto alrededor de la pierna—. Quizás hallemos su cuerpo esta noche.

—¿Ya lo están dando por muerto? —Levanto las cejas.

—Es un secreto a voces que lo de Pandemónium ha desatado una nueva guerra entre los clanes, Angelina. El problema para nosotros está en que los Conti saben esconder muy bien sus trapos sucios tras su tapadera, y sus enemigos siguen siendo un fantasma para nosotros. —Asiento, tragando saliva—. Que conste que esta no es una declaración oficial. Así que te ruego que seas discreta esta vez —agrega, acercándose a mi banqueta para tomarme por la barbilla y besarme. Al finalizar la deliciosa tarea, me mira—. Lo de esta tarde estuvo... buenísimo.

—Bueno está usted, agente García. —Muerdo mi labio en una sonrisa pícara.

Noah se echa a reír con ese tono ronco que me pone las piernas a temblar.

Sin embargo, lo que he dicho es de todo menos un chiste. El maldito está como le da la jodida gana y posee una belleza que va más allá de rasgos perfectos. Al contrario, son esas pequeñas imperfecciones, esa nariz ligeramente torcida, esa pequeña cicatriz bajo la barbilla, y esa barba un tanto dispareja, lo que hacen de él un hombre de treinta y un años extremadamente atrayente y sensual.

Un sexy justiciero.

—Te llamo por la mañana, ¿vale?

—Aún no he recuperado mi teléfono. —Hago una mueca al recordarlo—. Pero mañana voy de nuevo a casa de Abby —le miento—. Te escribo cuando lo tenga en mis manos.

—¿En dónde tienes la cabeza últimamente, Angelina?

—En tu polla. Eso es lo único en lo que puedo pesar. A todas horas. Cada día. —Le guiño un ojo, divertida.

Noah niega con una sonrisa antes de acercarse para besar mis labios, y de último, mi frente. Ese gesto tan íntimo siempre consigue estremecerme. Pero durante todo el tiempo que llevamos juntos, no he conseguido que deje de hacerlo.

No somos novios. Pero tampoco somos amigos con derechos. No somos exclusivos. Pero tampoco salimos con nadie más.

Al menos no en mi caso.

Sin embargo, decidimos no ponerle etiquetas a esto, ni tampoco mucho corazón.

Simplemente somos, y ya. Somos lo que tengamos que ser siempre y cuanto los dos estemos bien siéndolo.

El sexo y la compañía es buena cuando estamos juntos. Pero nuestros propios trabajos nos mantienen tan ocupados que no nos queda tiempo para dedicarnos una llamada de buenos días. Y eso está bien, porque eso no funciona para nosotros.

Por el momento.

Nueva York es la ciudad que nunca duerme y los neoyorquinos, quienes nos desvelamos con ella.

—Vale, escríbeme cuando lo recuperes. Y por amor a Dios, trata de no perder nada más. —Aprieta mi nariz—. Mira que, si sigues así, un día de estos terminarás perdiéndote a ti misma.

Da un paso hacia atrás.

—Está bien. Pero vete ya, ¿quieres? Que cuando te veo con el uniforme puesto me pongo tan caliente que me dan ganas de arrancártelo con los dientes. —La sonrisa que se le forma en los labios consigue que un par de hoyuelos aparezcan.

Esos malditos hoyuelos que literalmente me vuelven loca.

—¿Así, a lo salvaje? —Noah se cruza de brazos. Yo asiento, dándole una mirada de la cabeza a los pies. Alto, fornido, rudo y apuesto. Todo lo que me gusta en un solo lugar—. Vale, entonces me voy antes de que te lances sobre mí como una lobita.

Una autentica carcajada se me escapa.

—¡Por todos los cielos! ¿Qué te traes con los motes de animales últimamente?

Lo sigo con la mirada mientras atraviesa el pequeño pero acogedor departamento de paredes de ladrillo y muebles modernos, hasta detenerse frente a la puerta principal.

—No tengo el don de la risa, Angelina —me mira antes de tirar de la manilla—, pero si existe algo con lo que pueda hacerte reír, lo usaré. Porque me encanta escucharte cuando lo haces. —Me guiña un ojo antes de salir, cerrando tras de sí.

Suspiro, terminándome el trozo de pizza para luego dedicarme a recoger el desastre de la cocina. Después me voy al cuarto del lavado y aprovecho que no tengo nada mejor que hacer para echar en la lavadora un poco de ropa. Mientras esta realiza su proceso automático, decido pasarle la aspiradora a la salita.

Se supone que los sábados, al trabajar hasta medio día, tengo la tarde libre para poner en orden mi piso. Pero justo hoy, conseguí mucho más placer en follar con mi no novio que en hacer de ama de casa.

Noah y yo no siempre tenemos la dicha de coincidir con nuestro tiempo libre, y era imperioso que lo aprovecháramos esta vez. Yo lo necesitaba. Como nunca.

Cuando finalmente consigo dejar todo en orden, incluida mi ropa, regreso a mi habitación y me echo de nuevo sobre la cama. Las sábanas siguen deshechas y... calientes. Aunque esto último quizá solo sea producto de mi imaginación.

Miro el reloj de la mesita y compruebo que, para ser ya las once de la noche, sigo sin tener una pizca de sueño. Aunque después de la siesta de esta tarde, era de esperarse.

En la televisión no consigo nada que me entretenga, y en el libro que tomo de mi mesita de noche, por más que lo intento, no consigo concentrarme.

«Necesito mi maldito celular»

Pero a falta de él, me levanto y me acerco al pequeño escritorio para escarbar entre los papeles hasta dar con mi portátil. Regreso a la cama con ella, y como tantas otras veces, me pongo a investigar.

Esta vez sobre Filippo Conti, a quien «Wikipedia.com» me muestra como un acaudalado empresario neoyorquino de cincuenta y siete años, dueño de la famosa cadena de restaurantes «Mamma mia», que cuenta con más de cincuenta sucursales a lo largo de los estados de Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Connecticut, Vermont, y otros cercanos. Viudo desde hace siete años, y padre de dos hijos varones —Fabrizzio y Francesco Conti—. Filippo ha conseguido mantener a flote el imperio que sus ascendientes sicilianos comenzaron a construir hace más de un siglo, cuando emigraron al país y fundaron la primera sucursal en el distrito de Queens. Desde entonces, el negocio se ha mantenido en manos de la familia Conti, pasando de generación en generación.

—Sí, claro. Todo muy legal, eh —bufo saliendo de ahí para entrar en otras páginas.

Esas en las que también se habla de sus hijos. Una donde dicen que Fabrizzio Conti, el mayor de ambos, completamente decidido a salirse del molde familiar, abrió su propio negocio. Un antro llamado Pandemónium, en el que su padre lo apoya como inversionista, y mismo que a principios de esta semana sufrió un ataque por grupos delictivos no identificados en los que más de cuarenta personas inocentes murieron.

Eso fue el mismo día que mi hermana...

—Pero tiene que ser una maldita coincidencia. ¿Verdad?

Vuelvo a los encabezados y me fijo en lo más reciente. La desaparición de Francesco la noche del jueves. Fue visto por última vez en Amnesia, un pub en el centro de Brooklyn.

Mierda.

Cierro el navegador y me voy a la carpeta cifrada donde guardo todos los archivos confidenciales sobre los Angeli della Notte —el clan de los Lombardi— que he ido recolectando a lo largo de los años.

Busco hasta dar con uno fechado en dos mil trece. Donde confirmo que, en efecto, el clan Della Morte —como se hacen llamar los Conti para mantener limpio su apellido—, fue el encargado de acribillar a Giovanni Lombardi frente a la catedral de San Patricio y llevarse a su hijo siete años atrás.

—¿Será...?

Me froto las cejas, intentando pensar. Nada de esto es nuevo para mí, en realidad. Pero si mezclamos los últimos acontecimientos —la muerte de Evelyn, el ataque a Pandemónium, la desaparición de Francesco—, con todo lo sucedido siete años atrás, quizás...

—No, Angelina. Basta. —Cierro la laptop y la tiro a mi lado antes de dejarme caer sobre la almohada—. Ese no es mi maldito problema —me digo.

La única persona que me tiene que importar se llama Nicholas Gabriele Lombardi White y tiene unos cachetitos hermosos y gorditos que me muero por volver a besar.

Me giro para colocar la alarma en el reloj digital a las siete treinta. Tiempo suficiente para desayunar algo y arreglarme antes de que el tal Matteo pase por mí para llevarme a quien sabe dónde con los malditos ojos vendados.

Suspiro, y tras apagar la lámpara de la mesita, cierro los ojos.

Pero entonces, como si mi mente se empeñara en joderme, su maldita voz aparece de nuevo dentro de mi cabeza, atormentándome, estremeciéndome.

«No vuelvas a cerrar los ojos en mi presencia, Angelina»

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Hola, pecadoras.

Leo sus reacciones aquí.

No olviden dejar una estrellita.

Besitos ♥

Noah


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