C A P Í T U L O 4. «¡VAFFANCULO, ÁNGELO!»

Música: Natural by Imagine Dragons

¡VAFFANCULO, ÁNGELO!

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El reloj marca las doce menos un cuarto y la botella de Aberfeldy se va quedando vacía mientras me sirvo el último trago, recostado contra el sofá de mi oficina, a oscuras..., completamente solo.

«¿Siempre eres así de frío?»

Me llevo la copa a los labios, tomándome un largo y amargo trago antes de secarme la humedad de los ojos con el dorso de mi mano de forma violenta. Herida.

«Te estuve observando durante toda la ceremonia en el cementerio, no derramaste ni una sola lágrima»

Sonrío con ironía ante el recuerdo de sus palabras. Pero, ¿cómo le explico a una persona que solo sale de día, lo que se esconde bajo la oscuridad de la noche?

¿Cómo le digo que la única forma de sobrevivir en el submundo es mostrando siempre tu peor cara y dejando la otra guardada para cuando te levantes por las mañanas y tengas que mirártela frente al espejo?

La respuesta es tan simple como su ejecución, me lo callo. Porque decirlo implica admitir que bajo la coraza dura y espinosa que me cubre, sigue existiendo una parte muy pequeña de humanidad.

Una que solo era capaz de ver la mujer que dormía conmigo todas las noches desde que la rescaté, cuando aún seguíamos siendo un par de niños infiltrados en un peligroso juego de adultos.

Evelyn, en la intimidad de nuestra habitación, siempre podía ver la única parte humana que logró sobrevivir después de que mataran a mi padre y me secuestraran para someterme a una tortura bestial y sangrienta.

De esas que solo te ganas cuando acabas con todo un maldito clan de mafiosos a tus dieciocho jodidos años para salvar a una chica que no conocías de nada, pero que te entró por los ojos y se te metió bajo la piel.

Los recuerdos siempre consiguen arrastrarme a la oscuridad.

Sabes, Angelo, tuve que esperar dos años por este momento —la voz de Valentino Rinaldi consiguió despertarme. Su silueta borrosa se cernía sobre mi mirada empañada—. Tuve que esperar el momento perfecto para al fin vengar a toda mi gente —agregó.

Y entonces, cuando finalmente logré distinguir su cabello azabache recogido en una coleta, y sus ojos grises mirándome con un desprecio disimulado tras esa perturbadora sonrisa, el primer recuerdo que me vino a la mente fue el de aquella misma mañana.

La iglesia. Los feligreses abandonándola. Mi madre y Fiorella tomadas de la mano. Evelyn unos pasos más atrás. Y mi padre... repitiéndome al oído unas palabras que había mencionado el sacerdote durante la ceremonia.

Sus últimas palabras antes de que un auto negro estacionara frente a nosotros, y luego, una ráfaga de tiros comenzara a estallar contra él.

—Papá... —conseguí pronunciar apenas, con la voz pastosa.

Mis brazos alzados hacia el techo, sujetos con esposas y cadenas, se tambalearon. Mis pies apenas tocaban el suelo. Miré hacia el techo, la luz de la bombilla brillaba contra el plástico transparente con el que habían recubierto toda la habitación. Habría sido detestable que el parqué se quedara manchado con mi sangre.

—Ah, ¿te refieres al viejo e inútil de Giovanni Lombardi? —Lo miré destilando rabia.

—¿Dónde está?

—En la morgue, Angelito. Ahora tu padre está tan muerto como el mío. Igual como pronto lo estarás tú. Pero antes, me voy a divertir contigo —me hizo saber, volteándome la cara con un puñetazo que reventó mi labio.

Sonreí antes de levantar la cabeza.

—Lamento decepcionarte, Valentino. Pero a diferencia de ti, a mí no me van las pollas. —Mis ojos viajaron a los tres soldados que estaban detrás de él. Logré reconocerlos como integrantes de los Conti, y entonces agregué—: A ver, machotes, ¿cuál de ustedes es su perra?

No recibí respuesta, pero sí un fuerte puñetazo en el ojo.

—¿En serio deseas jugar a este juego conmigo, dannato bastardo?

Escupí toda la sangre que se me estaba acumulando en la boca y levanté de nuevo la cara, sonriéndole.

—¿Insultando a los de tu clase, Valentino? No te olvides que eres hijo de la puta con la que se casó tu papi.

—¡Cállate la maldita boca! —rugió, golpeándome en las costillas—. Nada de lo que digas impedirá que acabe contigo de forma lenta... lenta y dolorosamente, Angelo Gabriele Lombardi.

Lo miré directo a los ojos, estos le centellaban en una ira que solo puede despertarse cuando te arrebatan lo que más aprecias. Yo acababa de conocer ese sentimiento. Él ya llevaba guardándoselo un par de años y estaba dispuesto a dejarlo salir todo en mi contra.

Lo último que recuerdo de esa noche es que soporté con todas mis fuerzas que me arrancaran cada una de las uñas, y que me golpearan con una barra de acero por cada centímetro de mi cuerpo.

Y lo soporté sin derramar una lágrima. Hasta que la puerta metálica se cerró detrás de ellos y yo finalmente pude dejar que los ojos se me cerraran.

«Que nadie te vea caer, mio figlio»

Logré escaparme de ellos luego de tres meses de puta tortura. Los maté a todos, con ayuda. Y siete años después todavía me acuerdo de cada jodido momento que viví dentro de esa habitación.

Sin embargo, nunca he deseado olvidarlo. Por muy retorcido que parezca. Porque ahora, cada uno de esos recuerdos forman parte de mí. Y es gracias a ellos que he conseguido mantenerme como la cabeza de la mafia italoamericana en Nueva York.

Es gracias a todo lo que aprendí con Valentino Rinaldi como verdugo, que ahora sé exactamente lo que tengo que hacer para sobrevivir con un corazón de piedra.

Dos toques en la madera me traen de vuelta a la realidad.

—Adelante —pronuncio, dejando caer la copa sobre la mesa. Una que de un solo trago he dejado casi vacía.

Stefano atraviesa las puertas dobles, permitiendo que la luz del pasillo se cuele en el interior.

Boss, lamento molestarlo, pero lo necesitamos en la cueva —informa, acelerado.

—¿Qué pasa?

—Tenemos al menor de los Conti. Matteo acaba de traerlo.

Me pongo de pie casi de un salto, ignorando el mareo ocasionado por todo el puto alcohol que me he tomado.

No sé cómo lo hace, pero el maldito de mi primo siempre consigue lo que le pido. Por eso era la mano derecha de papá, y por lo mismo sigue siendo la mía.

—Prepara a los hombres —le ordeno sin pensarlo.

Quince minutos después estoy saliendo por el patio trasero de la casa con un chaleco antibalas, dos pistolas nueve milímetros en la cintura, y seis hombres escudándome mientras descendemos medio kilómetro por la colina empinada y repleta de árboles que sostiene mi propiedad.

Andamos entre la niebla y el frío otoñal de Nueva York por varios minutos, alertas, hasta finalmente reparar en la pequeña cabaña con fachada destartalada que descansa entre dos grandes árboles y una superficie plana de tierra y hojas, a pocos metros de distancia.

—¡Más rápido, maldita sea! —apresuro al equipo.

No me gusta para nada caminar por el bosque de noche. Pese a los centinelas, sigue siendo demasiado peligroso, y yo me siento muy agotado física y mentalmente para defenderme de cualquier ataque con el cien por ciento de mi potencial ahora mismo.

Un soldado abre la puerta por mí cuando llegamos, mientras los demás que custodian la cabaña me saludan con el debido respeto. Atravieso el umbral y me encuentro con Adrián de pie frente a la mesa de madera ubicada en el centro de la cabaña, formando parte del parapeto.

—Matteo lo está esperando abajo, boss —me informa el capo encargado de dirigir este regime de soldados.

—Muy bien. —Me acerco a la pared del fondo, hago presión sobre una tabla irregular y de inmediato un panel digital de control de acceso aparece frente a mí.

Acerco mi rostro para que el detector ocular me reconozca, después presiono la palma de mi mano sobre la pantalla táctil y finalmente marco una clave de doce dígitos en el teclado.

Un segundo basta para que la madera se separe en dos, abriéndole paso al interior de un elevador.

—Stefano, tú vienes conmigo —ordeno—. Los demás, manténganse alerta.

—Sí, señor.

Entramos al cubículo, y cuando las puertas se cierran, comenzamos a descender hasta el interior del bunker. Un lugar construido con tres finalidades: como refugio, como sistema de escape y como cuarto de torturas. Quien entra por esta última, no sale.

Las puertas se abren frente a un pasillo de paredes metálicas iluminado por las bombillas rojas adheridas al techo.

Mi soldado camina delante de mí hasta la tercera puerta de la izquierda, la cual abre con una mano sobre la Beretta que lleva pegada a la cintura. Los gritos de auxilio consiguen salir al instante, rebotando contra las paredes del pasillo.

Luego de comprobar que no se trata de uno de los nuestros, Stefano me hace una seña para que lo siga.

Dentro de la habitación nos conseguimos a Matteo en compañía de Piero —el matón más sanguinario de todo mi ejército—, quien está a punto de vaciar un balde de agua sobre el rostro cubierto de Francesco Conti.

Le hago una seña para que se detenga.

—Joder, boss. Arruinas la diversión —me suelta Matt con un bufido.

—No seas imbécil. —Me acerco al hijo de Filippo Conti—. Siéntalo bien y quítale el trapo del rostro.

El hombre de dos metros y contextura de fisicoculturista obedece al instante.

—Angelo —Él chico parece ver la salvación en mi cara. Que equivocado está—. Angelo, amico, ¿qué está pasando? ¿Por qué me trajeron aquí?

—Yo soy de todo, menos tu amigo, Francesco. No te equivoques conmigo. —Me inclino sobre él y le sujeto la cara con una mano—. Cualquier lazo entre tú y yo se rompió el día en el que tu padre traicionó al mío uniéndose a los Rinaldi.

—Yo jamás apoyé esa decisión, Angelo. Lo sabes.

—No. No lo sé. Y si no te he matado ha sido solo por mantener el acuerdo tácito de «paz» al que llegamos tuo padre e io después de tres años de guerra. Un acuerdo tan frágil como la cáscara de los huevos que a ti te faltan.

—¡Te has vuelto malditamente loco! —Niego con la cabeza.

—Te equivocas, al igual que lo hizo Filippo al meterse con mi mujer. Qué crees que pasará ahora que ella está muerta por su culpa, ¿eh? —Aprieto con mucha más fuerza

Sus ojos negros me miran tan abiertos que siento unas ganas casi salvajes de cerrárselos yo mismo para siempre. Como ahora están los de ella.

—Mi padre no tuvo nada que ver con eso, Lombardi. Eso te lo puedo jurar.

—¡Tus juramentos no valen una mierda, Francesco! —escupo, dándome media vuelta para acercarme a la mesa donde están los juguetes. Escojo un puño americano de acero e introduzco mis dedos en los anillos, apretando el puño para probar el agarre—. Solo tienes que decirme como consiguieron acercarse a ella. —Me giro hacia él—. ¿Cómo la manipularon?

—Angelo, nosotros no... —En dos pasos estoy de nuevo frente a su silla, inclinándome para crear un ambiente íntimo entre los dos, casi confidencial.

—Cuida muy bien cada una de las palabras que saldrán de tu maldita boca de ahora en adelante, porque si dices las palabras erradas... —Acaricio su rostro con el acero sobre mis dedos y su mandíbula se aprieta en respuesta.

—Cuando mi padre sepa lo que... —No lo dejo terminar, propinándole el primer golpe que le voltea la cara.

—Estás diciendo las palabras erróneas, stronzo. —Le sonrío, ganándome un odio con el que me limpio el maldito culo—. A ver, intentemos de nuevo. ¿Cómo consiguieron acercarse a ella?

—¡Vaffanculo, Angelo! ¡No sé de qué me estás hablando! —Otro golpe que esta vez consigue volarle un diente—. Maldito, ¿qué mierda quieres que te diga? ¡No sé nada sobre tu mujer y su suicidio! —escupe con sangre.

—¡Ella no se suicidó! —le suelto en un gruñido, tomándolo con fuerza del cuello—. Alguien la forzó. Y no conozco a alguien con más motivos que tu maldito padre.

—¡Papá no tuvo nada que ver, maldita sea! —La cara se le comienza a desfigurar por los golpes—. Pero créeme que después de lo que hiciste en Pandemónium ya tienes una guerra anunciada. Mataste a veinte de nuestros hombres y a mi tío. ¿Qué mierda pasa contigo?

—¡Pasa que nadie va pararse frente a mí y a mentirme en la jodida cara! ¡Yo soy el Capo di tutti capi! ¿Capisci? —Le hago una seña a Piero para que lo ponga de pie—. Última oportunidad —advierto.

—No tengo nada que decir.

Sonrío.

—Sabía que esto no iba a ser sencillo, Francesco. La famiglia è la prima, ¿eh? —Él se limita a apretar los labios—. La familia se ama y se cuida. Pero, sobre todo, no se traiciona, ¿verdad? —Más silencio. Uno que es interrumpido por el sonido de su mandíbula al quebrarse contra mi puño—. ¡Si te hago una maldita pregunta, la respondes!

Francesco comienza a toser y a escupir su propia sangre.

—No tengo... nada que responder. Tú... —El líquido carmesí no deja de salir de su boca— tú lo sabes mejor que yo. La famiglia è la prima.

Levanto las cejas, perspicaz.

—Es curioso escuchar eso viniendo de ti, pequeño bastardo. —Me vuelvo hacia Stefano y extiendo la mano para que me entregue el pequeño sobre.

—¿Qué es eso? —inquiere mientras lo abro.

—Esto es tu sentencia de muerte, cabrón. —Saco el contenido y esparzo las fotografías sobre la mesa, una al lado de la otra—. Tráelo, Piero. El hombrecito de la familia Conti tiene que mirar esto. —La Mole obedece y lo arrastra lo suficiente para ver de cerca como el color abandona su rostro.

—Maldito...

No desearás a la mujer de tu prójimo —repito una parte del juramento que todo italiano perteneciente a la mafia pronuncia durante su iniciación, pasando mis dedos sobre las tetas desnudas de la mujer que aparece en las fotos—. Y tú no solo la deseas, Francesco, tú te la follas, joder. ¡A la mujer de tu hermano!

Sus ojos oscuros me miran, asustados.

—No se las muestres, por favor. Te lo ruego, Angelo. Si lo haces..., Fabrizzio la matará.

—¿Y a mí qué mierda me importa la vida de la puta con la que está casado tu hermano mayor? —inquiero tomándolo de la camisa con fuerza.

—Haré lo que me pidas. Te lo juro. Te lo juro... —Me suplica con la mirada, robándome una sonrisa.

—Ya te dije que tus juramentos no me valen de nada. Pero me alegra saber que no solo te la follas, sino que también la amas. Estás enamorado, maldito bastardo. Eso hace las cosas mucho más interesantes. —Recojo las fotografías y las meto nuevamente en el sobre.

—¿Qué quieres, Angelo?

—La verdad. Quiero cada maldito detalle de lo que le hicieron a Evelyn. Y los nombres de todos los inversores que tiene tu padre. —Palmeo su mejilla—. Di lo que sabes. Y estas fotos nunca serán vistas por Fabrizzio. Incluso te prometo que salvaré a tu puta cuando vaya por la cabeza de Filippo y de toda tu familia. Calla, y ella muere, al igual que tú. —Mis ojos buscan los de Piero—. Todo tuyo, mole.

Me doy media vuelta y le hago una seña a Matt para que me siga hacia el pasillo. Stefano lo hace detrás de nosotros, pero se adelanta hacia el ascensor cuando se lo ordeno, dándonos privacidad.

—Buen trabajo. ¿Cómo lo conseguiste?

—Después de dejar a Angelina en su casa, recibí un mensaje de Enzo informándome que tenían planeado ir a Amnesia está noche. Solo tuve que ser paciente y esperar.

Coloco una mano sobre su hombro.

—Muy bien. Ahora tenemos una ventaja sobre ellos. No será fácil ir por la cabeza de Filippo con todo lo demás que se encuentra en riesgo. Esto no es solo por Evelyn.

—Lo sé. Y no te preocupes. La mole conseguirá que hable. —Asiento.

—No espero menos de él.

Matteo se queda mirándome.

—¿Tú cómo estás?

—¿Es necesario que lo preguntes?

Él niega con la cabeza.

—No me refiero a eso, Angelo. Lo digo por la aparición de su hermana. Es idéntica a ella.

—No. No lo es. —Se me tensa la mandíbula—. Son tan diferentes como el sol y la luna. Y yo estoy perfectamente bien. Así que deja de preocuparte y hazte cargo de tu trabajo. Este es el último día que te permito estar encerrado en tu maldita cueva, Matteo.

Me doy media vuelta y me largo sin esperar una respuesta, con los gritos de Francesco como banda sonora mientras atravieso el pasillo.

☠☠☠

Entro a mi habitación después de haber pasado por la de Nicholas y descubrir que, en lugar de estar en su cuna, se encontraba en la habitación de Fiorella, dormido a su lado.

La luz de la luna se cuela por la ventana, iluminando todo de forma parcial. La gigantesca cama está hecha, cubierta con sábanas de seda que todavía conservan el aroma de su perfume.

La punzada que siento en el pecho me hace mirar hacia otro lado. Y mientras me arranco la maldita ropa que llevo puesta desde que salí al cementerio la tarde de hoy, descubro algo en el bolsillo de mi pantalón que no es mío.

El teléfono de Angelina.

Tomo asiento en el sofá junto a la ventana y, superado por la tentación, presiono el botón de encendido. La pantalla resplandece segundos después con el teclado numérico para introducir la clave y una foto suya como fondo de pantalla.

Intento desbloquearlo con su fecha de nacimiento, pero como era de esperarse, no funciona. Al menos no es tan estúpida para colocar algo tan obvio. Aunque sí lo suficiente para presentarse en el cementerio y plantarme cara como lo hizo.

Así que, si de ahora en adelante la tendré metida en esta casa cada domingo, lo lógico es que la investigue. Su celular será el primer lugar por el que comenzaré mi búsqueda una vez que mi agente informático de confianza consiga desbloquearlo para mí.

Angelina White no tiene idea de dónde se está metiendo, pero juro que si vuelve a cerrar los ojos en mi presencia, la mato.

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Palabras italinas y significados

Stronzo: Gilipollas.

Vaffanculo: A tomar por culo.

La famiglia è la prima: La familia está de primero.


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Hola, pecadoras.

Leo sus reacciones aquí.

No olviden dejar una estrellita.

Besitos ♥

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