C A P Í T U L O 30. «TI SONO MANCATO, RAGAZZA?»

TI SONO MANCATO, RAGAZZA

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—Vamos, preciosa, sé que puedes hacerlo mejor —asegura en un susurro sobre mi oído, tomándome por las caderas para estabilizarme—. Solo... tienes que moverte un poco más rápido, ¿sí?

—Lo intento —jadeo, sudorosa—. Pero es que... está muy duro, Matt.

—Siempre va a estar así de duro, Angelina. —Su tono de voz se escucha demasiado sugerente—. Tendrás que ir acostumbrándote, ¿no crees?

—Entonces además de entrenador experto también eres payaso de profesión —Me vuelvo para mirarlo con las cejas alzadas—. ¿Cuánto te pagan por eso, Matteo?

Él se echa a reír.

—Vamos, mal pensada, estaba hablando del saco —dice, pegándose más a mi cuerpo para demostrarme todo lo contrario.

Contengo la maldita respiración al sentirlo contra mis nalgas.

«Joder»

Desde la noche en la que Matt me sacó de la cueva, nos hemos estado acercando mucho más. Yo casi siempre estoy con Nicholas en su habitación, o en el salón de juegos, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no trasmitirle toda la tristeza que me ha embargado desde aquella maldita noche en Euforia.

Aunque todavía me está costando definir a que se debe mi nostalgia en realidad. Puede que se trate de una combinación de todas las cosas que han estado pasando en mi vida desde que recibí esa llamada.

Justo cuando mi vida había dejado de girar en torno a recuperar a mi hermana gemela, cuando había aceptado que esa era la vida que ella había escogido, que tenía que aceptarlo y continuar con la mía, olvidarme de esa obsesión y la culpa.

Justo cuando comenzaba a perdonarme por lo que le había hecho, el nombre de Loren apareció brillando en la pantalla de mi celular.

Y todo dentro de mí se renovó.

—Hola, bomboncito —pronunció con la voz apagada al otro lado de la línea. Mi corazón ya se estaba preparando para lo que se venía cuando cerré la puerta de mi oficina.

Sabía que solo había una razón para que me estuviera llamando después de tantos años: una promesa por cumplir.

—Le sucedió algo, ¿verdad? —dije, y me dolió saber que nuestra conexión estaba ya tan perdida y oxidada, que mi sistema no pudo ni siquiera avisarme con anterioridad que algo andaba mal.

Que andaba peor de lo que ya me había imaginado.

—Lo siento, querida. Pero tu hermana se quitó la vida ayer en su habitación. Cuando Angelo la encontró ya era demasiado tarde.

Algo en mi interior se retorció, algo doloroso y amargo. Y lo primero que se me vinieron a la cabeza fueron las marcas que había observado sobre su cuello la única vez que nos habíamos visto desde que yo estaba en la ciudad.

La tristeza de sus ojos.

—¿Ella... se suicidó? —Tuve que apoyarme contra la pared para no venirme abajo, mis lágrimas ya comenzaban a bañarme la cara.

Frente a mí se vislumbraba la ciudad de los sueños, a través de los ventanales de cristal. Pero todos los míos acababan de romperse.

Todos la creían muerta desde hacía años, todos la dejaron atrás, incluso mis padres, mientras yo seguía ahí buscándola. ¿Y todo para qué? ¿Para enterarme que al final había muerto siendo infeliz?

—Eso es lo que se dice, Angelina. Pero ya sabes cómo son las cosas en el submundo. A veces nada es lo que parece —me recordó Loren, pero se equivocaba.

En ese momento todo parecía demasiado claro para mí. Solo había un culpable. Y ese tenía la cara de un ángel.

—¿El entierro...? —quise saber.

—No es buena idea que vayas —advirtió.

—Quiero estar allí, aunque sea desde las sombras. Se trata de mi hermana. —Escuché como dejaba escapar el aire del otro lado.

—Mañana a las nueve en el cementerio Woodlawn. Pero tienes que tener cuidado, puede ser peligroso para alguien como tú. —Tragué saliva.

—Gracias, Loren.

—Solo estoy cumpliendo con mi palabra.

—Ojalá nunca hubieras tenido que hacerlo. —Me sequé los ojos con una mano.

—Así es esto, angelito. Es lo que hay. —En su voz pude notar la resignación, pero también el odio hacia un mundo que parecía haberle quitado demasiado—. Una pena que el bebé se haya quedado tan pronto sin su madre.

—¿El bebé? —repetí, y la maldición que dejó escapar un segundo después me penetró en el oído como una cuchilla. Era evidente que se arrepentía de haberlo soltado. Pero ya estaba hecho. Y ahora tendría que contármelo—. ¿Hay un bebé, Loren? ¿De mi hermana? ¿Tengo un sobrino?

Esa era una posibilidad que nunca me había planteado, pero nada que fuese imposible. Después de todo, ella estaba casada. Aunque el hombre fuera un maldito, seguro que era perfectamente capaz de procrear.

—Mierda, decirte esto no era parte de nuestro trato. Pero sí, tu hermana dio a luz a finales del año pasado, creo. El bebé no debe tener más del año.

Me llevé una mano a la boca, el corazón me latía a millón. Había un niño. Un bebé que llevaba mi sangre y la de mi hermana. Una vida inocente nacida en un mundo de mierda. Todavía había alguien que me necesitaba. Alguien para quien no era demasiado tarde ya.

—Tengo un sobrino... —dije casi sin voz.

—Por amor a Dios, no vayas a hacer nada estúpido, ¿quieres?

—Tengo que colgar, Loren. —Y eso fue lo último que le dije antes de cortar con la maldición que estaba saliendo de su boca.

Al día siguiente, cuando me presenté en el cementerio, hice exactamente lo que Loren me había pedido que no hiciera. Aunque no era mi intención, no quería enfrentarme a él con el cuerpo de mi hermana frente a nosotros, en el interior de un ataúd cerrado.

Yo solo quería estar lo más cerca posible de ella, y estudiar mis posibilidades.

Pero cuando Angelo se acercó a mí, cuando me puso las manos encima, no lo pude evitar. Me dejé llevar por toda la rabia que sentía, hacia él, hacia mí.

Lograr entrar en esta casa fue casi como un golpe de suerte, pero lo que pasó el fin de semana pasado fue un golpe duro de realidad.

Haber tenido que dormir sobre el piso frío de la cueva, en medio de la oscuridad, presa del miedo, ha sido casi como la prueba fehaciente que estaba necesitando para finalmente asimilar que mi vida como la conocía se ha terminado, que nunca volveré a ser la chica que salía de su piso por las mañanas para tomarse un Espresso Macchiato en su Starbucks favorito de Brooklyn Heights con Noah García como acompañante, eso antes de cruzar el puente de Brooklyn de camino a su trabajo soñado en Manhattan; no seré más la chica que llamaba a sus padres en Londres una vez por semana solo para volver a sentirse como una niña, de nuevo en casa; no seré más esa chica que debía salir a mitad de la noche para atender el llamado de su jefe, cubriendo una nueva y retorcida noticia de esas que tanto le gustaba investigar, de esas que le reafirmaba lo despiadado que el mundo podía llegar a ser; o la chica que se tomaba una semana libre durante el verano para visitar Coney Island con su mejor amiga, comiendo algodón de azúcar mientras recorrían el paseo marítimo con los brazos entrelazados.

«Dios mío, Abigail. ¿Podré volver a verla siquiera?»

La respuesta que aparece en mi cabeza es aún más desalentadora. Porque si lograse hacerlo, si pudiera escaparme con Nick de este lugar, sé que nunca podré volver a pisar Nueva York.

Una ciudad que ha sido mi hogar por cinco años. Y que ahora solo puedo admirar a lo lejos subiéndome por el tejado de la casa y arriesgándome a una muerte torpe y penosa si me llegase a resbalar.

Este lugar puede ser hermoso y enorme, pero no deja de ser asfixiante para mí. Ni siquiera aquí, en este bonito gimnasio flanqueado por una pared de cristal con vistas a la piscina y el jardín, consigo sentirme libre.

Sin embargo, Matteo ha conseguido formas efectivas para entretenerme y subirme el ánimo, ya que, a diferencia de su primo, él si tiene sentido del humor.

Beatrice, por su parte, se sigue mostrando distante y tan ausente que podría contar con una sola mano las veces que la he visto durante la semana. He preguntado por ello, pero solo he conseguido saber que hay negocios en la familia que están a su cargo.

Fiorella se la ha pasado metida en sus libros y cuestionarios, ignorando a Stefano y estudiando para aprobar los exámenes finales antes de que en su instituto de élite den vacaciones por temporada navideña.

Lo que me recuerda que ni siquiera el árbol de navidad en el Rockefeller Center voy a poder mirar este año. Aunque se me ha permitido ayudar aquí con las decoraciones. Después de todo, falta poco para el cumpleaños de Nick, no es justo para él que la casa guarde un aspecto tan sobrio el día que se celebrará su primer año de vida. Ya es suficiente con la ausencia de su madre.

Además, concentrarme en organizar una fiesta para él, puede servirme como un gran distractor.

Eso y toda la dureza que estoy sintiendo a través de la fina licra que me cubre las nalgas. Esta es la primera vez desde que Matt y yo nos besamos en mi habitación que se me insinúa de forma tan literal. Tan palpable.

Y de verdad intento disfrutarlo. Matteo me ha gustado desde que lo conocí, físicamente hablando. Tiene un aire sexy y salvaje que no es fácil de ignorar. Aunque también puede ser tierno, y divertido. Es todo un contraste que resultaría perfecto sino conociera bien la profesión a la que se dedica. Sin embargo, eso no me importa ahora, aquí dentro es una presa fácil. Un aliado necesario y un posible juguete sexual.

Pero cuando cierro los ojos para permitirme disfrutar del roce de su erección, de sus manos apretándome las caderas, del calor de su cuerpo a mi espalda, mi mente solo consigue evocar recuerdos del viernes pasado. De él, sonriéndome con el brillo de las luces en su mirada; de mí, sentada sobre sus piernas; de Manhattan, iluminada frente a nosotros; de la pista de baile, y sus labios tocando los míos...

Doy un salto hacia adelante como si me acabaran de empujar, separándome de Matt con el corazón acelerado.

Ya he perdido la cuenta de cuantas veces me ha sucedido lo mismo en los últimos días. De cuantas veces lo he deseado. De cuantas veces me he tocado pensando en él.

Y no puedo sentir más que vergüenza conmigo misma. Y mucha rabia.

Me vuelvo hacia Matt, consciente de que toda la sangre que se me acaba de subir a las mejillas podría confundirse fácilmente con el esfuerzo físico que llevamos realizando la mitad de la mañana.

—Matteo —su nombre sale de mis labios en un tono ronco que se debe al nudo de emociones que tengo atorado en la garganta, pero eso a él parece gustarle, porque su mirada azul en seguida se oscurece sobre la mía.

Mi espalda choca contra el saco de boxeo cuando doy un paso hacia atrás. Y me estremezco cuando noto que él da uno hacia delante.

—¿Qué pasa, preciosa? —Me acaricia la mejilla.

—Tu camiseta... —digo, haciendo referencia a que ya no la lleva puesta.

—Me deshice de ella mientras golpeabas el saco. Estaba empapada —dice, consiguiendo que algo en mi vientre se remueva—. ¿Te molesta verme así?

Niego con la cabeza. Él da un paso más.

Su cabello está húmedo por el sudor y todo su cuerpo luce brillante, resaltándole así los dibujos en tinta que lleva tatuados en la piel. Ahora que puedo ver su pecho por entero, descubro que varios de ellos le cubren el brazo derecho desde la clavícula hasta el dorso de la mano, pero en el otro solo lleva tatuado el antebrazo.

Distingo entre ellos la serpiente enrollada alrededor de una daga que había visto antes, cuando recorríamos los jardines hasta la fuente del Arcángel Gabriel.

«Aunque no lo parezca, somos una familia muy religiosa»

Recuerdo las palabras que él me dijo aquella mañana, y es gracias a eso que no me extraña para nada fijarme en ese otro tatuaje que lleva en el pecho, justo por encima del corazón, aunque sí me produce curiosidad.

Un cielo salpicado por las infinitas estrellas de la noche como fondo, y las alas negras de un ángel unidas por una copa de oro encima de este. La copa posee algunas marcas talladas a su alrededor que terminan formando la primera letra del abecedario en el centro, de forma casi imperceptible si no te fijas de cerca. Encima de esta, relucen cinco incrustaciones de diamantes en fila. Todos de diferentes colores.

No tengo idea de qué clase de magia posee cada trazo de tinta con el que esta imagen fue grabada sobre su corazón, pero como si mi mano estuviera siendo conducida por el poder de los ángeles, se alza por si sola para tocarlo.

Siento a Matteo contener el aliento cuando mis dedos le rozan la piel. Pero no puedo evitarlo, es un tatuaje demasiado hermoso. Demasiado real.

—¿Qué significa? —le pregunto en un susurro, mirándolo.

—Es la marca de nuestro clan, Angelina. —Sus ojos bajan hasta el lugar donde lo estoy tocando antes de colocar su mano sobre la mía—. Todos llevamos el mismo tatuaje. Somos los Angeli della notte. Pensé que ya lo sabías.

—Tienes razón... ya lo sabía. —Sacudo la cabeza. Ese nombre resaltó tantas veces en mis investigaciones que me siento estúpida de no haberlo asociado al instante.

Es solo que nunca me imaginé el sello de un grupo de mafiosos pudiera resultar tan hermoso. Que una imagen tan detallada y permanente pudiera significar mucho más que las palabras que representa.

Es más que una simple marca. Es un compromiso, es lealtad, es un juramento de sangre inquebrantable. Es familia.

Aparto los dedos como si de pronto la tinta comenzara a quemarme.

—¿Qué pasa? —Sus ojos azules buscan los míos.

—Nada, Matt... es que tengo mucha sed. —Miro hacia el termo vacío que dejé tirado junto a la colchoneta donde estuve haciendo tantos abdominales que terminé perdiendo la cuenta—. Voy a ir a llenarlo.

Intento alejarme, pero Matteo me detiene.

—Tranquila. Voy yo. —Me besa la mejilla antes de ir a coger mi termo y su franelilla del suelo. Se la pone mientras camina hacia la puerta—. Deberías aprovechar mi ausencia para descansar un poco, Angelina. Todavía nos falta la clase de defensa personal —dice antes de salir.

—¿Seguro que no tienes nada más importante que hacer? No sé, como ir a realizar alguna otra práctica ilegal por ahí.

Matteo se echa a reír.

—Hasta los mafiosos nos tomamos días libres, bella. —Me guiña un ojo y luego cierra la puerta.

Dejo escapar el aire en una especie de pedo verbal, girándome de nuevo hacia el saco de boxeo. Estoy agotada, pero es un agotamiento que se ha venido acumulando de todos estos días en los que Matt se propuso a ejercer el papel de entrenador personal para mí.

Es cierto que en parte fue culpa mía, por preguntarle acerca de ese entrenamiento que recibían todos los habitantes de la propiedad y el personal. Incluyendo a la cocinera. Fiorella me lo había comentado poco después de que su hermano me encerrara en esta casa, y sentí curiosidad por el tema. Como lo siento por cada maldita cosa que envuelve a esta familia.

«Tú también necesitas aprender a defenderte, Angelina» Me dijo Matt después de haberme confirmado que era cierto eso de que Chiara era capaz de dejarte inconsciente de un golpe.

Ese mismo día comenzó mi tortura.

Por supuesto, no puedo negar que tiene razón. Cuando se tiene a un grupo de mafiosos dispuestos a cortarte la cabeza lo lógico es que al menos te sepas defender. Pero también es un poco decepcionante descubrir que mis habilidades son casi nulas en comparación con todas las maravillas que dicen, era capaz de hacer mi hermana.

Estuve a punto de partirme la muñeca con el primer golpe que le asenté al saco de boxeo el martes por la tarde. Suerte que el gimnasio de la casa está destinado únicamente para los integrantes de la familia. Y para Stefano.

Los demás soldados y el personal de servicio parecen contar con su propio sitio de entrenamiento a las afueras de la propiedad.

En fin, aprovecho que estoy sola para retomar la posición que estuve practicando hace un momento con Matteo, separando las piernas semi flexionadas, cuadrando los brazos, protegiendo mi rostro con una mano y preparando la otra en un puño.

Cierro los ojos y me imagino que quien está frente a mí es él.

«No eres más que una copia barata de ella»

Le asiento el primer golpe.

«Una erección la puedo tener contigo y con la puta de la esquina»

Otro, mucho más fuerte esta vez.

«No puedo desear algo que no estoy viendo, Angelina.»

Largo otro golpe, y otro, y otro más. Mi cola de caballo agitándose a mi espalda. Sin descanso. Sin parar. No puedo hacerlo. No cuando siento que cada una de sus palabras se me han clavado como espinas en la piel. De esas que luchas por arrancarte, pero solo consigues que se hundan más.

«Al mirarte, solo la veo a ella»

Yo siempre quise parecerme a mí hermana, tan educada, tan perfecta. Pero ella siempre luchó por ser lo más diferente posible de mí.

Tan diferente que una mañana, cuando solo teníamos once años, les pidió a mis padres que dejaran de llamarla por su nombre, les dijo que lo odiaba, que llamarse Anastasia solo le recordaba a esa duquesa rusa de la que nos habían hablado en clases, la de apellido Romanov que habían asesinado.

—Es un nombre muy trágico y que no lo quiero portar —dijo ella, cruzando sus pequeños brazos.

No sé cómo, ni por qué, pero supe enseguida que no se trataba solo de eso. Quizás haya sido por la forma en la que me miró mientras lo decía. Con un aire de superioridad.

—¿Y cómo te quieres llamar entonces, princesa? —le preguntó papá entre risas, creyendo que solo se trataba de un capricho de niña pequeña, que ya se le pasaría.

Pero no se le pasó nunca. Insistió tanto en que la comenzáramos a llamar «Evelyn» que pronto casi todos se olvidaron de su verdadero nombre, ese en el que ambas compartíamos una inicial. Un vínculo.

Y así, poco a poco dejé de luchar para ser como ella y comencé a ser como me daba la gana.

Mientras yo me convertía en una adolescente despreocupada y fiestera, rodeada de amigas, de chicos..., de música y alcohol, ella se pasaba las horas estudiando para los exámenes y haciendo pasantías en la empresa del tío Arthur.

Enorgulleciendo a mis padres mientras yo les daba dolores de cabeza. Comportándose como la dama que yo nunca sería. Haciéndome a un lado.

En un principio no lo noté, pero con cada pequeña comparación que nos hacían me fui llenando de rabia, de rencor.

«Evie es más ordenada»

«Evie tiene mejor gusto»

«Evie si sabe comportarse»

«Evie saca mejores calificaciones»

Cada palabra se fue convirtiendo en un proyectil en mi contra. Dejé de ver en ella a mi hermana para ver a mi competencia.

Me olvidé de los susurros a media noche, de las tiendas de campaña que montábamos en nuestra habitación cuando éramos niñas, de nuestras manos entrelazadas cuando algo nos asustaba, de las risas compartidas..., del amor.

Me dejé corromper por el rechazo, por la envidia.

Y entonces, cuando tuve la oportunidad, asenté el primer golpe.

—¡Ay, mierda! —chillo al sentir que la muñeca se me tuerce contra el saco en el último puñetazo que le doy.

Este se me viene encima como efecto rebote. Me echo hacia atrás con el impacto, pero el dolor es tan agudo que no consigo equilibrarme, trastabillando hasta que un par de brazos grandes y fuertes me cogen con fuerza por la espalda.

«Matteo»

Cierro los ojos, debatiéndome entre el alivio y el dolor.

—Dios, gracias, llegas justo a tiempo.

—Para verte hacer el ridículo, por supuesto.

Una corriente fría me recorre la espina dorsal hasta reventar en mi cerebro, produciendo la descarga que me hace girarme abruptamente entre sus brazos.

—Angelo —su nombre se me escapa de los labios de forma temblorosa. Todo mi maldito cuerpo está temblando. Y eso... eso me jode muchísimo más—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Esta es mi casa, ragazza. ¿Es necesario que te lo recuerde? —Se cruza de brazos, provocando que la camiseta negra se le tense bajo los músculos.

Yo siento que el piso se tambalea bajo mis pies. Su aura fría e imperturbable me congela la sangre, pero la intensidad de su mirada me la calienta con la misma rapidez.

Odio que consiga tener ese efecto en mí. Odio que sea tan hermoso. Odio que me atraiga su bestialidad. Odio todos los días que me estuve muriendo por volver a probar sus malditos labios. Y odio no poder odiarlo lo suficiente para evitar que mi entrepierna reaccione a su presencia después de todo lo que me hizo.

La última vez que vi su cara fue justo antes de que aquella puerta de metal se cerrara, dejándome sola en medio de esa habitación fría y oscura.

En sus ojos no había ni siquiera un destello de compasión, solo desprecio. Desprecio hacia mí.

Por algo que yo no había hecho.

Y es ese recuerdo el que consigue que la rabia regrese renovada, recorriéndome las venas, brindándome el valor para avanzar hasta quedar lo suficientemente cerca de su cuerpo y alzar el mentón.

La muñeca me da un tirón, pero consigo tragarme la mueca de dolor. No pienso permitir que Angelo me vea llorar por absolutamente nada.

—¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo, angelito? —le pregunto controlando la voz—. ¿Lavándote la culpa por haberme dejado tirada en ese maldito agujero?

Él me sonríe de una forma tan despiadadamente sensual que se me eriza toda la piel.

—Por supuesto, amore. Fui a lavarme en las mismas aguas del Támesis donde tú te lavaste por lo que le hiciste a tu hermana, ¿lo recuerdas? —Se me tensa la mandíbula—. Estabas tan sucia que estas nunca se volvieron a aclarar, Angelina. Una pena.

—Eres un maldito. —Le lanzo un puñetazo en el pecho que solo me causa dolor a mí—. ¡Ay... mierda!

Me llevo la mano al pecho, intentando quitarme el guante con la otra, pero estos no me están ayudando en nada con la tarea.

Levanto la cabeza, y me parece ver un destello de preocupación en los ojos verdes de Angelo, aunque cuando abre la boca, no transmite absolutamente ninguna emoción:

—Déjame ver —dice, extendiendo su mano en mi dirección. Le lanzo una mirada de desprecio que intenta ocultar todas las demás sensaciones que estoy luchando por erradicar de mi sistema—. Vamos, ragazza, deja tu orgullo de mierda y déjame revisarte.

—¿Quién me asegura que no vas a retorcerme la mano solo para hacerme pagar por mi traición?

Lo veo tragar saliva.

—Espero que con una noche en la cueva te haya bastado para aprender la lección. —Me toma por el antebrazo y tira de mí a lo bestia.

—Entonces sigues creyendo que fui yo, ¿no es así? —Se me escapa una risa seca—. ¿Sigues creyendo qué mágicamente le avisé a Noah que estaríamos en Euforia? —Su mandíbula se tensa, pero no me responde.

Se dedica a desprender el cierre con una mano mientras que con la otra se encarga de sostener la mía. Me lo saca con cuidado de no lastimarme, pero igualmente lo hace.

—Dime si te duele —dice tomándome la muñeca y echándome la palma hacia atrás.

Mi grito llena el gimnasio un segundo después.

—Maldición, ¿siempre tienes que ser tan animal?

—Solo es un esguince —me ignora—. Si no guardas reposo en esa mano se te podría poner peor.

—Gracias, doctor —ironizo, mirándome la muñeca.

—Eso te pasa por lanzar golpes como si estuvieras desquiciada —espeta—. Con esa técnica de mierda deberías sentirte afortunada de que no tener una fractura.

Entrecierro mis ojos sobre los suyos.

—¿Cuánto tiempo llevabas aquí?

Él vuelve a cruzarse de brazos.

«Dios, ¿por qué?»

—El suficiente para notar que no te están entrenando como es debido, angelito.

—No creo que mi problema sea el entrenador. —Le sonrío—. Lo hace muy bien.

—No tengo dudas. —Sonríe, pero una vena en el cuello le palpita al mismo tiempo.

—¿No me crees? Porque puedo demostrarte la patada que he aprendido a lanzar. Tus pelotas parecen ser un buen objetivo.

—Mejor que no, princesita. No vaya a ser que también te salga un esguince en el tobillo. —Le lanzo una mirada que se traduce en un millón de insultos diferentes.

—Esto te divierte mucho, ¿verdad? Humillarme.

—Te equivocas, Angelina. —Da un paso en mi dirección, tomándome por la barbilla—. Ese es un trabajo que se te da bastante bien a ti solita.

—Serás imbé...

—Shhh. —Me calla colocando su pulgar sobre mis labios, y me veo obligada a contener el impulso de separarlos y dejar que mi lengua dibuje círculos sobre él.

Angelo parece estar pensando exactamente lo mismo que yo, porque su mirada se torna oscura al tiempo que se humedece los labios.

—¿Dónde estabas, Angelo? —No sé ni siquiera por qué mierda se lo pregunto, solo sé que esa es una incógnita que no me ha dejado dormir en toda la maldita semana.

Ti sono mancato, ragazza? —me devuelve en un susurro tan íntimo que parece quedarse flotando entre los dos.

«¿Me extrañaste, pequeña?»

—¿Por qué te fuiste? —No soy capaz de responderle con la verdad.

Ni siquiera puedo hacerlo conmigo misma.

—¿Por qué te importa? —inquiere él, acercándose más.

Se me escapa un sonidito gutural de pura frustración.

—Responde a una de mis malditas preguntas, aunque sea por una vez, Angelo.

—Solo sí tú respondes a la primea que te he hecho yo —repone—. ¿Me extrañaste? —«Por supuesto que no, maldita bestia». Solo tengo que decirlo, vamos. Una mentira más—. ¿Qué pasa, ragazza? ¿Te da miedo admitirlo?

Me remuevo, incómoda. Tan nerviosa que me doy asco.

—¿A qué estás jugando, Angelo? —Él me sonríe, y juro por Dios que en su sonrisa veo reflejada mi perdición.

—A lo mismo que juegas tú, ángel —me responde, inclinándose para dejar un beso prolongado sobre mi mejilla, muy... muy cerca de mi boca.

El roce de sus labios consigue desarmarme tanto, que cerca estoy de girarme y cometer el pecado de apoderarme de su boca, de probarlo como lo hice esa noche, como la parte débil de mi cuerpo me está pidiendo que vuelva a hacer, pero en eso escucho que se abre la puerta detrás de él, y doy un brinco hacia atrás.

—Disculpa que me demorara, pero... —Matteo se corta al notar la presencia de su primo, aunque este no se mueve ni siquiera para voltearse a mirarlo, como si no le importara para nada él hubiera estado a punto de vernos haciendo todo eso que yo... estaba deseando que hiciéramos—. Angelo, no sabía que ya habías regresado.

—Pues ahora lo sabes, Matteo —dice, girándose hacia él cuando se detiene a nuestro lado.

Sus ojos parecen examinar el rostro de su primo como si estuviera haciendo control de daños sobre las heridas que él mismo le ocasionó. Estas ya están casi curadas. Lo que me hace notar que, el rostro de Angelo, aparte de parecer un poco más bronceado, no guarda ni rastros de algún moretón.

Casi como si Matteo no hubiera movido un dedo para defenderse de su ataque, o no hubiera sido lo suficientemente rápido. Aunque esto último lo puedo descartar después de una semana entrenando con él.

—Ya lo veo, ¿todo bien? —Angelo asiente, y Matt se vuelve hacia mí para entregarme el termo cargado con agua—. Ten, hidrátate.

Se lo recibo con un agradecimiento, pero tarde me doy cuenta que lo he hecho con la mano lastimada. El dolor me hace soltar un nuevo quejido. Y ambos, como un acto reflejo, dan un paso en mi dirección.

Pero es Matteo el primero en tocarme.

—Tienes que ir a la enfermería, Angelina. Diles que te coloquen un analgésico —me ordena Angelo con indiferencia, regresando a su posición.

«¿Hay una enfermería dentro de la casa?»

—¿Qué te pasó? —Los ojos de Matt me miran con una preocupación que me produce ternura, aunque eso no encaje demasiado con su porte de vikingo.

—Pensó que el saco estaba hecho de goma espuma —le responde Angelo por mí, mordaz—. Si vas a enseñarla a pelear, al menos procura hacerlo bien.

—Ya te dije que no me han enseñado mal —le rebato con los dientes apretados—. No es culpa de Matt que de pronto tu carita apareciera estampada en el forro del saco y yo me recreara imaginando que a quien estaba golpeando era a ti.

Angelo aprieta la mandíbula. Su primo intenta ahogar una carcajada. Yo siento que ya es momento de largarme.

No creo que pueda seguir fingiendo que su presencia no me afecta mientras sus ojos sigan penetrando de esa manera sobre los míos.

—Vete a la enfermería, Angelina —repite.

Muy bien. Se nota que él también desea perderme de vista.

—Te acompaño —dice Matteo, tomándome del brazo.

—No. Tú te quedas aquí —le ordena Angelo—. Necesito hablar contigo de un asunto importante.

Una vena se tensa en el cuello de Matt, pero asiente.

—¿Sabes llegar a la enfermería? —Me mira entonces a mí.

—Sí, claro —le miento.

Me parece estúpido que después de dos semanas viviendo en esta casa, apenas me esté enterando de que existe una. Puedo pedirle a Lia que me guíe. Total, ya me he acostumbrado a que no se despegue de mi lado ni cuando voy a orinar.

Y a que me lance malas miradas, a eso también.

—Vale, entonces te veo en un rato. —Matt me sonríe—. Y dile a Vicenzo que te ponga una venda, sanará más rápido así.

—Perfecto, entrenador. —Le guiño un ojo—. Nos vemos.

Intento rodear a Angelo para abandonar el gimnasio, pero él me retiene tomándome por el brazo con fuerza. Y valiéndole mierda que su primo nos esté mirando, se inclina sobre mi oído para susurrar:

—Yo también te extrañé, maldita ragazza. —Después de eso, me deja ir.

Sin embargo, mis jodidas piernas tardan más de lo necesario en volver a reaccionar, pero cuando lo hacen, procuro salir de la habitación lo más rápido que puedo.

Tan rápido como late mi corazón.

Y lo último que escucho antes de que la puerta se cierre a mi espalda es la mención del club Pandemónium. Lo que en mi mente solo se traduce como problemas.

Aun así, mientras me abro paso por los pasillos de la casa en busca de la enfermería, solo puedo pensar en las palabras de Angelo pronunciadas contra mi oído.

«Yo también te extrañé, Angelo maldita bestia Lombardi».

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Hola, pecadoras. 

Ya pueden ser felices una vez más. Ángelo Papacito Lombardi ha regresado para mojarles las pantaletas xD 

¿Que tal les ha parecido el cap? Las leo

Besitos ♥


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