C A P Í T U L O 29. «ANGELI DELLA NOTTE»

ANGELI DELLA NOTTE

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El agua caliente de la regadera se está deslizando por mi cuerpo justo cuando un par de manos frías y delicadas me rodean la cintura y se cierran contra mi abdomen.

Cierro los ojos, siendo consciente de quién es la mujer que ahora mismo me está pegando las tetas a la espalda.

—Sigues estando muy tenso, papi —me susurra ella al oído, dejando un beso sobre mi cuello antes de bajar a mi espalda.

—Lorena. —Suspiro, sintiendo como el agua tibia se me cuela por los labios—. No creo que sea bue...

—Shhh —me corta, haciéndome girar entre sus brazos. Mierda. Aprieto los labios y levanto la mirada de la misma forma en la que comienzan a levantarse otras partes de mi cuerpo. Ella está tan empapada y desnuda como yo—. Solo déjese llevar, agente García —agrega con juguetería—. Sabe bien que está necesitando esto tanto como yo.

Su sonrisa es ladina, y está cargada de intenciones sucias que solo consiguen ponérmela más dura a cada segundo. Pero...

—No puedo, Lorena. De verdad. —Ella ladea la cabeza, comenzando a recorrerme el pecho con una mano hasta bajar por mi abdomen y cerrar su palma alrededor de mi polla.

Su respiración parece cortarse por una milésima de segundo.

—¿En serio? Porque este señor me está diciendo todo lo contrario. —Comienza a masajear mi verga, sin despegar sus ojos oscuros de los míos.

—No... no deberías estar... aquí —consigo decir con los ojos cerrados, entre jadeos. Maldita sea con Lorena. Y maldita sea con mis instintos más primitivos. Esos que ahora mismo están cediendo a los días de abstinencia y al peso que llevo sobre los hombros—. Alguien podría entrar...

—Nadie lo hará —asegura, inclinándose para morderme el cuello por encima del agua que sigue corriendo entre los dos—. No me subestime, señor. Me aseguré de que todos se hubieran ido antes de entrar.

«Buena chica» Piensa esa parte de mí que solo necesita un lugar para descargar las ganas y la tensión que llevo acumulando semanas.

Ahora mucho más que antes. Después de la sorpresa que me llevé en Euforia dos noches atrás.

Ella continúa masajeándome y sus besos sobre mis hombros comienzan a erizarme la piel.

—Joder... Loren...

—No digas nada —me interrumpe—. Solo disfruta, ¿sí?

Mi polla consigue tensarse todavía más contra su mano mientras sus labios comienzan a escalar hasta mi barbilla, pero cuando estos se posan a milímetros de los míos, la detengo, tomándola con una mano por las mejillas.

El cabello le cae aplastado hacia los lados, enmarcando su belleza caribeña. Sus labios entre abiertos me incitan a besarla como tuve que hacerlo la noche del sábado para cumplir un papel que me estaba costando trabajo llevar.

«—El tipo de la esquina no te quita los ojos de encima, Lorena —susurré sobre su oído después de haberlo estado observando un rato—. Ríete para disimular. —Y eso hizo, se echó a reír como si le hubiese contado el chiste más gracioso del mundo.

—Voy a besarte —me dijo ella un segundo después—. Creo que están empezando a sospechar.»

Ni siquiera tuve tiempo a contestar cuando ya sus labios se estaban tomando los míos. Y yo le seguí el juego porque se supone que eso es lo que hace un agente encubierto del FBI, actuar. Pero por mucho que me guste el sabor acaramelado de su boca, ese beso no significó nada.

Y esa es la razón por la que las siguientes palabras abandonan mis labios sin ningún tipo de filtros:

—Esto no cambiará nada entre nosotros, Lorena, lo sabes, ¿verdad? —No quiero que esta mierda se preste a confusiones para las que no tengo cabeza.

Lorena siempre me ha gustado, de lo contrario no me hubiese aventurado en el pasado a entrar en ese juego de seducción que compartíamos por un tiempo, pero no puedo ofrecerle más que el ahora.

Y ese se reduce a la erección que ella está apretando contra la palma de su mano.

—Esto consiguió cambiar nada en el pasado, Noah. —me responde con un jadeo cuando le agarro una nalga para apretarla más a mi cuerpo. Joder, que grandes las tiene—. No veo por qué deba hacerlo ahora.

—Porque prometimos que no se iba a repetir.

—Lo prometiste tú. —Ella me sonríe, pero hay algo en su mirada que esconde mucho más que palabras, algo en lo que prefiero no pensar mientras acorto la distancia, la tomo por el cuello..., y la beso.

Lorena gime en respuesta, separando sus labios para dejarme entrar. No hay nada delicado en la forma en la que voy dejando que mi lengua encuentre la suya. Es casi como estar siendo dominado por mis instintos más salvajes y primitivos.

Sus labios son tan carnosos y suaves al tacto como los recordaba. Del tipo que te incitan a chuparlos y morderlos hasta la saciedad. De esos que encienden un fuego que solo se puede apagar con la saliva que guardan en su interior.

—Ven acá, muñeca. —Tiro de ella hasta el otro lado de las duchas.

—Es usted un hombre muy perverso, agente García —pronuncia ella de forma juguetona cuando me ve tomar asiento sobre las frías baldosas que sobresalen de la pared, en una especie de banquillo.

—Ven y recuérdame lo bien que sabes hacer esto, preciosa —le pido, masajeándome la polla en una lasciva invitación.

Ella se muerde el labio inferior con la mirada cargada de deseo, y un segundo después ya se encuentra arrodillada entre mis piernas.

El agua de la regadera sigue corriendo, y el vapor que desprende ya se ha tomado todo el lugar, convirtiendo el escenario en uno mucho más íntimo y erótico.

Su mano sustituya la mía, demostrando que de ahora en adelante será ella quien va a encargarse de la situación.

Yo dejo que haga lo que apetezca con el miembro duro y venosos que ella comienza a masajear desde el tallo hasta la cabeza gruesa, húmeda e hinchada.

La veo tragar saliva mientas mis manos se apoyan a cada lado de mis piernas, buscando la posición que mejor me permita disfrutar del espectáculo.

Porque si voy a dejar que de nuevo esto suceda. Si voy a hacer algo que se siente tan terriblemente mal. Será mejor que lo valga.

—Estás tan duro —emite en un jadeo, mirándome a los ojos. Los suyos parecen estar destellándole en llamas.

—Y todo gracias a usted, agente Díaz —le devuelvo, sintiéndome como un bastardo mentiroso.

Pero antes de tener tiempo para juzgarme, la tomo por el cabello con una mano y conduzco sus labios hasta mi polla.

El primer roce de su lengua produce una convulsión instantánea en todo mi cuerpo, pero a medida que sus labios van descendiendo por toda la jodida extensión de mi verga, el cuerpo se me va llenando de calor.

Y es que si hay algo que siempre me gustó de Lorena mientras duró nuestra aventura, fueron sus mamadas. Tiene unos labios perfectamente diseñados para dar placer. Y lo hace tan bien que no necesito seguir guiando sus movimientos.

Ella sola conoce el momento exacto en el que debe subir y bajar la cabeza, la forma en la que su lengua debe trazar cada maldito círculo sobre mi glande, la fuerza que deben contener esas pequeñas mordidas que realiza sobre la punta antes de salir, y la destreza con la que su saliva se encarga de curarme cuando vuelve a bajar.

Proceso que se repite una y otra, y otra vez, haciéndome guiñar y jadear con más intensidad a cada segundo. Mi miembro palpita dentro de su boca cuando este alcanza lo más profundo de su garganta. Y manteniéndolo ahí, preso entre la cárcel de sus labios, alza sus ojos hacia los míos. Una imagen tan perfecta y excitante que no puedo más que soltar todo el maldito aire de golpe.

—Joder —emito mientras ella finalmente lo saca de su cavidad, dejándolo acristalado gracias a todos los hilillos salivales que terminan conectando mi miembro con sus labios.

Ella se los relame antes de inclinarse para recorrerlo con punta de su lengua. Y entonces, cuando esta toca la base y pienso que comenzará su recorrido de vuelva, decide continuar bajando hasta apoderarse de uno de mis testículos.

Una maldita y deliciosa corriente me recorre las venas al instante, poniéndome increíblemente más duro. Su mano agarra de nuevo mi verga, masturbándome mientras su boca se encarga de lamer y succionar la parte más sensible de un hombre, como si fueran los caramelos más ricos que hubiese probado jamás.

Unos segundos después, se detiene para mirarme con una sonrisa traviesa.

—¿Estoy haciendo un buen trabajo al traerle de vuelta todos esos recuerdos, agente García? —inquiere fingiendo un respeto a su superior que se pierde a medida que una de sus manos comienza a trazar círculos sobre su propia intimidad—. ¿Le... gusta?

Le dedico una sonrisa de esas que dicen más que las palabras.

—Me gusta usted, agende Díaz.

Hago que se ponga de pie entre mis piernas y sujetando sus tetas con mis dos manos, me dedico a deleitarme con ellas, besando, lamiendo y succionando repetidas veces sus picos, hasta sentir como sus dedos se me clavan con fuerza en los hombros. Hasta que sus gemidos terminan haciendo eco en medio del espeso vapor. Hasta que sus labios comienzan a pedirme más con la voz ronca y ahoga.

Mi polla responde a sus demandas con otra sacudida.

Me pongo de pie, y sin poder contenerme más tiempo, la llevo conmigo hasta la pared que divide el vestidor de las duchas, dejando que su culo se pegue a esa parte de mi cuerpo que se muere por deslizarse entre sus paredes.

Ni siquiera tengo un maldito condón a la mano, pero cuando mis dedos palpan los chorros de humedad que corren desde su coño hasta sus muslos, dejo de pensar y me recuerdo que los últimos exámenes que el cuerpo nos pidió hacernos a todos los agentes hace poco, constatan que Lorena está tan sana como yo.

Lo que es suficiente para que le abra las piernas, deslice mi polla entre sus labios, y de una sola estocada, me hunda en su interior.

Dios, que vaina más rica —gime en un coloquial español que solo consigue una reacción positiva en mis embestidas.

—¿Esto era lo que querías, muñequita? —inquiero sobre su oído, hundiéndome más profundo—. ¿Qué te follara duro contra la pared?

—Sí... —me responde de forma entre cortada, colando una mano entre sus piernas para aumentar su propio placer—. Así, cariño..., sigue.

Obedezco a sus demandas, sintiendo que el corazón me late tan rápido que sería imposible medir sus pulsaciones.

Me aferro a sus caderas y cierro los ojos, siendo el sonido del agua corriendo, combinado con el choque de nuestras pieles, lo único que ocupa el vacío oscuro que aparece en mi mente.

Así hasta que pequeños fragmentos van apareciéndose como flashes en mi cabeza.

Una piel blanca y tersa, sudorosa.

Unos labios pintados de rojo, entre abiertos.

Unos ojos azules y dilatados, reflejando los míos.

Aumento la velocidad de las embestidas, dejando que los gemidos de la mujer que estoy penetrando me hagan creer que son los de ella. Esos que parecían los de una maldita gatita en celo, suaves y delirantes. A tal punto de conseguir volverme jodidamente loco cada una de las veces que se retorció de placer bajo mi cuerpo, o encima de él.

«Joder»

Lorena se apoya con una mano sobre los azulejos mientras que con la otra comienza a aumentar la velocidad de los movimientos sobre su coño, provocando con eso que la agarre con más fuerza de las caderas y después de otro par de embestidas la escuche gemir a causa de un placer que resulta contagioso.

Un placer que solo puede ser el resultado del orgasmo que me lleva a penetrarla una, dos, tres, cuatro veces más... hasta que comienzo a sentir que estoy a punto de estallar y abandono su interior para esparcir toda mi leche sobre su culo, mientras mi mano se encarga de que no quede ni una sola gota dentro de mí que no termine siendo derramada sobre su piel morena.

Hasta que mi mente al fin se despeja y descubro que acabo de llenar a una mujer con todas las ganas que siento por otra. A pesar de no estar seguro de que esta se las merezca ya.

«Maldición»

Apoyo mi cabeza sobre su hombro durante los segundos suficientes para recuperar el ritmo normal de mi respiración, luego dejo un corto beso sobre su hombro y me separo de ella.

El vapor se ha evaporado casi en su totalidad, igual que lo ha hecho la bruma que estaba nublando mi maldito juicio.

—¿A las duchas de nuevo, señor? —inquiere ella, volviéndose en redondo hacia mí.

Una sonrisa placentera acompaña su rostro.

—Necesito ducharme solo —le informo con la voz fría—. Pero nos vemos en mi oficina en veinte minutos, agente. Tenemos trabajo que hacer.

Ella aprieta los labios en respuesta mientras yo me alejo en dirección a las regaderas, siendo consciente del peso que ejercen sus ojos sobre mi espalda hasta que me pierdo de su vista.

«De puta madre, Noah»

☠☠☠

Cuando entro a la oficina ya Lorena está sentada frente a mi escritorio, vistiendo pulcramente su uniforme y fingiendo bastante bien que no acaba de ocurrir absolutamente nada entre nosotros contra la pared de las duchas.

Rodeo la mesa, tomo mi silla, y enciendo el ordenador. La enorme pantalla se ilumina con el logo insignia del FBI y enseguida ella la hace girar en su dirección, apoderándose del teclado para acceder a la base de datos confidencial que maneja el cuerpo federal.

—Angelo Gabriele Lombardi —pronuncia, volviendo el monitor para mostrarme una carpeta donde se aprecian una serie de fotos del mismo hombre que recuerdo haber visto el viernes pasado en Euforia. Aunque en estas imágenes luce mucho más joven de cómo se veía aquella noche de mierda—. El hijo mayor de Giovanni y, el detonador de la guerra de siete años atrás contra los Rinaldi. ¿Coincidencia?

Lorena sonríe.

—Está claro que no. —Suspiro, echándome para atrás en la silla mientras mis ojos se concentran en los de ese chico.

Son de un gris verdoso, pero el brillo que tienen en esa vieja fotografía no es ni por asomo, como el que tenían en la discoteca. Sin duda ahora hay algo mucho más oscuro y perverso en su mirada.

«¿Pero qué mierda hacía Angelina con él y cómo es que no nos habíamos enterado que seguía con vida?»

—Si el hombre que entró hace meses en Audi Manhattan para comprar el auto cuya placa estuve investigando la semana pasada, se presentó allí como Santino Rinaldi, y a su vez está directamente relacionado con Euforia, tendría sentido habernos encontrado ahí al fantasma de su asesino, ¿no crees? Por alguna razón, entre tantos nombres, utilizaron ese.

—Como una especie de burla hacia el occiso, o algo por el estilo —analizo—. ¿Crees que haya sido él? Quien haya comprado el Audi, me refiero.

Lorena tuerce los labios en una mueca antes de negar.

—En un principio creí que sí. Físicamente coinciden en tamaño, altura, y tatuajes. Pero el tipo del concesionario me describió a un hombre rubio y de ojos azules. —Ella vuelve a mirar la pantalla—. Los de Angelo son verdes, y su cabello es más oscuro. Aunque fácilmente pudo haber sido algún otro integrante de su clan. Pero para comprobarlo necesito mucha más información sobre ellos, las bases de datos no hay casi nada.

Me froto la frente.

—¿Entiendes lo que esto significa? Que Angelo Lombardi siga con vida.

—¿Que la mafia nos la ha estado jugando durante siete años? —bufa echándose hacia atrás en la silla—. El muy maldito fingió su muerte y seguro que también la del resto de su familia.

—Encontramos los cuerpos calcinados de su madre, su hermana y su mujer en la casa de Gramercy —recuerdo.

—Ahora no tenemos garantía de que hayan sido realmente ellas. Ahora no hay garantía de nada, Noah. Puede que acabemos de dar con la cabeza de toda la organización. —Se inclina sobre el escritorio—. ¿Tú qué opinas?

—Qué necesitamos más piezas que nos confirmen esa teoría —contesto—. Aunque es eso lo que más lógica tendría. He estado revisando todos los registros del hotel y el apellido Howland terminó resaltando en los papeles.

—¿El apellido Howland? —repite con las cejas alzadas—. ¿De Thomas Howland? ¿El senador?

—El mismo. —Entrelazo las manos bajo mi mentón.

—Uff. Otro político corrupto para el montón —emite ella en un soplido—. Testaferro de la mafia italiana, ¿quizás?

—Muy posiblemente, aunque no hay pruebas. Nada le impide a un político poner su dinero donde les dé la puta gana siempre y cuando esté bien lavado. Además, lo respalda el senado. Será un hueso duro de roer si nos vamos contra él.

—Pues a ese maldito ya le queda poco tiempo en su reinado. Para el próximo año son las elecciones, y al ser este su segundo periodo ya no podrá lanzarse para la reelección. —Sonríe como si ese hecho la divirtiera—. Ese podría ser nuestro momento.

—Es solo una hipótesis, ahora nos toca comprobarla, Lorena —le digo al notar el brillo ansioso que siempre aparece en su mirada cuando se está embarcando en alguna misión peligrosa. Ella es tan jodidamente temeraria que incluso hay veces que creo envidiarle su temple—. Primero necesitamos averiguar qué otro tipo de actividad ilegal se maneja en Euforia, aparte de los estupefacientes que vimos ir y venir mientras estuvimos allí. Y conocer exactamente qué relación guarda ese lugar con los Angeli della notte.

Joder. No creí que volveríamos a mencionar a ese maldito clan nunca más.

—Y también qué tienen ellos que ver con tu novia la reportera —agrega ella—. Además de la obvia.

Se me tensa la mandíbula.

—Lorena —le advierto.

—¿Qué? —Levanta las cejas—. Profesionalmente hablando, eso fue lo que vimos dos noches atrás. Tú estuviste allí, Noah, también pudiste notar la manera en la que la sujetaba. La forma en la que la protegía. Era evidente que había algo entre ellos. Y que ella no se hubiese resistido es suficiente para confirmarlo.

—No. No es suficiente —rebato con la voz fría—. No del todo, agente Díaz. Estamos hablando de la mafia, ellos siempre pueden encontrar la forma de doblegarte. Tienen el poder de conseguir que hagas lo que ellos dispongan que hagas, incluso en contra de tu voluntad.

—¿Y qué puede tener Angelo Lombardi en su poder para doblegarla a ella? —inquiere, mordaz.

Aprieto los puños. No me gusta nada el rumbo que está tomando esta conversación, pero sabía que en algún momento tendríamos que terminar hablando de ello.

De la forma en que se me aceleró el puto corazón cuando mis ojos se encontraron con los de Angelina después de haberla estado buscando como un maldito loco durante toda la semana. De lo desconcertante que fue para mí ver como ella se iba con él sin siquiera responder a mi llamado, como si yo no fuera nadie.

Y ella no lo fuera absolutamente todo.

—No tengo idea —admito con rabia—. No tengo idea de qué puede tener Angelo Lombardi en su contra. Puede que sus investigaciones sobre la mafia la llevaran a pisar terrenos peligrosos. Que confiara en la gente equivocada y terminara envuelta en toda esa mierda. No lo sé.

Hace dos putos días ni siquiera tenía idea de que ese maldito estuviera con vida.

—Eso es porque no la conoces —dice—. No en realidad.

—Por supuesto que la conozco —rebato.

Conozco el arco perfecto que forma su espalda cuando mi cara está hundida entre sus piernas. Conozco las curvas de sus caderas, el lunar en forma de media luna bajo su hombro, el grosor de sus labios cuando me besan, el brillo de sus ojos mientras se corre....

—En serio, ¿entonces sabías que tenía una hermana gemela? —me devuelve ella, dejándome frío. No respondo, no me muevo, ni siquiera respiro, y eso es suficiente para dejarla conocer mi respuesta: «No tenía ni puta idea de eso»—. Lo supuse.

Ella sonríe.

—¿De dónde sacaste esa información, Lorena? —eso es lo único que me atrevo a preguntar, en medio de mi conmoción.

«¿Una hermana gemela?»

No te pasas más de un puto año saliendo con alguien sin mencionar que en otra parte del mundo hay una copia viviente de ti a menos que no quieras que se sepa de su existencia. Pero, ¿por qué?

—Debería investigar mejor a las mujeres con las que se acuesta, agente García —apunta Lorena con la suficiencia de alguien que está un paso por delante de ti.

—No me toques las pelotas.

—Qué raro, porque recuerdo hace media hora te morías porque hiciera algo mucho más que tocártelas, cariño.

—Ahórrate los juegos subidos de tono, Lorena. Que no se te olvide que ahora estamos trabajando. —Ella pone los ojos en blanco.

—Vale. —Cruza sus manos sobre mi escritorio—. Ayer, mientras tú te encargabas de darle explicaciones a nuestro teniente, yo me dispuse a buscar información en los viejos archivos. Estaba segura de haberlo visto antes. Un rostro como el de Angelo Lombardi difícilmente se olvida.

—Seguro que no —suelto con desdén.

Ella sonríe como si mi cabreo le hiciera gracia.

—En fin, di con él al cabo de media hora, y aproveché el tiempo restante para averiguar también sobre tu... amiga.

—Y descubriste que tenía una gemela, vale. ¿Qué hay de malo con eso?

—Que tenga una gemela no es nada malo. Lo extraño es que ni tu ni nadie lo supiera. Llamé para su trabajo y me lo confirmaron.

—¿Qué tú...?

—Cálmate —me pide ella al notar que intento ponerme de pie.

No sé por qué me jode tanto. Este es su puto trabajo. Es su deber investigar a cualquiera que resulte sospechoso. Pero al tratarse de Angelina... yo... joder, ni yo sé que mierda pasa conmigo cuando se trata de ella.

Respiro profundo.

—Dime lo que sabes, Lorena. —Me acomodo de nuevo en la silla y me froto las sienes.

Ni todos los polvos del mundo van a ser capaces de quitarme esta maldita tensión que cargo encima.

—Anastasia White —pronuncia Lorena finalmente—. Así se llamaba su hermana.

—¿Se llamaba? ¿Entonces está...?

—¿Muerta? —completa—. No lo sé. Su familia la reportó como desaparecida en el verano del 2011. La noticia estuvo en las páginas del Daily durante meses, su rostro se encontraba pegado en cada puerta de restaurantes, cafés, supermercados, bares, y tiendas del Brixton y los distritos aledaños. Las fuerzas de búsqueda y rescate estuvieron por más de año desplegadas por todo Londres, buscándola. ¿Qué te dice todo eso?

—¿Que movieron cielo y tierra para encontrarla?

—Que tenían los medios para moverlos, Noah —objeta—. En condiciones normales una búsqueda como esa habría durado un mes, tal vez dos, pero con la hermana gemela de Angelina pasó más de un año antes de que las autoridades dejaran de buscarla y la dieran por muerta.

—Quizás por eso ella nunca me habló sobre su hermana —digo—. No debió ser fácil para ella saber que su gemela se estaba pudriendo en las profundidades del Támesis, o en mitad de un bosque. Puede que por eso decidiera abandonar Reino Unido, ¿no te parece?

Lorena se encoje de hombros.

—Esa teoría podría convencerme de no ser por lo que descubrí de su familia. Específicamente de su tío.

—¿Su tío?

—Arthur White. Un reconocido empresario de Londres —responde.

—Supongo que de allí vino todo el dinero para la búsqueda, ¿no?

—Su principal negocio es la industrial textil, pero se rumorea que gran parte de su dinero va a parar en otros negocios mucho más ilícitos. Ya sabes lo que dicen sobre la mafia silenciosa de Reino Unido: no huele a sangre sino a dinero.

Dejo caer la cabeza sobre mis manos, masajeándome el cuero cabelludo en busca de un poco de relajación.

—¿Algo más que hayas averiguado sobre ese hombre? ¿Algo que realmente lo incrimine?

—Nada —dice—. Pero mi última misión en Londres me dejó con algunos contactos en la NCA, podría conseguir más información sobre él de forma discreta.

—Lorena, sabes que...

—Sí, lo sé. —Ella me corta con un ademán, poniendo los ojos en blanco—. Debo tener cuidado. No queremos levantar sospechas en nuestro teniente antes de estar seguros del papel que juega tu novia en todo esto.

Respiro profundo.

—Sabes que no estás en el deber de cubrirme. Ocultar esta información podría poner en riesgo tu puesto, ¿lo sabes? —Busco sus ojos tan oscuros como el chocolate amargo, y en ellos solo consigo determinación.

—Lo sé —dice—. Pero quiero correr el riesgo. Somos un equipo, ¿recuerdas? No pienso dejarte solo con esto.

—Bien, entonces debemos comenzar a ordenar todas las piezas que tenemos y a encontrar las que nos están haciendo falta.

«¿Dónde se estuvo escondiendo Angelo Lombardi todo este tiempo? ¿Qué tiene Angelina que ver con la mafia italiana? ¿Por qué nunca mencionó que tenía una hermana gemela? ¿Dónde mierda está ella ahora? ¿Quién es Arthur White en realidad? ¿Y qué papel juegan cada uno de ellos en todo esto? Incluso esa chica de dieciocho años que nunca fue encontrada»

—Precisamente eso es lo que haremos el sábado por la noche, cuando nos colemos en la reinauguración de Pandemónium —confirma Lorena con una sonrisa temeraria que me gusta en la misma medida en la que me produce terror—. Porque si hay un lugar en el que podemos encontrar las piezas faltantes de este rompecabezas, es en la cuna de Della Morte.

Y esta vez, no tengo nada con lo que pueda contradecirla.

«Que comience la cuenta regresiva». 

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Hola, pecadoras.

Aquí un nuevo capi.

Leo sus reacciones aquí sobre los demonios que atormentan a la Bestia.

No se olviden de dejar su estrellita.

Besitos ♥

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