C A P Í T U L O 24. «MI SEI MANCATO TANTO»
Música: Into You / Ariana Grande
MI SEI MANCATO TANTO
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Con uno de los soldados delante y el otro detrás, Angelo y yo comenzamos a subir las escaleras que conducen a la azotea de Euforia, tomados de la mano.
Intento no mirar hacia atrás, pero puedo sentir los ojos de quienes permanecen en el palco, persiguiéndome hasta que las puertas dobles se abren para nosotros y el cielo nocturno de Nueva York nos recibe.
Uno donde las estrellas se ven opacadas por las luces de la ciudad que nunca duerme.
La ensordecedora letra de Zedd con Clarity se queda atrapada tras las puertas cuando se cierran para ser sustituida por otra mezcla que no reconozco.
El Empire State Building se alza imponente frente a nosotros, brillando hasta la cima de la antena con luces multicolores que casi parecen estar a punto de rozar un cielo que es tan oscuro y profundo como el alma de mi acompañante.
El espacio acá arriba es igual de enorme al que sigue vibrando bajo nuestros pies, y cuenta con las mismas divisiones clasistas. Reservados con las mejores vistas para los más ricos y poderosos, y otros más sencillos para aquellos que no tienen dinero para comprarse una isla completa, pero sí una mansión en The Hampton.
Una barra de cristal reluciente se encuentra a un costado, y al otro extremo, toda una esquina dispuesta para el DJ y su equipo. En el centro se aglomeran aquellos que buscan entrar en calor bajo el sonido de una música que se pierde entre la inmensidad de la noche.
Me acerco casi corriendo hasta la barandilla de hierro y cristal que bordea toda la azotea, ignorando las quejas de Angelo cuando gruñe algo sobre tener que revisar primero el perímetro.
Necesito ver y respirar. Necesito sentirme libre después de la sensación que me ha perseguido durante toda la semana de ser una prisionera en aquella casa tan grande y hermosa.
Y cuando finalmente lo hago, cuando mis manos se posan sobre el gélido metal y mis pulmones se llenan con el frío otoñal que cala con más intensidad desde las alturas, me doy cuenta de cuánto se pueden llegar a apreciar los pequeños placeres de la vida después de que se nos han privado de ellos.
Miro la ciudad a través de unos ojos que no son míos y descubro que desde que llegué a Nueva York nunca antes había tenido unas vistas de Midtown Manhattan tan hermosas como estas.
Sin poder evitarlo, en mis labios aparece una sonrisa. Y todo el calor que estaba sintiendo minutos atrás, desaparece.
—Euforia tiene las mejores vistas del Empire State en toda la ciudad. —Su voz consigue sobresaltarme cuando aparece a mi lado, haciéndome entrega de otro Cosmopolitan—. Eso era lo que mi padre solía decir, lleno de orgullo.
—¿Acaso tu familia también es dueña de ese edificio? —inquiero dándole el primer trago a mi copa.
—No. Pero resulta que mi tatarabuelo trabajó durante su construcción en 1930.
—¿Antes de convertirse en mafioso? —Lo miro con una ceja enarcada.
Angelo sonríe, divertido.
—Al contrario, ragazza. Siendo uno. En sus inicios su trabajo consistía en la venta y distribución de tabacos entre los más de tres mil cuatrocientos obreros que se partían el lomo pegando bloques y cargando vigas.
—Ya lo veo —bufo—. Se nota que tú familia ha escogido desde siempre el camino más fácil.
—Yo no diría que fácil sea la palabra correcta, angelito —repone—. Yo diría que «lucrativo» es la mejor manera de describirlo.
—Ilegal también sería una.
—Nocivo. Peligroso. Oscuro. Llama a este mundo como quieras. —Se lleva el vaso de whisky a los labios sin dejar de mirarme—. Aunque no te conviene seguir renegando de él, Angelina. Porque este mundo es el que te mantiene con vida. Es... en el que de ahora en adelante te toca vivir.
—No pretendo quedarme en él para siempre —repongo al instante, y sé que no me conviene ser tan sincera, pero no lo he podido evitar.
No es como si Angelo no estuviera al tanto de lo mucho que aborrezco esta vida, pero si espero obtener la más mínima oportunidad de escaparme con Nicholas, no debería recalcarle demasiado lo mucho que lo estoy deseando.
Tengo que ser más inteligente. Tengo que ser un poco más como... ¿ella?
«La mafia jamás perdona la traición.»
Recuerdo sus palabras y me pregunto si fue precisamente eso lo que la hizo quedarse: el instinto de supervivencia. Si su amor hacia Angelo solo fue una mentira que se dijo a sí misma una y otra vez hasta convertirla en verdad.
Hay tantas contradicciones en su historia y fueron tantos años los que pasó en este mundo que sería imposible para mí saber a ciencia cierta cómo ocurrieron las cosas en realidad.
Solo sé que la última vez que la vi, sus ojos mostraban una infinita tristeza, y las marcas en su cuello, los signos del abuso.
Cinco años después recibí una llamada que me informaba sobre su suicidio. Y eso es lo único real que tengo.
Todo lo demás que me cuentan sobre ella..., sus risas, su canto, su felicidad, para mí puede ser tanto una verdad como una mentira. ¿De ellos o suya? Quizás ya sea demasiado tarde para averiguarlo.
—Es irónico, sabes —pronuncia Angelo unos segundos después, fijándose en la inmensidad de la ciudad—, ya que esas mismas palabras salieron de su boca una vez. —Se termina su whisky de un solo trago y coloca el vaso vacío en una mesa alta y circular que está a nuestro lado.
Yo, a diferencia, me llevo el Cosmopolitan a los labios con lentitud antes de pronunciar:
—Y ya ves lo bien que mi hermana cumplió con su palabra, ¿cierto? —Un destello de rabia mezclada con dolor aparece en sus ojos cuando los clava en los míos.
Entonces me pregunto si es este el mismo hombre que apretaba su mano alrededor del cuello de mi gemela. Y si tanto le duele su muerte, por qué la dañaba de una forma tan cruel.
«A veces el daño más grande es el que le hacemos a las personas que amamos» Susurra la voz de mi consciencia. Y en contra de todo el odio que le profeso, siento pena por él.
Yo también conozco el dolor de la pérdida. Aunque mi duele hubiese pasado cinco años atrás. Porque en ese entonces, ya sabía que nunca la iba a recuperar, aun cuando seguía respirando.
—Créeme que no lo hizo por voluntad propia —pronuncia con determinación—. Pero eso, Angelina, no va volver a pasar. —Introduce una mano por la abertura de mi abrigo y me rodea la cintura, pegándome a su cuerpo—. No pienso permitir que tú también mueras en manos de mis enemigos.
—¿En sus manos no, pero en las tuyas sí? —Me muerdo el labio para controlar el temblor que se ha apoderado de todo mi cuerpo con la cercanía de nuestras respiraciones.
Ese gesto parece tener un efecto desestabilizador en él, porque bajo los tatuajes de su cuello puedo ver la manzana de Adán subiendo y bajando con el paso de su saliva.
—Deja de provocarme, ángel —pronuncia con la voz ronca.
—Eres tú el que me tiene apresada —me defiendo, pero una estúpida parte de mí no hace nada para separarse.
—Alexei nos está mirando desde el otro lado de la azotea, ragazza. —Señala con disimulo—. Recuerda que esto no es más que una actuación.
Una carcajada amarga se me escapa.
—¿Esta es la forma tan patética en la que te mientes todos los días, angelito? —Poso una mano en su pecho antes de comenzar a recorrerlo con lentitud. Él cierra los ojos y yo sonrío cuando mi mano encuentra el bulto creciente que hay bajo sus pantalones y se cierra sobre él, haciéndolo gruñir—. Me deseas, Angelo. Y sabes algo, puedes tenerme si así lo quieres. —Sus ojos se abren, quemándome con toda su intensidad—. Esta noche puedo ser tuya, pero solo si de verdad me deseas a mí. A quien soy y no a quien tú deseas que yo sea.
Su mirada baja de mis ojos hasta mis labios, luego... relame los suyos. Un movimiento tan condenadamente sensual que, en contra de todas mis defensas, consigue mojarme la entrepierna.
Me siento tan débil cuando me fijo en él y lo veo tan... hermoso. Hermoso y perverso. Una perversión que me incita a ser parte de ella.
«Solo es algo físico, Angelina. Una simple transacción. Después de todo, no es la primera vez que lo haces»
Suspiro cuando lo siento acercarse tanto a mis labios que la calidez de su aliento consigue encenderme por dentro. Él cierra los ojos, y es entonces cuando me convenzo de que esto es real, que no va a tardar en hacerlo, que me besará.
—Angelo... —su nombre se escapa de mis labios en un susurro tan íntimo que de pronto siento como si la ciudad fuera solo nuestra, por entero, con todas sus voces a la distancia, sus luces, su cielo infinito, y un frío que se va disipando a medida que nuestros cuerpos se juntan.
Pero la atmósfera se difumina cuando él abre de nuevo los ojos, y noto que todo el deseo que antes había estado presente en ellos, ha desaparecido.
—No puedo hacerlo —dice—. No puedo desear algo que no estoy viendo, Angelina. Porque al mirarte, solo la veo a ella.
Asiento, disimulando la punzada de dolor que me atraviesa el estómago.
—Bien. Tú te lo pierdes —pronuncio con todo el orgullo que consigo fingir mientras lucho para que mis ojos no me delaten—. Ahora, si no te molesta, necesito que me sueltes para poder ir al baño.
Angelo me mira, y no sé interpretar el brillo con el que lo hace. O quizás sí, y solo me niego a la idea de que ese maldito esté sintiendo pena por mí.
—Te acompaño.
—Puedo ir yo sola.
—No. No puedes. Esta noche eres la dama de la mafia, ¿o ya se te olvida? —Hago rodar los ojos, resoplando.
—Contigo a mi lado eso sería imposible de olvidar —le devuelvo, mordaz.
E importándome una mierda su santa voluntad, me deshago de su agarre, colocando mi copa en la mesa para sacarme el abrigo antes de estampárselo en el pecho y abandonar el reservado.
Lo escucho gritando el nombre de mi hermana a mi espalda, pero lo ignoro, abriéndome paso por el lugar entre empujones y tropiezos.
—Joder, que te esperes —gruñe contra mi oído cuando me alcanza, sujetándome con fuerza por la muñeca—. ¿Qué coño crees que estás haciendo?
—¿Tampoco se me permite hacer mis necesidades sin su permiso, señoría?
—No sin compañía, ya te lo dije. —Aprieta los dientes—. Además, aquí arriba no hay baños.
—Bien, entonces me largo a los de abajo. —Me quito su mano de encima y aprovecho la distracción que ocasiona uno de los soldados para largarme.
Angelo le gruñe algo que no alcanzo a entender al tiempo que doy con la puerta que ya había visto al otro extremo de la azotea cuando llegamos. Un hombre la abre para mí al ver que me acerco.
—Gracias, cariño. —Le guiño un ojo al pasar por su lado.
—De nada, preciosa —me devuelve, dejando sus ojos clavados en mi espalda mientras comienzo a descender por las escaleras.
—Para mañana no vuelvas, dannato bastardo. Estás despedido. —Me volteo para encarar a Angelo cuando lo escucho escupir esas palabras a mi espalda.
—¿Despides al hombre por hacer su maldito trabajo? ¡¿Te das cuenta de lo jodido que estás?! —Mi voz se escucha por encima de la música.
No se me pasa por alto que ninguno de sus soldados nos está acompañando esta vez.
—No le pago para que le mire el culo a mi mujer —espeta—. Aquí todos conocen las reglas.
Pongo los ojos en blanco y en lugar de discutirle, continúo bajando por las escaleras, aprovechando la altura para ubicar el área de los baños. Diviso dos pasillos al otro lado de la pista, cada uno identificado con una luz de neón. Rosa y azul. Por lo que supongo que deben ser esos.
En la pista de baile, la gente se sigue moviendo al ritmo de una música latina que se me antoja pegajosa. De esas que te invitan a bailar. De esas que me hacen preguntarme cómo se sentiría bailarla con él. Solo tendría que darme la vuelta y probarlo, sé que viene detrás de mí. Pero no lo hago. Y en su lugar, me apresuro para salir del rebullicio e internarme en el pasillo que corresponde al baño de damas.
Sus pasos se confunden con los míos, produciendo un eco que rebota contra las paredes brillantes, como si estuvieran hechas de purpurina, pero cuando ya hemos recorrido poco más de la mitad, me vuelvo para enfrentarlo, cruzando los brazos.
—¿También piensas entrar conmigo?
—¿No es eso obvio? —Aprieta los dientes.
Resoplo.
—Muy bien, bestia. Como tú quieras. —Me doy la vuelta mientras dos chicas abandonan el baño entre risitas y cuchicheos.
—¿Por qué mejor no piden una habitación? —grita una de ellas hacia el interior antes de que la puerta se cierre a sus espaldas.
—Son unos puercos —murmura la otra con diversión mientras caminan hacia nosotros, pero al fijarse en el hombre que me acompaña, esta palidece.
—Señor...
—Largo de aquí, Izzy —le ordena Angelo con voz de hielo, consiguiendo que tome la mano de su amiga y tire de ella hasta abandonar el pasillo.
Justo entonces su teléfono comienza a sonar. Él se lo saca del bolsillo y alcanzo a ver brillando en la pantalla el nombre de Matteo.
Angelo me mira antes de preguntarme con ironía:
—¿Quieres que le envíe saludos por ti, ragazza?
Me entran unas ganas enormes de arrancarle el puto aparato de las manos, salir huyendo y llamar a Noah, pero tengo que admitir que no me creo capaz de conseguir siquiera llegar a la esquina. Este lugar es suyo, él lo controla. Y...
«Cuando tú das un paso, yo ya he dado diez»
Angelo atiende la llamada y yo aprovecho su distracción para seguir avanzando sin él.
—Necesito que regreses mañana a la ciudad —lo escucho decir después del seco «¿Qué quieres?» que utilizó como saludo—. Me importa una mierda, hay un asunto más importante que requiere tu atención aquí... Sí... En Euforia... ¡Porque me da la puta gana, por eso!
Sacudo la cabeza y dejo de prestarle atención a lo que dice cuando me detengo frente a la puerta.
Me tomo mi tiempo antes de empujarla porque soy consciente del espectáculo hormonal con el que me voy a encontrar al otro lado —siempre es lo mismo en cada bar que visito—, pero nada me podía haber preparado para lo que mis ojos descubren a través del espejo que ocupa toda la pared lateral.
El reflejo de una chica de cabello rubio oscuro, cuyo cuerpo está siendo apresado contra la pared por el de otra persona, es lo primero que alcanzo a distinguir.
Se trata de un chico más alto que ella, pero no lo suficientemente ancho para cubrirla por completo. Su cabeza está cubierta de un pelo tan oscuro como la noche y sus manos perdidas entre sus curvas, bajo la tela de la camiseta rosa que ella lleva puesta.
Los ojos de la rubia se encuentran cerrados por el placer que le están produciendo los besos que el chico reparte por todo su cuello, pero como si pudiera sentir el peso de mi mirada, los abre un segundo después.
El verde de sus iris pasa de la confusión a la sorpresa antes de transmutar en un auténtico terror.
Angelo reanuda sus pasos, y su voz se va haciendo más cercana con cada uno de ellos. Estoy segura de que ella también es capaz de escucharla, porque enseguida comienza a negar con la cabeza, y con ambas manos empuja al chico lejos de su cuerpo.
—Amore, ¿qué pasa? ¿Te hice daño? —La confusión es clara en su voz, pero cuando se fija en el temor que baña su rostro, se gira en mi dirección.
Los ojos negros de Stefano pasan por el mismo proceso que los de ella al hacerse consciente de la presencia del boss a tan solo un par de metros de distancia, pero es la súplica que consigo en la mirada de Fiorella la que me hace tomar una decisión.
Cierro la puerta y me doy media vuelta, prácticamente chocándome contra el torso de Angelo en el proceso.
—Te hablo luego. —Corta la llamada y me mira—. ¿Qué pasa? ¿No ibas a orinar?
El corazón me late tan fuerte que los oídos se me tapan por la presión.
—Es que... se me quitaron las ganas —miento, colocando mis manos sobre su pecho para empujarlo hacia atrás.
—¿Qué mierda, Angelina? Tienes cara de haber visto a un maldito fantasma.
«Un fantasma no, pero a un vampiro puede que sí, y le estaba clavando los dientes a tu hermanita»
Él estira la mano para empujar la puerta detrás de mí, pero yo se la tomo para impedirlo.
—No pasa nada —le digo—. Es que huele horrible, y se me quitaron las ganas. Ya está.
—No te creo —me devuelve con los ojos entrecerrados.
Gruño de pura exasperación.
—No tengo ganas, ¿vale? Te mentí. Solo estaba...
—¿Cabreada porque te rechacé? Lo sé.
Aprieto los labios.
—¿Siempre tienes que ser tan cabrón?
—¿Siempre tienes que ser tan caprichosa? —repone—. No siempre puedes obtener lo que quieres, angelito. Y ahora, como castigo por haberme hecho perseguirte por todo el puto antro, vas a entrar ahí, y aunque no tengas ganas, te vas a sentar a orinar, ¿te queda claro?
Me da un vuelco el corazón cuando me aparta y de un movimiento rápido consigue abrir la puerta varios centímetros. Los chicos ya no se ven reflejados a través del espejo, cuando me giro, pero al menos que tengan el poder de desaparecer, supongo que han de haberse encerrado en uno de los cubículos.
—Angelo, no...
—Entra.
—Pero...
—¡Que entres! —Le da un golpe tan fuerte al metal que este termina chocando contra la pared contigua de forma estruendosa, provocando que un grito corto y agudo termine haciendo eco en el interior de la habitación.
Y este, no ha sido mío.
Angelo frunce el ceño y a mí casi se me para el puto corazón como respuesta. Pero mi instinto protector es más fuerte que mi miedo. Lo tomo por la solapa de la gabardina y lo arrastro conmigo hacia afuera.
—¡¿Te has vuelto loco?! —le espeto como si la voz que produjo ese grito no me resultara en absoluto conocida.
—¿No te parece que esa se ha escuchado como...?
—¿Cómo si le hubieras dado un susto de muerte? ¡Por supuesto que sí! —lo corto, tirando de su brazo para que camine conmigo hacia el exterior—. Vamos por otro trago, joder, a ver si con eso te relajas.
Nos encontramos de nuevo con toda la euforia que hay en el exterior. La música sonando más fuerte. Las luces brillando desde lo alto. Y un montón de cuerpos moviéndose al ritmo de Ariana Grande con Into You.
♫Estoy tan colada por ti
que casi no puedo respirar,
y todo lo que quiero hacer es caer más profundo.
Pero "casi" no es suficiente,
hasta que cruzamos la línea.
Así que nombra un juego al que jugar,
y yo haré rodar el dado♪
—¡No quiero relajarme! —Se sacude—. ¡Solo quiero que por una maldita vez hagas justo lo que te ordeno!
Me detengo en medio de la pista y me vuelvo para encararlo
—¡Y yo quiero que por una maldita vez dejes de ser tan bestia!
«Quizás de esa manera tu hermana no tendría que salir a escondidas con el chico vampiro»
—¡Soy como tú me obligas a ser, maldición! —Sus ojos destellan de diferentes colores con el reflejo de las luces—. Me estás volviendo loco, ¿es que no te das cuenta? —Me agarra por los brazos y me acerca a su cuerpo.
♫Oh, cariño, mira lo que empezaste,
la temperatura está subiendo aquí,
¿esto en verdad va a ocurrir?
He estado esperando y esperando a que dieras el paso,
antes de ser yo quien hiciera un movimiento♪
La letra de la canción penetra hasta lo más profundo de mis huesos.
—Tú me estás enloqueciendo a mí. —Lo miro a los ojos—. Cada maldito día —«que no te veo»— lo haces.
♫Un poco peligroso, pero cariño, así es como me gusta.
Un poco menos de conversación,
y un poco más de acariciar mi cuerpo.
Porque estoy tan colada por ti, por ti, por ti♪
—Te apareciste en ese puto cementerio solo para joderme más la vida, Angelina White.
♫Dime a qué has venido aquí,
porque no puedo, no puedo esperar más.
Estoy al borde y sin control♪
—¿Cómo te gustaría estarme jodiendo tú a mí, Angelo Lombardi?
♫Así que, cariño, ven y enciéndeme, y tal vez te deje hacerlo♪
—No precisamente a ti —confiesa, clavándome de nuevo el puñal de su desprecio.
Cierro los ojos, odiándome por el hecho de que eso me afecte tanto, y cuando los abro, veo a Stefano sujetando la mano de Fiorella mientras abandonan el pasillo por el que salimos, procurando que nadie los esté mirando.
Pero yo lo estoy haciendo, y Angelo, siguiendo esa dirección, intenta volverse para imitarme, poniéndome tan nerviosa que mi primera reacción es tomarlo por el rostro y obligarlo a que me mire.
—He cambiado de opinión —le miento, acercándome a sus labios—. Puedo ser tuya esta noche, aunque en mí solo la veas reflejada a ella.
♫Porque estoy tan colada por ti, por ti, por ti...♪
—¿Estás segura? —Sus ojos se llenan de un oscuro deseo.
—Solo si tú lo estás.... —respondo, recorriendo su pecho con la palma de mi mano. Él me mira los labios.
♫ Un poco escandaloso, pero cariño, no dejemos que lo vean♪
—Lo estoy —pronuncia con una voz ronca que me pone a temblar.
—¿Qué quieres de mí, Angelo? —susurro.
Acaricia mi rostro con la misma mano que porta la sangre de sus enemigos.
—Que me beses, amore, solo quiero que me beses una vez más —me pide en un ruego que jamás esperé escuchar de él.
Y entonces, lo hago.
Me inclino hasta rozar sus labios con los míos, y cuando la presión pasa a ser suficiente para titularlo como «nuestro primer beso», es él quien toma el control, agarrándome por el cuello y ladeando la cabeza para profundizar.
♫Porque estoy tan colada por ti, por ti, por ti.♪
Mis manos se cierran sobre su camisa cuando siento su lengua rozando mis labios, ordenándome que los separe para él, llenándome de más vibraciones con ese simple y rutinario movimiento de lo que lo hace la música en todo mi cuerpo.
Cierro los ojos y me dejo llevar por la letra, por el momento, por la euforia del lugar, y por él.
Por todo él y el peligro que representa para mí estar disfrutando de esos labios que se están llevando todo el peso de mis hombros y me están dejando tan liviana... que por un momento creo que se tratan de una droga.
Una de sus manos baja por mi cintura, rodeándome hasta apretarse sobre mi culo y pegarme más a su cuerpo.
Sin poder evitarlo, se me escapa un gemido entrecortado al sentir de nuevo toda la dureza de su erección contra mi muslo, y a él parece gustarle tanto ese sonido que aprovecha entonces para morder mi labio, arrebatándome otro.
—Mi sei mancato tanto. —Esta vez no alcanzo a traducir lo que murmura en mi boca, estoy demasiado perdida en el sabor alcoholizado que tiene su lengua.
Tanto que mi mente parece debilitarse. Mi determinación, salir volando. Mi dignidad, perderse. Y todo mi cuerpo, pertenecerle completamente a él.
Porque después de todo, es mi cuerpo el único que responde, el único que parece saber exactamente lo que quiere.
Y lo que quiere, es más.
Más de Angelo Lombardi tocándolo, besándolo, y haciéndolo temblar.
—Salgamos de aquí —le pido entre cada beso—. Llévame a un lugar...
—¿Donde solo estemos los dos? —completa él, separándose para tomar mi rostro entre sus manos—. ¿Dónde pueda hacerte todas las cosas que me imagino cada vez que te veo? —Sus ojos me miran, hambrientos.
♫Un poco menos de conversación,
y un poco más de acariciar mi cuerpo♪
Separo mis labios dispuesta a decirle que sí. Que me lleve a la primera habitación del hotel que encontremos. Que mi entrepierna no está dispuesta a esperar mucho más. Que lo deseo como nunca imaginé que podía desear a alguien.
Pero entonces recibo un golpe.
Un golpe de realidad tan certero e inesperado que me hace preguntarme a mí misma que mierda estaba a punto de hacer. Qué mierda hago con él cuando debería estar con...
—Noah —su nombre se me escapa una vez que mis ojos consiguen enfocarlo con claridad, en un tono tan bajo que es absorbido por la música.
Pero es él.
Ahí, en una esquina de la barra. Incluso sin esa barba que tanto lo caracteriza soy capaz de reconocerlo.
Noah García está aquí.
Pero son mis pies los primeros en reaccionar, rodeando el cuerpo de Angelo y llevándome directo hasta él. Está tan cerca que casi siento que lo puedo tocar. Y con cada paso, mi corazón se salta un latido.
Me encuentro a menos de diez metros de él cuando una mujer aparece a su lado cargando con dos bebidas. La reconozco al instante. Un cuerpo como el suyo es algo difícil de ignorar e imposible no envidiar.
Lorena le entrega el vaso antes de que él le rodee la cintura con un brazo y se incline para susurrarle algo al oído que la hace reír.
«No tengo el don de la risa, Angelina, pero si existe algo con lo que pueda hacerte reír, lo usaré. Porque me encanta escucharte cuando lo haces.»
La fotografía que se graba en mi mente de ellos, juntos, casi me produce una arcada, pero cuando sus labios se rozan en un beso demasiado lascivo y juguetón para tratarse de algo casual, siento que ha sido suficiente para mí.
Me giro con torpeza y me tropiezo con un chico que sin querer derrama el contenido de su vaso sobre mi vestido un segundo antes de que este se le resbale de las manos y caiga al suelo, volviéndose añicos.
—Mierda. Lo siento, lo siento mucho. —Sus ojos enrojecidos me miran con pena mientras sus manos tocan mi cuerpo como si con ellas me pudiera secar.
Por instinto me echo hacia atrás, evitándolo.
—Tranquilo. No pasa na...
—Apártate, maldito imbécil —Angelo me interrumpe, dándole un empujón que casi lo tira al suelo.
Y eso solo consigue llamar más la atención.
—Estaba intentando ayudarla, cabrón.
Angelo se gira para mirarlo, y bajo los tatuajes de su cuello, consigo ver una vena gruesa palpitando con rapidez.
—Lárgate antes de que acabe contigo —sisea con los dientes apretados.
—No fue su culpa, fue mía —le digo tomándolo por la muñeca—. Salgamos nosotros de aquí, ¿vale? Me estoy sintiendo mareada.
Angelo me mira.
—No tienes que irte con este imbécil si no quieres, bonita —sugiere el chico en mi dirección, empeorándolo todo.
La bestia se suelta de mi agarre y en un movimiento rápido lo sujeta a él por la camisa con tanta fuerza que la tela se rasga.
—Déjalo, Angelo. No vale la pena. —Lo tomo del brazo para que lo suelte, comenzando a enervarme—. Solo sácame de aquí, por favor.
Él me mira, y la forma en la que lo hace refleja lo mal que debo estarme viendo ahora mismo, porque enseguida libera al muchacho.
—¿Qué te sucede, nena?
—Nada. Solo me quiero ir —insisto, pero es demasiado tarde ya.
Angelo mira un punto a mi espalda, frunciendo el ceño, y como la idiota que estoy siendo hoy, hago lo mismo, consiguiéndome con sus ojos azules esta vez fijos en los míos.
La punzada que siento en el pecho llega un segundo después.
Ya no son diez metros los que me separan de Noah, ahora es una distancia tan corta que cuando pronuncia mi nombre, aún bajo en sonido de la música, lo alcanzo a escuchar con claridad.
«Angelina»
Una sola palabra que esconde un montón de interrogantes. Interrogantes que no tengo tiempo a responder, porque el cerebro de Angelo funciona más rápido que el mío, y al momento siguiente ya su mano me está agarrando con fuerza del brazo, arrastrándome entre la multitud en dirección a las escaleras que conducen a su palco privado.
—¡Angelina! —repite Noah con más fuerza esta vez, siguiéndonos.
Pero Angelo no se detiene.
Y yo tampoco me resisto a que me lleve con él.
Porque si lo hago, si me voy con Noah, sus hombres nos perseguirán hasta matarnos, y aunque no lo lograran, lo más probable es que no vuelva a ver a mi sobrino jamás.
Saber en dónde viven los Lombardi no me garantiza llegar ahí antes de que se hayan largado con Nicholas. Tienen todos los malditos medios para desaparecer. Ya lo han hecho antes.
—Maldita, ragazza —escupe Angelo, empujándome para que comience a subir las escaleras. Dos de sus soldados aparecen detrás de nosotros—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo le avisaste a tu novio que estaríamos aquí?
—Yo no hice nada. Esto es pura coincidencia, te lo juro. —Y aunque esa sea la absoluta verdad, estoy segura de que en su lugar ni yo misma me lo creería.
—¡Angelina, espera! —vuelvo a escuchar la voz de Noah, al pie de las escaleras esta vez.
Miro hacia abajo y veo a los soldados de Angelo conteniéndolo.
—Sube más rápido, maldita sea —me gruñe él—. Antes de que...
No ha terminado la frase cuando se escucha la detonación de una bala resonando por encima de la música, y con eso, el caos se desata.
—¡FBI, deténganse ahora mismo, es una orden! —La voz de Noah toma fuerza cuando la música se detiene. Sus manos apuntan a los soldados, pero sus ojos solo pueden mirarme a mí, confusos.
Angelo se saca una pistola de la parte trasera de su pantalón con un movimiento que solo puede conseguirse si fuiste entrenado, apuntando a Noah con ella.
El alma se me cae a los pies, pero antes de que pueda tirar del gatillo, el impacto de dos balas penetrando la pared a nuestro lado lo obliga a tomarme por el brazo de nuevo y seguir avanzando conmigo por las escaleras.
Mis ojos buscan al perpetrador de esos tiros entre la multitud y me encuentro a Lorena en su vestido negro y tacones, apuntándome con una 9MM, pero la imagen se pierde con rapidez cuando más soltados llegan para cubrirnos, largando tiros hacia el piso inferior, mientras otros nos escoltan hasta la puerta por la que entramos al llegar.
El camino hacia el ascensor se me hace terriblemente largo, y cuando finalmente estamos de vuelta en el interior del Bugatti de Angelo, lo único que consigue que salga de mi estupor es el fuerte golpe que sus puños le dan al volante.
—Esta me la vas a pagar, Angelina —promete antes de encender el motor.
No le respondo, no vale de nada.
Me limito a recostar la cabeza contra la ventanilla del auto durante todo el recorrido de regreso a Hudson Hill, siendo absorbida por las luces de una ciudad que se está llevando todo de mí.
Está claro que esta noche he perdido mucho más que mi libertad.
Y la lágrima..., esa me la seco cuando Angelo Lombardi no me está mirando.
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Traducciones:
Mi sei mancato tanto = Te extrañé tanto.
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Hola, pecadoras.
¿El primer beso cumplió sus expectativas?
Este es mi capi favorito hasta ahora.
Leo sus reacciones aquí.
No olviden dejar una estrellita.
Besitos ♥
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