C A P Í T U L O 23. «MI BELLA DONNA»
MI BELLA DONNA
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Ni siquiera noto en qué momento todo el palco se ha llenado de gente, solo sé que cada una de esas personas me miran como si yo fuera la cosa más terriblemente maravillosa que puede haberles sucedido en la vida.
—Mi bella donna —me saluda un chico en italiano, aunque en acento ruso sea bastante evidente en su voz.
Sus ojos verdosos resplandecen bajo las luces del antro cuando me miran después de realizar una especie de reverencia que me revuelve el estómago, la verdad.
Sin saber cómo reaccionar, hago lo que Angelo me dijo que hiciera, sonrío inclinando la cabeza en su dirección.
«¿Así trataban todos en el submundo a mi hermana? ¿Y ella lo disfrutaba?»
—Alexei Montiglio —pronuncia la bestia, pasando un brazo por detrás de mi cintura para pegarme a su cuerpo—. Es bueno saber que te diviertes en mi castillo.
—Euforia siempre será la primera opción para mí cuando de diversión se trata, boss. —El chico le sonríe, y en ese gesto descubro el gran poder de seducción con el que cuenta.
Una seducción oscura y perversa que se esconde tras unos rasgos marcados y varoniles, una nariz perfilada, una piel acanalada y unos músculos que se le marcan bajo la camisa blanca que lleva arremangada hasta los codos, dejando a la vista unos discretos tatuajes.
Nada que ver con los de mi cuñado.
El chico es lindo. Y por su cara deduzco que no debe ser mayor de veinte años, aunque sus ojos reflejen que ha visto cosas que un chico de su edad solo creería que suceden en las películas.
—Me alegra saberlo. —Angelo asiente, complacido—. Pero cuéntame, Alexei, ¿cómo se encuentra tu padre?
El chico suspira.
—No muy bien, la verdad —responde con una pena que se me antoja fingida—. Los médicos dicen que el cáncer ya se encuentra demasiado avanzado, le dan un par de meses, con suerte.
—Todos nacemos para morir —replica Angelo sin inmutarse.
—Pero solo los afortunados renacen después de la muerte. —El chico me mira con una sonrisa ladina en los labios—. ¿No es así, mi señora?
Separo mis labios, pero...
—Dile a tu padre que lo visitaré pronto —Angelo se me adelanta con un todo gélido—. Nos vemos luego.
Alexei asiente comprendiendo que su momento con el rey se ha terminado.
—Como siempre, boss, mi padre él estará encantado de recibirlo. —Hace una nueva reverencia—. Que disfruten la noche, mis señores.
Se da media vuelta y camina hasta reunirse con una rubia alta y hermosa que lo está esperando al otro lado de la sala, pero los pierdo de vista cuando dos de los soldados de Angelo vuelven a formar una pared frente a nosotros.
—¿Son ideas mías o todo eso ha sido sarcasmo? —Angelo tiene la mandíbula apretada cuando me vuelvo para mirarlo.
—Ese dannato se cree muy listo. Pero pronto va a terminar entendiendo que conmigo no se juega. —Se da media vuelta y se apoya de nuevo contra la barandilla dorada.
Me coloco a su lado, pero sus ojos están fijos en la masa colorida de cuerpos que se mueven al ritmo de la música en la parte de abajo.
—¿Me responderías si te pregunto cuál es el problema con ese chico, o me vas a salir con una de tus patanerías?
Una sonrisa aparece en sus labios, provocando que el estómago se me encoja en una mezcla de rabia y admiración.
«¿Por qué mierda tiene que ser tan hermoso?»
—Eso tendrás que averiguarlo, angelito.
Resoplo.
—Prefiero no arriesgarme. —Intento sonar indiferente, distrayéndome con la pareja que va bajando por las escaleras al otro lado del antro. Algo en ellos se me antoja familiar, pero a esta distancia no alcanzo a reconocer por qué—. Contigo siempre es mejor esperarse lo peor, ángel.
La sonrisa se borra de sus labios tras mis palabras. Y luego de algunos segundos, suelta una especie de gruñido.
—Alexei Montiglio Petrova. —No me mira mientras lo dice, pero ese último apellido trae a mi mente un recuerdo—. Es el hijo mayor del Massimo Montiglio, un viejo amigo de mi padre, encargado del contrabando de tabaco y licores a través de los puertos. Era el líder de su clan, pero ahora mismo no es más que un vejestorio inservible.
—Porque está enfermo... —deduzco, sintiéndome asqueada de la forma tan despectiva con la que se refiere a un moribundo.
Estoy segura de que el hombre no ha de ser una blanca paloma, pero un poco de respeto hacia su estado no le vendría mal.
—Desde que enfermó, hace poco más de un año, ha sido Alexei quien ha estado llevando el negocio. Pero él no es más que un niño caprichoso que no sabe seguir órdenes. Anhela un poder para el que no está preparado.
—Y por eso te odia, ¿no? ¿Porque tú eres la piedra en su camino?
Angelo niega con una sonrisa irónica en los labios.
—Al contrario. —Me mira—. Me odia porque sabe que él en el mío no es más que una piedrita pequeña e insignificante. Porque sabe que puedo hacerlo desaparecer del submundo ahora mismo si me diera la gana.
—¿Y por qué no lo has hecho? —Me coloco de costado contra la barandilla para mirarlo de frente.
Angelo hace lo mismo, y con una delicadeza que me hace estremecer, coloca un mechón de mi cabello hacia atrás.
—En esta vida, la información es poder, amore. Y el poder es dominio. —Deja caer su mano en mi hombro, y luego, de forma lenta y estudiada, comienza a descender por mi brazo, elevando cada vello a su paso—. Hace más de veinte años, Andrei Petrova, uno de los capos de la mafia rusa de la ciudad, le entregó su hija menor a Massimo como pago por una deuda. Esa hija era Alexandra Petrova, la madre de Alexei. Para ese entonces ella tenía dieciséis y Massimo más de cuarenta. —Angelo entrelaza sus dedos con los míos y el retumbar de la música se confunde con el de mi corazón—. Gracias a esa unión, los Petrova consiguieron evitar a los federales. Los Montiglio le brindaron su protección, y a cambio la mafia rusa se convirtió en un aliado para nosotros. Pero esa alianza está pendiendo de un hilo ahora mismo.
—¿Por culpa de la pequeña e insignificante piedrecita en tu camino?
Angelo sonríe como si le hiciera gracia mi ironía.
—Cuando Massimo muera, porque lo hará, Alexei va a intentar revelarse. Buscará la aprobación de su abuelo y juntos romperán con los lazos que mantienen unida a la mafia rusa con la italiana. Luego, vendrán por mi cabeza. —Y en eso último no hay cabida para la duda—. ¿Notaste cómo me mira él?
—¿Con rabia?
—Peor que eso, Angelina. Con envidia. Es un crio que nació en cuna de oro, con un título que no está ni cerca de mecer, pero osa sentirse con el derecho de anhelar lo que por derecho me pertenece. —Pese a lo arrogante de sus palabras, no hay egocentrismo en su voz, solo una... verdad—. Mira a tu alrededor y dime lo que ves.
Lo hago, y al instante me siento abrumada. Son...
—Demasiados ojos sobre nosotros.
—Y es por eso que ahora mismo debes sonreír, amore. —Me da un beso en el hombro que por poco me hace soltar un gemido, bajito—. Cada una de esas personas, los hijos de la élite de Nueva York, anhelan un poder que es nuestro. Ellos quieren ser nosotros. Algunos se conforman con solo desearlo como eso que sabemos no son más que sueños inalcanzables, y otros, como Alexei Montiglio, están dispuestos a todo para conseguirlo.
Trago saliva. Su aliento sobre mi oído me está volviendo loca.
—¿Y... qué piensas hacer para detenerlo, Angelo?
La sonrisa que aparece en sus labios me genera una sensación de temor que no sabría cómo describir.
—Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos, aún más, cuñada.
Sus dedos se aprietan con más fuerza contra los míos, y sé que ese gesto tiene algún significado, pero prefiero no preguntar al respecto, porque si la respuesta es la que me estoy imaginando, no va a gustarme nada.
Él, ante mi silencio, se toma la libertad de pedirle un cigarrillo a sus soldados antes de comenzar a fumárselo a mi lado.
Me gustaría pedirle uno para calmar mi ansiedad, pero me conformo con observar de forma disimulada sus movimientos. Cada uno de ellos parece estar tan perfectamente estudiado que casi me parece artística la manera en la que el humo que se escapa de entre sus labios termina confundiéndose con el que cubre la atmosfera del local.
—Señores, ¿desean algo de tomar? —La misma mujer que se llevó mi abrigo reaparece a nuestro lado.
—Un Aberfeldy para mí —responde Angelo—. Y para mi señora un Cosmopolitan. Llévalo a nuestro reservado.
—Como ordene. —Ella le sonríe y yo lo fulmino con la mira cuando se retira.
—¿Por qué se supone que tú escoges lo que yo quiero tomar?
—Porque eso es lo que Evelyn habría querido y como esta noche eres ella, es lo que tú tomarás —zanja acabándose el cigarrillo antes colocar una mano tras mi cintura y comenzar guiarme entre los presentes hasta el reservado de la esquina.
Me trago la bilis mientras camino a su lado.
Como era de esperarse es el más grande y lujoso de todos. Con una mesa de cristal resplandeciente frente a unos sofás de tela metalizada que brillan con los colores de las luces que salen del techo.
Angelo se sienta en un sofá individual que tiene forma de trono, y cuando yo intento hacerlo en otro que está a su lado, él tira de mí y me hace caer en sus piernas.
—¿A dónde vas, principessa? Tu puesto está aquí. —Aprieto los labios de la misma forma que lo hago con mis piernas, y en lugar de quejarme, le sonrío.
«Obediente»
—Como ordenes, boss —susurro en su oído para molestarlo. Y sé que lo he conseguido cuando aprieta mi muslo con fuerza, como si esperara reprenderme con eso.
Pero en su lugar solo consigue... ¿calentarme?
Me remuevo intentando ahuyentar esa sensación, pero él deja escapar un gruñido ronco que deja claro lo mucho que lo estoy empeorando.
—Deja de moverte, joder. —Me sujeta con ambos brazos para que lo haga, y tengo que volverme para mirarlo cuando alzando a sentir algo duro bajo mi muslo.
—¿Angelo Lombardi está teniendo una erección con la copia barata de su mujer? —inquiero con maliciosa lujuria, apretándome más contra su entre pierna y tragándome el suspiro extasiado que se me quiere escapar al volverme más consciente de su tamaño con cada acercamiento.
—No me provoques, Angelina.
Sonrío sin tener idea cómo su jodida erección puede hacerme sentir tan poderosa en este momento. Pero lo hace. Es como estar obteniendo un mini triunfo después de haber tenido que soportar sus desprecios y comparaciones todo este tiempo.
—Veamos, qué decías de no dejarme ocupar su lugar ni por mucho que me le parezca, ¿eh? Porque el soldado que tienes entre las piernas parece estar ansioso de pararse firme ante su señora.
—No juegues con fuego, ragazza —me advierte entre dientes—. Una erección la puedo tener contigo y con la puta de la esquina. Pero para que llegue a respetarte como mi mujer, todavía te falta.
Una carcajada amarga se me escapa.
—¿Cómo respetabas a Evelyn? —replico. Él separa los labios, pero yo me adelanto—. No. Angelo, ni siquiera intentes volver a negarme que la maltratabas, no seas tan cínico, que yo misma pude ver la marca de tus dedos en su cuello.
Un destello de sorpresa y dolor atraviesa su mirada. Y un segundo después, niega con la cabeza.
—Eso fue hace mucho tiempo, maldición.
—¿Entonces admites que es verdad? ¿Qué la golpeabas?
Su mandíbula se tensa.
—Tú no lo entenderías, Angelina.
—¿Cómo mierda quieres que entienda tus razones para abusar de mi hermana? De la dama de la que tanto te gusta vanagloriarte. Fingiendo ante el mundo que la tratabas como a una reina cuando en realidad...
—¡Ya lo tenía controlado, joder! —me interrumpe en un siseo que me deja sin aire. Y no por el tono gélido que utiliza, sino por la determinación con la que dice cada palabra—. Lo mío tiene un porqué, Angelina, pero qué hay de lo tuyo. ¿Qué hay de lo que tú le hiciste?
Me da un vuelco el corazón.
—Tú no tienes idea de nada...
—Claro que la tengo —me corta—. Te atreves a escupirme la cara cuando nada de esto hubiera pasado de no haber sido por ti. Evelyn no habría acabado en mi mundo de no haber sido por culpa tuya, angelito. La diferencia entre tú y yo es que yo no pretendo ser el bueno de la película, el maldito héroe. Yo soy lo que soy, y vivo con ello.
—Tú no me conoces —me defiendo—. Yo no intento ser la heroína de nada. Solo quiero hacer lo correcto.
—¿Para qué? ¿Para limpiarte del cargo de consciencia? —inquiere, mordaz—. Porque si es eso, te hubieras ahorrado todo el teatrillo. Tu hermana no te guardaba rencor, aunque bien que debía haberlo hecho.
—Jódete, Angelo. —Aparto la cara y miro hacia el frente, aunque en realidad no esté viendo más que oscuridad.
Cómo si las personas, las luces y la música hubieran sido arrastradas por el recuerdo de eso que lleva años atormentándome.
Me invaden unas ganas enormes de echarme a llorar, pero para mi suerte aparece la chica con nuestras bebidas entregándome un Cosmopolitan que no demoro en beberme por entero, ordenándole de inmediato que me traiga otro.
Angelo me riñe cuando la chica se va, pero me dedico a ignorarlo durante el tiempo que a ella le toma regresar con otra copa servida para mí.
Unos minutos después, por órdenes de la bestia, se reanudan las visitas que realizan los hijos de la mafia a «nuestro trono».
Primero llegan los gemelos Vinciguerra, que son un par de chicos pelirrojos de unos diecinueve años. Ambos parecen haberse inhalado un par de líneas de cocaína incluso antes de salir de su casa, pero debo resaltar que son simpáticos. Su hermana mayor, a diferencia, me regala una sonrisa tan falsa que los iris de mis ojos la noche de hoy, acompañada por un «mi señora» que me sabe a ironía.
No sé qué pudo haber pasado entre ella y mi hermana en el pasado, pero por la forma en la que sus ojos marrones se fijan en los de Angelo, puedo hacerme una idea.
Sin embargo, me toca quedarme con la duda cuando él la despacha con rapidez para que pase el siguiente en la fila —metafóricamente hablando— mientras yo me termino mi trago y le pido al oído que me ordene otro.
—Creí que no te gustaban. —Levanta las cejas.
—Lo que no me gusta es que tú hayas escogido por mí. Tengo voz. El trago, en cambio... —«Es de mis favoritos». Pero no se lo digo porque no deseo más comparaciones con mi hermana—. ¿Vas a pedirme otro o voy y me lo pido yo?
Angelo me sonríe antes de darle la orden a uno de sus soldados.
—Mi madre lloró muchísimo su muerte, señora. Se alegrará de saber que sigue con vida —pronuncia una de las chicas Russo, mirándome con admiración. Pero... ¿quién demonios es su madre?
De pronto comienzo a sentir demasiado acalorada. Como si el desconocimiento de tantas cosas que deberían estar siendo obvias para la dama de la mafia pero que para mí no son más que agujeros negros, me abrumara demasiado.
—Seguro que sí, Rosie —responde Angelo por mí—. Envíale saludos a tus padres de nuestra parte.
La chica de cabello enrulado asiente, retirándose justo cuando una nueva copa llega a mis manos. No espero demasiado antes de tomarme un trago tan largo que Angelo tiene que tomar mi muñeca para detenerme.
—Oye, ¿te quieres calmar? —me riñe apretando los dientes—. Mi mujer no...
—Ay, por Dios, ya cállate, ¿quieres? —lo corto, llena de rabia—. Yo no soy tu jodida mujer, Angelo. Y si quieres que siga fingiendo que puedo serlo, es mejor que me dejes beberme el jodido trago en paz, porque todo esto —señalo el lugar, la gente, y hasta la música, aunque esta no pueda verse— ya está comenzando a agobiarme.
Angelo se fija en mi rostro, examinándome a detalle, viéndome sin verme en realidad. Y después de varios segundos, lleva su mano hasta mi frente.
—Joder, nena, estás empapada —dice con una voz suave que nunca usa conmigo—. Vamos, subamos un rato a la azotea, necesitas aire fresco.
Dejo escapar un suspiro de pura frustración.
Me jode saber que no me está hablando a mí. No directamente a mí. Y no es que desee un trato más cariñoso de su parte, solo quiero que me vea a mí por quien soy, y no a la copia de alguien a quien yo ya ni conocía.
Estoy segura que no podría cubrir los estándares que dejó mi hermana ni queriendo. Y es ese pensamiento, uno que fue recurrente en mi vida desde siempre, el que de nuevo me incita a llevarme la copa a los labios hasta dejarla vacía.
—Está bien, vamos. —La dejo sobre la mesa de cristal y me pongo de pie.
Sus ojos se quedan clavados en mis piernas por más tiempo del necesario antes de levantarse y ordenar que nos traigan los abrigos. Él mismo se encarga de colocarme el mío, y abrazándome por detrás, susurra contra mi oído:
—El cielo de Nueva York nos está esperando, amore.
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Hola, pecadoras.
¿Qué expectativas tienen para esta noche en Euforia?
No olviden dejar una estrellita.
Besitos ♥
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