C A P Í T U L O 22. «CHE LO SPETTACOLO ABBIA INIZIO, AMORE»
CHE LO SPETTACOLO ABBIA INIZIO, AMORE
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Como si no pudiera evitar que mi cuerpo reaccionara a sus órdenes, comienzo a abrirme el abrigo hasta que mis muslos quedan expuestos bajo el dobladillo del vestido que se me pega a la piel, y luego... lo miro.
—¿Hasta dónde quieres que me lo suba? —inquiero intentando mostrarme indiferente, como si esto que siento dentro no se tratara más que de una actuación.
Como si su mano no despertara un hormigueo por todo mi cuerpo cuando se posa con suavidad por encima de mi muslo, comenzando a subir por él hasta detenerse lo suficientemente cerca de mi centro para enviar una corriente directa a mi vientre.
—Hasta aquí.
Asiento, sintiéndome incapaz de abrir la boca de nuevo. Él se hecha hacia atrás y yo me dedico a hacer lo que me ha pedido en silencio, con una lentitud que parece exasperarlo.
Cuando mi vestido llega tan arriba que el montículo de mi entrepierna se asoma cubierto de un pequeño trozo de blonda negra, me entrega el arnés.
—Colócate esto alrededor del muslo —me ordena antes de llevar sus ojos al frente, donde sus escoltas esperan afuera de los autos—. Y hazlo rápido, no pretendo quedarme aquí dentro toda la maldita noche.
—Claro, porque tu tiempo vale oro, ¿no? —ironizo mientras me abrocho el tirante en la pierna. Es de un material fino y elástico que no resulta ser tan incómodo como parecía—. Listo.
Él lo mira como si intentara supervisar mi trabajo, coge la pequeña navaja con funda y me la coloca con el mango hacia abajo en el espacio que vendría quedando libre antes de que mis muslos se rocen.
—Si alguien intenta atacarte, solo tienes que meter la mano bajo el vestido, sacar esto y clavárselo en el primer lugar vital al que consigas acceso. En la garganta de preferencia, ¿lo entiendes?
—No soy una asesina, Angelo. —«No soy como tú»
Él me mira como si le pareciera ridículo lo que acabo de decir.
—Pues si alguien llega a ponerte las manos encima, sea quien sea, no va a dudar un segundo un segundo en matarte, para que lo sepas —me advierte.
Pero hay algo en la manera en la que lo dice que me hace pensar que mi muerte es lo que me menos le preocupa, que existen un montón de cosas que pueden hacer conmigo que serían mucho más perjudiciales para él que mi muerte.
Cosas que claramente no me quiere decir.
—Procura entonces que nadie me toque, Angelo. Y asunto arreglado.
—Nadie a parte de mí lo hará —promete dándome un repaso con la mirada—. Esta noche eres mi dama. Y lo menos que espero es que te comportes como tal.
—¿Te crees que me voy a enrollar con el primero que se me pase por el frente?
—¿Acaso no es eso lo que acostumbras a hacer? —Me devuelve, mordaz.
Se me escapa una carcajada.
—¿Todavía sigues ardido por lo de Matteo? —Lo reto con la mirada—. ¿No soportas que él sea capaz de llamar más la atención que tú?
Angelo se relame los labios con una sonrisa peligro sobre ellos, y ese maldito movimiento pone a bombear rápido mi corazón.
—Te equivocas, ángel. No soporto que intenten utilizar a los míos, porque tu atención ya la tengo, ragazza.
Hago rodar los ojos, me acomodo de nuevo el vestido, y abro la puerta del auto sin interrupciones esta vez.
Necesito aire con desesperación.
Uno de los soldados se apresura ayudarme y otros se acercan a su jefe cuando este hace lo mismo del otro lado.
Entre ellos comienzan a hablar de perímetros, seguridad y reservados mientras me guían hasta un ascensor privado que está hasta el final del aparcamiento.
Mi cuñado se encarga de colocar su mano sobre un panel digital que se la escanea de la misma forma que otro aparato lo hace con sus ojos. Luego suministra una clave numérica lo suficientemente rápido para que yo no alcance a ver más que un par de números. Un momento después las puertas de un metal dorado se abren y juntos nos internamos en el cubículo.
Él y yo nos quedamos al fondo mientras los seis tipos que nos acompañan se colocan delante, dándonos la espalda.
—¿Algo que deba saber? —inquiero sintiéndome más nerviosa con cada piso que el elevador va dejando atrás—. ¿A dónde vamos? ¿Con quienes me voy a topar? ¿Qué debo decir si alguien me habla?
«¿Qué hago si notan que no soy ella en realidad?»
—Nadie hablará contigo si tu no se los permites —dice sin mirarme—. Solo a quienes yo les permita podrán acercarse a saludar. Y cuando eso suceda tú solo debes limitarte a sonreír.
—¿Porque eso era lo único que hacía ella? —le devuelvo, imaginándome a mi hermana siendo su puto títere las veinticuatro horas del día.
—No. Porque de todo lo que Evelyn era capaz de hacer, eso es lo único que tu serías capaz de hacer bien —dice, y siento sus palabras como un golpe directo a mi ego, pero no tengo tiempo a rebatirle nada porque en eso las puertas se abren—. Vamos.
Me extiende la mano y a mí me toma un par de segundos y una mirada asesina de su parte tomársela de mala gana. Entrelaza sus dedos con los míos y aprieta su palma con la mía, provocando un calor sofocante en todo mi cuerpo.
Salimos del elevador y seguimos por un pasillo largo con piso de mármol y paredes oscuras que conducen hasta una única puerta metálica unos cuentos metros más allá, pero incluso desde aquí se puede sentir el retumbar de los bajos al otro lado.
Angelo se adelanta conmigo para repetir el mismo proceso con el panel digital que está a un costado y cuando la puerta finalmente cede hacia delante, el sonido de la música se intensifica, dejando a la vista un espacio enorme, lleno de luces estroboscópicas azules y rosadas que iluminan todo desde lo alto.
—Vamos. —Angelo tira de mí hacia un espacio enorme que cuenta con varios reservados lujosos y una pequeña pista de baile. Todo el lugar está completamente vacío.
Los soldados se dividen. Dos se van hacia unas escaleras ascendentes y otros hacia unas descendentes, ambas en extremos opuestos del lugar. Los demás se quedan a cada lado de la puerta.
Camino a su lado hasta la barandilla de metal dorado que bordea el palco privado, desde donde se pueden ver con mayor detalle todos los cuerpos en movimiento que están en el piso de abajo, el epicentro del antro.
—¿Entonces aquí es donde la mafia viene a divertirse? —pregunto fijándome en la hermosa barra que se encuentra al extremo opuesto de la tarima donde el DJ coloca las mezclas, destellando con el brillo de las botellas que se encargan de servir a todos esos que han venido en busca de una noche de música, alcohol, diversión, y quizás... algo más. Algo ilegal.
Este lugar derrocha clase y exclusividad por donde se mire. Y en lugares donde se mueve tanto dinero, siempre hay algo cochino de por medio.
—Aquí es donde los Lombardi se divierten. Por allá —Me señala otros palcos más pequeños distribuidos alrededor del establecimiento, aunque igual de ostentosos— lo hacen mis aliados.
Lo miro.
—Estamos en Euforia, ¿no es así?
Recuerdo ese como el nombre de uno de los lugares que le sirve de tapadera a la principal familia de la mafia de Nueva York, y este sitio es el que más se le acerca a la descripción que Loren me dio.
Algo de la poca información que obtuve después de haber llegar a la ciudad siguiendo la pista sobre el paradero de Evelyn desde Londres.
—Tal parece que alguien ha estado haciendo su tarea —dice, apoyándose en la barandilla—. ¿Vas a decirme algún día como obtuviste toda la información que manejas sobre mí?
—¿Vas a decirme tú la verdad sobre la muerte de mi hermana? —le devuelvo, consiguiendo que su mandíbula se tense. Pero no dice nada—. ¿Lo ves? No puedo ser sincera contigo si no lo eres tu conmigo también, amore mio. —Le sonrío con falsedad.
Después de eso, su expresión se suaviza después, y luego... luego sonríe.
—Ella lo había perdido, ¿sabes?
—¿Dé que hablas?
—Del acento. —Me mira—. Le tomó unos cuatro años, pero cada vez se fue haciendo menos marcado, hasta que llegó un punto en el que podría haberse hecho pasar por Norteamérica y nadie lo habría dudado. Tú, en cambio, todavía lo tienes. Y se te marca mucho más cuando te enojas, ¿lo sabes?
—No lo sabía. No suelo enojarme con gente que no lleve tu nombre. —Él levanta las cejas.
—¿Entonces debo sentirme privilegiado de que reserves todo tu enojo para mí? —Resopla con gracia.
—Si son esa clase de cosas bizarras las que consiguen alimentarte el ego, adelante... —Encojo los hombros.
Él separa los labios, pero en eso...
—Señor, señora. —Una chica alta, rubia y hermosa aparece a nuestro lado con una sonrisa de revista. Su vestido es negro y diminuto. Sus tacones como cinco centímetros más altos que los míos—. ¿Pueden entregarme sus abrigos? Por favor.
Asiento, pero es Angelo quien se encarga de quitarme el mío, dejando un beso sobre mi hombro desnudo antes de entregárselo a ella, quien luego lo ayuda a él con su gabardina.
La chica nos sonríe y luego se va, pero todo mi cuerpo ya se ha puesto en tensión, y que él se coloca detrás de mí, abrazándome, no ayuda demasiado.
Su torso pegado a mi espalda, sus manos sobre mi vientre, su respiración sobre mi cuello, es simplemente... demasiado.
—Tranquila, ángel. Estamos actuando, ¿recuerdas?
Me aclaro la garganta
—Pues con esto me queda claro que el peor de los castigos para mí sería tener que grabar una película a tu lado. No te soporto.
Él deja escapar una carcajada. Una que jamás había escuchado saliendo de él y que se queda retumba en mi oído con mayor intensidad que la propia música. Pero es cuando sus labios rozan el lóbulo de mi oreja, que dejo de respirar.
—Créeme, Angelina, que no dirías lo mismo si se tratara de una película porno.
Me vuelvo entre sus brazos para encararlo.
—Puede que hoy tenga que fingir ser tu mujer, pero a diferencia de ella, a mí no me van las bestias como tú y ni por todo el dinero del mundo me metería en una cama contigo, cuñado.
La mirada que Angelo me dedica en respuesta es tan intensa como orgullosa.
—Ni yo, por mucho que te perezcas a ella, dejaría que ocuparas su lugar.
Separo los labios para... no sé, ¿mandarlo a la mierda? Pero, ¿por qué? ¿por admitir abiertamente que no me cree suficiente para él? Porque eso es algo que no debería importarme. Mucho menos... herirme.
Y sin embargo lo hace.
Durante toda mi vida fue así, siempre conseguía herirme saber que Evelyn era la preferida de todos, la perfecta, la mejor, y fue ese mismo destello de envidia el que me llevo a...
—Boss —le habla uno de los soldados, apareciendo a nuestro lado—. Hay alguien que desea subir a verlo.
Angelo se obliga a quitarme los ojos de encima para posarlos en él.
—¿Quién?
—El hijo mayor de los Montiglio —contesta el hombre—. Y viene acompañado de los Russo y los Vinciguerra. Todos parecen ansiosos por saludar a la señora Evelyn.
Angelo me sonríe, pero es un gesto que me sabe amargo esta vez. Luego lleva una mano detrás de mi cabeza y me arranca la cola que ataba mi cabello, dejando que esta me caiga lacio y desparramado hacia los lados.
—Che lo spettacolo abbia inizio, amore —pronuncia en italiano, acariciándome el pelo con demasiado cuidado para tratarse de él.
Pero al traducir en mi mente sus palabras, lo comprendo. Porque después de todo, solo estamos actuando.
«Que comience el espectáculo, amor».
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Hola, pecadoras.
A partir de ahora subiré un capítulo inter diario.
Sé que aman tener un capítulo todos los días, pero no quiero que la historia se termine tan pronto. Tengan en cuenta que hay muchas historias que actualizan una o dos veces por semana, cuando mucho, así que no lo veo tan mal. No me odien.
Leo sus reacciones aquí.
No olviden dejar una estrellita.
Besitos ♥
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