C A P Í T U L O 21. «TU ED IO NON SIAMO AMICI, ANGELINA»

Música: Empire State of Mind de Alicia Keys Fy Jay-Z

TU ED IO NON SIAMO AMICI, ANGELINA

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—¿Esta noche manejas tú? —pregunto intentando no demostrar el maldito asombro que me produce el Bugatti negro y reluciente que esta vez ocupa el puesto del Audi negro convencional que en el que me subió la última vez.

Como esos en los que varios de sus soldados se están subiendo al otro lado del enorme estacionamiento que tiene la propiedad. Al parecer tiene una colección de ellos, y todos son idénticos.

Vuelvo mi vista frente al escuchar que el Bugatti nos habla con voz de mujer, dándonos la bienvenida cuando nos detenemos a un par de centímetros de él.

«¿Y es así como Angelo espera no llamar la atención?»

—Sí. ¿Algún problema? —me devuelve en tono cortante, abriendo la puerta para mí.

Y así, vistiendo esa gabardina negra con una camisa del mismo color debajo, vaqueros ajustados y zapatos casuales, hasta podría decir que parece un caballero.

—Solo pregunto.

—Stefano tiene la noche libre. Y, de cualquier forma, no íbamos a caber aquí los tres. Entra.

Contengo el impulso de poner los ojos en blanco y le obedezco. Porque claro, mi obediencia es lo único que se me ha pedido esta noche como requisito para salir de la casa.

Eso y que finja ser una persona que terminó convirtiéndose en una completa desconocida para mí con el pasar de los años.

«Evelyn era tan buena con los cuchillos que cuando la veías en acción no podías creer que fuera la misma mujer que por las mañanas se paseaba por la casa con una escoba y un trapeador, cantando»

Recuerdo las palabras de Matteo aquella mañana en la cocina y me preguntó cómo pudo haber sido esa mi hermana. Yo lo máximo que consigo hacer con un cuchillo es picar las verduras sin cortarme los dedos.

Quisiera tenerlo de frente y poder preguntarle más sobre ella. Sobre sus habilidades, sobre esas otras facetas suyas en las que no parecía estar tan marchita como me pareció que lo estaba cinco años atrás, la última vez que la vi. Pero no he visto a Matteo en todo el día, y no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar.

No es que me importe demasiado, pero quizás pudiera sentirme más segura de todo este teatro si él estuviera aquí mientras me subo en el asiento del copiloto de este mega auto intentando no pisarme el abrigo.

La puerta se cierra a mi lado y yo cierro los ojos, respirando para organizar las ideas. Pero todo este misticismo me hace creer que él y mi hermana eran algo así como el Sr. y la Sra. Smith en versión malvada.

—Joder. ¿En dónde estoy metida?

En un Bugatti La Voiture Noire 2019, señorita —me responde la computadora, sobresaltándome—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Sí, ¿podrías acabar con Angelo Lombardi por mí? No sé, hacer que se choque contra una pared de concreto, por ejemplo.

El asesinato va en contra de la ley, señorita.

—¿Sí? Pues dile eso a tu dueño. Él parece no conocer sobre el tema.

Cómo ordene.

Cuando Angelo finalmente entra en el auto, suspiro. Lo hago porque no tengo idea a donde vamos ni a qué me voy a enfrentar, y también porque el aroma de su perfume parece ser una maldita droga dentro de mi sistema.

El asesinato va en contra de la ley, señor —eso es lo primero que le dice la computadora cuando la puerta se cierra y él comienza a colocarse el cinturón de seguridad. Aprieto los labios para no echarme a reír mientras él lleva la vista al tablero y luego a mí, arrugando la frente—. Según el código penal del estado...

—Descansa, Lucy —le dice sin dejar de mirarme.

Como ordene, señor. Conduzca con cuidado.

—Hasta la computadora es más decente que tú, eh.

Angelo decide ignorarme y encender el motor.

—Abróchate el cinturón, Angelina —me ordena colocando una mano detrás de mi asiento para salir de retroceso del lugar.

—Como ordene, boss —pronuncio con ironía, completando la tarea y ganándome una mirada de hielo por su parte.

Amore. Así es como me debes llamar durante toda la noche —dice entonces de forma inexpresiva—. Amor. Cariño. Como quieras. Pero nunca, óyeme bien, nunca, vuelvas a llamarme boss.

Una sonrisa fingida aparece en mis labios.

—Como ordenes, amore mio.

Angelo cierra los ojos durante el segundo que le toma respirar profundo. Luego de eso, se dedica a salir de la propiedad con uno de los Audi adelante y otro detrás, cubriéndonos.

El silencio se instala en el interior del vehículo mientras yo comienzo a volverme loca con ese olor suyo que ha conseguid impregnado todo.

Aun peor si tomamos en cuenta que cada vez que respiro profundo siento una presión en el pecho ocasionada por el corset que Angelo me obligó a llevar bajo el vestido, alegando que era por mi propia seguridad.

Sin nada más con lo qué matar el tiempo —ya que mi puto teléfono fue machacado por un auto en medio de la calzada—, bajo el tapasol y abro el pequeño espejo que se esconde en el interior de esta, el cual se ilumina en automático con unas pequeñas bombillas que me permiten repasarme el maquillaje con la mirada y olvidarme un rato del miedo que tengo instalado en el estómago.

Durante los días que llevo que llevo quedándome en casa de Angelo me he negado a aceptar todas las atenciones que Lia me ha estado ofreciendo, pero en esta ocasión, admito que no tuve otra opción que permitir que me ayudara.

Eso no habría sido necesario si Fiorella no se hubiera encerrado en su habitación después de la cena con el pretexto de que aún tenía mucha tarea pendiente y un par de exámenes para los que estudiar antes de las vacaciones de invierno. Porque a pesar de que esa chica es la persona con la que mejor me llevo dentro de esa casa, todavía no siento la confianza suficiente para ir a tocar a su puerta solicitando su ayuda.

«Aun cuando ha habido ocasiones en las que ella ni siquiera toca a la mía antes de entrar»

Sin embargo, Lia me sorprendió gratamente cuando siguiendo las órdenes de la bestia, combinó un par de tacones de aguja negros como el abrigo que llevo puesto con un vestido sin tirantes de lentejuelas color red wine —el cual es capaz de ocultar bastante bien que me estoy asfixiando con el corset que llevo debajo y hacerme creer que tengo las tetas más voluptuosas de lo normal—.

Para el cabello, fue sencillo, una cola de caballo alta y estirada, de esas que mantienen cada hebra en su lugar y dejan el rostro completamente expuesto para las críticas si este no es simétricamente perfecto.

El maquillaje, una autentica y elaborada obra maestra de bases, sobras oscuras, delineadores negros, e iluminadores para los pómulos.

—¿Por qué todo tiene que ser tan reluciente, Lia? —le pregunté mientras ella me recorría la cara con un polvo fijador.

—Porque el lugar al que vas a ir así lo requiere, Angelina —dijo sin darme demasiados detalles.

Ella parecía estar demasiado perdida en su mente para prestarme atención. Y cuando finalmente acabó y pude mirarme al espejo, tuve que ahogar un grito por la sorpresa.

Esa no era yo.

Y nada tiene que ver con eso el vestido que llevo puesto, el maquillaje, o incluso el peinado, eran mis ojos. O, mejor dicho, los de ella. Unos tan negros como el alma del hombre con el que se casó.

El muy maldito me entregó un par de lentillas negras y me obligó a utilizarlas a pesar de mis quejas. A pesar de que con eso no ha conseguido más que hacerme sentir que estoy usurpando un puesto que no me corresponde.

«Un puesto que no quiero.»

Cierro el espejo y me echo de nuevo hacia atrás.

—¿Cuándo tiempo lleva Stefano trabajando para ti?

No tengo idea de por qué lo pregunto, solo sé que no soporto más ver como mi rostro se confunde con el suyo y porque necesito desesperadamente centrar mis pensamientos en otra cosa que no sean lo que significará para mí presentarme esta noche como la dama de la mafia.

—Siete —responde cuando creí que simplemente me ignoraría—. Lleva siete años trabajando para mí.

—Eso es mucho tiempo para un chico que parece tan joven, ¿no?

—Lo es —dice mientras pasamos por el Henry Hudson Bridge, un puente que atraviesa el río Harlem y se encarga de unir el Bronx con Manhattan, llenando de luces las aguas oscuras que vamos dejando atrás mientras estas se distorsionan a causa de la brisa—. Trabaja para mí desde los doce.

Eso significa que el chico vampiro solo tiene diecinueve años.

—¿Y qué obliga a un niño de esa edad a terminar trabajando para... alguien como tú?

Angelo sonríe de lado, y aprovechando que el semáforo se apuesto rojo, voltea a mirarme.

—¿Alguien como yo? —repite—. ¿Un maldito, un mal nacido, un bestia?

—Eh... ¿sí? —Levanto las cejas.

Él asiente y luego vuelve sus ojos al frente.

—Lo siento, ángel. Pero eso es algo que alguien como tú no lograría entender.

Pongo los ojos en blanco.

—Si voy a tener que estar amarrada a ti podríamos hacer al menos el intento de llevarnos como la gente decente, ¿no crees?

Él se ríe con sequedad.

—¿De verdad crees que eso sea posible, ragazza?

—Si dejas ya de llamarme así, tal vez lo sea. —Me cruzo de brazos.

Angelo sacude la cabeza.

Tu ed io non siamo amici, Angelina. —«Tú y yo no somos amigos» Me deja claro con una rápida mirada que me eriza la piel—. Así que no intentes hacerme caer en tu trampa porque no lo vas a lograr.

Me echo a reír.

—Estás paranoico, Angelo. Esto no se trata de ninguna trampa —le digo la verdad... esta vez—. Pero sucede que no puedo fingir que te amo delante de... ¡sabrá Dios qué cantidad de gente! cuando ni siquiera somos capaces de cruzar tres palabras sin atacarnos.

Él se mantiene en silencio, mirando al frente mientras las luces de Manhattan que se filtran por el oscuro papel comienzan a darle en la cara.

—Mira esto como lo que es, Angelina. Una transacción. Un pago —dice finalmente—. Yo te estoy salvando la vida y tú, a cambio, haces lo que yo te diga que hagas. Punto.

Niego con la cabeza, pero de nada me vale ya ponerme a discutir, está claro que con él todo es así. Una jodida imposición.

—Como tú digas, amor mio. —Me dejo caer en el asiento, y aunque mi vista esté fija en el camino delante, puedo sentir el peso de su mirada sobre mi hombro.

—Maldita sea, ¿qué mierda quieres de mí? —inquiere entre dientes—. ¿Qué es lo que quieres?

Tengo que mirarlo esta vez.

—Yo no quiero absolutamente nada de ti, Angelo.

—Es extraño escucharte decir eso cuando desde que nos conocimos no has hecho más que exigirme.

—¡Eso no es verdad!

—¡Claro que lo es! —me devuelve elevando la voz—. Querías tiempo con tu sobrino y te lo di, querías que subiera contigo a tu jodido piso y lo hice, querías sentirte segura y te lleve a una puta fortaleza, hoy querías salir de la puta fortaleza porque te sentías sola y te estoy sacando de ella. A ver dime, ¿qué más quiere la princesa?

—No voy a permitir que me hables así.

—¿Así como?

—Como si fuera una maldita niña caprichosa.

—¡Te trato como lo que eres, joder! —Le da un golpe al volante que me hace brincar—. Cuando dejes de quejarte por todo, quizás consiga cambiar de opinión respecto a ti.

—Me importa una mierda lo que quieras pensar de mí.

Angelo sonríe.

—Al menos tenemos eso en común, cuñadita —zanja antes de prender el reproductor y subirle el volumen a todo lo que da.

Es un maldito imbécil, pero no me importa. Es mucho más agradable escuchar la voz de Alicia Keys con «Empire State of Mind» mientras recorremos las avenidas de Manhattan, que seguir escuchando sus gritos y gruñidos.

«Nueva York. Jungla de concreto donde se fabrican los sueños. No existe nada que no puedas hacer, ahora estás en Nueva York. Estas calles te harán sentir como nuevo. Las grandes luces te inspirarán. Escuchemos esos aplausos para Nueva York»

Ahora mismo no creo que pueda aplaudirle a esta ciudad. No cuando me encuentro en el lado oscuro de ella. Ese donde todo gira en torno al poder, el dinero, la sangre y la destrucción.

La canción termina y luego le sigue otra, así hasta que el auto comienza a disminuir la velocidad cuando nos acercamos a la entrada de un estacionamiento subterráneo en la parte trasera de un enorme edificio ubicado en una esquina de la calle 27 con la 5ta avenida.

El Audi negro que viene delante nuestro se detiene a un costado de un hombre alto que parece estar solicitándole alguna información. Luego de un par de segundos el vigilante mira en dirección a nuestro auto, asiente, y nos deja pasar a los tres.

El lugar está lleno de carros costosos y pulidos por donde se mire. A pesar de la poca iluminación sé reconocer un Mercedes Benz cuando lo veo, no se necesita demasiados conocimientos en la materia para ello. Lo mismo con el par de Lamborghini y el Camaro clásico que alcanzo a detallar antes de que otra sección del aparcamiento se abra para nosotros y se cierre una vez los tres autos la hemos atravesado.

Angelo apaga el motor y nos volvemos a sumir en un molesto silencio mientras ambos nos deshacemos del cinturón de seguridad. Pero como no me apetece pasar mucho más tiempo a solas con él, me apresuro en tirar de la manilla para salir, consiguiéndome con que esta no cede.

—Deja de intentarlo —me ordena cuando ve que tiro de ella casi con desesperación—. Solo yo puedo abrirla.

Se deshace del guante y coloca su huella en el reverso del control remoto que cuelga junto a las llaves de su auto en el contacto. Un segundo después se escucha el sonido arrastrado de los seguros al abrirse.

—Muchas gracias, cariño. —Intento salir otra vez, pero me él me detiene tomándome del brazo.

—Espera. —Se inclina sobre la guantera y repite la acción con la palma de su mano. El compartimiento se abre y frente a mí se despliegan una colección de armas y cuchillos.

Algunos de tamaño normal, y otros tan pequeños que, de no ser por el brillo reluciente de sus hojas, diría que son de juguetes.

—¿Este es el momento en el que finalmente me matas, angelito?

Su mandíbula se aprieta tanto que de no ser porque su cercanía me pone de los putos nervios, me reiría de la facilidad con la que lo hago enojar. Pero lo cierto es que estoy luchando para que no se note el temblor que se está produciendo en mi cuerpo.

—Ganas no me faltan, créeme —dice cerrando la compuerta después de haber tomado un par de pistolas y uno de las pequeñas navajas junto a una funda y una especie de arnés.

—Eso lo tengo claro —le digo, y por instinto mi mano se mueve hasta la zona de mi garganta en la que él me cortó la otra vez.

Él me mira, y preferiría pensar que estoy alucinando cuando me parece que un destello de culpa aparecer en sus ojos, porque este no tarda casi nada en evaporarse.

—Eso te pasa por desobedecer una de mis órdenes. La primera que te di.

—No eres mi maldito jefe, Angelo —le rebato.

—Por supuesto que no, principessa, esta noche soy mucho más que eso —me recuerda—. Y ahora necesito que te subas ese vestido para mí.

Su mirada se oscurece cuando la posa sobre la mía, y la sonrisa perversa que aparece en sus labios me llena todo el maldito cuerpo de calor.

—¿Perdón? —inquiero, odiándome a mí misma por lo temblorosa que me ha salido la voz.

Él cierra los ojos y respira profundo.

—Súbetelo, Angelina, si no quieres que lo haga yo. —La tonalidad ronca que ha adquirido su voz me hace tragar saliva.

—¿Qué vas a hacerme, Angelo?

Él me mira cuando, pero es como si no me estuviera mirando a mí.

No realmente a mí.

—Lo mismo que he intentado hacer desde que te conocí. Cuidar de ti. 

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Hola, pecadoras.

A partir de ahora voy a actualizar un día sí, un día no. 

Leo sus reacciones  del capi aquí.

No olviden dejar una estrellita.

Besitos ♥

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