C A P Í T U L O 2. «NICHOLAS GABRIELE LOMBARDI»
NICHOLAS GABRIELE LOMBARDI
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Después de una hora dando vueltas por la ciudad para despistar a quien sea que pudiera estarnos siguiendo, finalmente terminamos de subir la colina que conduce a mi propiedad, la cual solo se encuentra a diez minutos del The Woodlawn Cemetery.
El chofer se encarga de rodear la fuente frontal y dirigir el vehículo al estacionamiento cerrado que justo ahora comienza a alzar su puerta de forma automática para permitirnos la entrada.
Detrás, nos siguen tres autos más —uno de ellos, supongo es el de ella—, y a su paso, la puerta se vuelve a cerrar.
Años atrás, cuando todavía estábamos en paz con el clan Rinaldi y vivíamos en el Gramercy, no nos aferrábamos a tantos sistemas de seguridad.
Pero ahora lo hacemos en una de las mansiones más aisladas de Riverdale, un barrio elitista en el noreste del Bronx. Un lugar rodeado de árboles, y estratégicamente cerca del río Hudson. En la cima de una colina lo suficientemente alta como para que los centinelas puedan prever cualquier tipo de ataque enemigo.
Esta no es la única propiedad que tengo a mi disposición, está claro, pero sí la única que me brinda comodidad. Que siento como un hogar. En la que más compartí con ella.
—Mio Figlio. —Mi madre coloca su mano sobre la mía en el asiento. La miro—. Sé que ella no es Evelyn, por mucho que se le parezca. Pero por favor, no seas tan duro. Al final del día, todos hemos perdido a alguien que amamos. Esa niña solo desea conocer a lo único que Evelyn nos ha dejado. ¿Lo entiendes, cariño?
Me trago el nudo que se sube a mi garganta.
—No te preocupes por nada, madre. Dejaré que lo conozca y luego se irá. —Beatrice asiente, echándose un mechón de cabello rubio hacia atrás.
Se le nota cansada, aunque lo oculte bajo todo ese maquillaje.
—Estaré en mi habitación —dice—. No creo poder soportar verla otra vez. Es demasiado doloroso. —Agarra su sombrero, y luego de dedicarme un amago de sonrisa, baja del auto con ayuda del chofer.
Yo hago lo mismo, pero del otro lado, consiguiéndome de frente con Stefano sosteniendo a la hermana de mi mujer con fuerza del brazo. Ella no deja de removerse con violencia.
—Se ha pasado así todo el camino, boss —me informa él con hastío.
—¡Porque me vendaron los malditos ojos! —grita ella, enrojecida—. ¿Se han vuelto locos? ¡No tengo idea de donde me tienen ahora!
—Esa era la intención —le hago saber sin alterarme—. ¿Quieres conocer a tu sobrino o no? Porque para eso es lo único que estás aquí. Luego, te largas.
—Eres un mal nacido. —Sus ojos azules destellan en ira aún bajo la tenue luz que ilumina el parking.
Me acerco lo suficiente y sujeto su rostro con una mano. Al tenerla tan cerca me tengo que concentrar en el color de sus iris para recordarme que la mujer que tengo en frente no es ella, y que por lo tanto...
—Deberías cuidar las palabras que salen de tu boca, ragazza. Recuerda que estás en mi maldita casa y por menos de lo que me acabas de decir, he matado.
—Para que los sepas, no soy ninguna ragazza. Soy tan mujer como la esposa que conseguiste llevar a la tumba. —Sonríe, cínica—. Así que, de eso último, no me quedan dudas.
Aprieto la mandíbula con la misma fuerza con la que la estoy sujetando a ella, y aunque soy consciente de que la estoy lastimando, no la suelto hasta no ver su sonrisa desaparecer.
—Yo no maté a tu hermana —le digo—. Pero eso no quiere decir que no lo pueda hacer contigo si intentas pasarte de lista. No te conozco en lo absoluto, pero con ese carácter de mierda tampoco creo que alguien te vaya a extrañar demasiado si desapareces.
No pienso permitir que ni ella ni nadie intente insinuar que yo hice algo para dañar a Evelyn.
—¿Eso creíste que pasaría con Evelyn? ¿Qué nadie la extrañaría? ¿Por eso la apartaste de nosotros? —inquiere apretando los dientes.
Tal como lo hacía ella cuando estaba molesta. Joder. ¿Por qué mierda tienen que parecerse tanto?
—Ella solo intentaba protegerlos. Mantenerlos al margen de este mundo. Y por lo mismo, tú no te quedarás demasiado aquí dentro. —Le doy una mirada a Stefano—. ¿La revisaste bien?
—Sí, señor. Todo limpio. —Se saca del bolsillo un móvil y me lo extiende—. Este es el único dispositivo electrónico que traía. Retiré la sim card y lo apagué por precaución.
Se lo recibo.
—Devuélveme mi celular. —Ella estira la mano, pero yo soy más veloz—. Eso es personal.
—Se te devolverá cuando mi gente te lleve de regreso a la ciudad y te largues definitivamente de nuestras vidas —dictamino guardándolo en un bolsillo de mi gabardina antes de ordenarle a mi empleado que la traiga dentro.
Me doy media vuelta y me dirijo a la puerta de acceso al interior de la casa. A mi espalda la escucho a ella gruñir.
—Suéltame, imbécil. Puedo caminar yo sola.
Respiro, buscando que el aire se transforme en tolerancia dentro de mi pecho.
Algo de lo que definitivamente carezco desde hace tres días, cuando la encontré ahí, tendida, pálida, sin vida.
Esa misma noche ordené la destrucción de Pandemónium, un club que el hijo mayor de Filippo Conti mantenía activo en Jackson Heights, el barrio más polígloto de todo Queens.
Ni uno solo de los malditos que cuidaban del lugar logró sobrevivir al ataque. Incluyendo al hermano menor de Filippo, que justo estaba en medio de un intercambio que se quedó en la nada.
Aquí la sangre se paga con sangre. Ese es uno de los principios de esta organización.
Y la Dama de la Mafia no muere sin que alguien lo pague.
—Señor —pronuncia la domestica cuando piso el recibidor de la casa, acercándose a mí para quitarme la gabardina. Le pido que se detenga con un movimiento de mano—. Yo lo hago. ¿Dónde está mi hijo?
Ella no me responde de inmediato, porque en eso entra Stefano seguido de Angelina, y todo el color de su rostro desaparece.
—Señora... —emite en un susurro casi inaudible.
—No, Lia —le digo con un suspiro—. Ella es Angelina. La hermana gemela de Evelyn.
—Santo Dio —murmura en italiano—. Bienvenida sea, señorita.
—Gracias.
—¿Vas a decirme dónde está mi hijo o...? —Lia sacude la cabeza antes de brindarme de nuevo su atención.
—La señorita Fiorella está con él en su habitación, señor.
—Ve y dile que baje. Hay alguien aquí que lo quiere conocer. —Lia asiente, y tras darle una última mirada a la mujer a mi lado, se va.
Aprovecho para quitarme la gabardina y guindarla en el perchero que está a un costado de la puerta. Extraigo el móvil de Angelina y me lo guardo en el bolsillo del pantalón.
—Stefano, ayúdala a quitarse el abrigo y a ponerse cómoda —le indico señalando los muebles de la estancia mientras me dirijo al mini bar, remangándome la camisa negra hasta los codos y dejando a la vista parte de todos mis tatuajes.
Abro una pequeña puerta de madera y extraigo un par de vasos de cristal del gabinete, luego tomo una botella de Aberfeldy, el mejor puto whisky del mundo, agrego hielo de la nevera, y sirvo dos dedos en cada copa.
—Por acá, señorita.
—Sé sentarme sola. Gracias —le suelta en un gruñido a Stef.
Me doy media vuelta en el momento exacto para ver cómo se sienta de mala gana, en el sofá grande de cuero.
—Stefano, retírate, por favor. —El chico asiente y sin decir nada, se aleja en dirección a la cocina.
—Ten. —Me detengo frente a ella y le ofrezco uno de los vasos.
—No quiero. —Encojo los hombros y lo coloco en la mesita del centro, junto al florero que la adorna.
Tomo asiento en un sofá individual y sin dejar de mirarla, me llevo el trago a los labios. Ella cruza las piernas bajo el vestido negro y ceñido que lleva puesto, dedicándose a admirar el estilo rustico y a la vez elegante que posee la casa.
Chimenea de piedra, techos altos, vigas de madera, lámpara estilo araña de cristal, un enorme ventanal blindado con vistas al área de la piscina.
Todo muy ostentoso. Todo escogido por ella.
—¿Siempre eres así de frío? —la escucho preguntar, sin mirarme—. Te estuve observando durante toda la ceremonia en el cementerio. No derramaste ni una sola lágrima. —Sus ojos y los míos se encuentran esta vez.
Siento como si me dieran un maldito puñetazo en el estómago. Instintivamente las palabras de mi padre se me vienen a la mente.
«Cuando te hagan daño, mio figlio, no llores. Haz llorar al que te lo hizo»
—El sufrimiento no se resume en lágrimas, ragazza.
—Eso es lo que diría alguien que no es capaz de sentir en absoluto —me devuelve, mordaz.
—Piensa lo que quieras. No tengo nada que demostrarte. —Me bebo otro trago de whisky, sintiendo el líquido ambarino quemarme la garganta.
—¿Cómo se llama mi sobrino?
—Nicholas Gabriele Lombardi.
—Nicholas Gabriele Lombardi White —agrega ella—. Recuerda que no es solo tuyo.
Suspiro. No tengo intensiones de discutir. Me siento agotado. Y siendo sincero, lo único de ella que me interesa saber es...
—¿Cómo supiste que ella había muerto? —Angelina encoge los hombros.
—Simplemente lo sentí —dice—. Sentí que algo malo le había pasado.
Casi se me escapa una carcajada.
—¿Me estás diciendo que es cierto eso de que las gemelas pueden sentir lo que le pasa a la otra?
—Es precisamente eso lo que te estoy diciendo —pronuncia con esa pretensión típica de los ingleses.
—No intentes engañarme —le advierto—. Las noticias de la mafia se quedan en la mafia. ¿Cómo mierda llegó esta información hasta Londres?
—Mis padres son los que están en Londres. Yo tengo cinco años viviendo en Estados Unidos.
Levanto las cejas.
—¿Cinco años? —Asiente—. ¿Evelyn lo sabía?
—Lo sabía. Conseguí acercarme a ella cuando llegué. Me pidió que me mantuviera alejada y que no la buscara nunca más.
Niego con la cabeza.
—Estás mintiendo. Ella...
—¿Te lo habría dicho? —completa con una media sonrisa—. Quizá temía que me buscaras para matarme si te lo contaba.
—¿Eso crees? ¿Qué me tenía miedo?
—Creo que se sentía tan atrapada en este mundo de mierda al que la arrastraste que la única salida que encontró fue la muerte. Eso creo, Ángel.
—Es Ángelo —le corrijo apretando los dientes.
—Da igual. De cualquier forma, solo podrías compararte con un ángel de la muerte.
«Y eso está perfecto para describirme»
—Para que lo sepas, Angelina, en este mundo de mierda ella fue feliz —le digo—. Yo la salvé de un destino mucho peor. Por algo estaba durmiendo aquella noche en la calle, y ese algo nada tuvo que ver conmigo, ¿o ya lo olvidaste?
Ella separa los labios, pero antes de que alcance a decir nada, la voz de mi hermana menor la interrumpe.
—¿Ángelo? —Fiorella atraviesa el umbral con Nicholas en los brazos—. Lia dijo que... —Se detiene cuando sus ojos hinchados se fijan en ella—. Evelyn... —Se lleva una mano a los labios y antes de que pueda aclararle las cosas, se echa a llorar—.
Mio Dio. Estás... viva.
—Oh, no. —Angelina se acerca a ellos atropellándose con sus propios pies—. No, no, linda. No soy Evelyn. Soy su hermana melliza, Angelina. Mira mis ojos, ¿lo ves?
Mi hermana parpadea entre lágrimas, mirándola. Yo me levanto.
—¿Su... hermana? —Se aparta el cabello de la cara.
—Sí, perdóname. Solo he venido a conocer a Nicholas.
Fiorella intenta verbalizar todas sus emociones, pero no lo consigue, y de pronto la única voz que se termina escuchando en la estancia es la de mi pequeño cuando con sus ojitos negros brillantes, comienza a balbucear repetidas veces la palabra «Mamá» en dirección a su tía.
Eso provoca una punzada en mi pecho que meobliga a levantar mi copa, llevármela a los labios, y no bajarla hasta que se queda vacía.
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Hola, pecadoras.
Leo sus reacciones aquí.
Besitos ♥
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