C A P Í T U L O 18. «SANTINO RINALDI»
SANTINO RINALDI
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—¿Se puede pasar? —preguntan del otro lado de la puerta, y esa voz resulta tan inconfundible para mí que ni siquiera necesito preguntar de quien se trata.
Bajo la vista a la pantalla de mi móvil donde sigue brillando el único nombre que no he sido capaz de sacarme de la puta cabeza estos últimos días y la bloqueo antes de pronunciar un:
—Adelante.
Seguido, una puertorriqueña de piel dorada, ojos negros y cabello castaño rizado, atraviesa la puerta de mi oficina.
La mujer es una diosa caribeña en toda la regla. Cintura pequeña, caderas anchas y un culo capaz de levantarle la polla a cualquiera con solo mirar lo bien que se le marca bajo el pantalón del uniforme, pero hace un buen tiempo ya que mi atención dejó de estar fija en su retaguardia.
En la suya y en la de cualquier otra que...
—Señor —me saluda con todo el respeto que le debe a su oficial a cargo—. Tengo la información que me pidió.
—Excelente —exhalo. Esto es lo que llevo cinco días necesitando. Un maldito hilo del cual comenzar a tirar—. ¿Qué me trajiste?
La chica se acerca a mi escritorio y coloca sobre el montón de papeles que tengo esparcidos por la superficie un post-it con lo que parece ser una dirección.
—Te traje un lugar por el cual podemos comenzar a buscar.
—¿Podemos? —Levanto las cejas en su dirección. Ella se está mordiendo el labio inferior en un gesto de superioridad—. Creí haberte dicho que esto era una investigación personal, Lorena —le recuerdo sin demasiado formalismo.
Ella es mi agente asistente, y lleva siéndolo desde hace tanto tiempo que la confianza le ganó terreno al protocolizo.
Claro, que nos hayamos acostado más de una vez en el pasado también ha logrado colaborara en ello, aunque hace un buen tiempo ya que no repetimos.
Y eso a ella... no parece gustarle demasiado.
—Lo era, Noah —contesta sin inmutarse—. Hasta que un apellido consiguió llamar mi atención.
Entrecierro los ojos.
—¿De cuál apellido me estás hablando?
—Nada más y nada menos que del Rinaldi —dice, consiguiendo sorprenderme esta vez. Hacía mucho tiempo ya que no los escuchaba nombrar—. Puede que el dueño del Audi estuviera muerto, pero el agente del concesionario que lo vendió no lo estaba.
—Y tú fuiste directamente por él, ¿no es así? —Le sonrío, orgulloso y agradecido en partes iguales.
Estos últimos días, con toda la mierda del asesinato de la hija del comandante, no he tenido tiempo suficiente para dedicarle a esta investigación, y no por nada Lorena Díaz es mi mano derecha.
La intimidad que mantuvimos no se convirtió en impedimento para que a nivel laboral siguiéramos siendo un gran equipo. A ella sería capaz de confiarle mi vida.
Y quizás haya sido el miedo a arruinarnos como profesionales, que preferí dejar de lado nuestro pequeño juego sexual antes de que se convirtiera en algo mucho más grande.
Por eso y por algo más.
—Exacto. —Lorena toma asiento sin perder un ápice de su gracia femenina—. El número de placa nos condujo hasta un hombre aparentemente normal. Sin ninguna clase de antecedentes penales, sin familiares, sin residencia fija, y que, trágicamente, había perdido la vida hace poco.
—Vale, un puto callejón sin salida —admito, recordando la noche que Angelina anotó ese número placa en un trozo de papel para que se lo investigara.
«Lo único que necesito es que me consigas los datos del propietario y una dirección de ser posible. Del resto me encargo yo»
Angelina parecía anhelar esa información con intensidad, y yo, en ese momento no le di demasiada importancia. Ella suele ser así cuando se trata de su trabajo, intensa y vehemente.
De la misma forma que tampoco le di importancia a la noche siguiente, cuando pasé por su piso poco antes de recibir el llamado por el asesinato de la Margaret Jhonson, y me encontré con una nota impresa sobre su puerta.
«Estaré fuera de la ciudad varios días por un asunto de trabajo. Me extravié el móvil esta mañana, lo siento. Nos vemos pronto. Un beso»
¿Me pareció extraño que tuviera que irse de pronto por un viaje de trabajo? No, eso era algo habitual en su empleo. ¿Qué hubiera extraviado el móvil? Tampoco, ya lo había hecho un par de veces atrás. ¿Qué me dejara una nota en la puerta cuando ella misma me había entregado una copia de la llave del departamento? Sí, y mucho.
Pero al entrar, noté que todo se encontraba en perfecto orden. Tanto que eso debió haberme dado una señal de que algo andaba mal. Demasiado olor a desinfectante y cloro dentro de su habitación, sí. Pero ella solía limpiar los fines de semana, y todo en el interior de esas paredes de ladrillo indicaban que lo que ponía su nota era verdad.
Solo faltaban las cosas que claramente ella se llevaría para un viaje: ropa, calzado, artículos personajes y su portátil.
Que hubiera reemplazado la mesita del recibidor durante la semana no era algo que consiguiera alarmarme. Angelina siempre ha sido así entregada a su pequeña cueva. Le gusta cambiar los muebles cada que uno moderno sale a la venta y luego donar los «viejos».
Pero ya hace cinco días de eso, suficiente para haber reemplazado su móvil por uno nuevo, y aún no tengo noticias de ella.
Su número no conecta y la última vez que estuvo activa en WhatsApp fue el domingo a las ocho de la mañana, justo después de haberme enviado los buenos días.
No somos pareja. Por lo que ni ella ni yo solemos hacer el tonto con esa clase de detalles. Pero recuerdo que las tres simples palabras escritas en aquel mensaje acompañas por una foto suya en ropa interior frente al espejo de su baño enviaron una corriente que recorrió todas mis venas y terminó reventando en mi polla.
«Buenos días, gatito 😻»
Quisiera decir que solo se trató de algo sexual, pero había algo mucho más profundo en aquello, algo en lo que ahora mismo no quiero pensar. No cuando tengo un mal presentimiento respecto a todo lo que la rodea.
—Exacto —concuerda Lorena, captando nuevamente mi atención—. Pero nada nos aseguraba que los papeles no hubieran sido manipulados por la misma persona que los firmó.
—¿Y cómo es que llegaste a dar con el apellido Rinaldi entre todo esto?
—Explicándole al agente de la concesionaria todos los cargos a los que se enfrentaba si no colaboraba conmigo. Solo necesite pronunciar las palabras «Cargo» «Falsificación» «Complicidad» y «Cárcel», para que comenzara a hablar cantar como un lindo pajarito. —Lorena sonríe con suficiencia. Una sonrisa que le marca un hoyuelo en la mejilla derecha. Recuerdos de las veces que pasé mi lengua por encima de él se me vienen a la mente, pero no producen nada dentro de mí—. Resulta que el verdadero comprador del vehículo se presentó como Santino Rinaldi, y le entregó una jugosa cantidad de dinero en efectivo al hombre para que mantuviera la boca cerrada.
—¿Santino Rinaldi? Pero si hace casi una década que murió. —Lo sé porque ese es casi el mismo tiempo que yo llevo en el cuerpo, y para ese entonces, la guerra entre los clanes de la mafia italoamericana de Nueva York era lo único de lo que se hablaba.
—Lo sé —concuerda ella—. Y por esa misma razón todas mis alarmas se encendieron. Hice mi tarea y confirmé que ese hombre no podía ser Santino a menos que hubiera resucitado de entre los muertos. Conseguí las fotos de su cuerpo inerte en los archivos. Sus sesos esparcidos por todo el tablero del auto donde fue atacado fueron suficiente para mí.
—¿Por qué alguien se haría pasar por el hijo mayor de Alfonso Rinaldi nueve años después de su muerte? —inquiero con la vista perdida en la insignia del FBI que se mantiene girando en la pantalla de mi ordenador.
—Es mejor usar el nombre de un mafioso muerto que de uno vivo, ¿no?
—Nadie usa el nombre de otro al azar, mucho menos cuando se están haciendo tratos ilícitos —analizo en voz alta—. ¿Averiguaste quién lo hizo? ¿Quién se presentó allí como Santino?
—Lo intenté. —Chasquea la lengua—. Le pedí al hombre cada detalle sobre el supuesto Santino. Lo que pudiera recordar. Características físicas, acento, palabras exactas que utilizó durante la negociación. Cualquier cosa.
—Conseguiste algo interesante, ¿no? —deduzco por su ávida mirada, echándome hacia atrás en la silla y cruzándome de brazos.
La agente Díaz asiente.
—Por supuesto, jefe, yo siempre consigo lo que me propongo. Aunque tuve que mostrarle mucho de esto —Se agarra las tetas— y además asegurarle que no mencionaría su estúpido nombre si me contaba todo lo que sabía.
—¿La información que te dio es lo suficientemente valiosa para dejar su nombre fuera de esto, Lorena? —Levanto las cejas.
—No lo sé. Todo dependerá de lo que encontremos en este lugar, jefecito —dice la última palabra en español, dándole un par de toquecitos al trozo de papel que está frente a mí—. El tipo rubio, robusto, tatuado y de ojos azules que se hizo pasar por Santino, no le dijo nada de mucha utilidad al hombre, pero mientras estaba en la oficina con él, atendió una llamada de trabajo en la que recuerda haber escuchado a su cliente diciendo algo sobre unos problemas en «Euforia» que necesitaban de su atención.
Tomo el papel entre mis dedos y lo leo.
—Euforia —repito el nombre de un hotel ubicado en la 5ta avenida con la calle 27, famoso por la discoteca que ocupa todo el ático y la azotea del edificio. Y también por su exclusividad. Dicen que tiene las mejores vistas al Empire State Building de toda la puta ciudad. Allí suelen ir a divertirse los hijos de los magnates, políticos y famosos del estado y el país—. ¿Crees que allí encontraremos algo que nos sirva? El lugar nunca ha sido objetivo para nosotros.
Lorena suelta una carcajada corta y seca.
—Creo que ahí podemos descubrir por qué tu amiga te pidió investigar la placa de un vehículo que guarda relación con un mafioso que está tan muerto como el hombre que lo mató.
Alzo la mirada, sorprendido.
—¿Cómo sa...?
—Por favor, Noah. Eres demasiado evidente cuando se trata de ella —me interrumpe, inclinándose hacia adelante. La camisa negra del uniforma con los tres primeros botones abiertos me brindan una hermosa vista de sus tetas, pero mis ojos no demoran más de un segundo en regresar a los suyos. Me cuesta descifrar si el destello que aparece en su mirada es decepción—. ¿Qué ha pasado con ella, Noah? ¿Está metida en algún problema?
Suspiro.
—Nada que yo sepa. Dejó una nota informándome que tenía un viaje de trabajo, pero es como si el puto mundo se la hubiera tragado. No he sabido nada de ella desde entonces —le confieso, sintiendo de nuevo una opresión en la boca del estómago.
Hace tiempo que no sentía tanto miedo. Hace tiempo que no me involucraba tanto con otra persona. No a este punto.
—Lo sabía —dice—. Sabía que estabas camuflando la tensión y preocupación que sentías por ella con todo el alboroto posterior a muerte de la de hija de Jhonson, pero te conozco bien, Noah. No has dejado de mirar su contacto durante toda la semana. Además, no sería la primera vez que utilizas los recursos del cuerpo para hacerle un favor. Sé que ha sido ella quien te ha pedido investigar esto.
Mi mandíbula se tensa en respuesta a sus afirmaciones.
—¿Es eso un reproche, Lorena?
La chica niega con una sonrisa que se me antoja irónica.
—No es necesario que te pongas así, cariño. No te estoy reclamando nada, nunca lo he hecho. —Sus ojos me miran con intensidad—. Lo que te quiero decir es no necesitas fingir conmigo. Si algo ha sucedido con ella y necesitas mi ayuda, la tendrás.
—Lorena...
—Además —se me adelanta—, esto me compete tanto como a ti. Soy una agente federal y estamos hablando de la organización criminal que está manejando la ciudad a su antojo, Noah. El último ataque dirigido a la NYPD significa que esto ya se ha convertido en algo personal. Y si hay una posibilidad de llegar a ellos, aunque sea mínima, la tomaré.
—Esa no es decisión tuya, Lorena. Sigo siendo tu superior. Soy yo quien decide lo que puedes o no puedes hacer respecto a la mafia.
Ella se pone de pie.
—Y yo soy la única en la que puedes confiar hasta no saber qué es lo que está sucediendo con tu chica, ¿no? —Me quedo callado, apretando los papeles bajo mi mano—. Lo supuse —agrega ante mi silencio—. Me necesitas, Noah. Aunque no lo quieras admitir. Y es por eso que esta noche te vendrás de fiesta conmigo.
Sonrío, pero es una de esas sonrisas que advierten el peligro latente que hay a mi alrededor.
—Estás planeando que nos colemos en Euforia como civiles, ¿no es así? —inquiero, aunque ya conozco la respuesta.
Lorena entró al cuerpo con veinte años y desde entonces ha demostrado ser una chica temeraria. A lo largo de los últimos cinco años ha participado en más de treinta operativos como agente encubierto y más de veinte capturas de criminales peligrosos. Está claro que conseguir información es su fuerte.
—Deberías considerar afeitarte esa barba, cariño —sugiere como respuesta—. No nos conviene que algún mafioso reconozca tu sexy carita de poli bueno. Y no te preocupes por tu cabello, que de eso me encargo yo.
Sacudo la cabeza.
—Todo esto te divierte muchísimo, eh. —Cruzo los brazos detrás de mi cabeza.
Lorena me lanza una mirada capaz de desnudarme.
—Aparte de ti, esto es lo más excitante de mi trabajo. —Me guiña un ojo antes de darse media vuelta y caminar hacia puerta—. Te espero en mi piso a las diez, no llegues tarde —agrega antes de dejarme solo en el interior de mi oficina.
Suspiro, desbloqueo mi móvil, y me prometo que esta será la última vez que intente llamarla.
Angelina y yo no somos más que amigos que la pasan bien de forma ocasional en los brazos del otro, lo sé. Sé que no hay un compromiso y que ella no está en el deber de reportarme cada maldito paso que da..., sé que no soy quien para comportarme como un novio desesperado.
Maldición, lo sé.
Pero cuando su línea me envía directamente al buzón por milésima vez, decido que es hora de marcar a las oficinas del The New York Times.
Después de lo que Lorena ha descubierto sería estúpido que no lo hiciera, y como ser un oficial federal tiene sus ventajas, consigo hablar con su superior en menos de dos minutos.
—¿Viaje? —inquiere el jefe de Angelina cuando le pregunto por ella—. A la señorita White no se le ha asignado ningún asunto que requiera salir de la ciudad.
—¿No?
—No, agente García, y lo cierto es que es una suerte que sea usted quien nos llame, porque he estado intentando ponerme en contacto con ella desde la noche del domingo sin éxito.
—¿No ha hablado con ella desde el domingo? —inquiero apretando con tanta fuerza un puñado de hojas que las escucho rasgarse bajo mi mano.
—Desde el sábado, para ser exactos. Esa noche hubo trabajo para ella. —La muerte de Corina Conti, claro—. Y el domingo también, pero no conecté con su móvil. Le dejé un mensaje antes de abordar un avión a Tokio el lunes por la mañana. No me lo respondió, pero entre el cambio de horario y los penitentes que debía resolver en Japón, lo dejé pasar. Sin embargo, hoy, al regresar a la oficina, me informaron que no se había presentado en toda la semana. No sabía a quién llamar para localizarla, no tengo el contacto de ningún familiar suyo en la ciudad y no me parecía apropiado molestar a sus padres en Londres sin asegurarme antes de que no fuera solo una gripe. Estaba considerando pasarme por su piso como última opción.
—No está en su piso —le digo—. Ya he ido yo a comprobarlo.
«Varias veces»
Escucho al hombre exhalar con fuerza a través de la línea, acompañando el sonido con una maldición.
—Agente, perdóneme, pero usted... ¿usted cree que algo malo le haya sucedido?
Me froto la cara.
—No lo sé, señor Magnus.
«Pero le juro que lo voy a averiguar».
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Hola, pecadoras.
A que no se esperaban este otro capítulo.
¿Qué tal las cosas con Noah Papacito García?
Leo sus reacciones aquí.
No olviden dejar una estrellita.
Besitos ♥
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