C A P Í T U L O 16. «ORA FAI PARTE DI QUESTA FAMIGLIA»

ORA FAI PARTE DI QUESTA FAMIGLIA

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No sé cuánto tiempo llevo tirada en el piso de la habitación «rosa» —como he decidido llamarle— cuando la puerta se abre y la dueña de tanta dulcera atraviesa el umbral con una sonrisa que no es capaz de ocultar bajo su fingida carita de pena.

Casi me hace reír. Casi.

Fiorella atraviesa la recamara y se sienta en la orilla de su cama. O debería decir, mía.

—Acabó de enterarme de que te quedarás aquí por un tiempo, Angie. ¿Qué ha pasado?

—Ha pasado lo que tenía que pasar, cariño. Me he puesto en la mira de los malos.

Ella esboza una sonrisa triste.

—Se supone que nosotros somos los malos, Angelina.

Encojo los hombros.

—Me imagino que los papeles han cambiado ahora que tu hermano se ha tomado la molestia de «ponerme a salvo», ¿no?

—No te hace mucha gracia tener que vivir con nosotros, ¿no?

—No se trata de ustedes, se trata de que acabo de perder mi vida, Fiorella. Tu hermano tiró mi móvil por la ventana, tengo prohibido salir de esta casa, y una gente que ni siquiera conozco me quiere matar —miento.

Conozco de sobra a los Conti, pero eso no tiene por qué saberlo.

—Aquí nada va a pasarte, puedes estar segura de eso.

—Claro.

«No tengo que preocuparme de que tu hermano corte mi cuello con una navaja solo por quedarme dormida en medio de la sala, ¿verdad?»

Ella se levanta y se tira en el suelo conmigo. Las muñecas que están arriba en el estante se tambalean, y una de ellas le cae sobre la cabeza. Fior se queja antes de tomarla entre sus manos y luego, al reparar de cuál se trata, sonreír.

Es una de ojos negros y cabello castaño. Esbelta y con un vestido elegante de lentejuelas.

—Lyn —pronuncia acariciando su cara de Barbie—. Le puse ese nombre por tu hermana, ¿sabes?

Le sonrío.

—Tiene sentido, se parece a ella. Aunque nunca pude verla con un vestido como ese. En aquella época éramos unas chicas de vaqueros, camisetas y abrigos para el invierno.

—Oh, pues aquí usaba muchos de estos, créeme. Con Angelo siempre tenía una cena importante a la que asistir, una gala, o simplemente una de esas reuniones a las que nunca se me permitía ir. Aunque después de que mataran a papá, secuestraran a Angelo, y nos tuviéramos que mudar, sus salidas dejaron de ser tan frecuentes.

—¿Qué edad tenías tú entonces? —pregunto con sutileza. No a todo el mundo le gusta hablar de sus pérdidas.

Sé que estaba pequeña, pero mientras investigaba sobre los Lombardi, admito que nunca me interesó demasiado indagar demasiado sobre la menor de la familia.

—Tenía diez cuando a papá lo mataron frente a la catedral San Patricio —me cuenta, demasiado serena para tratarse de algo tan delicado, aunque supongo que es normal habiendo pasado siete años de lo ocurrido—. Tuve que presenciarlo todo, incluso cuando esos hombres se llevaron a Angelo —evoca cada recuerdo sin dejar de acariciarle el cabello a Lyn—. Mi madre cayó en depresión después de eso. Le arrebataron a su esposo y su hijo frente a sus ojos, no era para menos. Yo quería ayudarla, pero solo era una niña. Evelyn, en cambio, ya no lo era. Ella y Matt se encargaron de mantenernos a flote y de protegernos lo mejor posible hasta que Angelo logró escaparse de donde lo tenían metido.

» Sin embargo, cuando regresó, era otro. Como si nos hubieran regresado su cuerpo, pero no su corazón. Se encargó de acabar con «los malos». —Me mira y sonríe—. Y luego creó esta fortaleza para nosotros. Antes vivíamos en Manhattan. El barrio Gramercy fue testigo de mi primer beso, ¿sabes?

Me echo a reír.

—¿Recibiste tu primer beso a los diez?

—A los nueve —me corrige.

—Oye, el mío fue hasta los doce. ¡Suertuda! —Esbozo una sonrisa imaginándome una tarde primaveral y a una Fiorella pequeña con un vestido rosa dando su primer beso frente a las casas adoquinadas de Gramercy. ¿Y te gustó? —La cara de asco que la veo hacer me hace largar una carcajada—. Oh, ¿tu pie no hizo pop, princesita?

—Oye, cómo se nota que te has visto «El diario de la princesa», eh.

—La uno y la dos, como mil veces —admito, poniéndome de pie frente a ella y aclarándome la garganta—. Esta mañana cuando me levante, era solo Mia Thermopólis, y ahora, he decido cambiar ese nombre por Amelia Mignonette Thermopólis Renaldi, princesa de Genovia.

Fiorella aplaude con mi patética imitación y yo finjo una reverencia para darle más credibilidad al asunto.

—Vale, vale, está muy bien, pero tú eres más bonita que Mia —asegura, ladeando la cabeza con una sonrisa contagiosa—. Aunque, después de todo, esa metáfora no está mal en contraste con la situación, ¿no crees?

—¿A qué te refieres?

—Está mañana te levantaste siendo solo Angelina White, y ahora te has convertido en Evelyn Lombardi White, la dama de la mafia.

La diversión abandona mi cara al instante.

—No es gracioso, Fiorella —le digo, y el filo que hay en mi voz parece atravesarla.

Ella se apresura a ponerse de pie, negando con la cabeza.

—Lo siento, lo siento, lo siento. —Me toma de las manos y me las aprieta. Ni siquiera había notado que había comenzado a temblar—. Yo solo... es que supe lo que había pasado, y... joder, perdóname. No es gracioso, tienes razón.

Sacudo la cabeza.

—¿Te he dado a pensar alguna vez que tengo intenciones de tomar el lugar de mi hermana y vivir su vida de mierda? —Me deshago de su agarre y retrocedo—. Yo no soy Evelyn. Y me interesa una nada ocupar su trono, solo quiero... —«Sacar a mi sobrino de aquí»—. Olvídalo, ¿quieres?

Fiorella aprieta los labios y el brillo de sus ojos me indican que le han dolido mis palabras.

—No quise ofenderte, de verdad. —Agacha la cabeza.

Suspiro. Ahora quien se siente culpable soy yo.

—Perdóname tú a mí, no quise hablarte así. Es solo que...

—No te gusta sentirte comparada con ella. Lo entiendo.

Sonrío, irónica.

—Desde que nací fui comparada con ella, y viceversa. Éramos gemelas, Fior. Sé que eso es algo inevitable. Lo que odio es que asuman que, por ella haber sido de una manera, yo seré igual. Cada una de nosotras tomó una decisión con su vida. Y esta no es la mía —le digo, recordando dolorosamente las palabras que Evelyn me dijo aquella noche frente al río Hudson.

—Yo tomé una decisión, Angelina. Y esa es estar con él, para bien o para mal. Tienes que respetarlo. Me lo debes. —Suspiré, y me quedé mirando las luces que se reflejaban sobre las oscuras aguas.

Sabía que ella tenía razón, se lo debía.

Pero entonces, un pequeño barco pesquero pasó frente a nosotras iluminándonos con la luz de su faro y eso me bastó para verla con claridad.

Para ver la marca que se asomaba bajo la bufanda que llevaba atada a su cuello.

Como un acto reflejo estiré la mano y tiré de ella tan rápido que no tuvo tiempo de detenerme. Así como yo tampoco lo tuve yo para llevarme la mano a la boca y ahogar un grito de puro horror.

La marca unos dedos alrededor de cuello ya pasaba de roja a morada, pero no pude detallarla a fondo porque ella enseguida se la cubrió enrollándose de nuevo la tira de lana.

—No es lo que crees —dijo sin que yo pudiera decir nada. No me salía la voz.

Coloqué una mano sobre mi pecho, como si me doliera. Y creo que de verdad lo hacía. Su dolor siempre había sido el mío.

—Claro —solté con sarcasmo—. No es para nada lo creo. ¡No es que el maldito con el que te casaste te maltrata! ¡Por supuesto que no!

Ella tragó saliva, y cuando las palabras salieron de sus labios, fueron tan solo un susurro:

—Tú no lo entenderías, Angelina. Yo lo amo.

Tuve ganas de gritarle en la cara que eso era lo mismo que decían todas las mujeres del mundo que sufrían abuso.

Pero ella fue más rápida, y tomándome desprevenida, se acercó a mí y me rodeo con los brazos. Sentí que estaba a punto de desmayarme. Hacía tanto que no sentía su calor. Que no me sentía completa. Y la sensación fue tan arrolladoramente dolorosa que no pude pronunciar una sola palabra.

Me abandoné a la sensación de familiaridad. A su olor. A su tacto. A la culpa. Una que me carcomía tanto que no fui capaz de detenerla cuando se separó y me dio un beso en la mejilla.

El «Te amo» se quedó flotando en el aire después del «No me busques más, por favor».

Se dio media vuelta y no miró ni una sola vez hacia atrás.

Pude seguirla, pero no lo hice. Esa era su decisión.

Y se lo debía.

—Sé que estás odiando tener que someterte a este nuevo estilo de vida, Angelina. —La voz de Fiorella me trae de vuelta, y en mi mente le doy toda la razón—. Ni siquiera a mí me agrada. Pero esto es todo lo que tengo. Y ahora también es lo que tienes tú.

—Nada de esto es mío, Fior. —Le sonrío para dulcificar mis palabras.

Ora fai parte di questa famiglia. Por lo tanto, todo esto también te pertenece. —Respiro profundo.

No deseo discutirle más.

—¿Por qué me hablas en italiano suponiendo que debo entenderte?

—Eres inglesa, Angelina. Es casi obligatorio para ustedes aprender el idioma. —Sonríe.

—Chica lista, pero eso no significa que me guste. Y tampoco que me lo trague. —Entrecierro los ojos.

—Sé que parece horrible. Pero mira el lado positivo, podrás estar más tiempo con Nick, ¿no era eso lo que querías? —Asiento, reacia—. Y, además, me tendrás a mí. Haré todo lo posible para que te lo pases tan bien como Bella en el castillo de la Bestia.

Esta vez sí que me echo a reír.

—No me quedan dudas de lo bestia que tu hermano puede llegar a ser, créeme. —Los ojos verdes le resplandecen mientras se ríe

—¿Lo ves? Ya estamos comenzando a divertirnos.

—A costillas del cara dura de Angelo puedo divertirme todo lo que quieras —le participo justo cuando la puerta de la habitación se abre y Lia atraviesa el umbral.

—Lamento la interrupción, señoritas. Pero el señor me ordenó traerle todo lo necesario para su estadía en la casa. —Señala todas las cosas que lleva en las manos: toallas, jabones, cremas, y demás artículos de limpieza personal—. Voy a dejar esto en su cuarto de baño si no le molesta.

—Adelante. —Le concedo con un movimiento de mano, sintiéndome ridícula y perpleja a la vez.

«Lo de la princesa Mia era solo una broma, joder»

Lia abre una puerta que ni siquiera había notado que estaba ahí. Supongo que el hecho de que sea tan rosa como las paredes, no ayuda.

Cuando sale de nuevo, se detiene frente a mí.

—Señorita, estoy a su orden para atender todas sus necesidades. Sea lo que sea, no dude en llamarme.

Asiento, incómoda.

—¿Puedo comenzar pidiéndote algo muy muy sencillo, Lia?

—Por supuesto, señorita.

—Tutéame, por favor. Dime Angelina, o Angie. Como prefieras. Porque en serio, cada que me llamas «señorita», haces que me sienta parte de «Orgullo y prejuicio».

«Aunque bastante de eso que exudamos Angelo y yo, ahora que lo pienso»

—Tus deseos son órdenes. —Me sonríe, pero no es esa clase de sonrisas que me apetezca regresar. Separo los labios, pero en eso escuchamos el llanto de un bebé—. ¡Oh, el bambino! —exclama la chica dando un saltito—. Debo ir...

—Yo me hago cargo. —La detengo tomándola del brazo. Si voy a estar viviendo en esta casa... Si tengo que hacerme a la idea de que esta será mi cárcel personal, más me vale matar el tiempo con algo que me haga feliz—. Puedo atender a Nick yo misma, tranquila.

—Pero ese es mi trabajo, seño... Ese es mi trabajo, Angelina —dice, y lo hace con una convicción que me sorprende.

—No te preocupes Lia. —Fiorella le coloca una mano sobre el hombro y sujeta mi brazo con la otra—. Yo la ayudaré. Mientras tanto puedes ir y hacerte cargo de las demás tareas de la casa, ¿vale?

La rubia no espera respuesta, tira de mi brazo en dirección a la puerta y juntas entramos en el cuarto de Nick, pero es ella quien lo toma en brazos primero, susurrándole palabras dulces al oído para tranquilizarlo.

Me vuelvo para cerrar la puerta de la habitación justo cuando Lia abandona la mía. La chica nos da una última mirada antes de alejarse por el pasillo en dirección a las escaleras.

—¿A Lia le pagan por cuidar de Nicholas? —Me acerco al sofá de la esquina y tomo asiento mientras Fior se encarga de mecer a Nick.

—A Lia se le paga para hacer cualquier cosa que sea necesaria dentro la casa. Pero Nick no es su responsabilidad.

Tuerzo los labios, pensando.

—Me pareció que sí por la forma en la que lo dijo. Que cuidar del bebé era su trabajo, me refiero.

Fiorella sacude la cabeza.

—Supongo que no quiere sentirse inútil y que a mi hermanito termine echándola.

—¿Lo crees capaz de echarla? —inquiero, y me siento ridícula al instante.

Estamos hablando de Angelo Lombardi, él es capaz de cualquier cosa.

—Angelo echaría a quien se atreviera a desobedecer una de sus órdenes y mataría a cualquiera que osara traicionarlo —contesta la chica, dándome la razón—. Pero Lia no sería capaz de hacer ninguna de las dos. Le debe demasiado a mi familia, o al menos eso es lo que ella cree.

—¿Cómo que lo que ella cree?

—Su madre, Sonia, trabajaba para nosotros. Lo hizo casi durante toda una vida. Al igual que con Evelyn, a ella la rescataron de las garras de los Rinaldi. Mi familia la compró y ella pagó su deuda con trabajo —me cuenta mientras Nick juguetea con su cabello—. Siete años atrás, en uno de los atentados que nos hicieron mientras Angelo estaba secuestrado, Sonia murió. La mataron, mejor dicho. Se sacrificó por Lia. Los malditos estaban dispuestos a llevársela, pero su madre se interpuso y entre el forcejo le clavaron un cuchillo en el pecho. Lia solo tenía doce años para ese entonces. Y éramos muy buenas amigas, ¿sabes? Pensé que el hecho de que ambas acabábamos de perder a alguien importante en nuestras vidas, nos uniría más, pero pasó todo lo contrario. Ella se cerró en banda y se dedicó ciegamente al trabajo. A los trece ya se estaba haciendo cargo de mantener el orden en esta casa. Es como si su vida solo girara en torno a estas paredes, no sé cómo hace para no volverse loca. —Fior sacude la cabeza y un par de mechones rubios se le quedan pegados a los ojos.

—Quizás sea precisamente eso —le digo poniéndome de pie con una sonrisa. Me acerco a ella, le quito el cabello de la cara, y luego le pellizco la naricita a mi sobrino, que mama su dedo en una clara señal de que comienza a tener hambre—. Lia no conoce nada más que esto, no sabe que afuera hay un mundo entero esperando por ella.

Fior frunce los labios en una mueca.

—Yo creo que solo tiene miedo a salir.

—¿Se le permite? —Alzo las cejas y ella se ríe.

—Es libre de irse cuando quiera. Su madre pagó su propia deuda. Lia en realidad nunca nos ha debido nada. Nadie la ha obligado a quedarse, incluso mamá la animó para que se fuera a la universidad cuando terminó la preparatoria, pero ella dijo que este trabajo estaba bien para ella. —Encoje los hombros.

—Quizás es que le pagan mejor de lo que le pagarían en cualquier otro trabajo. Digo, tu hermano es asquerosamente rico —«en todo el repulsivo sentido de la palabra»—, sería el colmo que no les pagara bien a sus empleados.

Fiorella se ríe.

—Les paga muy muy bien, te lo aseguro. Y además los mantiene a todos entrenados.

—¿Entrenados?

—Después de los ataques que hemos recibido lo más sensato es que cada una de las personas que trabajen en esta casa sepan quitarle el seguro a una pistola y asentar un buen puñetazo, ¿no crees?

—¿Me estás tomando el pelo?

—Pregúntaselo a nuestra cocinera si no me crees. Gordita como la ves, es capaz de dejarte inconsciente con un solo golpe. —Me echo a reír.

—Vale, vale. Te creo. Y ahora que hablas de la cocinera... —Señalo al bebé—, creo que ya tiene hambre.

—¿Tienes hambrecita, mi amor? —le cuchichea ella. El bebé le responde con un montón de balbuceos—. ¿Sí? Pues a mí también me rugen las tripas, vamos a comer con tía, ¿vale? —Fiorella me mira y hace un movimiento de cabeza para que la siga.

Una sonrisa pelea por formarse en mis labios mientras abandonamos la habitación de Nicholas. Se ven tan adorable juntos que me entran ganas de darme cabezazos contra la pared.

Esta chica está a punto de robarse mi corazón y eso, de ninguna manera, podría ser bueno para mí.

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Hola, pecadoras.

Hoy me siento especialmente contenta, y por eso les voy a regalar una actualización doble! 

Vayan a leer el siguiente capítulo.

Pero primero déjenme sus reacciones aquí.

Besitos ♥

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