C A P Í T U L O 14. «QUESTO SARÀ UN DANNATO INCUBO»

QUESTO SARÀ UN DANNATO INCUBO

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El camino de regreso al Bronx transcurre en medio de un oscuro silencio. Ni siquiera me anima el hecho de finalmente descubrir que la casa de Angelo se encuentra en la cima de una alta colina en Riverdale, uno de los barrios más elitistas del estado ubicado a orillas del río Hudson.

«Porque... ¿de qué mierda me sirve saber eso ahora?»

Cuando entramos nuevamente a la casa, por primera vez miro el lugar llena de auténtico terror. Un terror que no fui capaz de sentir ni siquiera al no tener idea de donde estaba parada.

Antes mi lucha se resumía en permanecer aquí más tiempo del que se me permitía, ahora será por conseguir salir.

Esta casa con decoración elegante, paredes altas, pilares de madera, chimenea de piedra, y aroma a cedro recién cortado, acaba de convertirse en mi puta cárcel.

—Sube —me ordena Angelo en un gruñido, señalando las escaleras que se ciernen frente a mí.

Detrás de nosotros se encuentran Chiara y Stefano ayudando con mis maletas. En sus caras puedo ver reflejada una curiosidad que mi cuñado no se molesta en disipar aclarándoles el motivo de que me encuentre aquí de nuevo y cargada con un montón de mis pertenencias.

Porque claro, Angelo Lombardi simplemente se encarga de gritar las órdenes y el resto de la humanidad las tiene que obedecer como si se tratara de un rey.

Aunque de cierta forma el maldito lo es. Dentro de su mundo de mierda es el rey. Y supongo que como acabo de quedar atrapada en medio de todo esto, ahora también es el mío.

Subo las escaleras sintiendo el calor que emana su cuerpo detrás de mí, y dejo que me guie a través del pasillo de la derecha hasta que se detiene en una puerta que está justo frente a la habitación de mi sobrino.

Me pregunto si Nick seguirá estando dormido y de lo contrario quién se encuentra cuidando de él, pero la respuesta no demora en llegar cuando Lia sale de su habitación con el monitor de bebés en la mano mientras intenta cerrar cuidando de no hace ruido.

—Señor —dice al alzar la cabeza y fijarse en su jefe, sus ojos se mueven en mi dirección, y luego mira mis maletas en manos de sus colegas—. ¿Pasó... algo?

—¿Qué hay de Nicholas? —Angelo señala la puerta, ignorando su pregunta. Lia parpadea, echándose un mechón de cabello castaño hacia atrás.

Luce tan joven que me pregunto cuánto tiempo lleva trabajando para esta familia y qué la habrá llevado a involucrarse con la mafia hasta este punto.

«Si naces en la mafia mueres en la mafia, Angelina. Esa es la ley»

Las palabras de Beatrice se repiten en mi cabeza al instante.

—El bambino está bien, señor. Sigue dormido. Pero pronto tendré que despertarlo para darle de comer.

—Bien. Por ahora necesito que reúnas a todo el personal en el salón de juntas. Excepto a los centinelas. Habrá algunos cambios en esta casa a partir de ahora de los que tengo que notificarles a todos.

—Enseguida, señor. —La chica me echa una última mirada, una que no consigo interpretar, antes de irse en dirección a las escaleras.

Angelo se vuelve hacia la puerta en la que nos detuvimos y la abre.

—Te quedarás aquí de momento —dice empujándome dentro sin ningún tipo de delicadeza—. Dejen sus maletas y retírense —les ordena a sus empleados un segundo después.

La mujer asiente y luego de dejar mis bolsos sobre un sofá grande y rosa frente a la ventana, sale de la habitación. Stefano se queda un momento más por órdenes de su jefe.

—Llama a mi madre y dile que regrese con Fiorella de inmediato a la casa.

—¿Pasa algo, boss?

—Pasa que me jode que me hagan preguntas cuando doy una orden, eso pasa.

El chico vampiro aprieta los labios, asiente, y se va siguiendo los pasos de su compañera.

Me trago el impulso de gritarle que no debería ser tan cabrón con la gente que sirve para él, porque sinceramente no tengo ánimos de discutirle más. Las imágenes de mi piso destrozado, del mensaje sobre la pared, y de mi teléfono siendo aplastado por ese maldito auto siguen ocupando gran parte de mis pensamientos.

—¿El cuarto de una niña? —inquiero al notar que todo en la habitación es rosa y que los estantes están repletos de muñecas con hermosos vestidos que me producen escalofríos, a decir verdad.

—Esta era la habitación de Fiorella.

—¿Era?

—Cuando era niña escogió esta habitación para estar cerca de nosotros, ella no podía estar lejos de... —se calla, negando con la cabeza—. El punto es que cuando creció se mudó al otro lado de la planta, junto a mi madre. Ahora tú ocuparás este lugar. Mientras arreglo tu maldito desastre.

—¿Y cuánto tiempo se supone que demorarás en hacerlo? —Mi pregunta lo hace dar un paso en mi dirección.

—El tiempo que sea necesario, a no ser que lo que quieras sea morir. De ser así, puedo matarte yo mismo si lo prefieres. Después de todo, tu vida no tiene ningún valor para mí. —Su voz no demuestra ninguna emoción, pero...

—No era eso lo que parecía media hora atrás, cuando me sacabas a empujones de mi piso y me metías en tu auto, Angelo. —Busco sus ojos y los encuentro tan fríos y distantes como siempre.

—¿Habrías preferido que te dejara ahí tirada, Angelina?

—No —admito, aunque odie tener que hacerlo—. Solo digo que si mi vida no te importara no te estuvieras tomando todas estas molestias.

Angelo sonríe, pero es una sonrisa sombríamente burlona.

—¿Crees que lo hice solo por ti? —escupe con ironía. Entonces, al ver que no le respondo, continúa—: Sé que sabes más de lo que dices saber, Angelina. Sobre mí y sobre «este mundo de mierda» como tú le llamas. De alguna manera tuviste que haber logrado dar con Evelyn, y de la misma forma supiste de su muerte.

—Ya te dije que solo lo sentí...

—Y una mierda —me corta con un rugido, tomándome del brazo—. No intentes verme la cara de idiota, porque no lo soy. Y si crees que acabo de salvarte la vida porque me agradas, es momento de que te enteres que la mafia jamás actúa de forma desinteresada, ragazza.

—¿Qué mierda se supone que significa eso? —le devuelvo entre dientes, removiéndome para que me suelte.

—Significa que nunca les permitiría a mis enemigos tener un arma que puedan usar en mi contra, Angelina. Nunca los dejaría tenerte. Primero te mato antes de que eso suceda.

La frialdad con la que lo dice me atraviesa el pecho.

—¿Y de qué les habría servido tenerme a mí, Angelo? Yo no soy ella, no habrían demorado nada descubriéndolo y después de eso me habrían matado. Lo sabes.

Angelo suelta una carcajada que me revuelve el estómago.

—¿Eso es lo que crees? ¿En serio?

«No. Pero ese habría sido, con suerte, el mejor final para mí»

—No veo de qué manera podría ser un arma en tu contra, yo ni siquiera te importo —pronuncio, y la mirada que me da parece estarme gritando que él, en cambio, ve muchísimas.

Una donna per l'altra —repite la frase que estaba grabada en mi pared—. Al final del día todo se reduce a un maldito juego de poder.

—Pero yo no soy una dama, y mucho menos la tuya.

—Pues es una verdadera mierda que ahí afuera toda la mafia ahora esté creyendo que lo eres, ángel.

Niego con la cabeza, soltando una carcajada amarga.

—¿Y tú que harás respecto a eso? ¿Acaso no piensas salir a desmentirlo?

—¿Te crees que soy un maldito alcalde? ¿Qué me puedo subir en una puta tarima y gritarle a toda la jodida mafia que mi verdadera mujer si está muerta y que tú no eres más que una copia barata de ella? ¡Así no funcionan las cosas aquí, ragazza!

—¡Deja de llamarme así! —exijo con los dientes apretados, tragándome lo mal que me sienta la forma tan despectiva en la que se refiere a mí—. Quizás no sea tan grandiosa como dicen que era mi hermana, pero eso no me resta ningún valor. Quizás no sea la dama de la mafia, pero merezco respeto.

—El título ya te lo has ganado sin ningún esfuerzo, por tu maldita terquedad. Ahora te toca ganarte el respeto —dice, acercándose a mi cara. Su mano quemándome ahí donde me está tocando—. Ponte cómoda, Angelina White. Ahora estás en tu casa.

Me suelta y se da media vuelta en dirección a la puerta.

—¿Me pongo cómoda y después qué, Angelo? Allá afuera hay gente que comenzará a preguntarse dónde estoy. A preocuparse por mí.

Él se vuelve para mirarme con las cejas alzadas.

—¿Te refieres a tu noviecito el policía, angelito? —Se me tensa la mandíbula.

—¿Cómo...? —No soy capaz de terminar la pregunta, consciente de todos los medios que el muy maldito debe tener a su disposición para averiguarlo.

—¿Qué? ¿pensaste que no lo sabía? ¿Qué no me enteraría que estás enredada con un maldito agente del FBI? —Angelo acorta la distancia que nos separa, consiguiendo que retroceda y mi espalda choque contra la pared.

—Nunca le he hablado de ti. Te lo juro —y por primera vez le digo la verdad—. Jamás haría algo que podría resultar perjudicial para mi sobrino.

—Tu palabra no vale de nada. Sigues siendo una completa desconocida para mí, Angelina, por mucho que... —Se calla, apretando la mandíbula.

—Por mucho que me parezca a ella —completo—. Pero solo soy su copia barata, ¿no es así? ¿Si tanto la adorabas entonces por qué la hiciste sufrir?

—Yo nunca...

—Vi a mi hermana una sola vez después de llegar a Nueva York —lo corto—. Cinco años atrás. Pero solo esa ocasión me bastó para saber que algo no estaba bien con ella. Que no era feliz, que algo la perturbaba, ¿qué era eso si no tú?

Angelo niega con la cabeza.

—No sé de qué mierda estás hablando, pero tampoco tengo intenciones de hacerte creer lo contrario. Me da igual lo que tú pienses, ya te lo he dicho.

—Necesito un teléfono —decido cambiar el tema porque sé que cuando se trata de mi hermana no hay forma de qué nos pongamos de acuerdo.

«Él nunca se hará responsable de lo que hizo»

—Olvídate de tu novio, porque no volverás a hablar con él.

—No puedes hacerme esto, Angelo.

—Sí que puedo, y ya lo hice.

—¿No lo ves? Tengo que decirle que estoy bien antes de que comience a buscarme como un maldito loco por toda la ciudad.

Angelo suelta una carcajada cargada de sátira.

—No sé por qué se tomaría tantas molestias en buscarte, después de todo ni siquiera como novia eres de fiar, Angelina. No eres más que una pu... —No termina de pronunciar la última palabra cuando ya mi mano le está volteando la cara con tanta fuerza que mi palma comienza a arder al instante.

—No te atrevas a llamarme así de nuevo, te lo advierto.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —me devuelve, tomándome por el rostro con fuerza. Sus ojos están tan rojos de ira como la marca de mis dedos sobre su mejilla—. ¿En qué te convierte entonces engañar a tu novio? ¿En un puto ángel?

—Noah no es mi novio, maldito imbécil —pronuncio en un siseo, intentando arrancarme su mano de encima—. A ver si te enteras que acostarse con alguien no significa firmar un acta de matrimonio.

Su mandíbula se aprieta con más fuerza tras escucharme.

—Tú no tienes idea, Angelina.

—¿De qué, Angelo? ¿De qué no tengo idea?

—Del significado de la lealtad. —Su agarre se afloja y yo termino de apartarlo con un empujón. Sus ojos me miran llenos de rabia mientras su mano se toca la mejilla—. Mantente lejos de Matteo, te lo advierto, porque de lo contrario...

—¿De lo contrario me vas a matar?

Él me sonríe, perverso.

—Hay cosas peores que la muerte, ragazza. Y si sigues haciendo lo que te da la jodida gana, conocerás cada una de ellas en la cueva. Te lo puedo asegurar.

Angelo no espera a que yo le responda, un segundo después sale de la habitación dando un portazo que me hace brincar.

Y mientras me deslizo por la pared hasta quedar sentada en el suelo, en lo único que puedo pensar es en Noah y en lo que hará después de esta noche, cuando llegue a mi piso y se encuentre con todo ese maldito desastre.

Porque si de algo estoy segura, es que a diferencia de lo que Angelo quiera creer, él no va a descansar hasta encontrarme.

☠☠☠

Cuando entro al salón de juntas, tengo a todos esperándome alrededor de la larga mesa de caoba: el personal de seguridad, las domesticas, mis soldados, y hasta el puto jardinero.

Pero no me explayo demasiado explicándoles que de ahora en adelante tendremos viviendo bajo este techo a la hermana de mi mujer en condición de cautiverio. Mi gente sabe muy bien lo que eso significa: Angelina de esta casa no sale a menos que sea bajo órdenes mías.

Absolutamente nadie puede poner a su disposición ningún medio que la ayude a comunicarse con el mundo exterior, porque hacerlo equivaldría a la muerte, y ninguno aquí es tan masoquista como para enfrentarse a una muerte auspiciada por mí. Fuera de eso, ella es libre de andar por la propiedad, y todo lo que necesite le será proporcionado.

—Ya pueden retirarse —anuncio con un gesto de mano—. Todos menos Stefano y Lia. Ustedes se quedan.

Los demás comienzan a abandonar el salón mientras yo me froto las sienes con intención de aligerar la presión. Siento la cabeza a punto de estallar.

—Ya hablé con su madre, jefe. Ella y su hermana vienen en camino —me informa Stefano cuando la puerta se cierra.

—Bien. Ahora ve a preparar el auto y organiza el equipo, tengo asuntos que resolver en Paradigma.

—Pero, señor, Matteo se ha ido para allá justo después de que usted saliera de casa con la señorita Angelina.

—Y es precisamente por eso que necesito ir para allá, Stefano. ¿Puedes ir y hacer lo que te digo? —inquiero cansado de tener que dar dos veces la misma orden. El imbécil asiente y luego se va.

Maldición. Si él no fuera uno de los pocos hombres en los que puedo confiar ciegamente, ya me lo habría cargado. No soporto que me lleven la contraria, mucho menos que me desafíen. Pero sé que Stefano jamás se atrevería a traicionarme, me lo debe. Y en más de una oportunidad se ha visto capaz de demostrar su lealtad.

—¿Para qué me necesita, señor? —inquiere Lia una vez nos quedamos solos.

—Tú estarás a cargo de ella.

—¿A cargo? —A la chica le tiembla la voz y sus ojos me miran con una mezcla de asombro y horror—. ¿Qué quiere decir con eso, señor?

Me pongo de pie y me apoyo en la mesa frente a ella, cruzado de tobillos y brazos.

—Quiero decir que tú y solo tú me darás un reporte diario de lo que haga, lo que diga, y cada lugar de la casa por el que camine Angelina White de ahora en adelante, ¿lo entiendes?

—¿Quiere que la espíe, señor? —Pongo los ojos en blanco.

—Llámalo como quieras, Lia —le digo, alzando su barbilla—. Solo debes ser discreta al hacerlo. Por eso serás tú quien se encargue de atender todas sus necesidades, mientras más cerca estés de ella, mejor, ¿estamos?

La chica traga saliva.

—¿Ella es... peligrosa?

—No para ti —le respondo sin agregar nada más—. Ahora vete, y cuando llegue mi madre con Fiorella, encárgate de repetirle todo lo que acabo de decir en la reunión. Ya hablaré personalmente con ellas al regresar.

—Como ordene, señor —asegura, dirigiéndose a la puerta.

—Oye, Lia —la llamo antes de que atraviese el umbral. Ella se vuelve para mirarme con la inquietud reflejándose en sus ojos miel.

—Confío en ti. ¿Entiendes lo que eso significa?

—No lo decepcionaré, señor.

—Más te vale.

La puerta se cierra y yo me tomo un minuto para servirme un maldito trago de whisky del mini bar de la esquina, alzar la copa sobre mis labios y beberme su contenido de un solo trago, pensando en cómo mierda voy a conseguir soportar vivir bajo el mismo techo con ella cuando de solo mirarla la polla se me pone tan dura como una piedra.

«Questo sarà un dannato incubo, Angelo».

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Hola, pecadoras.

Ahhh, estos dos bajo el mismo techo va a ser un desmadre. 

¿Qué creen ustedes? Lxs leo.

Besitos ♥

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