C A P Í T U L O 11. «UNA DONNA PER L'ALTRA»

UNA DONNA PER L'ALTRA

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—¡Angie! —Fiorella salta de su asiento y prácticamente se tira a mis brazos para saludarme—. Te estábamos esperando —dice con una sonrisa, separándose de mí.

Tengo que parpadear antes de poder centrarme en su cara. Por Dios, ni siquiera había notado que estaba aquí, como si la presencia de su hermano en medio de la cocina fuera tan fuerte que lo eclipsara absolutamente todo.

En el lugar también se encuentra Beatrice, quien me mira desde el otro lado de la encimera con una pequeña sonrisa y los ojos tan azules como los de Matteo, opacados por unas marcadas ojeras oscuras.

—Hola, dolcezza —me saluda con el característico acento familiar—. ¿Desayunas con nosotros?

Le dedico un asentimiento acompañado por una sonrisa de labios cerrados.

—Por supuesto, Beatrice. Es más... —Me vuelvo hacia el hombre que, a mi lado, carga con todos mis tuppers de cocina—, he traído suficiente para todos —señalo cogiendo los envases y acercándolos a la encimera.

Y me es imposible no mirarlo de nuevo a él, puesto aun lleva en brazos a mi sobrino, y yo me he pasado la semana entera muerta de ganas por volver a verlo.

En nada me sorprende descubrir que su expresión no se ha suavizado en lo absoluto. Me sigue mirando con odio mientras Nicholas lucha entre sus brazos para lanzarse sobre los míos, balbuceando la palabra «mamá».

—Deja que lo cargue, Angelo —le ordena su madre con una mirada que no deja cabida a la réplica. Él la mira por un segundo antes de volver sus ojos los míos, y, de mala gana, pasármelo por encima de la superficie de granito.

Su madre me sonríe cuando lo tomo en brazos y comienzo a llenarle la cara de besos.

—Hola, Nick. Te he extrañado un montón —cuchicheo sobre su oído.

—Ha sido muy amable de tu parte haberte molestado en traer comida preparada, Angelina —señala su abuela.

—Pensé que eso sería lo más idóneo, cariño. No es mi intención causarle molestias gastronómicas a tu hijo. —Mis ojos se fijan en él, sin intentar ocultar el desprecio que le tengo.

—Lástima que no hayas logrado tu cometido, cuñada. Porque es tu presencia lo único que en realidad me molesta.

—¡Angelo!

Él dedica una sonrisa falsa antes de mirar a su madre.

—Me largo. Hagan el favor de cuidar bien a mi hijo, ¿entendido?

—¿No piensas desayunar? —le pregunta su madre.

—Se me ha quitado el hambre —contesta mirándome—. Además, tengo un asunto importante que atender.

«¿La muerte de Corina Conti, tal vez?» Me muerdo la lengua para evitar que se me escape esa interrogante.

Figliolo, por Dios, necesitas comer algo —le habla ella en un tono íntimo y maternal, tomándolo por el brazo.

La mujer parece tan preocupada que por alguna razón me pregunto si también debería estarlo yo.

Mamma, estoy bien. Quédate tranquila. —Y aunque sus palabras no parecen servirle de nada, lo deja ir.

Angelo comienza a rodar la encimera y por instinto mis ojos lo siguen, detallando su forma estudiada de caminar, como si cada uno de sus pasos fuera tan precisa como la mano encargada de haber planchado esa camisa blanca que se le pega al cuerpo y deja a la vista la oscuridad de los tatuajes que se esconden debajo.

Trago saliva como si mi cuerpo, en contra de mi voluntad, respondiera a esa imagen tan malditamente tentadora. Mis ganas de que se largue aumentan como un mecanismo de defensa, pero entonces... él se detiene frente a mí.

Me mira.

Lo miro.

Y el mundo parece congelarse con el frío tan glacial que me trasmiten sus ojos.

Bajo la mirada sintiéndome incapaz de sostenérsela por más tiempo, y el brillo de una cadena de oro asomándose bajo el cuello de su camisa consigue que automáticamente me lleve la mano a la que llevo yo bajo mi jersey.

Algo en mi interior comienza a doler.

—Nos vemos pronto..., mio figlio —dice después de unos segundos que se me hacen eternos, inclinándose para besar a su hijo. El olor de su perfume combinado con la loción de afeitar es tan embriagador que me obligo a contener la respiración hasta que se separa de mí—. No intentes pasarte de lista con mi familia, Angelina. Quedas advertida. —Se da media vuelta para acercarse a Matteo.

Estando así, uno frente al otro, puedo notar el gran parecido que hay entre ellos. Los rasgos de Angelo son más angulosos y marcados que los de su primo, su cabello más oscuro y sus ojos más verdes que azules, sin embargo, se puede reconocer a kilómetros que comparten la misma sangre.

Boss... —pronuncia el rubio mostrando respeto, pese a tratarse de alguien que claramente es menor que él.

Aunque dudo que lo sea por mucho. Matteo aparenta tener treinta años o un poco más, y Angelo, con toda y la cara dura que se gasta, me consta que tiene mi edad: veintisiete. Esa fue parte de la poca información que logré sacarle a mi hermana sobre su marido cuando nos encontramos cinco años atrás.

—¡Solo tenías dieciocho años, Evelyn! ¡Por Dios! —le estaba reclamando yo.

—¿Y qué? Él también los tenía. —Su rostro no mostró ninguna emoción mientras miraba las aguas del río Hudson, pero supe entonces que estaba sumergida en sus propios recuerdos.

No pude determinar si estos le hacían feliz o no. Me froté el rostro, exasperada.

—Evelyn, casarte con ese hombre es la decisión más estúpida que has podido tomar en la vida. Incluso peor que la de haber salido de casa aquella noche. Tienes que regresarte a Londres conmigo, joder. Encontraremos la forma de protegerte.

—No —su respuesta fue tajante, y su mirada negra sobre la mía, imperturbable—. Yo tomé una decisión, Angelina. Y esa es estar con él, para bien o para mal. Tienes que respetarlo. Me lo debes. —Suspiré, y me quedé mirando las luces que se reflejaban sobre las oscuras aguas.

Se lo debía.

—¿Tienes su teléfono? —la voz de Angelo dirigiéndose a su primo me hace volver a la realidad.

En un principio no sé a qué se está refiriendo. Pero cuando Matteo asiente y se casa mi móvil del bolsillo, mis ojos se abren, derrochando indignación.

—Me encargué de apagarlo antes de tomar el puente —le informa como si nada. Como si yo estuviera pintada en la pared.

—¡¿Me sacaste el teléfono de la cartera?! —Mis ojos lo fulminan, y aunque puedo leer una disculpa silenciosa en su mirada, cuando responde lo hace con rotundidad:

—Es mi deber asegurarme de que traerte no implique ningún riesgo, Angelina.

—Pero, ¿en qué momento? —Niego con la cabeza, sintiéndome ridícula, llevaba los ojos vendados, pudo haber sido durante cualquier semáforo en el trayecto—. Sabes qué, no me respondas. Esto me parece una completa violación a mi privacidad. —Contengo el impulso de patear el piso como niña pequeña.

—¿Así como el intentar rastrearme a través de mi número? —me devuelve Angelo con una sonrisa mordaz.

—Yo no he intentado rastrearte —le miento levantando el mentón. Su sonrisa se hace más grande.

—Claro que no, ángel. Porque no eres tan tonta como para pasarte por el culo mis advertencias, ¿verdad? —Aprieto la mandíbula ante su maldita ironía.

A lo lejos escucho Beatrice pronunciando el nombre de su hijo en una advertencia.

—Devuélveme mi teléfono. —Extiendo la mano con la que no sostengo a Nicholas.

—Cuando te vayas —dice como de costumbre, guardándoselo en el bolsillo y haciéndome resoplar—. No le quites lo malditos ojos de encima —le ordena a su primo.

—Claro, porque capaz me da chance de instalar la bomba que traigo pegada en las costillas por alguna esquina de la casa, ¿no? —suelto en un bufido de pura ironía, y en sus ojos puedo ver cómo se escapa un destello de lo que parece... ¿diversión?

—¿Recuerdas en dónde tenemos guardados los bozales, Matteo? Creo que aquí estamos necesitando uno. —Su primo suelta una carcajada y yo contengo el impulso de ir a patearle las pelotas.

—Yo me encargaré de buscarlo. Tú tranquilo.

Angelo asiento complacido.

—Bien. Entonces me largo.

—¿Piensas bajar? —le pregunta Matteo en voz baja, reteniéndolo por el brazo.

Angelo sonríe como un ángel perverso. Perverso y hermoso.

—Es lo justo que sea yo quien vea su cara cuando le dé la noticia, ¿no crees?

—Por supuesto, cugino. —Su primo deja el formalismo a un lado para sonreírle con una complicidad que me hace preguntarme de qué mierda están hablando. Pero mi instinto periodístico ya me esté advirtiendo de algo—. Una donna per l'altra, ¿eh?

«Una dama por otra»

Veo a mi cuñado tensarse.

—Esa es la ley —le responde con una frialdad arrolladora, antes de barrer una última vez la cocina, resoplar al toparse con mis ojos, y luego salir haciendo sonar la madera con fuerza.

—Bueno. —Aplaude Fiorella, sintiéndose evidentemente aliviada por no tener a su hermano entre nosotros—. ¿Qué tal si comenzamos a comer?

Y eso hacemos. Beatrice recibe la comida que traje con toda la educación de este mundo y complementa con unos hotcakes preparados Chiara, la mujer encargada de la cocina.

A Nick lo siento en una silla alta especial para bebés y comienzo a darle de comer, divirtiéndome con las muecas que hace al masticar. Es tan jodidamente hermoso que de solo verlo me dan ganas de comérmelo a besos. Tiene los ojos de Evie, pero su carita es la de los Lombardi. Todavía no sé si eso me gusta o me decepciona. Nada que tenga que ver con el maldito de su padre podría estar bien.

Sin embargo, decido hacer a un lado toda mi rabia y aprovechar el momento para sacarle información a Beatrice con respecto a mi hermana.

—Entonces —digo después de tomarme un trago de jugo que me aclara la garganta—. ¿Cómo era Evie? Me refiero, después de tantos años ustedes pudieron conocer mejor que yo a la mujer en la que se convirtió.

Fiorella me dedica una mirada penosa, pero es Beatrice la que me responde:

—Tu hermana era una mujer asombrosa, Angelina. De eso puedes estar segura. —Sonríe—. Evelyn fue como... otra hija para mí. —La voz se le quiebra al final.

Siento que un nudo se me instala en la garganta al notar la sinceridad que hay en sus palabras. Es casi como si pudiera ver el amor que le tenía a mi hermana a través de sus ojos.

—Todos aquí la queríamos muchísimo —agrega Fiorella como si leyera mis pensamientos.

—Entonces... ¿ella... era feliz? —No sé ni para qué lo pregunto, si ya conozco la respuesta: por supuesto que no.

Nadie que es feliz termina tomando la decisión de quitarse la vida.

—No puedo contestarte a eso con certeza. —Beatrice se coloca un mechón rubio de cabello tras las orejas—. Pero sí te puedo jurar que no hubo un solo día en el que no la viera sonreír.

—¿Por qué lo hizo entonces? —Mi pregunta tiene el mismo efecto al de haberle lanzado una daga directo al corazón.

—No lo sé. Pero al igual que Angelo, no creo que ella haya hecho algo a voluntad. —Suspiro tragándome las hojillas que me acuchillan la garganta.

Una madre siempre intentará proteger a su hijo, ¿no?

—Ella era tan dulce... —dice Fiorella como si deseara despejar de la mente de todas las imágenes de mi hermana en el ataúd.

—Dulce y letal —agrega Matteo con sonrisa pequeña, sin despegar lo ojos de su plato—. Evelyn era tan buena con los cuchillos que cuando la veías en acción no podías creer que fuera la misma mujer que por las mañanas se paseaba por la casa con una escoba y un trapeador, cantando.

Fiorella se echa a reír, igual que su madre.

—¡Oye, eso es verdad! —En el rostro de la chica aparece una enorme sonrisa—. Evie tenía una obsesión insana con la limpieza.

—Eso sí que lo sabía. En casa era igual —recuerdo.

—Vale, entonces la Evelyn que tu recuerdas no dista mucho de la que estuvo todos estos años con nosotros, querida. —Beatrice me sonríe, aunque sigue siendo incapaz de ocultar su tristeza tras ese gesto.

Suspiro.

—En Londres ambas compartíamos habitación. Un día ella trazó una línea con cinta plástica por el suelo para exigirme que mantuviera mi desastre a raya —les cuento con una risita, perdida en aquellos recuerdos.

Todo ese desorden no es digno de una dama, Angelina —me estaba riñendo ella, mirando mi cama llena de maquillaje, ropa, y la bola de pelos blancos que teníamos por gato.

—Será porque yo no soy una dama, hermanita. —Le sonreí con un guiño de ojos mientras me pintaba los labios de rojo, aprovechando que nuestros padres no estaban en casa—. Y tú tampoco lo eres. Somos pobres, te lo recuerdo.

—¡Eso no tiene nada que...! —Ella hizo una mueca de obstinación—. Ahg, olvídalo, ¡eres imposible! —Se puso de pie—. Mantente alejada de mi lado de la habitación y punto, ¿estamos?

—Como usted lo ordene, mi bella dama —la seguí picando.

—¿En serio? ¿Siempre tienes que estarte burlando de mí, Angelina?

—Solo te digo la verdad. —Encogí los hombros—. Nos somos damas, solo somos un par de niñas.

—¡No somos unas niñas!

—¡Sí que lo somos! Porque si no lo fuéramos, tuviéramos más de estás. —Me agarré las tetas que en ese tiempo parecían limones—. ¿Lo ves?

Ella me dedicó una mala mirada, luego se dio medio vuelta y salió de la habitación murmurando sobre alguien que no opinaba lo mismo. Pero no le presté demasiada importancia.

Acabamos de pisar el décimo tercer piso. A esa edad cualquier niña se cree mujer.

—¿Y también duraba horas metida bajo la ducha? —me pregunta Fiorella, devolviéndome al presente.

—¿Eh?

Regreso a la realidad, sintiendo algo pesado sobre mi pecho.

—¿Que si duraba horas duchándose? —repite ella.

—La verdad es que... sí. Lo hacía. Le obsesionaba estar limpia. —Trago saliva, y notando que mi mala cara está llamando demasiado la atención, agrego para aligerar el ambiente—: Muchas veces tenía que irme al baño de mis padres, y bueno, no era agradable ducharme en el mismo sitio donde ellos... ya saben... —Hago una mueca.

—¡Donde ellos follaban! No pasa nada, dilo. —Matteo se echa a reír.

—¡Matteo, per l'amor di Dio! —lo regaña su tía—. Hay niños presentes.

—Tía, Nicholas es solo un bebé, y Fior, bueno...

—¿Bueno qué?

—Nada. No pasa nada, tía.

—¡Claro que pasa! —Se pone de pie y mira a su hija—. Vamos, Fiorella. Hoy iremos a misa. Tienes que purificarte.

La rubia fulmina con la mirada a su primo.

—Gracias por eso, Matt —le suelta de malas maneras.

Él tiene que apretar los labios para no echarse a reí, y yo me veo a mí misma conteniendo una carcajada.

Fiorella parece estar echando chispas por los ojos cuando Nicholas suelta una risita que nos sobresalta a todos, aunque esta solo se deba al gato blanco que acaba de saltar sobre la encimera.

—¡Pompón, baja de ahí! —le ordena Beatrice, pero es ella misma quien lo toma en brazos.

—¿Pompón? —repito, parpadeando.

—Le dije a Evelyn que ese era un nombre ridículo, pero ella se empeñó en ponérselo —dice Fiorella, a quien el recuerdo parece haberle borrado la rabia.

Le acaricia la cabeza al animal y sonríe. Yo sigo sintiéndome conmocionada porque...

—No sabía que tenían un gato.

—Ah, es que este perezoso se pasa el día durmiendo. —Beatrice le aprieta las orejas antes de dejarlo de nuevo en el suelo—. Quizás por eso no lo habías visto antes. Pero, ¿qué pasa? ¿No te gustan? Te has puesto pálida.

Niego con la cabeza.

—No es eso —digo—. Es que estoy sorprendida porque en casa nosotras también teníamos un angora que se llamaba Pompón. Fui yo quien le puso ese nombre. —Siento que mis ojos comienzan a humedecerse—. Me acababan de aceptar en el equipo de las animadoras del instituto, y el nombre fue algo así como un tributo, porque el gato, bueno, parecía un pompón.

Beatrice suspira y me dedica una sonrisa tan maternal que de pronto me entran unas ganas enormes de tomar un avión, atravesar el océano, y enterrarme en los brazos de mi madre.

Pero soy más fuerte que eso, y con un parpadeo me obligo a alejar las lágrimas y el sentimentalismo.

—Eso significa entonces que ya había algo tuyo en esta casa, aunque ninguno aquí lo supiera. —Fiorella sonríe—. Creo que Evie de alguna forma buscó la manera de mantenerte cerca de ella. Pompón tiene cinco años viviendo con nosotros.

—Evelyn no necesitaba de un gato para tenerme cerca. Sabía cómo ubicarme, y no lo hizo —suelto con mucho más rencor del que debería mostrar.

Pero es que no puedo evitarlo. No puedo evitar que me duela tanto saber que mi hermana prefirió morir sola que llamarme y pedirme que la ayudara. Yo habría hecho cualquier cosa por sacarla de aquí.

—Ella solo intentaba protegerte, Angelina. —Beatrice estira la mano sobre la encimera y sujeta la mía—. Eso es lo que esta familia hace por los suyos. De la misma forma en la que tú te acercaste a nosotros para proteger a Nicholas. Tu sobrino.

Joder. Había olvidado que ella estaba allí cuando escupí todo ese veneno en dirección a su hijo.

—Yo... siento si te tomaste a mal lo que dije en el cementerio, Beatrice —pronuncio bajito, intentando reivindicarme con ella—. No sabía que Nick tenía una familia acá que de verdad lo adoraba.

Miro a mi sobrino y una parte de mí comienza a sentirse mal al saber que pronto me lo llevaré lejos de toda esta gente. Pero que no todos sean malos significa que esta sea la vida que él se merezca. No significa que él tenga que ser criado para seguir los pasos de su padre.

—Lo sé. Y te entiendo. No creas que soy ajena a tu miedo. Por eso quise que Angelo te trajera a casa. Tú merecías comprobarlo por ti misma. Eres su tía, y eso te hace tan parte de esta familia como lo era ella, Angelina.

Hago una mueca con los labios.

—Tu hijo no lo considera de esa manera, Beatrice. No confía en mí. Ni siquiera puedo usar mi móvil para sacarle una foto de mi sobrino —le recuerdo a sabiendas de saber que es arriesgado quejarme con ella.

Después de todo, es su hijo de quien estamos hablando. Su lealtad siempre estará de su lado, lo sé. Pero... tengo poco que perder y mucho que ganar, ¿no?

Ella me sonríe.

—La confianza es algo que se gana con el tiempo, dolcezza. —Palmea el dorso de mi mano como si con eso diera por zanjada esta conversación y luego mira a su hija—. Ve a decirle al chofer que prepare nuestro coche, Fiorella. Nos vamos ya.

La chica pone los ojos en blanco, pero le obedece. Se despide de mí con dos besos y un abrazo para luego hacer lo mismo con su sobrino.

—Pórtate bien con tu tía, bebé, y mientras yo no estoy, te permito que la quieras más a ella que a mí, ¿vale?

—Deja los celos, niña —se burla Matteo. Su prima le saca la lengua en respuesta y luego abandona la cocina gritando.

—¡No soy una niña, stronzo!

—Como digas, piccola. —Matteo se pone de pie y mira a su tía—. Voy con ella. Tengo que darle algunas órdenes al regime que las acompañará. Ya regreso.

—Ve tranquilo, Matteo. Angelina no piensa ir a ninguna parte —le asegura la mujer con tono cansino.

—Vale. —El rubio asiente y sale de la cocina dándome una última mirada.

Me levanto de la banqueta, saco a Nicholas de la silla y lo siento sobre plataforma de granito para comenzar a sacudirle las migajas de pan mientras bosteza.

—Esta mañana se levantó especialmente temprano —dice Beatrice acercándose a nosotros. Apenas me doy cuenta que nos hemos quedado solas—. Desde que ella no está le cuesta mucho más conciliar el sueño.

—Es de suponerse, ¿no? Se trata de su madre, tiene que echarla en falta. Muchísimo.

—Sí. —Suspira—. Fiorella y yo nos turnamos para dormir con él.

—¿Y por qué no duerme con su padre? —pregunto como si eso fuera lo más lógico, alzándolo de nuevo en brazos y dejando su cabecita se apoye en mi hombro.

—Angelina, sé que no perteneces a este mundo, y que hay muchas cosas que desconoces de mi hijo. Pero es por su propia seguridad.

—¿Por su propia seguridad? —Arrugo la frente. Ella suspira.

—He dicho que hay cosas que serían difíciles de comprender para ti, dolcezza. Además, el líder de la mafia lleva la muerte tatuada en la piel. —Traga saliva, como si sus propias palabras le quemaran—. Angelo no quiere que el niño se acostumbre a dormir a su lado y que un día de pronto...

—Él muera —completo, deseando ser yo misma quien lo mate—. Entiendo. Supongo que tienes razón, no lo podría entender.

—Crees que Angelo te está castigando con todas las restricciones que te pone para entrar a nuestro hogar, pero tienes que entender que de cierta forma te protege.

—Yo no quiero su protección.

—No, pero la necesitas.

—Dijiste que Angelo lleva la muerte tatuada en la piel —digo, acariciando la pequeña espalda de mi sobrino—. ¿Entonces también la lleva él? ¿Este es el destino que le espera?

—Si naces en la mafia mueres en la mafia, Angelina. Esa es la ley. Pero no significa eso que su vida vaya a ser miserable. Siempre hay formas de encontrar la felicidad aquí dentro.

Aprieto los labios para no gritarle en la cara que si eso fuera verdad mi hermana no se habría quitado la vida. Que nada de lo que hacen aquí está bien. Que la forma que tienen de ganarse la vida y llenarse de lujos es la más podrida y retorcida de todas. Y que el hecho de que ella se mantenga al margen de la guerra no la exime de culpas.

No cuando he podido ver con mis propios ojos todo el daño que ocasiona la organización criminal a la que ella protege. No cuando su propio hijo porta en sus manos la sangre de mi hermana.

—De verdad espero que Nicholas encuentre aquí su felicidad —digo cerrando los ojos para que no pueda leer en ellos lo falsas que son mis palabras.

—Quizás sea un poco injusto que te diga esto, pero te pareces tanto a Evelyn, que si cierras los ojos soy capaz de creer que ella sigue estando aquí, con nosotros —pronuncia luchando para no llorar.

—Pero no soy ella, Beatrice, yo...

—Lo sé, lo sé. No quiero que te sientas comparada. Me agradas, Angelina. Y nada más con ver la manera que tienes para enfrentarte a Angelo me queda claro que eres muy diferente a tu hermana. Y eso está bien.

—¿Me estás diciendo que mi hermana era una sumisa? —No quería que la pregunta me saliera de una forma tan mordaz, pero simplemente se me ha escapado de golpe.

Beatrice me sonríe y no tengo idea de cómo interpretar la forma en la que lo hace.

—No. Estoy diciendo que ella jamás lo habría hecho rabiar de la forma en lo que lo haces tú.

Separo los labios, pero las palabras mueren en mi garganta cuando la puerta de la cocina se abre de nuevo.

—Ya está todo listo, tía. Te están esperando en el parking —anuncia Matteo al entrar.

—Gracias, cariño. —Ella se vuelve para mirarme—. Nos vemos el próximo domingo, Angelina. Te prometo que ese día haré lo necesario para que almuerces con nosotros. —Se inclina para besar mis mejillas y la cabeza de su nieto—. Dio ti benedica, amore mio.

Me quedo mirando su espalda hasta que desaparece por la puerta. No puedo dejar de preguntarme que habrá querido decir con que Evelyn no lo hacía rabiar de la forma en la que lo hago yo.

Si es que mi mera existencia lo hace rabiar, por Dios. Angelo me odia desde el primer momento en el que me vio la cara.

—Se ha quedado dormido —pronunciar Matteo trayéndome de vuelta al presente.

—¿Ah?

—Nicholas. —Lo señala—. Está dormido.

Miro sobre mi hombro. Es cierto, lo está. Y se ve tan adorable que suspiro antes de devolverle mi atención a su tío. Me parece ver un fantasma de sonrisa en su rostro.

—¿Qué?

—Nada. —Niega con la cabeza—. Vamos, te acompaño a su habitación para que lo acuestes.

Se da media vuelta hacia la puerta y yo no dudo ni un solo segundo en seguirlo. Estar a solas con Matteo Lombardi es una oportunidad que no puedo desaprovechar.

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Hola, pecadoras.

Leo sus reacciones aquí.

Besitos ♥

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