C A P Í T U L O 10. «BENVENUTA ALL'INFERNO, ANGELINA»
BENVENUTA ALL'INFERNO, ANGELINA
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Después de una hora en la que he estado fingiendo dormir contra la ventanilla del auto de Noah, este finalmente se detiene en Brooklyn Heights, frente a mi edificio.
—Preciosa, ya llegamos —dice con la voz ronca mientras me quita un mechón de cabello de la cara con suavidad, y pese a estar despierta, me mantengo con los ojos cerrados un poco más solo para disfrutar de sus caricias—. Angie, nena... —acerca sus labios a mi mejilla, haciéndome cosquillas con los vellos de su barba—. Vamos, despierta si no quieres que me aproveche de ti.
—Mmm —emito en forma de queja abriendo los ojos, pero admito que el sonido se puede malinterpretar como una invitación—. No abuse de su autoridad agente García, recuerde que las relaciones sexuales en público están penadas por la ley.
—Yo soy la ley —murmura de vuelta, hundiendo sus labios en el hueco de mi cuello—. Y como la ley, te ordeno que me dejes subir contigo para hacerte gemir sobre el sofá de la sala como la gatita que eres, Angelina White.
Me echo a reír, separándome de él para mirarlo. Sus ojos azules se muestran casi negros bajo la oscuridad, y su sonrisa solo me advierte de todas las cosas deliciosas que me haría si se lo permitiera. Pero yo...
—Lo siento, Noah, de verdad. Es que...
—Necesitas descansar, lo sé. —Agacha la cabeza dejando escapar el aire con fuerza, como si lo hubiera estado conteniendo—. ¿Y si te prometo que solo lo haremos una vez y luego me iré?
Le sonrío, negando.
—Eso es algo que no puedes prometerme, Noah, te conozco lo suficiente para saberlo. —Me acerco a sus labios para besarlo—. Pero yo sí puedo prometerte que, si vienes mañana después de tu turno, estaré lo suficientemente dispuesta para hacerlo hasta que el último de mis músculos lo resista.
Noah gruñe, y echando el asiento hacia atrás, tira de mi cintura hasta dejarme sentada sobre sus piernas.
—Mierda, Angie, si sigues hablando así —comienza a decir, colando una mano por el interior del vestido que llevo bajo la gabardina verde—... no sé si sea capaz de controlarme más —agrega palpando mi intimidad por encima de mi ropa interior, haciéndome suspirar de forma entrecortada.
Sus manos siempre consiguen desestabilizarme, pero que me toca de esta manera mientras viste su jodido uniforme, me pone a temblar.
Me acerco a sus labios y dejo que haga con los míos lo que le venga en gana, que me muerda, me bese y se trague cada uno de mis gemidos mientras mi mano recorre toda la rudeza y masculinidad que transmite ese cuerpo ancho, bronceado y malditamente duro que tiene.
Porque Noah García es, sin siquiera saberlo, todo lo que yo he deseado desde la primera vez que me topé con él en aquella mansión de The Hampton, una de las zonas más pudientes y elitistas de Nueva York:
—Señorita...
—White —completé por él, ahorrándole el trabajo de leer la identificación que llevaba colgando sobre mi pecho—. Angelina White.
—Señorita Angelina White —repitió mi nombre de forma tan íntima que por un momento sentí que me estaba desnudando, eso hasta que agregó—: necesito que se retire. No tiene permitido estar aquí.
Contuve el impulso de poner los ojos en blanco.
—Dígale eso al estado, agente García. The New York Times tiene permiso concedido para cubrir todas las noticias de la ciudad. Y yo soy la encargada de hacerlo.
Extendí el papel que lo comprobaba en su dirección, pero él lo ignoró.
—Señorita —dijo entonces entre dientes—. Esto no es un asesinato común, esto es un maldito matadero. Y hasta que el cuerpo de criminalística del FBI no obtenga lo que se necesita de la escena, no pienso permitir que se filtre ningún tipo de información.
—Pues lamento tener que informarle que no necesito su permiso, agente. —Levanté la barbilla y volví a agitar la hoja doblada. Esta vez frente a su cara.
Sus ojos azules me taladraron, brillando bajo la luz que la luna nos brindaba a las afueras de la propiedad. Allí donde nuestros pies pisaban la arena y la brisa veraniega traía consigo el sonido de las olas reventando en la orilla.
Noah me arrancó el papel de las manos antes de desdoblarlo y ponerse a leer con atención. Puso cara de no estar demasiado contento con lo que veía, y luego de unos segundos, me lo devolvió con un resoplido.
—Créame cuando le digo que lo hay ahí dentro no va a ser de su agrado señorita White —me advirtió entonces.
—No necesito que me agrade. Solo necesito confirmar los hechos. —Su pecho subió y bajó en un suspiro de pura exasperación.
—Bien. Venga conmigo —dijo de mala gana, haciendo un movimiento de cabeza que señalaba la casa blanca y gigantesca que se cernía frente a nosotros.
Esa donde las luces de las patrullas brillaban a través de los grandes ventanales de cristal que la cubrían.
Noah comenzó a caminar, y yo, con mis tacones hundiéndose en la arena, lo seguí con torpeza.
—Puede llamarme Angelina —le dije cuando lo alcancé a mitad de las escaleras. Me convenía tener a la autoridad de mi lado. El gobierno podía darme un papel, pero él podía darme nombres. Información—. Ya que nos estaremos viendo seguido a partir de ahora, no creo que el formalismo sirva de nada —agregué al notar que no respondía.
Él parecía un ser tan imperturbable por aquel entonces.
—¿Y cómo está usted tan segura de que nos seguiremos viendo? —Me encogí de hombro y señalé la propiedad a la que estamos a punto de entrar.
—Primero Sergei Ivanov y ahora Alexander Petrova, estás muertes se están haciendo muy frecuentes últimamente, ¿no cree?
—Así es —me respondió sin mostrarse interesado en tener esa conversación precisamente conmigo. Una reportera. Aunque no una cualquiera—. Pero eso no responde a mi pregunta.
—Estoy convencida de que todo esto tiene que ver con cierto buque con destino a La Florida incautado por ustedes unas semanas atrás, ¿no es así? —inquirí, perspicaz.
—¿Cómo...?
—Tenemos fuentes —le interrumpí, anticipándome a su pregunta—. Por lo que supongo que, con tanta mercancía perdida, alguien se está encargando de hacer pagar con sangre a los culpables. En este caso, esos que colaboran con la ley, ¿o me equivoco?
—No sé de qué me está hablando —mintió, empujando la puerta entreabierta de la propiedad para mí y haciéndose a un lado para dejarme pasar—. No toque nada. No queremos que la escena se vea violentada de ninguna manera,
«¿Más violenta que la masacre que ha habido en este lugar?» Pensé al fijarme el piso blanco y reluciente bañado con un líquido rojo que señalaba un camino hacia las escaleras curvas de barandillas doradas que estaban a un costado del recibidor, donde un hombre se encontraba tendido a mitad de estas. Decapitado.
Contuve una arcada, sintiéndome conmocionada ante lo grotesca que se mostraba la escena. Pero la peor parte fue darme cuenta de que ese no era el único cuerpo decapitado que habían dejado tirado en el interior de la propiedad.
—Por el amor de Dios —exhalé.
—No creo que Dios haya sido participe de esto, señorita White —me dijo él, caminando hacia el salón, donde el resto del equipo se encontraba rodeando otros cadáveres.
No me lo podía creer. Aquello era tan... bizarro.
—La mafia jamás perdona la traición —murmuré en voz baja, repitiendo las palabras que ella me había dicho a orillas del río Hudson, mientras mirábamos la estatua de la libertad que se iluminaba bajo aquella gélida noche de invierno.
Justo como tantas veces habíamos soñado con ver, cuando éramos solo unas niñas.
Si tan solo hubiera sabido que la única vez que la miraríamos estando juntas sería esa, quizás yo habría...
—Tiene usted toda la razón señorita White —Noah interrumpió mis pensamientos, regresándome a la sangrienta realidad.
Me aclaré la garganta para deshacer el nudo que se me había formado.
—Llámeme Angelina, ya se lo he dicho. —El agente me miró de reojo y luego... sonrío.
—Está bien..., ángel.
Me separo de él sintiendo que se me estremece todo el cuerpo ante la mención de ese apelativo, aunque solo haya sido pronunciado dentro de mi cabeza. A través de un recuerdo que ahora parece arruinado.
—Me tengo que ir —le digo, procurando que no me tiemble la voz mientras me cierro de nuevo la gabardina.
Pese a que la calefacción del auto se encuentra encendida, por dentro me siento completamente congelada.
Noah resopla apoyando la frente sobre mi hombro.
—Mañana entonces —dice, más por resignación que porque le haga remotamente feliz la idea de dejarme ir.
—Mañana —repito, tomando su rostro entre mis manos y dejando un corto beso sobre sus labios—. Te lo prometo.
—Vale. Traeré la cena. ¿Te apetece algo en especial?
Le sonrío, traviesa.
—Salchicha polaca, ¿quizás? —me juego, rozando con más intensidad de la necesaria la dureza que hay bajo sus pantalones al regresar a mi asiento.
Alcanzo a escuchar su risa ronca cuando me agacho para recoger mi cartera, que seguro se me cayó durante el camino mientras fingía dormir.
—En ese caso, nena, pienso traerte una grande, gruesa y muy caliente. —Me guiña un ojo, haciéndome soltar una carcajada.
—Me gustan jugosas, eh. Para que lo sepas —agrego colocando una mano sobre la manilla.
Él estira la suya y me acaricia la mejilla con los nudillos.
—Tus deseos son órdenes, princesa.
—Como siempre. —Sonrío, intentando ocultar lo mal que me sienta tener que excusarme esta vez.
Pero es que de ninguna manera puedo permitir que suba conmigo para hacer eso que tan bien se nos da cuando estamos juntos, precisamente porque sé que con toda la acción que tendremos, más el cansancio acumulado por una extenuante semana de trabajo, terminaremos por quedarnos dormidos, y él no puede estar aquí cuando Matteo aparezca por la mañana dispuesto a llevarme como una maldita rehén hasta la casa de esa bestia.
«Donde sea que esta se encuentre» Gruñe mi mente, consiguiendo que automáticamente me acuerde de algo... algo en lo que solo Noah me puede ayudar.
De inmediato comienzo a rebuscar en los bolsillos de mi gabardina como si estuviera a contrarreloj.
—¿Qué pasa? —lo escucho preguntar, y cuando alzo la cabeza con mi teléfono en la mano, lo encuentro mirándome con el ceño fruncido.
—Noah, necesito un favor —digo, ocultando lo nerviosa que me siento—. Se trata de una cuestión de trabajo. Algo investigativo.
—Angelina —me reprocha—. No puedo estar utilizando los recursos del gobierno como banco de espionaje para tus reportajes.
—Por favor, por favor. Esta será la última vez que te pido algo así. Te lo prometo. —Junto las manos con mi móvil en el centro de estas, y ante la intensidad de su mirada lo desbloqueo y comienzo a buscar eso que guardé en la aplicación de notas el domingo pasado—. Solo necesito que me averigües todo lo que puedas sobre esto. —Saco de mi cartera un taco de post-it y un lapicero antes de garabatear sobre la primera hoja. La arranco y de la entrego.
—¿De quién es este número de placa, Angelina? —pregunta al examinar el papel.
—Eso no importa, créeme. Lo único que necesito es que me consigas los datos del propietario y una dirección de ser posible. Del resto me encargo yo.
—Vamos, ¿de nuevo con lo mismo? —gruñe, y la seriedad con la qué me mira hace que por un momento pierda las esperanzas.
Sobre todo, si tomamos en cuenta lo reservada que estoy siendo con respecto a mis verdaderas intenciones.
Pero no puedo decirle que estoy intentando encontrar la ubicación de la casa de Angelo Lombardi, no sin tener que contarle la parte de la historia en la que él es el esposo de mi difunta hermana y el padre de mi sobrino. No sin tener que revelarle que quizás yo tenga la pieza que al FBI le falta para ir finalmente tras la cabeza del crimen organizado de la ciudad.
Lo de esta noche me lo confirma.
Y definitivamente no puedo permitir que eso suceda antes de haber conseguido sacar a Nicholas de esa casa. Él es lo único que me importa.
Y Noah es la única persona que cuenta con una fuente ilimitada de información confidencial al alcance de sus manos. Solo le basta con entrar a un edificio con más de cuarenta pisos de altura ubicado en Downtown Manhattan y ordenarle a uno de sus agentes informáticos que hagan el trabajo por él.
—Por favor —le pido de nuevo en un ruego bajito, inclinándome lo suficiente para rozar sus labios con los míos.
Alcanzo a sentir el aliento cálido que sale de su boca cuando suspira, haciéndome sonreír.
Sabía que pedirle esto por teléfono no resultaría. Iba a decirme que no. Porque este tipo de favores solo me son concedidos cuando lo tengo frente a mí, con su erección latiendo bajo la palma de mi mano.
Además, desde que Angelo se hizo con el poder sobre mi teléfono, desconfío de él. Misma razón por la que pretendo cambiarlo la próxima semana
—Angie, me estás matando... —emite Noah entre dientes—. Sabes que no...
—Este será el último favor que te pido —lo interrumpo—. Te lo juro.
—¿El último favor? — Enarca las cejas, retador.
—El último favor de ese tipo —corrijo—. Porque de este —Le aprieto la polla por encima de los pantalones— todavía te quedan demasiados por cumplir.
Lo veo negar con la cabeza, pero cuando una sonrisa aparece en sus labios, sé que de esta batalla estoy saliendo victoriosa yo.
—Está bien —acepta finalmente, ganándose un beso de mi parte que lo hace gruñir entre molesto y deseoso de más. Lo sé—. Pero esta será la última vez, Angelina —me advierte cuando nos separamos—. Mañana por la noche te traeré toda la información que logue conseguir.
—Mañana —repito con un asentimiento y una sonrisa aún más grande. Le doy un último beso, me cruzo la cartera sobre el pecho, enrollo de nuevo la bufanda alrededor de mi cuello y me bajo del auto, inclinándome sobre la puerta entreabierta para agregar—: Cuídate mucho, ¿vale? Te quiero.
Él entrecierra los ojos.
—Sé que solo lo dices para comprar mi consciencia, pero te lo agradezco. —Sonríe—. Yo también te quiero, gatita.
Pongo los ojos en blanco.
—Eres idiota.
—Sí, sí. Ya cierra la puerta para que pueda largarme, ¿quieres? Me están comenzando a doler las pelotas, nena. No puedo seguir aquí mirándote.
Aprieto los labios para no echarme reír y sin molestarlo más, obedezco, quedándome de pie sobre el pavimento mientras veo como su auto se pone en marcha y desaparece al cruzar en la esquina.
Suspiro antes de volverme hacia el edificio de ladrillos rojos frente a mí, dispuesta a encerrarme de nuevo dentro de mi pequeña burbuja.
Sin embargo, aún después de estar pisando el portal, no consigo quitarme de encima la sensación de que estoy siendo observada.
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Antes de las ocho treinta de la mañana ya el auto de Matteo se encuentra aparcado bajo mi piso, esperando por mí.
Salgo a su encuentro cargando con algunos tuppers que guardan en su interior las tortillas que preparé después de levantarme y darme un baño, acompañadas de unos panecillos que me enviaron a primera hora desde la panadería.
La semana pasada le prometí a Fiorella que desayunaríamos juntas, y ya que no se me permite probar la comida de la familia Lombardi, entonces me llevo la mía.
Matteo me mira extrañado cuando me ve tan ataviada.
—¿Y eso? —señala.
—El desayuno —respondo con simpleza—. ¿Necesitas revisar si no he escondido una bomba entre la masa de los panecillos? Adelante. Pero te advierto que por mucho que se te haga agua la boca, no pienso darte a probar.
Él me mira con seriedad, pero la esquina de su boca delata una sonrisa que está luchando por no salir.
—¿No tuviste tiempo de comer en tu piso?
—Sí lo tuve, pero no quise. Tengo planes de hacerlo con Fiorella y Nicholas, en casa de tu maldito jefe. —Su mandíbula se tensa, y pese a creer que no sería capaz, me obliga a destapar los envases para comprobar que no se trate de comida letal o algo por el estilo.
—¿Cuánto tiempo va a tomarte comprobar que la tortilla no tiene veneno? ¿Estarás más tranquilo si las pruebo yo? —inquiero, pellizcando una esquina antes de llevármela a la boca. Cierro los ojos al saborearla—. Mmm, ¿lo ves? Sigo estando viva.
—Eso puedo verlo con claridad, Angelina —dice entonces, dándome una mirada que no consigo interpretar, pero que consigue erizarme toda la piel.
Esta mañana viene especialmente guapo. Con vaqueros rasgados, cazadora negra y franela blanca debajo. No lleva guantes, como si el frío no le afectara, y su cuerpo sigue desprendiendo ese aroma dulce y masculino. Como él.
Y sé que parece extraño que describa a un mafioso con esa palabra: dulce. Pero contradictoriamente, Matteo tiene algo debajo de esas facciones marcadas y esos ojos tan azules y fríos como el océano ártico, que lo hace parecer mucho menos despiadado que su primo.
Como si luchara por ser alguien que no es. Pero serlo fuera la única manera que tuviera de sobrevivir.
Suspiro, sintiendo que ya estoy desvariando.
—Muy bien. Entonces déjame cerrar esto antes de que pierda todo su calor. Odio comerme la comida fría. —Él asiente sin decir nada más y yo vuelvo a dejar los envases térmicos como estaban.
Luego abre la puerta trasera de su auto para mí y me obligo a subirme de mala gana, anticipándome a lo que viene.
Pero antes de que la puerta se cierre a mi lado, alcanzo a ver a mi vecina asomada por la ventana con una mirada curiosa sobre nosotros. Aunque no me sorprende, esa mujer vive y respira a través de la vida de los demás.
—Date vuelta y junta las manos —Me ordena Matteo después de subir al asiento del piloto, inclinándose hacia atrás con una soga en las manos.
Me voy la vuelta recordándome a mí misma por qué estoy aceptando esta clase de mierdas, y luego de que mis muñecas se encuentran atacas a mi espalda, me acomodo para que me coloque la venda en los ojos.
Sus manos me rodean, apretando el nudo detrás de mi cabeza, y cuando las retira, me da la impresión de sentir la punta de sus dedos acariciando mi rostro. Aunque no creo que haya sido de forma intencional.
—Ponte cómoda —dice luego con la voz ronca, aclarándose la garganta.
—¿Eso mismo le dices a todas las mujeres cuando las secuestras? —replico, incómoda e indignada.
—No. Eso es lo que les digo antes de follármelas —me devuelve, encendiendo el motor y poniendo el auto en marcha.
Me deja tan fuera de juego con esa respuesta que decido mantener la boca callada durante todo el camino.
Minutos después, cuando la gravedad comienza a hacerse sentir, pegando mi espalda contra el asiento, confirmo que hemos comenzado a subir por las colinas que llevan a la casa.
Son esos pequeños detalles los que remotamente me ayudan a ubicarme. Y partiendo de eso, he comenzado a hacer una lista de barrios caros en Nueva York que se encuentren sobre colinas y estén a una distancia de media hora a cuarenta minutos desde mi residencia. Para mi mala suerte, he descubierto que son muchísimas las posibilidades.
El auto disminuye la velocidad antes de que el sonido metálico de lo que supongo es la puerta del parking se haga presente, y un segundo después retoma la marcha y se detiene por completo en el interior.
—Llegamos —anuncia él como si no lo hubiera notado ya por mí misma.
—Maravilloso, ahora hazme el favor de quitarme esta porquería de la cara. Gracias.
Lo escucho reírse entre dientes antes de obedecer. Y es lo suficientemente caballeroso para ayudarme luego con la comida mientras avanzamos hasta la entrada de la casa, donde nos espera una de las criadas que reconozco como Lia.
—Señorita White, buenos días —me saluda ella, ofreciéndose para ayudarme con el abrigo.
Le sonrío, respirando el aroma a cedro con el que está impregnada por toda la casa.
—Buenos días, Lia. No te preocupes, yo puedo. —Me lo quito y se lo entrego para que lo coloque en el perchero—. ¿Cómo estás?
—Muy bien. Gracias por preguntar. La señorita Fiorella la está esperando con el bambino en la cocina. —Asiento.
—Yo la llevo, Lia. Ya te puedes retirar —le indica Matteo tomándome por el brazo. La chica le da una mirada que podría cortar el metal, pero obedientemente inclina la cabeza antes de irse.
—Puedo caminar sin ayuda, Matteo. Si es que es eso lo que te preocupa. —Sacudo mi brazo para que me suelte.
—Lo siento, pero con esos tacones que llevas eso es algo bastante imposible de creer. —Me mira de los pies a la cabeza—. Aunque si tú lo dices... —Encoje los hombros antes de comenzar a caminar en dirección al pasillo.
Me dispongo a seguirlo complacida de no ver señales del imbécil de mi cuñado por ninguna parte. Pero todo destello de emoción se pierde cuando Matteo abre la puerta de la cocina y del otro lado se encuentra él con mi sobrino en los brazos, haciéndole cosquillas con la nariz que lo ponen a soltar esas típicas carcajadas de bebé que son capaces de comprimirte el corazón y contagiarte con ellas al mismo tiempo.
Tal como me sucede hasta el momento en el que Angelo repara en mi presencia, sustituyendo toda la diversión de su rostro por una máscara de odio y desprecio que se hace más fuerte cuando Nicholas me mira y comienza a llamarme «mamá».
Por instinto me llevo la mano hasta el cuello, justo por encima del pequeño corte que Angelo me hizo con su navaja el domingo pasado, confirmándome que las dos horas más agridulces de mi semana recién acaban de comenzar.
«Benvenuta all'inferno, Angelina».
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Palabras Italianas y sus significados:
Benvenuta all'inferno, Angelina= Bienvenida al infierno, Angelina.
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Hola, pecadoras.
Leo sus reacciones aquí.
Besitos ♥
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