C A P Í T U L O 1. «SIGNORA DELLA MAFIA»

Música: Heaven by Julia Michaels

SIGNORA DELLA MAFIA

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Suspiré, fijándome en la fachada del club.

Un par de ojos me devolvieron la mirada desde la pared de ladrillos con los que estaba recubierto el local.

Normalmente, por la noche, estos brillarían en incandescentes luces de neón, resplandecientes y muy abiertos, haciéndole honor al nombre que llevan tallado debajo.

«Insomnio»

Un club que no duerme jamás. Igual que la mafia.

Unas paredes que han sido testigos de tratos, sobornos, entregas, intercambios, sexo, dinero, traiciones y balas.

Un submundo oscuro y retorcido oculto bajo una fachada que se mantiene a los límites de la ley, protegiéndonos de las represalias.

Pero la realidad es que ahí dentro, la ley somos nosotros. Arbitraria. Avariciosa. Morbosa. Y sangrienta.

Apreté la pistola en mis manos una última vez antes de esconderla bajo mi cazadora. Y después de convencerme de que estaba haciendo lo correcto..., que estaba cumpliendo con mi deber como digno primogénito de Giovanni Lombardi, finalmente puse el pie derecho sobre la acera.

Un chico de dieciocho años dando su primer paso dentro de un juego peligroso de poder.

El mismo que tan solo una noche atrás estaba en medio del Marquee New York atiborrándose de tequilas en una ridícula competencia por ver quién era capaz de aguantar más alcohol sin vomitarse.

Una competencia en la que resulté el ganador, pero no sin sufrir las consecuencias de la resaca.

Porque en esta vida todo tiene un precio.

Pero el Angelo Lombardi de ese entonces no lo sabía.

Y fue ese chico el que entró en aquel lugar lleno de colores que brillaban por encima de la espesa oscuridad. Fue ese el que no pudo evitar caer en el efecto hipnótico que poseía en la mirada la chica a quien su padre llamaba «puta».

Su cabello era castaño, liso y corriente; su cuerpo, delgado, sin curvas exageradas; su estatura, promedio, unos pocos centímetros más baja que yo; su cara, bonita, pero sin rayar en lo impresionante; y, aun así, vi en ella a la mujer más preciosa del puto universo.

Vi en ella un rostro tan opuesto al mío. Pero al mismo tiempo... tan similar.

Uno que no estaba dispuesto a agacharse, rebosado de un orgullo con el que intentaba ocultar el terror propio de quien no está preparado para enfrentarse a lo que le depara el destino.

Igual que me pasaba a mí.

—Esta es. —Antonella la señaló con fastidio—. Ya confirmé que no es menor de edad, pero si es virgen, y no sabe ni hacer una mamada decente. Es un puto desastre. No me sirve.

La chica le dedicó una mirada cargada de odio. Yo no supe si ese era motivo para alegrarme. Aunque no fuera menor, cuando Ella descartaba a una de sus chicas, el destino que le esperaba siempre era ruin.

—Yo no pedí que me trajeran aquí. Ni siquiera sé dónde me tienen —siseó—. Pero les doy mi palabra. No le diré a nadie lo que hacen. Solo déjenme ir.

La pelirroja envuelta en abrigos de piel y purpurina soltó una risita rebosada de sátira.

—¿Y a dónde piensas ir, niña? ¡Te sacaron de la puta calle! Deberías estar más agradecida.

—¡Tengo una casa, tengo padres y tengo una jodida hermana! Puedo regresar con ellos.

—¿De verdad? ¿Y por eso los rusos te encontraron durmiendo en un maldito callejón de Brixton?

La muchacha apretó los labios. Su piel pálida enrojecida de rabia. Sus ojos negros centellantes de emociones que no deseaba verbalizar.

—¡Ese no es problema tuyo! Solo quiero que... —La cachetada que le propinó Antonella no la dejó terminar la frase.

—A ver si así aprendes a tener la boquita cerrada, mocosa. —La mujer se inclinó sobre ella, consiguiendo que toda la atención de mi primo se concentrara en sus tetas.

La chica hizo una mueca y bajó la mano de su mejilla. Los largos dedos de Antonella le habían quedado marcados en la piel.

Eso... por alguna razón consiguió cabrearme.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté entonces. Sus ojos casi me quemaron cuando me miró por primera vez.

—Angelo, déjala. No necesitas tener esa información —advirtió Matt.

Pero ella, con una sonrisa dulcemente maliciosa que consiguió acelerarme el jodido corazón, respondió:

—Me llamo Evelyn —dijo—. Evelyn White.

Tampoco tenía un nombre extraordinario. Entonces... ¿qué era lo que tenía?

Hoy en día lo sé.

—¿Entonces Antonella tiene razón? ¿No eres menor de edad?

—No. Cumplí los dieciocho el mes pasado —gruñó con un acento inglés muy marcado.

Tragué saliva.

—¿Pero sí eres virgen?

—¿No se supone que deba serlo? —Alzó la barbilla y se cruzó de brazos, altanera.

Contuve el impulso de esbozar una sonrisa.

—No para trabajar con nosotros —respondió Ella con desdén.

A ella le gustaban jóvenes, pero experimentadas. Esa era su regla. Y papá toleraba todas sus demandas porque no había una persona más capacitada que Antonella para mantener funcionando ese maldito lugar. Insomnio siempre había sido nuestra joya más preciada.

—Pues yo no quiero trabajar con ustedes.

—Y no lo harás. —La pelirroja la tomó por el brazo con fuerza—. Bueno, ¿ahora qué piensan hacer? No me interesa que sea mayor, los rusos saben que no me gustan las niñatas inocentes. No son buenas para nuestra clientela. Ya los tengo habituados a ciertos estándares que ella no cumple.

Matt respondió:

—Llamaré a Vicenzo para que venga y nos certifique su virginidad. —Ese era el médico de la familia y su función sería meterle los malditos dedos en la vagina. Perfecto—. Y después llamaré a Santino para hacerle una oferta —agregó demostrando lo poco que le agradaba la idea, pero cumpliendo con su trabajo se alejó unos pasos con el móvil pegado a la oreja.

—¿Quién es Santino? —La castaña intentó ocultar el temblor en su voz, pero pude notar en ese momento lo nerviosa que estaba.

—El hombre que va a encontrar al mejor postor para ti, niña.

«El mejor postor para ti...» Esa frase se estuvo repitiendo en mi cabeza hasta que Matt regresó.

—Todo arreglado. El médico llega en media hora —informó— Los otros vendrán por ella a la media noche. Tenla lista y espéralos en la salida trasera.

—¿Quiénes vendrán por mí? —preguntó. Su coraza resquebrajándose por el horror.

—Las personas que te llevarán directo a una nueva vida. Y te advierto que sea quien sea que te termine comprando, va a darte mucho más que una bofetada si no aprendes a dejar de hacer preguntas y a mantener la boca cerrada.

—¡¿Comprarme?! —Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Ay, por Dios, no te pongas llorona. Te aseguro que donde sea que termines, va a ser un mejor lugar que este. Como en una mansión en la Toscana, por ejemplo.

Por supuesto. Quienes participaban en las subastas de mujeres eran hombres millonarios y poderosos. Pero eso no le garantizaba una mejor vida ni por asomo.

—¡Yo no quiero vivir en Italia! Tampoco en América, quiero regresar a Londres, ¡por favor!

—Maldita sea, niña. Tus chillidos ya me están aturdiendo. Tendré que ponerte a dormir. —Antonella comenzó a arrastrarla en dirección a las habitaciones del burdel donde aguardaría hasta que llegaran los Rinaldi.

Pero antes de desaparecer por el pasillo, Evelyn me miró con los ojos brillantes. Sin embargo, lo que realmente terminó revolucionando mi maldito mundo, fue escuchar mi nombre en sus labios:

—Angelo, por favor —me rogó—. Tú eres bueno. Lo veo en tus ojos. No dejes que me vendan. No soy un trozo de carne. No soy una prostituta. ¡Yo soy una dama! ¡Por favor!

Apreté los puños cuando una pared se interpuso entre nosotros, pero sus gritos aún seguían rebotaban contra estas, inundándolo todo.

Y es por eso que las palabras que Matteo susurró sobre mi oído un segundo después se sintieron lejanas, tanto que hoy en día todavía dudo si fueron reales o solo fue un producto de mi imaginación:

—Estás de suerte hoy, pequeño bastardo. No tendrás que ensuciarte las manos esta vez.

Quizás él tenía razón, quizás yo estaba de suerte. Pero definitivamente el hijo mayor de Alfonso Rinaldi, no lo estaba.

No cuando una semana después —una en la que sufrí de un maldito insomnio que no me dejaba pensar en algo que no fuera el destino que le esperaba a esa chica—, finalmente decidí montarme en mi auto, conducir hasta el Bronx y plantarme frente al edificio donde sabía, los Rinaldi almacenaban su mercancía.

Esa noche utilicé por primera vez la pistola que me había entregado Matteo. Deshaciéndome de los dos soldados que acompañaban a Santino y pegándole cuatro tiros en la cabeza a él antes de que esos bastardos partieran a la subasta con Evelyn drogada en la cabina trasera de su camioneta.

Desatando así una nueva guerra entre nuestras familias después de tres décadas de paz.

Una guerra que no tuvo fin hasta que el último de los Rinaldi hubo caído. Una guerra que irónicamente me dejó en buena posición ante los ojos de papá, quien tomó la impulsividad de un estúpido adolescente, como el temple necesario para liderar a la mafia italiana de Nueva York.

—¿Toda esta guerra solo para echar un polvo con esa puta?

—¡Que no es una puta! —la defendí entre dientes. Porque era cierto, no lo era.

Mi padre asintió despacio.

—Si quieres algo, simplemente lo tomas —dijo—. Pero si lo tomas, entonces debes tener las bolas para defenderlo hasta la muerte. Así funciona la mafia, Angelo. ¿Estás dispuesto a hacerlo por esa chiquilla?

—Estoy dispuesto a todo por ella.

—Entonces es verdad. ¿La amas?

—Lo hago, padre. —No tuve que meditar la respuesta.

Solo necesité pasar tres meses a su lado, escondiéndonos de los matones que nos buscaban para vengarse, protegiéndola, besándola, hundiéndome en su interior, haciéndola mía..., para reconocer que la amaba.

—¿Estás seguro de esto, Angelo? —insistió— ¿Es esa la mujer que quieres como tu compañera para toda la vida?

—Es a ella a quien quiero para absolutamente todo.

Giovanni me miró con intensidad desde el otro lado del escritorio, llevándose el vaso de whisky a los labios. El cristal resplandeció en tornasol debido a la luz del sol que entraba a raudales por la ventana aquella mañana.

—Está bien —dijo—. Siendo así, tienes mi bendición. —Le sonreí como solo lo haría un chico que aún no había probado el lado amargo del amor.

Grazie papà.

—Por todos los cielos, Angelo, haz el favor de borrar esa sonrisa idiota de tu cara. Todavía no es momento para cantar victoria.

Mi ceño se frunció.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que las cosas no terminan hasta que terminan. Hemos ganado unas cuantas batallas, pero seguimos en guerra. Así que ve, cásate con la jodida niña esa, si es lo que quieres. Pero no bajes la guardia y comienza tu entrenamiento a la brevedad. El de verdad.

—Pero padre, todos los Rinaldi están muertos —le recordé con una leve sacudida de cabeza.

—Hierva mala nunca muere, mio figlio. Siempre queda la raíz —aseguró él antes de terminarse el contenido de su copa.

En ese momento no pude haberme imaginado que esa analogía terminaría aplicando también para nosotros: los malos.

Porque dos años después Giovanni Lombardi murió acribillado por unos soldados de los Conti a la salida de la catedral San Patricio, un clan que se acababa de aliar con el menor de los Rinaldi, quien había sobrevivido a nuestra guerra.

Llevo siete años desde entonces peleando contra ellos para mantener a mi familia en la cabeza de la mafia italoamericana de Nueva York.

Y ahora más que nunca he jurado destruirlos.

Ahora que no solo sé que se han llevado a mi padre, sino que también tengo la certeza de que estuvieron involucrados en la muerte de la Dama de la Mafia, la madre de mi hijo, mi primer y único amor.

El padre culmina con la ceremonia de entierro que se está llevando a cabo en el cementerio Woodlawn, donde los rascacielos de Manhattan se alzan en la lejanía, más allá de todas las lápidas que hay sobre la tierra.

Estoy siendo acompañado por toda mi madre, algunos miembros selectos de La Legazione en quienes confío, los soldados que me custodian, dejando que todos se acerquen a ella y se despidan entre lágrimas y lamentos.

Yo lo hago de último, cargando una rosa roja llena de espinas entre las manos. Me inclino sobre el blanco ataúd y la coloco encima de este.

Signora della mafia. Regina del mio cuore. Per sempre —las palabras queman al salir por mi garganta, y aunque los ojos me escocen, las lágrimas no se asoman.

Regreso a mi lugar y me quedo mirando como el féretro comienza a descender.

Hay un dicho que asegura que los malos no nacen, se hacen. Pero yo difiero con eso. Porque malos nacemos todos, solo que algunos simplemente deciden vivir una vida ocultando la naturaleza ruin que habita dentro de ellos.

La mía, en cambio, finalmente está ahí, a la vista de todos. Como en su tiempo estuvo la de mi padre.

Está en mis manos, dispuestas a destruir todo lo que tocan, en mi pecho, abierto únicamente para el niño que porta mi sangre, en mi piel, dibujando todas mis victorias, y en mis ojos, puestos en cada uno de mis objetivos.

En nadie más.

O al menos eso creo hasta que comienzan a tirar tierra húmeda sobre su tumba y yo, sintiéndome incapaz de mirar como la van enterrando, alzo la mirada.

Entonces, de una forma irreal y retorcida, me parece encontrarla de nuevo ahí, camuflada bajo unas gafas de sol, un enorme sombrero negro y unos labios centellantes en rojo escarlata.

Es ella. Es...

—Evelyn —su nombre se escapa de mis labios como un susurro.

Mi madre aprieta mi mano.

Andrà tutto bene, figliolo.

—Es Evelyn —repito, ignorándola—. Sigue viva.

El corazón retumba dentro de mi pecho como si se tratara de un martillo.

—Cariño, ella se ha ido. Tienes que dejar que descanse en paz. —Niego con la cabeza, soltándome de su mano—. Angelo —insiste mi madre, pero para entonces ya estoy llegando junto a mi mujer, después de haber quitado del medio a todos los que se interponían en mi camino sin ningún tipo de ceremonia.

Me detengo a solo centímetros de su cuerpo y me obligo a sacar las palabras de mi pecho.

Amore. —Llevo una mano hasta su barbilla, consiguiendo que me mire—. Amore, estás viva.

Percibo el movimiento de las personas a nuestro alrededor, abriéndose, observándonos. Pero yo solo puedo verla a ella, negando con un movimiento de cabeza.

—No soy ella —murmura, y en su voz consigo advertir una pequeña variante. Un tono ligeramente más ronco del habitual—. No soy Evelyn.

Sacudo la cabeza.

—Por supuesto que eres tú, regina. Eres tú.

—No. —Ella se lleva una mano a la cara y se quita las gafas. Retrocedo al instante, liberándola—. ¿Me crees ahora?

—¿Tú...? —Sus ojos azules me miran con intensidad, pero yo cierro los míos, sintiéndome malditamente mareado.

—¿Tanto te sorprende ver a la gemela de tu mujer el día de su entierro? —inquiere—. Después de todo, ha sido esta la única oportunidad que he tenido para estar a su lado durante todos estos años. En su maldita tumba. —Las palabras le salen cargadas de veneno.

—Angelina...

—¡Vaya! Al menos conoces mi nombre —ironiza.

—Por supuesto. Ella me hablaba siempre de ti —le respondo en el mismo tono.

—No puedo decir lo mismo, ya que, por tu culpa, mi hermana no hablaba conmigo. Ni con nuestros padres. —Da un paso al frente y me coloca un dedo en el pecho—. ¿Estás feliz ahora? Después de todo sí conseguiste matarla, Angelo Lombardi.

—Yo no... —Su mano estrellándose contra mi mejilla no me permite terminar.

Un montón de exclamaciones ahogadas sustituyen mis palabras al instante, haciendo eco entre la corteza de los árboles que rodean el cementerio.

—¡No me toquen! —grita ella, forcejeando cuando dos de mis soldados la sujetan por los brazos para inmovilizarla—. ¡Quítenme sus malditas manos de encima!

Aprieto los puños.

—¡Suéltenla! —ordeno, acercándome de nuevo a ella con el maldito corazón retumbándome en la garganta—. ¿Qué quieres? ¿A qué has venido?

Angelina alza la mirada y la mitad del sombrero termina proyectando una sombra sobre su rostro que por un momento me hace creer que estoy mirando a mi mujer.

—He venido a llevarme a mi sobrino antes de que termine corriendo el mismo destino que mi hermana.

Una carcajada se me escapa. En medio del puto entierro de mi esposa, me río. Y lo hago de verdad.

—Estás bromeando, ¿no?

—¿Te parece que lo estoy? —su pregunta se oye como una guerra anunciada.

—¿Tienes la menor idea de con quién estás hablando? —le devuelvo entre dientes.

—Con el mafioso mal nacido que separó a mi hermana de su familia. Por supuesto. —Se encoje de hombros, igual que lo hacía ella.

Cierro los ojos y respiro para recordarme que, quien está frente a mí, no es ni por asomo mi mujer.

—Por respeto a la memoria de tu hermana, no pienso tener esta discusión aquí contigo, Angelina —siseo—. Lo único que te diré es que mi hijo es intocable, y que ni tú ni nadie en el puto mundo va a separarlo de mí.

Me doy media vuelta y comienzo a caminar, sintiéndome desesperado por perderla de vista.

—No puedes negarme el derecho de verlo. Es mi sobrino. También lleva mi sangre.

Me detengo al escucharla. Mi madre, frente a mí, me dedico una mirada que consigo traducir en palabras: «Ella tiene razón, figliolo»

Aprieto la mandíbula y respiro profundo antes de ordenar:

—Stefano, prepara un auto para la señorita. Vendrá a casa con nosotros. —El chico asiente.

—Como ordene, boss.

—Traje mi propio auto —repone ella—. Solo tienes que darme la dirección.

Contengo el impulso de volverme y reírme en su cara.

—Asegúrate de revisarla bien. No quiero sorpresas —agrego en dirección a mi soldado antes de detenerme una última vez frente a la tumba de mi mujer—. Hasta siempre, amore.

Después de eso me acerco a mi madre, la tomo de la mano, y juntos abandonamos el cementerio.

Sin embargo, durante todo el camino de regreso a casa, no puedo quitarme de encima la sensación de estar cometiendo un grave error.

De esos que son capaces de destruir un imperio.

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Palabras italianas y significados:

Capo di tutti = Capo de todos los capos.

Boss = Capo/Jefe

Mio figlio = Hijo mío

Cugino = Primo

Regimes = Grupo de soldados.

Signora della mafia = Señora de la mafia.

Regina del mio cuore = Reina de mi corazón.

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Hola, pecadoras.

Leo sus reacciones aquí.

Habrá una maratón inicial de cinco capítulos. Luego subiré uno diario.

Besitos ♥

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