CAPÍTULO 6


ES AHORA O NUNCA

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 —El plan no está funcionando —soltó Elizabeth con molesta seriedad, posando su mejilla en su palma mientras observaba al chico castaño delante suyo.

—¿De qué hablas?  —King enarcó una ceja—. ¿Qué no habías dicho que Meliodas te ha besado ya? —La cuestinó lleno de confusión, dandole una nueva mordida a su manzana. 

—¡Pero no hemos llegado a más! —gritó ella con furia exagerada, golpeando la mesa del comedor de su casa con las palmas abiertas y provocando que su acompañante diera un pequeño brinco—. Creo que incluso se ha vuelto peor. Meliodas me rehuye, ni siquiera por error me mira a los ojos. ¡Es demasiado frío cuando llegamos a intercambiar palabras! Y pfff, cuando salimos, parece querer asesinar a todos los seres masculinos que respiran cerca de mí —enumeró ya más calmada, desplomandose con dramatismo sobre la silla—. Ya, me rindo.

—Eli, no es momento para darse por vencidos, ¿si? —dijo su mejor amigo, dandole palmaditas en la espalda antes de ponerse de pie y meditar todo lo que ella había dicho—.  Dices que se la pasa huyendo de ti, ¿no? —Elizabeth asintió—.  Y dices que cuando salen juntos esta de mal humor. —De nuevo, ella asintió—. ¡Eso es maravilloso!

—¿Qué? —lo cuestionó confundida—. ¿En qué sentido se supone que eso es maravilloso? 

—Linda, enserio me preocupa lo boba que puedes ser con este tema —la ofendió el otro, pero antes de que Elizabeth pudiera reprochar, el castaño continuó—: Es bastante obvio, el plan está funcionando y mejor de lo que esperaba.

Elizabeth parpadeó un par de veces, sin lograr entenderle.

—¿De verdad? —Rascó su nuca, delatando su desconcierto. El varón delante suyo palmeó su frente, queriendo soltar lágrimas por la desesperación que le causaba el que ella fuese de tardada captación.

—Diosas, denme paciencia que si me mandan fuerza la hago llegar con ustedes —soltó en voz alta King—. Cariño, Meliodas esta cayendo; mejor dicho, lo tienes en tu mano. ¡Así de simple! ¡Lo conseguimos! —comentó con emoción, dando una palmada al aire—. Solo necesitamos darle un empujoncito, un ligero empujoncito y pum, ¡lo tendrás en la cama dándote como la bestia que seguro es! Y creo tener la solución para eso. —Una sonrisa ladina curvó sus labios.

—¡Dime! ¡Dime, por favor! Que no aguanto esto un segundo más.

—Eli, Eli, calma. Tu deja todo en mis manos. Ten por seguro que esta noche ese bombón rubio y tu estarán teniendo los mejores orgasmos de su vida.


(...)


—¿Un antro? —inquirió Meliodas dudoso ante la propuesta que Elizabeth había hecho.

—Es nuevo. King lo descubrió hace poco y se ofreció a mostrarmelo, e insistió en que te invitará a ti y a tu amigo, este... ammm... 

—¿A Ban?

—¡Si, él!  —rió ella con nervios—. Entonces, ¿qué dices?

—Yo... no lo sé, Elizabeth. No me siento de ánimos hoy —confesó, perdiendo su mirada esmeralda en los papeles que sostenía entre sus manos.

—Anda, Mel. Esta semana no hemos tenido nuestra cita porque has estado con mucho trabajo, ¡hagamos algo divertido con nuestros cuerpos! —soltó Elizabeth, provocando que las mejillas de su esposo se encendieran de un color rojo intenso—. Como bailar, quiero decir. 

Todo alrededor se quedó en silencio durante unos instantes; Meliodas parecía estar pensando bien su invitación. Internamente, Elizabeth rezó como 10 padres nuestro y un par más de ave maría, implorando que el otro aceptase.

—Seguro que Ban querrá ir por un poco de cerveza luego del fastidioso día de trabajo que tuvimos hoy —respondió el de cabellos amarillos con una tenue pero honesta sonrisa—. Lo llamaré y me daré una ducha, ¿esta bien?

—¡Esta maravilloso! —respondió con alegría—. Yo también iré a arreglarme. Nos vamos en dos horas, para que estés listo.

—Bien —dijo el rubio levantándose de su asiento y estirándo sus brazos—. Te veo en un rato, Eli.

En cuanto la figura de su marido se perdió por las escaleras, Elizabeth improvisó un ridiculo baile por su primera victoria de la noche.


(...)


—¿S-segura que irás así? —preguntó una vez más, con nervios y tragando duro, su pareja. 

—Sí, ¿o crees que me veo mal? —lo cuestionó ella, haciendo un puchero.

—No, no es eso —Las manos de Meliodas se movieron con rapidez delante de su pecho, mientras su cabeza iba de un lado al otro, negando—. Es solo que ah... mmmm. ¿Sabes qué? No importa —se rindió, sonriendole con tranquilidad—. ¿Te parece si vamos por Ban y tu amigo, el chico mariposa?

Elizabeth reventó en carcajadas, sujetando su estómago en el acto. Quizá fue mala idea confesarle el tan vergonzoso apodo que solía usar para referirse a King.

—Será mejor que no le digas así o verás como la mariposita se transporta en un oso gruñón.

—Entendido, Eli.

Ambos volvieron a reír, olvidándose por completo de la tensión vivida días atrás.

No tardaron en llegar al punto de reunión acordado con King y Ban. Curiosamente, ambos vivían muy cerca, y por si fuera poco, King era hermano mayor de Elaine, por lo que parecía algo curioso que, con aquellas coincidencias, jamás se hubiesen topado por ahí. Apenas el auto se orilló junto a la acera, Ban se apresuró a subir a la parte trasera del auto, con una expresión de enfado muy marcada en su rostro.

—¡Hola, zorro! Oye, pero que mal te ves. En fin, ¿recuerdas a Elizabeth, verdad? Mi mu-

—Sí, sí, claro que la recuerdo; si no soy idiota como tu —gruño, dejando a la vista un par de colmillos muy afilados. 

—Si no te conociera, diría que estas enojado conmigo. 

—¿Yo? ¿Enojado contigo, maldito rubio oxigenado?  —dijo sarcastico Ban—. ¡Claro que estoy enojado, idiota! ¡Tú dijiste que tendrías a una linda chica para mi, pero esto no me parece una mujer! —señaló con el dedo índice  a King, quien lo miraba divertido desde fuera del vehículo.

—Bueno, es casi lo mismo. ¿A qué es mono?  —refirió con tranquilidad Meliodas, causando la furia de su mejor amigo.

—¡¿Cómo mierda van a ser lo mismo, pedazo de animal?! ¡A mí no me van los hombres, joder!

—Ya veremos si sigues diciendo eso más tarde, muñeco —intervinó King, subiendo a lado de Ban y guiñandole un ojo con absoluta coquetería. 

Ban chilló en respuesta.

—En verdad eres el peor, capitán. —El peliplateado parecía haberse vuelto pequeño, incluso, se notaba realmente avergonzado ante las palabras del otro, por lo que tanto ella como Meliodas no pudieron contener sus carcajadas.

La noche si que pintaba para ser muy buena, y muy, muy divertida.


(...)


Llevaban cerca de una hora en aquel bar de la ciudad vecina. Aunque en un principio Meliodas se había negado, realmente no se arrepentía de haber aceptado la invitación de aquel par tan explosivo —su mujer y el mejor amigo de esta—, pues se la estaba pasando de maravilla.

Todo el sitio se hallaba infestado de gente y buena música. La atmósfera entre su mejor amigo y King incluso se había aligerado, tanto que podía sentirse un toque romántico a su alrededor. Esto claro, luego de que Ban se bebiera un par de cervezas, entrando en estado de ebriedad.

—Ey, Kingu, pero que bonitos ojos tienes.

—¡Caray! Quitate de encima, tu aliento es asqueroso —refirió el mejor amigo de su esposa, llevando dos dedos a su nariz para evitar respirar.

—Oye, no seas tan grosero conmigo; si eras tu quien quería tenerme encima desde el comienzo. —En un rápido movimiento, los largos brazos de Ban rodearon el delicado cuerpo de King—. Santo cielo ¡hueles a flores! ¡Me gusta!

—¡Qué me dejas sin oxigeno, Ban!

—Esto es más divertido de lo que esperé —rió Meliodas.

Por alguna extraña razón, su atención se desvío hacia una mesa del frente, ocupada por cuatro amigos. Sin embargo, los ojos de Meliodas se enfocaron en uno en particular; y no, no era que, como Ban, pareciera confundirse de sexualidad con un par de tragos encima, sino que el muy cinico se estaba tragando a su Elizabeth con la mirada.

Sí, su Elizabeth. 

El extraño sentimiento que lo estaba torturando desde días pasados se instauró con fuerza en su pecho; una especie de escalofrío, más semejante a un rayo, lo recorrió de arriba a abajo por toda la espina dorsal. Su ceño se frunció y sus manos se cerraron con fuerza, formando un par de puños. 

¿Qué acaso no era evidente que esa belleza de mujer estaba con él? ¿Los anillos a juego no eran claros? ¿Cómo es que, sin un poco de descaro, ese animal estaba haciendo lo que hacía?

Oh no; no señor. No podía permitirlo. Iba, no, tenía que quitarle esa sonrisa de pervertido a aquel idiota.

Tenía que demostrarle a quien pertenecía esa chica tan sexy, aunque tuviera que violar su mierda de contrato.


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Srta- Beth. 22 de septiembre de 2024. 

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