Capítulo 3
UN PLAN
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—¡Por tu padre el Rey Demonio! —exclamó entre risas su amigo de cabellera albina y ojos carmesí, golpeando su palma contra el fino escritorio de madera donde reposaba su computadora y el resto de sus artículos de oficina.
—¡Ban! —reprochó Meliodas con las mejillas coloreadas de rojo por el enfado y la vergüenza—. ¡¿Podrías bajar la voz, carajo?! Escanor va a escucharte y vendrá a castrarnos a ambos.
—Es que, ¡mierda! No puedo dejar de imaginar tu danza en pelotas delante de Elizabeth — carcajeó el otro con un volumen de voz aún más alto, sujetando su estómago y echando su espalda contra el respaldo de la silla.
—¡Ya, maldición! —Con la paciencia al limite, Meliodas se arrojó sobre su mejor amigo para cubrirle la boca con una mano, consiguiendo así que este por fin se callara.
—Ah. capitán; me has hecho la mañana con esto —Bufó Ban con diversión, tratando de recobrar la compostura y tosiendo para afinar su garganta.
—Pues me alegro por ti, porque para mí ha sido todo lo contrario. Mi «esposa» ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos desde ese ridículo incidente; vivir juntos esta siendo mucho más difícil de lo que esperaba —confesó antes de soltar un suspiro cargado de frustración.
—¿Ya intentaste hablar con ella? —preguntó el albino, haciendo que Meliodas levantara una ceja—. ¿Qué?
—Oh, ¿por qué no se me ocurrió antes? —comentó él con sarcasmo—. ¡Claro que lo intenté, animal! Pero es imposible. Elizabeth siempre esta huyendo de mí; se esconde en la habitación, sale con prisa por las mañanas rumbo a su trabajo y hasta se le traba la lengua al hablar. Estoy seguro de que siente pena por mí.
Ban continuó mirándolo fijamente sin decir nada. Después de unos cuantos segundos, sus labios se curvaron en una sonrisa de maliciosa revelación.
— Esa chica te quiere dar... —escupió sin pudor, provocando que un escalofrío le recorriera la espina dorsal a Meliodas.
—¿Qué dices?
—Capitán, se supone que aquí el idiota soy yo —dijo Ban con burla—. ¿Qué no es obvio? A tu mujer le gusto el espectáculo que diste y ahora tiene ganas de que uses tu salchicha y tus albóndigas para otra cosa que no sea bailar. Tu entiendes.
Meliodas calló un rato, llevándose una mano detrás de la nuca.
—A ver, a ver, a ver. Entiendo que intentas decirme, pero eso no pasará. De acuerdo a la regla ocho del contrato, y la más importante para Elizabeth, esta prohibido el sexo.
—Que buena broma, Capitán. Tú no serías lo bastante estúpido para desaprovechar la oportunidad de hacer bebés con tu pareja, ¿verdad? —Al ver que se quedaba callado, su amigo insistió—. ¿Verdad?
—Sabes bien que una vez que doy mi palabra, no hay poder humano ni sobrehumano ni inhumano ni demoniaco ni celestial que me haga cambiar de opinión —le aseguró él con decisión, cruzándose de brazos y ganándose una expresión de reprobación por parte del otro.
—Sí, como sea. —Ban desvío su atención hacia la computadora y continuó escribiendo—. Veamos cuanto tiempo transcurre antes de que alguno rompa el dichoso convenio.
—Ja, ni en tus más pervertidos sueños, Ban, nishinishi.
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—Por el rey Drole de los gigantes, ¿enserio le viste las pelotas a ese bombón? —preguntó sin descaro Diane, su mejor amiga, pintando un brillo lujurioso en sus ojos.
—¡Diane! No lo digas de una forma tan bárbara, por favor..— contraatacó un sonrojado chico castaño y ojimiel—. Pero, hablando enserio, Elizabeth. ¿Qué no se supone que ustedes dos no...? —Formando un círculo con sus dedos pulgar e índice de la mano derecha y ayudado del dedo índice de la mano izquierda, simuló una especie de extraña y vergonzosa penetración.
—¡Ya les explique que no tuvimos sexo, King! —gritó Elizabeth apenada, tapando su boca segundos después.
Giró la cabeza hacia todas partes, asegurándose de que nadie más aparte de sus mejores amigos la hubiesen escuchado. Suspiró tranquila al notar que el resto de los presentes la estaban ignorando por completo.
—¿Y que tan grande lo tenia? —La sacó de su burbuja King, invadiendo en sobremanera su espacio personal.
—¡N-no hagas esas preguntas tan de la nada! —le reprochó con falso enojo, pero tras pensarlo unos segundos, llegó a la conclusión de que no le haría ningún mal expresar todas las ideas que se habían estado formando en su cabeza tras lo acontecido en la luna de miel—. No estas para saberlo, pero ya que lo ando contando... Meliodas estará chaparrito, pero viene bien equipado.
—Kya, nunca había sentido tanta envidia —comentó Diane apretando sus mejillas.
—¿Y no será medio gay o algo así? —la molestó King.
—M-mejor dejen de hablar y ayúdenme a buscar una solución a este problema, ¡me esta volviendo loca! Con tantos pensamientos impuros, ni cien padres nuestros ni mil Aves Marías me van a salvar del purgatorio.
—Bien, bien, comencemos entonces. Eli, ¿te lo quieres dar? —la cuestionó la castaña.
—¡¿Eh?! ¡Por supuesto que no!
—Oh, vamos, mujer. ¡No hay nada de malo en desear a tu pareja! —le aseguró King, tomándole los hombros—. Tan solo acércate a él y dile "hola, ven que te saco tanta leche que si no me haces un hijo, sale para un queso."
—Oh, Dios, ¡no le diré algo como eso! —Elizabeth se coloreó de un tono cereza hasta las orejas—. En primera, porque sería bochornoso, y en segunda, por el contrato.
—¿Qué con eso? — dijeron al unísono sus amigos.
—B-bueno, pues verán... una de las reglas dice que no habrá sexo ni son válidas las insinuaciones directas... —Tras aquella revelación, el dúo de castaños se palmeó la frente— ¡Lo siento! No creí que fuese algo importante hasta mi noche de bodas, cuando conocí la Meliodasconda.. — se defendió ella.
—Si pero ¿sin sexo? ¡Estas loca! —refunfuño Diane.
—Estaba enojada, ¿bien? Mis padres me estaban obligando a casarme con un casi desconocido. Pero Meliodas no solo es endemoniadamente atractivo, sino que parece bastante serio; algo me dice que él respetará el contrato a como de lugar. No se atreverá a tener contacto sexual conmigo aunque se lo ruegue, ¡así que estoy perdida!
Sus mejores amigos callaron, aunque solo por breves segundos, pues King no tardo en volver a hablar.
—¿Qué tal seducirlo?
—¿Seducirlo? ¿De verdad esa es tu idea? —le recriminó Elizabeth con enfado—. Tu mejor que nadie sabe que no sirvo para eso. Además, ya lo dije, no son válidas las insinuaciones directas.
—Es un hombre; aun si tu consideras que es listo, es lo bastante tonto como para darse cuenta de tus intenciones —comentó Diane—. Sabemos que coquetear no es lo tuyo, pero King y yo somos expertos en ello; con un poco de práctica y un milagro de las deidades supremas podemos ayudarte a volverte una maestra en este arte.
—Así, conseguirás que caiga en tus redes —añadió King.
—Y después tu puedes caer sentada en su pene.
—¡Diane, basta!
Elizabeth recargó su espalda contra el respaldo de la silla, mirando a uno y luego al otro y repitiendo la acción repetidas ocasiones.
—Bien, hagámoslo.
—¡Urra!
Tras unas cuantas palabras de motivación más, sus amigos se despidieron de ella y regresaron a sus respectivos puestos de trabajo. Ya en soledad, Elizabeth se encontró implorando, a lo que sea que rigiera las leyes del mundo y del universo, para que lo que planeaban King y Diane diese resultado.
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Srta. Beth. 02 de Abril de 2024.
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