Extra 2



Camille y Chéster


El sonido del río me tenía en calma, los rayos de luz golpeaban mi piel y me sentía en inmensa paz. Habían transcurrido algunos meses en los que todo se sentía en calma, los días en el campo siempre se sentían en paz, pero pronto aquello terminaría.


Sentí el césped moverse, giré medio rostro y una sonrisa se asomó de mis labios. Vi a Chéster, traía una cesta consigo y aquello me hizo soltar una pequeña risa.


—¿Querías un día de Pícnic? —le pregunté sin moverme.


—Pensaba que tú querrías lo mismo —se encogió de hombros.


—No tengo nada en contra de los días de Pícnic, pero ¿Sabes que me apetece un poco más? —mientras pronunciaba aquellas palabras me apresuré a ponerme de pie.


No es que Chéster me conociera lo suficiente, de hacerlo hubiera huido de mí, es más, me atrevería a creer que ni siquiera hubiera aparecido ante mis ojos de conocerme lo suficiente. Lo rodeé por el cuello, vi sus gestos perversos y aquello era exactamente lo que esperaba, lo dejé sumergirse en mi aroma.


Su respiración caliente daba justo en mi cuello, sentí la humedad de sus besos y subió hasta quedar al borde de mis labios. Me vinieron recuerdos, los de aquella noche en que nos quedamos en mi casa.


Mi abuela se había marchado en medio de la molestia, dijo que volvería cuando London estuviera mejor y quería llevarse a Chéster, pero él dijo que se quedaría para asegurarse de que London estaba bien.


Nos sentamos al lado de la estufa, las llamas no dejaban de bailar y entonces fue cuando me fijé en él por primera vez. Se veía con un toque melancólico, como si el fuego lo transportara en sus recuerdos y allí solamente hubiera un cuerpo vacío.


—¿Te encuentras bien? —me atreví a preguntar.


Pensaba que no iba a decirme más que un «estoy bien», es decir, por qué se abriría a una desconocida y le contaría el cómo se sentía. Me miró como si hubiera esperado toda la vida que alguien le hiciera esa pregunta, me miró como si fuese una joya en medio de rocas, esa fue la sensación que tuve en aquel instante.


—No sé qué estoy haciendo con mi vida, estoy aquí, esperando para concretar un casamiento con una mujer a la que no le intereso y que se le nota desde una distancia enorme que está enamorada de otro hombre —comentó con la voz ronca—. Pero no puedo fallar a mi familia, tengo que volver con una prometida a Arabia y lo peor es que yo sé que London jamás me amará como ama a Queen. Lo vi cuando estaba en el crucero.


—Un hombre como tú podría tener otra prometida en un chasqueo de dedos —me encogí de hombros—. Es cierto que el amor de London y Queen no va a esfumarse, pero, ¿qué hay de ti? '¿Realmente tienes interés en London o lo estás haciendo por tu familia?


—No me interesa London, a lo largo de los años solamente una mujer me volvió realmente loco y la dejé ir —suspiró audiblemente y clavó su mirada sobre mí—. Creo que no lo estoy haciendo ni siquiera por mi familia, sino por el rencor que siento por Queen, fuimos casi como hermanos y él se quedó con esa mujer que tanto amé. Años después supe que la dejó ir, nada tiene sentido.


—¿Te sigue gustando? —pregunté indagando más en su mirada que no se apartaba de la mía—. ¿Esa mujer te sigue haciendo sentir de la misma manera?


—La vi hace no mucho tiempo —comentó, se movió al sofá largo en el que estaba sentada.


En aquel entonces me puse de lado, para no perder ese contacto visual, poco a poco me fui sumergiendo en la mirada de Chéster, era imposible dejar de verle.


—No, en realidad cuando la vi en aquella súplica de amor, lo único que sentí por ella fue verdadera pena, la recordaba como una mujer fuerte y segura de sí misma —comentó relamiendo sus labios.


No pude evitar clavar mis ojos en sus labios, en el movimiento de ellos y mi corazón comenzó a latir con más velocidad.


—Eso quiere decir que en conclusión necesitas otra prometida, ni London, ni esa mujer te pueden despertar algo nuevo —dije sin pensar.


Entonces volví en sí, sentí mis mejillas arder, pero no era un simple calor, sino que el ardor me hizo entender que debía de verme jodidamente roja. No sabía si era algo de familia, a London siempre le había ocurrido lo mismo en momentos de vergüenza, pero era la sensación más incómoda saber que te encontrabas ruborizada.


—Iré un momento al baño —dije tan de prisa como la voz me lo permitió.


Mis pasos fueron torpes, me paré tan de prisa como pude e intenté huir tan de prisa como mis piernas me lo permitieron, pero no alcancé a dar más que unos breves pasos cuando sentí su mano tomarme. Nuestros ojos volvieron a encontrarse, me jaló y caí encima de él.


—L-Lo siento —me disculpé de prisa torpemente apoyando mis manos sobre su pecho en un intento de apartarme de él.


Fue una tontería creer que yo había sido la culpable de aquello, Chéster me besó. No mentiré, aquel beso fue el primero en mi vida, pero podía jurar que no experimentaría uno igual. La sensación era mucho mejor que el verlo, se movían como si supieran exactamente como tenían que recorrerme.


Volví en sí cuando volví a sentirlos sobre mí, allí parada al lado del río. Por poco me olvido de mi plan, de todo, porque así se sentía exactamente cada vez que los labios de ese hombre terminaban encima de los míos.


Entonces con toda mi fuerza me lancé sobre él y ambos nos caímos al agua, al principio un poco fría, pero poco a poco nos fue abordando la calidez.


Subimos a la superficie, me limpié el rostro, vi a Chéster hacer lo mismo mientras que se mantenía a flote y me empecé a reír.


—¿Acaso perdiste la razón? —me preguntó haciendo una mueca—. No me has permitido ni siquiera quitarme los tenis, esto será un desastre.


—No te preocupes por eso, te prestaré ropa de mi padre a la vuelta —dije entre carcajadas—. Si te lo avisaba no sería tan divertido.


Nadó un poco hasta mí, me tomó por la cintura y me apegó a su cuerpo, lo sentí, quizá más de lo que a él le hubiera gustado.


—Lo siento, me cuesta controlarme —dijo tomando una leve distancia.


Yo volví a apegarme a él, como si le estuviera diciendo que aquello no me incomodaba, nos reímos.


—¿En dónde quedó el Pícnic? —me preguntó apartando un mechón de mi cabello.


—Tendremos la vida entera para Pícnics, hay que disfrutar de esto —susurré—. Pronto nos casaremos, es el comienzo de nuestra felicidad ¿No lo crees?


—Lo es, mi pecosa bonita —murmuró antes de volver a besarme.


No me quedaban dudas de que mi vida a partir de ahora cambiaría, pero todo valdría la pena si se trataba de un futuro al lado de Chéster, quizá esas eran las palabras de una tonta que comenzaba a perder la cabeza por amor, quién sabe.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top