Capítulo IV

No habían pasado ni siquiera dos horas luego de que Camus lograra conciliar el sueño, cuando fue despertado por algo.

Milo estaba más apegado al francés que lo de costumbre, el calor de su cuerpo era mucho y su brazo lo tenía fuertemente aferrado a su cintura. Sin embargo, algo más fue lo que había despertado en realidad al onceavo guardián.

Un "bulto" rozaba con su trasero, no necesitó voltear para saber lo que era por lo que trató de alejarse un poco, sin obtener nada. Quizás se trataba de una erección nocturna, pero eso era más que suficiente para encender a Camus.

Se esforzó ligeramente y dio la vuelta, quedando frente a frente con el griego. Comenzó a acariciar el miembro de este último por encima de los pantalones, tan sólo pensar en lo que aquel "tesoro" entre las piernas de Milo le podría hacer lo excitó aún más, así que continuó con su trabajo.

Tuvo cuidado al acostar al Escorpio boca arriba para no despertarlo, ajustó las cadenas y ahora el de melenas azules parecía que estaba a punto de ser torturado, aunque más que sufrimiento sería una especie de premiación.

Bajó los pantalones del griego llevándose con ellos la ropa interior del moreno, dejando ver su sexo despierto. Camus comenzó a lamer aquella dura erección, un escalofrío recorrió la espalda del Escorpio al tiempo que su espalda se arqueaba inconscientemente, sus cejas se unieron en el centro de su frente, pero aún continuaba dormido. El francés chupó y besó hasta que un espasmo le avisó de lo que venía. Su boca se llenó de la esencia de Milo.

Un delgado hilo de semen escapaba por la comisura de los labios del onceavo guardián, resultado de haber tragado el líquido blanquecino, entonces lo limpió y procedió a quitar su ropa.

El francés desabotonaba la camisa del escorpión mientras lamía la caliente piel en el cuello contrario, soltaba pequeños gemidos y suspiros, al tiempo que otra erección se hacía presente en la entrepierna recién liberada de Milo.

Camus ya había atendido al de hebras azules, ahora su miembro era el que exigía saltar de los pantalones, ya no soportaba más. Inició el estímulo de su entrada, cubriendo sus dedos con saliva, ocasionalmente gemía en el oído de Milo, haciendo que este sufriera escalofríos.

El francés se montó sobre las caderas del griego e introdujo el miembro de este en sí mismo. Apoyó sus manos sombre el moreno para comenzar movimientos lentos y circulares, que poco a poco despertaron al escorpión.

–¿Camus...?

-–Ah... M-Milo... –Por un momento dejó caer su cuerpo sobre el griego, incorporándose después.

–¿Qué estás... haciendo?

–¿No es obvio? –Soltó una risilla y empezó a saltar más rápido.

Ah...

–¿Te gusta? –habló sintiendo orgullo de él mismo.

–Sería mejor si pudiera... t-tocarte...

Camus detuvo sus movimientos, alargó nuevamente las cadenas y volvió a lo que estaba. Ahora, las grandes manos de Milo le ayudaban en su tarea; una de ellas recorrió la piel del de cabellos aguamarina hasta llegar al hombro y tiró del mismo para acercar al francés, besándolo fogosamente.

Pronto la luz comenzó a asomarse por la rejilla, aunque no fue relevante. Intercambiaron sus posiciones, ahora Camus estaba debajo de Milo. El griego penetraba al Acuario con toda la fuerza que le permitían sus piernas, el francés agarraba fuertemente los bordes de la cama de madera en la que estaban. Escorpio paseó sus labios en el cuello del galo para después morderlo, dejando una marca profunda.

Finalmente, luego de muchas estocadas, Acuario terminó vertiendo su escencia sobre el pecho de Milo, mientras este último llenaba el interior de Camus con su semilla.

Los dos se acostaron en la cama, agotados. El acuariano colocó su cabeza sobre el pecho del heleno e intentó regular su respiración. Rio.

–¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó el de cabellos azulados, confundido.

–Tienes el sueño pesado...

–¿Cómo dices?

–No encuentro otra explicación por para que no te despertaras mientras me comía tu-

-Ah... Lo siento.

–Por lo menos te despertaste, es mejor cuando estás consciente –Pasó su índice desde el cuello hasta el abdomen de Milo–. Alguna vez pensaba drogarte, pero veo que no sería muy necesario.

–Aguarda –Lo miró con miedo–, ¿Pensabas qué?

–Drogarte.

El escorpión pasó saliva, intentando pensar de dónde sacaría Camus la droga con la que lo dormiría. Quiso preguntar el motivo que impulsará al galo a dormirlo para poder tener sexo con él inconsciente, pero se quedó callado.

–Creo que sólo esperaré a que duermas, así puedo despertarte cuando quiera. Es incluso mejor.












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