1. Necesitas saberlo
Luego de que aquel chico me desatara, caminé lentamente de una esquina a otra mientras aguantaba mi respiración.
Sentí como el frío se iba apoderando lentamente de mi cuerpo, al punto que me costaba mover los dedos de mi pie.
Decidí sentarme en la silla y alcé mis piernas en un abrazo, tratando de generar un poco de calor.
Mientras me balanceaba de un lado a otro, fui levantando la cabeza hasta mirar el techo y largué un suspiro irregular. Mis ojos comenzaron a picar de nuevo y un pequeño llanto reprimido surgió de lo más profundo de mi garganta.
La puerta se abrió de golpe, dejando ver al mismo chico de ayer, pero ésta vez, traía algo entre sus manos.
—Ten, come algo —dijo mientras tiraba bruscamente el plato sobre el suelo.
Se cruzó de brazos y cerró la puerta. Sin romper el contacto visual, se apoyó cerca de una pared.
Lo fulminé con la mirada y con mi pie pateé la comida hacia un costado de forma violenta.
—Púdrete —le susurré con ira en mis venas.
Pude ver de reojo que sus músculos se tensaron y se acercó de forma amenazadora mientras me tomaba de ambos brazos.
—Vas a comer, no quiero que luego te arrepientas niña —me soltó de manera torpe y juntó los desperdicios de comida que derramé sobre el suelo.
Mi mentón comenzó a temblar y negué varias veces.
—No pienso comer nada de eso maldito ¿¡Por qué me hacen ésto?! —grité desesperada y me paré de un salto mientras agarraba mi cabeza.
—Última vez que te lo digo ¿La vas a querer? —dijo alzando el plato a mis narices, como si lo que le acababa de decir le importara una mierda.
—¡No! —me giré hacia él enojada y le pegué al plato, haciéndolo caer de sus manos.
El chico hizo una mueca y juntó sus puños.
Todo pasó tan rápido que no llegué a ver su mano abierta volar hacia mi mejilla; el golpe fue tan fuerte, que mi cabeza se impulsó a un costado y me dejó totalmente aturdida.
Cerré mis ojos y abrí mi boca por el terrible dolor, mientras que un sabor metálico se apoderaba de ella.
Largué un pequeño chillido y lo miré con miedo.
—Eres una mal agradecida, te lo advertí Gabriela —sus pasos se dirigieron hacia la puerta —. Nos veremos en dos días, ese será tu castigo.
Dicho eso, cerró la puerta de un tirón. Abrí mis ojos en total indignación ¡Como si estar aquí no fuera suficiente castigo!
Sin fuerzas me recosté a un costado abrazando mis piernas y comencé a llorar. ¿Qué más puedo hacer? Mi mejilla dolía, la sentía hinchada y por momentos me latía. Si me viera en un espejo, creo que tendría lástima de mí misma.
Sacudí varias veces mi cabeza y limpié mi boca al mismo tiempo que me paraba con la ayuda de la silla. La luz apenas alumbraba y caminé hacia la puerta a paso pesado, con mis puños la azoté.
—¡Te odio! ¡Maldito hijo de puta! —y ésta vez pateé la puerta sin parar —. ¡Oye! ¡Hace mucho frío aquí! ¡Si vienes en dos días estaré congelada y muerta! ¡Piensa!
Sumergida en un cansancio agotador a causa de mis propios gritos, tomé la silla, y la arrojé a la pared haciendo que una de sus patas de madera se rompiera.
Me senté con las piernas cruzadas y quedé viendo la puerta fijamente.
No sé cuanto tiempo habrá pasado, pero ya no pude llevar las manos a mi rostro, las sentía débiles y frágiles.
No tuve fuerzas para ponerme de pie y la luz comenzaba a moverse de un lado a otro. Sentí que mi cuerpo se ponía más pesado, al punto de tener mucho sueño. Los escalofríos no paraban de atormentame y son los únicos que evitaban que perdiera el conocimiento por completo.
La puerta se abrió y aunque no podía ver muy bien, sé que era él por su chaqueta. Me quejé en voz alta y traté de alejarme cuando se inclinó a un costado. El miedo comenzó a crecer cada vez más y mis lágrimas amenazaron con salir.
—No me pegues, por favor —dije entre palabras entrecortadas y con mis manos en alto.
No recibí respuesta alguna de él, lo único que sentí fue el calor envolvente de unas mantas y una sensación de alivio al mismo tiempo.
ANTES:
Entré al hospital con una gran sonrisa, como siempre. Me dirigí a la recepción y cuando Tamara me vio, no dudó ni dos veces en saludarme.
—Hola Gabi, ¿Cómo estás?
Le sonreí de costado.
—Todo bien —señalé las habitaciones —. ¿Las visitas ya pueden entrar?
Tamara asintió.
—No ha parado de preguntar por ti.
Mi respuesta fue un movimiento de cabeza e Ingresé en el pequeño pasillo, hasta llegar a la habitación 232.
Suspiré profundo e hice una sonrisa antes de entrar.
—¿Tía Loren? Soy yo, Gabi.
—¿Gabi? —dijo recostada desde la camilla.
Sus ojos brillaron y largaron una pequeña chispa de emoción.
Me apresuré a llegar a su lado y le di un cálido abrazo.
—Mi niña —dijo mientras acariciaba mi cabello.
—Te extrañé, no paraba de contar los días para que sea viernes otra vez. Tenía muchas ganas de verte y contarte un montón de cosas...
—Gabriela —dijo volviéndose totalmente seria.
La miré extrañada y torcí mi cabeza a un costado.
—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? ¿Es la quimioterapia? Si quieres llamo a la enfermera, yo...
—Tranquila, no es eso. Creo que ya tienes la edad necesaria para saberlo, además de que a mí ya no que queda tanto tiempo.
Alce una ceja.
—¿Saber qué?
Tía Loren acomodó sus manos a los costados y aclaró su voz para comenzar a hablar.
Su expresión parecía preocupada, lo cual se convirtió en algo desesperante para mí.
AHORA:
Abrí mis ojos y largué un suspiro estremecedor.
Me senté aturdida y miré atentamente el espacio que me rodeaba. Cerré mis ojos y mi mentón amenazó con temblar de nuevo.
Aún seguía en éste lugar.
Suspiré profundo y recordé a la única persona que se pudo haber preocupado por mí.
La extrañaba tanto.
De no ser por la leucemia estaríamos juntas, y quien sabe, quizás que nunca hubiera llegado hasta aquí.
Hice una mueca cuando recordé mi hogar de acogida.
Seguro debieron festejar que no volví a casa, si eso podría llamarse así, es más tampoco creería que se dieran cuenta que aún no llegaba.
Mis pies seguían congelados, aunque las mantas ayudaron un poco.
Mi mente me jugó una mala pasada cuando mis pensamientos se desviaron a ¿Y sino salgo de aquí?
La puerta se abrió torpemente e hizo que un ruido retumbara por todas partes.
—¿Arrepentida?
El sonido de su voz provocó un sabor amargo en toda mi boca e intenté resistirme y no decir las barbaridades que comenzaron a llegar a mi mente.
—¿Por qué?
—Entonces, aún no estás arrepentida.
Me crucé de brazos y lo miré de reojo.
—Dos días dijiste, ese era mi castigo ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a pegarme de nuevo?
El chico rió por lo bajo y se acercó a paso veloz.
—Escúchame bien, no tienes ni idea de lo que tendrás que pasar en los próximos días. Así que te recomiendo que cooperes y que dejes de ser una carga ¿Entiendes eso?
—¡¿Que mierda quieren de mí?! ¡No tiene sentido todo esto! ¡No soy nadie, nunca lo he sido!... Soy la persona equivocada ¿Entiendes eso?
El chico apretó sus dientes y levantó su mano resignado.
—No tiene caso que te lo diga ahora, lo verás más adelante.
Y dicho eso cerró la puerta a sus espaldas.
—¡Y eso que significa!
Me giré indignada y largué un grito desde lo profundo de mi garganta.
Tomé mi cabeza y comencé a caminar de un lado a otro.
Lo único que logró con lo que dijo, fue que los pelos se me pusieran de punta por pensar en las cosas que me podrían hacer estando aquí encerrada.
Pensé en lo que estarían haciendo mi familia sustituta.
Seguramente Megan, "hermana", debería estar recostada con algún chico de la preparatoria para agregar a otro más en su lista.
"Mamá" vería la novela y pondría el volumen a lo más alto para ni oír los gemidos de su hija.
Y "papá" le metería los cuernos con su secretaria, otra vez, en su oficina.
¿Que por qué ellos son mi familia sustituta?
Una respuesta fácil, por dinero.
Para causar una buena impresión a los demás y demostrarles los perfectos que eran al albergar a una chica de dieciocho años, la cual había quedado sin cuidados, por su Tía que se enfermó de leucemia.
Gente interesada, sólo eso.
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