IV
El tiempo pasaba, ya llevaba veinte minutos encerrados y no había conseguido una solución.
-Sólo a mi me pasa esto -se lamentaba-. Cuando salga de aquí voy a investigar cómo abrir una bendita puerta en caso de emergencia.
A las afueras no pasaba nadie, al parecer había desaparecido toda la gente. Gritó con todos sus pulmones siendo infructuoso.
-No puede ser que tenga tremenda tablet y no posea un teléfono para llamar.
Se asomó por la ventanita y se percató de aquel resto de árbol, muy grande com para moverlo con solo empujarlo desde dentro. Necesitaba ayuda. Requisó todo el lugar en busca de algo que le fuera útil pero ya sabemos los resultados.
-Perdí la oportunidad de mi vida -se sentó cabizbajo, sintiéndose derrotado.
De pronto escuchó unas risas, se levantó de súbito y corrió para ver de qué se trataba. Eran un grupo de estudiantes de FACES.
-¡Hey! -gritaba y golpeaba- ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Por sus formas de conversar él estaba pasando desapercibido. Alonso seguía intentando llamar la atención. De pronto ocurrió lo que parecía ser un milagro, uno de los chicos se agachó a acomodarse las agujetas de los zapatos, quedándose atrás del tumulto. Éste, por alguna casualidad volteó en la dirección del atrapado. Martinz le hizo señales con las manos -sabiendo que no lo podía escuchar- para que fuera en su auxilio. Aquel joven se levantó e iba en dirección a ayudarlo pero se detuvo, Alonso se quedó expectante. Su única salida había girado y corrió en dirección de los demás.
El merideño golpeó la frente contra el grueso vidrio de la pequeña ventana y se quedó allí. Cuando levantó la cara se sorprendió, había una jovencita con cabello rebelde y cuadernos frente a su pecho, parecía ser un poco tímida, pero se había quedado allí, mirándolo con intriga. Una conexión extraña llenó el ambiente. El joven quedó abstraído por alguna razón, hasta que por fin reaccionó. Le hizo señales, indicándole que estaba encerrado.
Esta chica, aparentemente menor que él, se acercó.
-¡Hola! ¿Podrías ayudarme? -gritaba Martinz desde el interior para que lo escuchara.
-¿Por qué te quedaste allí? -contestó ella.
-Eso es una larga historia. Necesito salir para llegar a una ponencia.
-Esta bien -aquella damita dejó sus cuadernos en el piso para colocar manos a la obra- ¿Qué debo hacer?
-Intenta empujar el tronco. Es lo que está trancando.
La chica intentó mover aquello pero su delgada complexión no le colaboraba en la tarea.
-No puedo -dijo sacudiéndose las manos.
-¡Anda! ¡Tú puedes! -la alentaba desde adentro.
Una vez más fue negativo el procedimiento.
-Lo siento, se me hace muy difícil. Habrá que buscar otra solución.
El estudiante se detuvo un momento a pensar. Una idea encendió su pensamiento.
-¡Ya lo sé! -se entusiasmó- Busca una rama gruesa y algo que sirva de punto de apoyo. Aplicaremos la ley de la palanca.
-Bueno -se perdió de la vista, en busca de los materiales que le había solicitado.
Se metió hasta en lo más profundo de los matorrales de las zonas aledañas, incluso se cayó en varias oportunidades, no estaba acostumbrada a estar entre esas áreas, pero por algún motivo quiso ayudar a aquel chico.
El merideño, aun esperanzado, deseaba que aquella jovencita llegara con lo necesario. Y se le cumplió el deseo.
-¿Esto sirve? -levantó a medias una gran rama casi recta y luego rodó una roca.
-¡Perfecto! Eso sirve. Ahora, coloca la roca cerca del tronco, dejando un pequeño espacio y por ahí introduces el palo.
-¿Así? -ella dudaba de lo que hacía, nunca lo había experimentado.
-¡Así mismo!
Ya estaba cuadrado todo.
-Ahora empuja hacia abajo con todas tus fuerzas -Alonso la animó.
Como pudo, la chica de cabellera crespa, comenzó a impulsar aquel material vegetal. Vio como la obstrucción se movía.
-¡Está sirviendo! ¡Está sirviendo! -no pudo contener su emoción.
Dejó de aplicar fuerza y el tronco se rodó a la posición inicial.
-¡Vamos! -Martinz aupaba desde su lugar- ¡Tú puedes! Vuélvelo a intentar.
La damita ya demostraba cansancio pero no desfalleció. Intentó, intentó e intentó hasta que al fin, aquel árbol, cedió.
Alonso abrió la puerta y salio a abrazar a su heroína. Ella sólo se sintió apenada por el momento y bajaba la mirada.
-¡Muchísimas gracias! -el merideño se mostró efusivo- ¡Me salvaste! Literalmente.
-No fue nada.
-Debo irme ya. Estoy muy retrasado -se iba alejando-. Te lo agradezco en el alma -sintió el impulso y corrió a abrazarla nuevamente para luego devolverse e ir en dirección al edificio A.
La jovencita sonrió con timidez y se quedó mirando a aquel chico.
Alonso era libre y corría por las escaleras casi volando. Terminó las escalinatas, giró a la derecha para dirigirse a la Cátedra Simón Bolívar pero se consiguió de frente al que menos esperaba.
-¡Profesor Hawking! -se sorprendió-. ¿Por qué está afuera?
-Lo siento, joven. Se acabó todo.
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