CAPÍTULO 51
Las palabras de Mark no dejaron de rondarme la cabeza los siguientes días. Mientras tanto, las horas pasaban lentas y pegajosas. Después de la última charla que había tenido con él, se había dado por vencido y había vuelto a establecer las reuniones de la LIF en sus dependencias, un lugar mucho más cómodo y adaptado. Aun así, estaba al tanto de todo lo que pasaba gracias a Sussie y a Jake, quienes venían a visitarme a diario. Así fue cómo me enteré de que todo el mundo estaba a tope. Tenían reuniones todos los días y, aunque el ánimo en La Rebelión estaba un poco alterado parecía, que estaban centrados en detener los planes del Gobierno de eliminar su sector. Pero... ¿cómo narices pensaban hacerlo? A la LIF le faltaban medios; Maggie y Eliot tenían que hacer todos sus movimientos a escondidas; y a la Rebelión... a la Rebelión le faltaba de todo. Todo aquello era un suicidio, sobre todo para los que vivían en el Sector 4, a los que el contador seguía corriendo. Pensar en ello no me dejaba dormir, eso y las palabras de Mark. Así que, pasados un par de días, hice la mochila y me encaminé nuevamente a coger la maldita línea de autobús que había creado mi padre y que ya no tenía dudas de que era un auténtico timo.
Por la noche, ya me encontraba frente a la puerta de la casa de Lena. Podía escucharla increpar a Tony por tirar al suelo las verduras que eran tan difíciles de conseguir en el sector, al chico quejarse de que había sido Tarzán el culpable del destrozo y al can ladrar, todo con el sonido de la tele de fondo. Seguía sorprendiéndome el alboroto y el descontrol que siempre había en la casa, aunque por otro lado también me gustaba. Sí, tenía que reconocer que su caos me resultaba atractivo.
Miré el botón del timbre todavía algo temeroso por lo que iba a hacer; a pesar de encontrarme allí, no había podido librarme de la sensación de pánico. Cogiendo una bocanada de aire para darme valor, lo apreté. El agudo sonido hizo que, por unos segundos, los habitantes de la casa se quedaran en silencio. No duró mucho, en seguida Tarzán comenzó a ladrar en dirección a la puerta, Tony a gritar que él abría mientras Lena le regañaba porque no se había terminado la cena. Sin embargo, el chiquillo consiguió su propósito porque fue quien abrió la puerta.
—¡¡Josh!! —gritó, abrazándose a mis piernas mientras Tarzán enloquecía alrededor nuestro.
Le revolví el pelo con cariño mientras intentaba calmar al perro. Lena me observaba un par de pasos atrás con un gesto de prudencia. No parecía enfadada de que me hubiera presentado allí, tampoco se la veía feliz, simplemente estaba atenta.
—¿Te vas a quedar? —me preguntó Tony.
Mis ojos fueron hasta Lena, que seguía en silencio.
—Sí —le contesté sin apartar los ojos de ella—, si me dejan.
Lena puso las manos en los hombros de Tony y dijo:
—Tony, llévate a Tarzán. Necesito hablar con Josh.
Tony nos miró con gesto preocupado, aun así acató la orden sin quejarse.
Cuando se marchó, un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Lena seguía observándome de aquella forma tan abierta que conseguía turbarme. Desde lo que le había pasado en los laboratorios, había cogido una seguridad desconcertante y fascinante a partes iguales. Al final, fui yo el primero que habló:
—¿Me puedo quedar?
—¿Por qué quieres quedarte? —preguntó ella como respuesta.
—Porque quiero estar con vosotros. Os echo de menos.
Se quedó unos segundos pensado, pude ver la duda en sus ojos. ¿Había llegado demasiado tarde? Una sensación de miedo revoloteó por mi estómago.
—¿Cómo puedo saber que no te vas a volver a marchar? —Negó con la cabeza—. No quiero confundir a Tony.
Agaché la cabeza y hundí mis manos en los bolsillos de mi vaquero. En realidad, no sabía si podría prometerle que no me volvería a marchar, pero sí que podía ser sincero.
—No lo puedes saber —murmuré, todavía con la vista en la punta de mis zapatos. Luego dije—: Creo que tenías razón. Lo que pasa es que es más fácil negarlo.
Volví a mirarla cuando un silencio se instaló entre nosotros. Estaba con los brazos cruzados; sin embargo, sus pómulos estaban ligeramente rosados. Luego, la comisura de sus labios se elevó y se echó a un lado para dejarme pasar.
—A mí también me ocurría. Luego pasó lo de los laboratorios y ahora veo todo de otra manera.
La analicé detenidamente. Su rostro delicado marcado por la cicatriz y esos ojos que me miraban con la misma determinación y seguridad que el día de la azotea. Esta vez entendí lo que me decía sin ninguna duda: Lena me amaba y no le daba miedo demostrarlo. Eso era lo que me decía sin tapujos. Me sentí muy afortunado porque alguien como ella se hubiese fijado en mí.
Al día siguiente, llevamos juntos a Tony al colegio. Tenía intención de acompañar después a Lena hasta las dependencias de La Rebelión. Me sentía con la necesidad de pasar todo el tiempo que pudiese junto a ella. Sin embargo, Lena se había levantado callada y taciturna. Al principio, lo atribuí a que había dormido mal; las noches en casa de Lena podían ser muy pesadas, sobre todo cuando cada día hacía más calor.
Cuando demostré mi intención de acompañarla, me frenó y me ordenó que me marchara a casa. Fruncí el ceño, molesto.
—Quiero estar contigo, y si tú vas a La Rebelión, yo también debería ir.
Miró a su alrededor preocupada, y yo hice lo mismo. El colegio de Tony era relativamente nuevo, si obviábamos que aquello había hecho que robaran buena parte de las ventanas y los columpios de los críos. Se encontraba en una de las calles principales, por eso era una calle bulliciosa; vehículos de reparto, pequeñas motos y coches oxidados recorrían la calle sin parar de pitar y dando volantazos; mientras que en las aceras hombres y mujeres andaban deprisa con la cabeza gacha encaminándose a sus trabajos. También se veían pequeños grupos de pandilleros riéndose, empujándose y, de vez en cuando, molestando a algún viandante. Todo aderezado con esa sensación de que te vigilaban tras las ventanas de los edificios. Vamos, lo normal en el Sector 4.
Después del repasó, Lena me agarró de la mano y me llevó a un pequeño callejón. Comprobó que estaba vacío antes de comenzar a hablar.
—Las cosas en La Rebelión no están nada bien. Los chicos están muy nerviosos por lo de La Limpia y... a lo mejor no ha sido muy buena idea que volvieras al Sector 4.
Mi rostro se ensombreció.
—¿Por qué? —Comenzó a estrujar sus manos y en su rostro se reflejó preocupación—. ¿Qué está pasando, Lena?
—Se ha corrido la voz por La Rebelión de que estás a favor de La Limpia.
Me quedé en silencio. Me traté de recordar quién lo sabía: Mark, Jake, Sussie y Lena. Nadie más que yo supiese.
—¿Cómo se han enterado?
—No tengo ni idea. Estoy intentado averiguarlo, pero tu actitud con ellos desde que los conoces no ha sido la mejor, así que... es bastante difícil hacerles cambiar de opinión. Por no olvidarnos que es verdad, algo que complica bastante las cosas —finalizó irritada.
La observé con detenimiento.
—¿Te molesta mi opinión sobre La Limpia?
Resopló, haciendo que varios mechones que se habían salido de su coleta volasen frente a su rostro.
—¡Joder, Josh! ¡Por supuesto que me molesta! —Se paseó frente a mí indignada—. ¡Me parece una auténtica monstruosidad!
Una sensación intranquila se arremolinó en mi estómago.
—¿Piensas que soy un monstruo? —pregunté despacio. Nunca me había importado la opinión que tenía la gente acerca de mí. Si les caía mal o bien era algo que, por lo general, me daba lo mismo. Por eso el malestar que sentí ante la posible respuesta de Lena me pilló desprevenido. Lena titubeó, lo que hizo que mi gesto se contrajera—. ¿Piensas que soy un monstruo, pero aun así me has dejado entrar en tu casa con tu familia y estás enamorada de mí? —pregunté con tono escéptico.
Su boca se abrió y sus mejillas se sonrojaron por el enfado.
—Sinceramente, no sé qué pensar de ti. Pareces bipolar; pasas de comportarte como un héroe a decir que hay que matar a media población. Y hay que ser una persona muy fría y cruel para decidir algo así.
Había dejado de mirarme para enfocar su vista en el suelo. Sus palabras se me fueron clavando una a una.
—¿Así es cómo me ves? ¿Cómo una persona cruel y fría? —Levantó el rostro para mirarme y pude ver la angustia que había en su interior, pero aun así no hice nada para consolarla, demasiado dolido por sus palabras. No dijo nada; en lugar de eso, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Me acerqué hasta ella y la susurré—: Tiene que ser horrible desear a alguien que es tan repugnante como yo, ¿verdad? Alguien tan mezquino. Seguro que por las noches no duermes.
—Déjalo, Josh —murmuró de forma agónica.
Apreté los labios y me separé de ella. De los ojos de Lena ya se habían escapado las lágrimas y su rostro brillaba húmedo. Negué con la cabeza.
—No debería haber venido —murmuré mientras negaba con la cabeza. Luego me di la vuelta decidido a marcharme, pero antes de salir del callejón la miré por encima del hombro y dije—: Tu problema, Lena, es que siempre has querido salvar a todo el mundo y aveces no se puede. No me puedes salvar a mí ni puedes salvar a los Sectores 4 y 5.
Durante el camino de vuelta a casa de Lena, sentía cómo me latía la cabeza por el enfado y el malestar. Había sido un estúpido por creer que lo nuestro funcionaría. Lena estaba mejor sin mí y yo sin ella.
Cuando llegué a casa, me encontré con Rose cocinando. La saludé sin mucha efusividad y recogí la mochila que había dejado en un rincón la noche anterior. Había dormido en el colchón inflable mientras Lena dormía en el sofá. Me había pasado toda la noche deseando acariciarla, pero sabía que necesitábamos nuestro tiempo, pensar en todo lo que estaba ocurriendo y aclararnos. Bueno, desde luego, ya no iba hacer falta porque no me apetecía estar con una persona que tenía una imagen tan mala de mí. Iba a echar de menos todo aquello, en especial a Tony y Rose. Miré con melancolía el recinto y me despedí de Rose dándola un beso en la mejilla. Ella me sonrió de forma dulce antes de desearme una buena jornada. Me dirigí a la puerta cuando esta se abrió de golpe.
—Tú no te vas a ningún lado —ordenó Lena, poniéndose frente a la puerta.
Un gruñido se escapó de mi garganta antes de decirla de forma seca:
—Quítate.
—No. —Cruzó los brazos en su pecho.
—Será mejor que me vaya a echar un rato al cuarto —dijo Rose detrás de mí.
—No, mamá —dijo Lena—. Nos vamos nosotros al cuarto.
Antes de que me diese cuenta, Lena me había agarrado de la muñeca y tiraba de mí hacia la habitación. Sin embargo, parecía que se le había olvidado el pequeño detalle de que yo era más pesado que ella, y moverme no era tarea fácil si yo no quería. Así que su tirón se quedó en eso. Suspiró.
—Por favor —me suplicó.
Estaba muy dolido con ella, aun así no pude evitar ceder a su petición y me deje llevar al cuarto.
Cuando cerró la puerta tras de mí, me sorprendió ver que echaba el cerrojo; pues sí que le daba miedo que huyera.
—¿Qué haces...?
—Te quiero porque detrás del muro de persona gruñona en el que te escondes, eres bueno, dulce y leal. Me encanta cuando te relajas porque eres muy divertido y te sale un aire granuja que me vuelve loca. —Su rostro estaba escarlata, pero aun así no apartó la mirada—. Y sí, también me horroriza que estés a favor de La Limpia. Me da rabia porque haces creer a todo el mundo que es porque eres un elitista, y sé que es mentira. He vivido contigo lo suficiente para saber que las clases sociales te dan igual y que puedes vivir sin problemas tanto en el Sector 2 como en el 4. Por eso no lo entiendo. No me entra en la cabeza por qué estás a favor de algo tan siniestro.
Tenía su rostro muy cerca y su respiración agitada me acariciaba. Tragué saliva .
—No me gusta ser el malo de la película.
—¿Qué es lo que te obliga a serlo? ¿Qué es peor que una masacre como la que pretende el Gobierno para que no te niegues a ella?
Seguí observándola, sintiendo el latido de mi corazón fuerte.
—No puedo decírtelo —susurré con el estómago en un puño.
—¿Por qué no? Puedes confiar en mí. —Habló tan bajo como yo, como si alrededor nuestro hubiese alguien que nos pudiese oír.
—Te matarían. Como hicieron con ella —dije dirigiéndome a la puerta. Lena me cortó el paso y colocó sus manos en mi rostro para obligarme a mirarla.
—Me temo que mi situación frente al Gobierno ya está comprometida. Si me capturasen estaría condenada igualmente.
Cerré los ojos. Luego me aparté de su caricia y me pasé la mano por el cabello. Volví a mirarla.
—La Ciudad se muere.
—¿Qué?
—Cuando me arrestaron, estaba trabajando para unas instalaciones eléctricas del Gobierno. Era un puesto muy bueno, quizá demasiado para alguien tan joven. O eso decían. Ese día quería terminar antes para darle una sorpresa a Bea y poder acompañarla para elegir el catering de la boda. Así que me salté el protocolo y decidí que, en lugar de que mi jefe viniese a ver el trabajo, sería yo el que me acercaría a mostrarle las reformas que creía más convenientes. En ningún momento pensé que aquella pequeña variación en la rutina fuera a ser el mayor desastre de mi vida. Él no se encontraba en su despacho cuando entre, pero sí que había unos documentos en las pantallas. Al principio no entendí qué eran. Hasta que reconocí las torres. Las habían nombrado Sector 0. —Los ojos de Lena brillaron al reconocer el nombre. Sonreí de forma cansada—. La verdad es que es un nombre muy acertado porque gracias a ellas el resto de los sectores existen. Son las que proporcionan energía a la Ciudad. —Lena me miró confundida y me di cuenta de que quería comentar algo. No la dejé. Ya que había comenzado a hablar, necesitaba soltarlo todo—. En los planos no solo aparecían las torres. Podía verse lo que hay debajo de ellas. Lo que las alimenta. El acuífero sobre el que está asentada La Ciudad.
Me quedé en silenció unos segundos, recordando los planos.
—¿Un acuífero? —preguntó Lena sacándome de mis recuerdos.
Afirmé con la cabeza.
—Sí. Es el que alimenta a la Ciudad. ¿Nunca te has preguntado cómo es posible que esta Ciudad sobreviva en medio de la Nada?
—¿Por las lluvias? —preguntó. La sonreí y negué con la cabeza.
—Las lluvias que hay son tan escasas que prácticamente todo el agua que proviene de estas es absorbido por la propia tierra. No. Se mantiene gracias a ese acuífero, pero es como todas las cosas que son limitadas —dije alzando los hombros—, si no se rellena, se acaba agotando.
—¿Nos estamos quedando sin agua? —preguntó. Volví a afirmar con la cabeza.
—Si seguimos a este ritmo, en veinte años no quedará ni una gota en él. Somos demasiados. Si no reducimos la población... la ciudad va a desaparecer.
Lena me observaba con la boca entreabierta. El color rojizo que había teñido sus pómulos hacía apenas unos segundos había desaparecido para ser sustituido por una palidez mortecina. Apoyó una mano en la puerta para sostenerse.
—Ahora dime. ¿Tú qué harías? ¿Condenar a una parte de la Ciudad o a toda ella?
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