CAPÍTULO 15

Notaba una ligera presión en el pecho que hacía que me costase respirar. En un principio pensé que se trataba de la angustia que me había perseguido los últimos meses. Sin embargo aquello no podía ser, ya que tenía calor propio y cuatro patas que se me clavaban. Ese pensamiento hizo que abriera un poco los ojos. Dos faros amarillos pegados a mi cara me observaban con atención. Un grito salió de mi garganta a la par que lanzaba al animal lejos de mí. El gesto me recordó que mi cuerpo no estaba para movimientos bruscos.

—¿Qué coño es eso? 

Una risa suave detrás de mí hizo volverme. Era la madre de Lena. «Rose» pensé recordando que lo había leído en los informes que teníamos de Brittany, el seudónimo de Lena como peón.

 Estaba amasando algo encima de la barra que separaba la cocina del pequeño salón.

—Es Peter Pan —dijo sin parar su actividad.

—¿Peter Pan?

—Sí, el gato de Tony.

—¿Tiene un gato y un perro? —pregunté con incredulidad. 

—Sí, al chico le encantan los animales. 

«Vaya» pensé, «así que a Tony le gustan los animales». Lo cierto era que apenas conocía al muchacho. La situación que vivimos hacía seis meses no fue normal. Me incorporé y observé a la bola gris que me miraba con desconfianza desde el otro lado del salón.

—Lo siento, Peter Pan. Me has asustado. —El gato se sentó, bostezó y comenzó a limpiarse una pata—. Supongo que eso quiere decir que aceptas mis disculpas. 

Dejé de prestar atención al felino para fijarla en Rose. Estaba concentrada en su tarea mientras canturreaba algo en bajo. Se parecía mucho a Lena y aunque tenía arrugas junto a los ojos y varios mechones de pelo blanco seguía pareciéndose a la mujer que vi en la foto la última vez que estuve allí. Recorrí mi vista por el salón en su búsqueda hasta que la encontré junto a la televisión. Durante aquella inspección algo llamó mi atención. Todo estaba muy tranquilo. Demasiado.

—¿Dónde está todo el mundo?

—Lena se ha ido a trabajar y Tony está en el colegio —contestó sin dejar su actividad.

—¿Y Tarzán? 

Fue pronunciar su nombre y un aullido resonó al fondo de la casa. Rose se rio de la misma forma suave. 

—Lo encerró Lena en el cuarto para que no te despertara. Estuvo llorando al principio hasta que desistió, parece que ya se ha dado cuenta de que estás en pie. —Otro aullido desgarrador salió del cuarto.

—¿Cómo es que no me enterado de nada? —La pregunta iba dirigida a mí mismo, por eso me sorprendió escuchar la respuesta de Rose.

—Estabas agotado. —Dejó sus quehaceres y me miró—. Me ha dicho Lena que tienes un brazo mal. He preparado un par de compresas calientes, ven.

Me hizo un gesto para que me sentara en un taburete frente a ella. Acatando su orden me acerqué. Cuando me senté repitió el mismo gesto de la noche anterior, cogió mi rostro con ternura.

—Te hemos echado mucho de menos, cariño. Por fin estás con nosotros —dijo mirándome con tanto amor en los ojos que me hizo sentir incómodo.

—Sí, señora —murmuré sin saber qué decir. No sabía por qué, pero la madre de Lena me ponía nervioso. 

—Lena necesita tu ayuda. —Mi incomodidad pasó a un plano secundario para prestar toda mi atención a la mujer. Todo lo que tuviese que ver con Lena me interesaba—. Tiene demasiadas cosas. Tony es un amor, aunque también tiene mucha energía. Se parece a ti, ¿sabes? —Tragué con dificultad y observé sus ojos castaños. ¿A qué se refería?—. Tú eras igual a su edad, además de que tenéis los mismos ojos. El carácter es más parecido al de Lena, esa cabezonería es suya, pero el físico se asemeja más a ti. —Me quedé totalmente inmóvil escuchándola. Me di cuenta que Rose me estaba confundiendo con alguien que no era.

—Señora —volví a murmurar en un intento de sacarla de su confusión mientras retiraba con suavidad sus manos de mi rostro—, creo que...

—Vuestro padre estaría muy orgulloso de vosotros, Hugh —dijo interrumpiéndome—. Nunca lo olvides.

Un frío aterrador se instaló dentro de mí. La madre de Lena me confundía con su hijo, el mismo hijo que vi morir hacía ocho meses. Volví a tragar completamente en shock. Conocía —por los informes— la situación familiar de Lena y que su madre sufría depresión crónica, sin embargo, aquello era otra cosa, algo mucho peor. Tenía que hablar con Lena

No supe cómo actuar, así que cuando escuché otro aullido de Tarzán decidí escaparme e irle a ver. 

En cuanto Tarzán me vio se volvió loco. Ese perro tenía un exceso de energía. Después de unos cuantos saltos para alcanzar mi cara salió corriendo por la casa. Dio varias vueltas hasta que me puse serio y le regañé, entonces se calmó y se dedicó a destruir uno de sus juguetes. 

Una vez estuvo distraído, Rose me obligó a sentarme para ponerme el bálsamo y las compresas en el brazo. Intenté negarme, no quería que me confundiese con su hijo, pero la mujer no desistió. La verdad era que sus cuidaros calmaron el dolor latente del hombro. 

El resto del día fue más tranquilo. No tenía el cuerpo en plena forma, pero había dormido bien. Si lo pensaba detenidamente era la primera noche que dormía del tirón desde hacía mucho. Así que sentía la mente renovada. 

La primera hora la pasé tumbado en el sofá mirando el techo, demasiado desconcertado con mi nueva condición y la de mi familia. Nada había salido como lo planeé. Estar fuera de La Organización me preocupaba aunque lo que realmente me angustiaba era la situación de Sussie y Jake, en especial la de Sussie, que seguía con un perfil falso creado por La Organización, un perfil inestable y poco seguro. Tendría que buscar una solución en el mercado negro, lo cual era peligroso ya que siempre te podías encontrar con sorpresas desagradables. 

A pesar de mi intranquilidad nunca había sido una persona que se quedaba parada meditando, en general pensaba mejor cuanta más cosas tenía en la cabeza. Así que en cuanto descubrí que Lena no se había llevado mi ordenador —no sabía si por un despiste o por falta de interés— decidí ponerme a trabajar.

En casa de Lena no había internet, eso me obligó a dejar de lado el problema de los perfiles y centrarme en toda la información que tenía de los laboratorios que no había podido estudiar durante aquel último mes.

Los cortes de luz y agua eran más frecuentes de lo que recordaba. Por suerte Rose era previsora y mantenía siempre llenas las garrafas y el bidón del baño. Lo que nos permitía estar abastecidos sin problemas. Sin embargo los cortes de luz eran otro tema. Cada vez que se producía uno el pequeño aire acondicionado que tenían en el salón —y que ya de por sí funcionaba bastante mal— se paraba. Era entonces cuando la casa empezaba a calentarse volviéndose el aire espeso y sofocante. Concentrarse con aquel ambiente me resultaba imposible y me obligaba a levantarme continuamente para refrescarme. En cambio al resto de los habitantes de la casa parecía no afectarles. Rose continuaba como si nada con sus quehaceres en la cocina mientras que los animales permanecían tumbados a la espera de que la electricidad volviese y se refrescase el aire. Y estábamos a principios del Verano, no quería ni imaginarme cómo debía de ser aquello en los meses más calurosos del año. Debía de ser inhumano. ¿Cómo podían vivir así?

A las cuatro de la tarde Tarzán comenzó a ponerse nervioso. Empezó a lloriquear y a ir de un lado para otro.

—¿Qué le pasa? —pregunté sin saber qué hacer.

—Pronto llegará Tony. 

Pocos minutos después la puerta se abrió y un Tony parlanchín entró por ella. Al principio pensé que hablaba solo pero luego vi cómo entraba tras él Alex. La alegría de ver al chico se marchitó en un segundo. ¿Pero este tío no vivía en el Sector 3? Tarzán volvió a su ritual de saltos y lametazos, Peter Pan desapareció y Rose se acercó para besar al niño. Luego obligó al enorme de Alex a que descendiera hasta su altura para sujetarle la cara con el mismo cariño con que lo había hecho conmigo y plantarle dos besos mientras le decía: «Me alegro tanto de que estés aquí, te hemos echado de menos». Aquello hizo que arrugara el entrecejo con preocupación. Tenía que hablar con Lena. Alex la miró impasible.

Entre los ladridos y saltos de Tarzán, Tony se acercó a mí y se me abrazó. Como la noche anterior hablaba sin parar y yo seguía sin entender nada. Lo único que comprendí fue:

—Te voy a presentar a un amigo. —Y tirando de mi brazo me acercó hasta Alex—. Josh, esté es mi amigo Alex.

Mis ojos se posaron en los ojos sin vida de Alex. Intenté encontrar algo en ellos, quizás irritación porque yo estuviese allí; o por tener que ocuparse de un niño de seis años; o porque la madre de Lena le hubiese confundido con su hijo. Sin embargo no vi nada, solo que eran grises. 

—Sí, ya nos conocemos. ¿Qué hay, Alex? —pregunté haciendo un gesto con la cabeza a modo de saludo. Alex me respondió al gesto. 

Nos quedamos en silencio observándonos mientras a nuestro alrededor continuaba el barullo; Tarzan había dejado de insistir en lanzar lametazos a Alex que era demasiado alto y había ido a por una víctima más accesible: Tony. Este reía y hablaba sin parar dando ordenes a Tarzán que ignoraba de igual forma que las de Lena. 

 Analicé a Alex. La confianza que tenían con él tanto Lena como Tony me preocupaba. 

—¿Dónde está Lena? —pregunté seco.

—Trabajando en las oficinas. Me pidió que fuera a buscar a Tony a clase.

Sí, y no entendía que le pasaba a Lena por la cabeza para permitir que Alex, un asesino sin escrúpulos, fuera a buscar a un niño de seis años al colegio. ¡Si debería de tener prohibido el acceso a ese tipo de instalación! Definitivamente, tenía que hablar con Lena.

—¿No vives en el Sector 3? —pregunté algo irritado.

—Sí —contestó con su parsimonia. 

Rose apareció junto a nosotros y con el amor que parecía manar de ella sonrió a Alex. ¿Es que nadie se daba cuenta que sus ojos no tenían vida? 

—¿Te vas a quedar a merendar, cielo?

—No, señora. Tengo que volver a las oficinas. 

La mujer asintió con la cabeza mientras posaba con cariño una de sus manos en su rostro. No lo entendía. Tony también se despidió de él con una amplia sonrisa y Tarzán intentó una última vez alcanzar su rostro para chuparlo. Alex no perdió los nervios ante este ataque generalizado de afecto. Dijo un simple adiós y desapareció por la puerta.

La tarde se pareció a la mañana, con la única diferencia de que estaba Tony. Después de que terminase de merendar —lo cual me pareció un completo milagro ya que no paró de hablar— nos instalamos en la barra de la cocina para trabajar, Tony con sus deberes y yo con mi ordenador. ¡Madre mía, aquel muchacho no cerraba la boca ni un segundo! Era imposible seguirle. Solo conseguí entenderle partes de la conversación: como que tenía una amiga que se llamaba Sarah; que el mes pasado fue su cumpleaños y cumplió siete años; que Alex le había hecho una figurita con sus cuchillos —tenía que hablar con Lena—; que en el colegio la señorita Dawson le había regañado por hablar y que había sido injusto —lo dudaba seriamente—; que Lena no le dejaba ir solo al colegio a pesar de haber cumplido siete años... Y así una infinidad de cosas, una tras otra. Me estaba poniendo la cabeza como un bombo. Estaba acostumbrado a la gente charlatana, mi hermana hablaba sin cesar, pero Tony era peor porque no conseguía terminar una historia que ya estaba con otra que no tenía nada que ver. 

Rose indiferente a nosotros veía la televisión en un tono muy bajito con Peter Pan en sus piernas mientras Tarzán estaba a los pies de Tony a la espera de que alguna miga se cayese de la mesa. La cabeza me latía con fuerza y el continuo parloteó de Tony no ayudaba. Después de leer cinco veces el mismo párrafo sin enterarme, no pude más.

—Tony. —El muchacho por primera vez en toda la tarde se calló para prestarme atención. «Que paz».

—¿Qué? 

—Cállate. 

La orden me salió tajante. El muchacho me miró con sus grandes ojos pardos entre sorprendido y confuso. «Mierda» me regañé a mí mismo frunciendo el ceño con preocupación. Había sido muy borde. Le observé temeroso del berrinche que podía venir a continuación. No tenía mucha experiencia con niños, si bien estaba seguro que no era muy habitual hablarles así. Para mi sorpresa el muchacho afirmó con la cabeza y se centró en el cuaderno donde estaban sus ejercicios. Suspiré aliviado.

Pasado un rato sentí un ligero tirón en la manga. Miré a mi compañero.

—¿Te puedo contar lo que me ha pasado hoy con la señorita Dawson?

—¿Has terminado los deberes? —le pregunté igual de serio que cuando le mandé callar.

—No.

—Entonces no. —El muchacho volvió afirma solemne y se centró en sus ejercicios.

Una hora después un nuevo tirón en la manga llamó mi atención. Tony me volvió a preguntar pero esta vez con los ejercicios terminados, así que le di permiso para hablar. Presté atención a lo que me contaba y no solo me di cuenta de que era interesante sino que además conversaba de una forma más calmada y sin pasar de un tema a otro como había hecho antes. 

 Disfruté de la compañía de Tony por la tarde. Después de realizar sus deberes y contarme más tranquilo sus anécdotas del colegio, estuvimos jugando con sus juguetes. Tarzán tuvo dos intentos de vandalismo canino, —uno tuvo éxito y arruinó uno de los zapatos del niño— pero el perro atendía bien a las ordenes secas. Estaba convencido de que podía ser educado, tan solo necesitaba algo de disciplina. Disciplina que comprendí que no existía en esa casa cuando me encontré a Peter Pan encima de la encimera de la cocina husmeando la masa que había preparado Rose. 

Al final de la tarde Tarzán estaba más nervioso y le tuve que regañar en más ocasiones. Ese nerviosismo parecía difundirse por el resto de los habitantes de la casa: Tony volvió a su charla cargante sin control; Peter Pan se obcecó con descubrir qué era lo que no le dejaba oler en la encimera; y Rose en varias ocasiones me llamó Hugh. Aquella casa era de locos. 

Cuando ya creía que me iba a dar un ataque de corazón, Lena apareció como un relámpago, dio las buenas noches igual de rápido y desapareció con Tarzán. Con la partida del perro la casa se relajó... menos Peter Pan que seguía insistiendo. Ya más tranquilo Tony lo cogió y lo mantuvo en sus brazos. El gato curiosamente no se quejó y se relajó olvidando su objetivo. Me había dado cuenta de que Tarzán era especial con Tony y parecía que Peter Pan también. Al muchacho se le daban bien los animales. Así que le pregunté sobre ellos. Me contó que los había rescatado. Tarzán lo encontró vagando perdido un día que se dirigía al colegio y Peter Pan en la azotea encerrado con una pata herida.

Dos horas después la puerta de la calle se volvió a abrir. Tarzán en seguida se acercó a mí corriendo que estaba sentado en el sofá viendo la tele. Paró de golpe al comprobar que Peter Pan estaba en mis piernas. Me miró unos segundos indeciso antes de marcharse corriendo hacia la habitación.

—Vale, ya sé quién manda en esta casa. —Peter Pan me miró con su indiferencia y siguió disfrutando de las caricias.

Dejé de prestar atención a los animales para observar a Lena que dejó un par de bolsas encima de la barra. Llevaba todo el día con ganas de verla y hablar con ella. Aparté con cuidado a Peter Pan y me fui junto a ella. Comencé a ayudarla a sacar las cosas de las bolsas. Al parecer había aprovechado el paseo de Tarzán para hacer la compra. Me miró de refilón recelosa. Estaba incómoda, no sabía si por lo cerca que estábamos o por hacer algo sin su permiso.

—¿Llevan mucho en la cama? —preguntó en un murmullo. 

—Media hora —dije también en un tono bajo—. Creo que todavía están despiertos porque hasta hace unos minutos he oido a Tony hablar.

Vi cómo afirmaba con la cabeza.

Sin decir nada más se fue a la habitación. Escuché como conversaban. Mientras tanto me dediqué a organizar el contenido de las bolsas. La gran mayoría eran productos enlatados: legumbres, tomate, fruta en almíbar, carne en salsa... También había cereales, pasta, arroz y leche en polvo. Nada fresco.

Cuando Lena regresó ya había guardado todo. La observé apoyado en la barra. Se estiró la espalda y el cuello permitiéndome deleitarme unos segundos con su cuerpo delgado antes de comenzar a recoger los juguetes que Tony había dejado esparcidos por el suelo. Durante su proceso descubrió el zapato mordido y farfulló una maldición antes de continuar. Se la veía cansada a pesar de que seguía haciendo tareas de forma automática.

—¿Por qué no dejas todo y te vas a dormir? Estás cansada.

—No, estoy bien y si no lo hago Tarzán cogerá de nuevo cualquier cosa y la romperá.

—No lo haría si lo educases —declaré de forma brusca. 

Vi de qué manera sus hombros se tensaron. Era consciente de que no era el mejor momento para comentarlo, pero me exasperaba ver a Lena tan cansada y eso hacía que mi tacto se esfumase.

—Estoy en ello —gruñó sin dejar su actividad.

—Quizás si no estuvieses todo el día fuera iría mejor.

—Josh —dijo en un tono contenido—, estás aquí porque no había otro sitio donde podías ir. No me hagas recordártelo constantemente.

Fruncí el ceño molesto por su amenaza. Aun así intenté relajarme, para mí tampoco había sido un día fácil, pero quería hablar con ella y si seguía por ese camino solo acabaríamos discutiendo. Me agaché con dificultad junto a ella y comencé a ayudarla pensando cómo entablar una conversación sin que acabásemos tirándonos los trastos a la cabeza.

—Déjalo, Josh, tú eres el que debería de estar descansando —murmuró irritada.

—Te voy a ayudar, así que deja de gruñir. —Sus ojos se posaron en mí. La sonreí intentando romper la tensión que había entre nosotros, solo conseguí que apartara la vista molesta. Sin perder la esperanza, decidí probar otra estrategia—. He conocido a Peter Pan.

De refilón vi cómo sus labios se elevaban ligeramente.

—Yo creo que en realidad es Wendy. —Observé al gato que seguía durmiendo encima del sofá.

—¿Y por qué no se lo has dicho a Tony?

—Es complicado —dijo de forma meditativa.

No entendía que podía tener de complicado decirle al chico que su gato era gata, sin embargo quería hablar de otras cosas más importantes que del sexo de un animal.

—Lena, tu madre...

—Lo sé —me cortó.

—Creo que debería ver a un profesional. 

La risa de Lena me pilló desprevenido. 

—¿Dónde crees que vivimos, Josh? —me preguntó dejando por fin su actividad para mirarme con esa frialdad tan impropia de ella—. Esto es el Sector 4. Despierta.

Su respuesta dolió. No tenía claro si por el desprecio que había en su mirada o porque tenía razón. ¿Qué sabía yo del Sector 4?

—Entonces... —Me aclaré la garganta para darme ánimos—. ¿No hay médicos en el Sector 4?

 Volvió a reírse, aunque esta vez de forma cansada. Me sentía como un estúpido.

—Sí que los hay. No son como los del Sector 2, de eso estoy segura, pero hay. El problema es que no los puedo pagar. 

Me quedé observándola sin decir nada. No había pensado en aquello en ningún momento. ¿Cómo podía ser tan idiota? Yo nunca había tenido problemas económicos, no era un problema muy normal en el Sector 2. Siempre tuve a alguien que me respaldase, al principio fueron Sussie y Jake. Luego entré en La Organización y fue esta la que me mantuvo... hasta ahora. Pero Lena no tenía a nadie con quien contar. Nadie a quien recurrir.

—Deja de mirarme así —dijo—. No necesito tu compasión. Ahora vamos a dormir. Hoy te toca el suelo a ti.

Y sin darme tiempo a rebatir si quería o no finalizar la conversación Lena desapareció en el baño. Todavía tenía cosas que hablar con ella pero me temía que la noche podía acabar muy mal si continuaba insistiendo. Preparé mi cama y me tumbé en ella mientras mi cabeza daba vueltas a ese pequeño y minúsculo problema nuevo que se había añadido a mi lista de preocupaciones: el dinero.

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