CAPÍTULO 11

La siguiente reunión que tuve con Anderson fue esa misma semana en una cena mucho más intima. Tan solo participamos Anderson, Matthew, Marian y yo. A Marian la tenía ganada y Matthew no fue complicado llevarlo hacía mi terreno. Era un completo sádico y cuando manifesté mi acuerdo de tener mano dura con cualquier rebelión contra el Gobierno conseguí su apoyo. Fue una cena escueta, más parecida a un encuentro entre amigos que una reunión de negocios. Tuve la impresión de que Anderson la organizó para analizarme y ver cómo reaccionaban sus compañeros conmigo. No debió de ir mal porque me invitó a la siguiente que sería en un mes. En ningún momento durante la reunión se comentó nuestra visita al Sector 1 pero tenía esperanzas de que así fuese en la siguiente.

Parecía que mi objetivo de destruir al Consejo se acercaba y aquello había conseguido animarme aunque en lo personal todo seguía igual. Tania me manipulaba a su antojo y Aron seguía desaparecido, lo que me impedía solucionarlo. Sin embargo aquella noche Tania había permitido que me fuera a casa antes. Era un respiro y pensaba aprovecharlo para seguir estudiando todo el embrollo político que existía en el Gobierno. Cuanto más profundizaba en él más comprendía porque nunca había un cambio real, todos los partidos y todos los políticos —fueran de un lado u otro— me llevaban a una misma persona: Anderson. Lo cual demostraba que el Gobierno estaba completamente manipulado. 

Seguía sumergido en mi lectura bebiendo una copa cuando el timbré de la puerta sonó. En el lado izquierdo de mi monitor se abrió una pantalla donde apareció Tania con dos chicos. No los reconocí. Suspiré frustrado, había estado casi seguro de que hoy no me molestaría. Era posible que quisiera que fuera con ella a una fiesta o presentarme a dos nuevos contactos. Daba igual, porque aquello suponía dejar el momento de tranquilidad para hacer mi teatro. Y era muy posible que al final de la noche quisiera que la pasáramos juntos. Se adueñó de mí el asco. Cada vez me costaba más fingir y mantener la mente ausente. Me temía que dentro de poco todo se iba a desmoronar y no iba a ser capaz de tener relaciones con ella y entonces... Me borré la idea de la cabeza, seguiría haciendo lo que debía hacer hasta que derrocase al Consejo y mi familia estuviese a salvo. Ya estaba cerca de ello. 

Ignoré la llamada. Sussie y Jake estaban en casa así que ellos se encargarían de abrir y así yo tendría unos minutos más de paz. 

Me recosté en mi silla y bebí con calma de la copa hasta que empecé a escuchar algo de barullo en el salón. Mi ceño se frunció cuando las voces comenzaron a elevarse. ¿Qué estaba pasando?

La imagen que encontré al llegar al salón me dejó helado. Uno de los acompañantes de Tania estaba apuntando con un arma a la cabeza de Jake mientras que Sussie lloraba asustada detrás de él.

—¿Qué pasa aquí? —dije saliendo de mi bloqueo.

Cinco pares de ojos se posaron en mí.

—¡Lárgate, Josh! —gritó Jake a la par que cogía el brazo de su oponente para desviarlo. 

El sonido del disparo retumbó en la habitación haciendo que todos reaccionaremos. Sussie gritó mientras Jake se enzarzaba en una pelea con su contrincante. El otro chico que acompañaba a Tania se abalanzó sobre mí. Conseguí golpearle antes de que me diera pero perdí mi atención en Tania. En cuando me giré el cañón de su arma me apuntaba directamente a la sien.

—Dile a Jake que se detenga —me ordenó.

—Jake, basta.

En el acto paró su pelea. No se podía decir lo mismo de su contrincante que aprovechó para golpearle con fuerza. ¿Quién cojones se creía? Aquello no era normal.

—¡Ya está bien! Dile que pare —exigí a Tania que contemplaba la escena sin inmutarse. Dio una orden y el chico cesó los golpes.

Durante unos segundos solo se oyeron las toses de Jake y el llanto de Sussie junto a él. Continuaba todavía desconcertado cuando Tania dijo:

—Josh, quedas arrestado por traición.

—¡¿Qué?! —conseguí articular antes de que hiciera un gesto al chico con el que había luchado para que me sujetase los brazos.

—Se te juzgará en función de tus delitos.

—¿De qué hablas? 

¿Qué era todo aquello? ¿Qué estaba pasando? Intenté removerme para soltarme del agarré. El chico era fuerte, estaba seguro que no se trataba de un miembro del Sector 2, probablemente fuera un peón. Aquello me generó más dudas. Sin embargo todas mis preguntas quedaron a un lado cuando vi cómo el otro acompañante esposaba a Jake. La sangre en mi cabeza comenzó a retumbar con fuerza. Me revolví de forma más violenta, hasta que sentí un fuerte impacto en el hombro. El latigazo de dolor me recorrió el brazo frenando mis movimientos. Tania me había golpeado en la cicatriz. 

—No empeores las cosas —dijo acercándose a mi rostro.

—Tania —dije desesperado—. Sea lo que sea que ha pasado, Jake no tiene nada que ver.

Me miró con una furia que nunca había visto en ella. No entendía qué era lo que ocurría, aunque sin lugar a dudas era algo malo, muy malo.

—Los que defienden a los traidores son traidores. 

—No ha defendido a un traidor, ha defendido a su familia. Por favor, Tania, no sé qué ha pasado, pero Jake no tiene nada que ver. Por favor —volví a suplicar.

Hizo un gesto al muchacho que sujetaba a Jake. El chico lo soltó.

—Más vale que no se te ocurra hacer ninguna estupidez si no quieres acabar arrestado como Josh —le amenazó. Mi mirada se cruzó con la de Jake y le supliqué que parara. Pude ver lo mucho que le costaba contenerse, aun así aceptó mi petición con un movimiento de cabeza—. Vigílales mientras voy a revisar su cuarto —ordenó Tania al chico. Este desenfundó su arma—. Tú —dijo al que me tenía sujeto—. Tráelo, lo necesitaremos para abrir la puerta de su cuarto. 

Me llevó a arrastras hasta mi habitación. Nada más abrirla Tania me empujó a un lado de malas maneras. Luego comenzó a revisarlo tirando todo al suelo mientras el peón me vigilaba. 

Una vez acabó, cogió mi ordenador, un par de dispositivos más y nos marchamos. Antes de salir de la casa pude despedirme de Sussie y Jake. Sussie me abrazó llorando desconsolada. Intenté convencerla de que aquello era un malentendido. A Jake le pedí que cuidara de ella. 

Volvía a ser un prisionero, sin embargo esta vez no era un prisionero del Gobierno, lo era de mi propia familia: La Organización.

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—¿Cómo les pasas la información de nuestros peones?

—No les paso ninguna información —contesté sintiendo de qué manera una gota de sudor recorría lentamente mi frente hasta llegar a mi mejilla.

—No lo voy a volver a repetir —dijo Aron enfadado. Me observó amenazador. Intenté incorporarme para corresponder a su mirada, no fue una buena idea. El golpe por parte de Aron no me lo esperaba, para eso estaba el peón que, por cierto, estaba haciendo muy bien su trabajo. 

Nos encontrábamos en una de las habitaciones que usábamos como celdas en la sede principal de La Organización. En realidad nunca las utilizábamos ya que era muy raro que hiciesen prisioneros, por lo general cuando había problemas con alguna persona solían mandar a un peón para que se ocupase de él. Esta era la segunda vez que entraba en una, la primera fue cuando encerraron a Lena. Me hizo gracia que fuera ella la primera persona en la que pensé, sobre todo porque justamente ella era el motivo de mi encierro. 

Al parecer la ausencia de Aron se debía a las investigaciones que estaban haciendo en la Zona Sur sobre el nuevo grupo del Sector 4. Habían hecho una búsqueda de información sobre los nombres que encontraron. Así descubrieron dos cosas que apuntaban hacia mí. La primera que el nombre de Hannah Bennet pertenecía a un perfil creado por La Organización y que había sido cogido por el lector registrado a nombre de Joshua Coleman. Nunca vi necesario borrar mi huella tras de mí con más ahínco porque siempre pensé que Lena lo usaría de forma temporal. Un grave error. Segundo que Alexander Cranston había sido uno de los peones más importantes de la Zona Este que se encontraba a mi cargo. Así que Aron solo había sumado dos más dos y dedujo que yo era un traidor y que formaba parte del grupo del Sector 4. Solo que yo no tenía nada que ver con ellos, pero ya había perdido por completo mi credibilidad.

Tosí un par de veces intentando que el aire volviese a entrar en mis pulmones. Apenas me había recuperado cuando otro golpe en el estómago hizo que me doblase en dos. El peón que me sujetaba las manos a la espalda me obligó a incorporarme para recibir el siguiente golpe en el brazo izquierdo, donde tenía la cicatriz. El dolor fue tan intenso que me dieron un par de arcadas. La sentía arder, había sido una de las zonas más maltratada.

Aron se acercó a mí para hablarme al oido. Su frente estaba perlada de sudor y sus ojos brillaban con furia.

—Te acogí como si fueras un hijo, te di la mano de lo que más aprecio en este mundo y una oportunidad única de progresar en esta Ciudad, ¿y cómo me lo has pagado? Con tu traición. —Su respiración agitada me golpeó en la mejilla—. Vas a contarme todo si no quieres sufrir como nunca has sufrido. La tortura del Gobierno te parecerá una broma en comparación con lo que vas a padecer aquí.

Cerré los ojos y mantuve la desesperación que sentía en el pecho controlada. 

Nunca había temido a la muerte, o eso pensaba. Me había pasado los últimos años de mi vida jugando con ella y, aunque parezca contradictorio, había sido lo que me había dado vida, lo que me hacía desentumecerme de una existencia vacía. Pero era como todo, uno no se da cuenta de lo que aprecia hasta que es consciente de que lo va a perder. Porque sabía que iba a morir. Y no lo deseaba. Quería vivir y poder ver de qué manera prosperaba la relación de mi hermana; cómo mi equipo salía adelante estando en buenas manos; cómo La Ciudad resurgía después de ser derrotado el Gobierno; y sí, aunque ella era la culpable de todo lo que me estaba pasando, anhelaba volver a verla. Sin embargo ya era tarde para todo eso, la vida me había dado muchas oportunidades y ya se habían agotado.

—¿Cómo os mantenéis en contacto? —Negué con la cabeza agotado e incapaz de decir nada—. Vamos a probar con algo de electricidad, quizá le ayude a recordar.

Me sentaron de forma violenta en una silla y me ataron las manos. Los chicos estaban afanados en colocar un aparato sobre mi pecho desnudo cuando alguien golpeó la puerta. Al abrir apareció Tania. 

—Ya está aquí —aviso. 

Sus ojos se cruzaron con los míos. Reflejaban desdén, nada más. No había vuelto a hablar con ella desde que me llevó a allí, aunque era consciente de que a Tania le había dolido mucho el descubrimiento. Lo intentó disimular con desprecio. Ella era así. Sin embargo después de todo lo que habíamos vivido la conocía bien y para ella Lena era su mayor rival. Y había perdido. Eso dañaba su orgullo. 

—Gracias por venir a estas horas, muchacho. —Escuché cómo le decía Aron a la persona que estaba al otro lado—. Tu esfuerzo será valorado —continuó. Alzó el brazo para apoyarlo en el hombro de su interlocutor. Fue entonces cuando la persona quedó en mi campo de visión. Reconocí su cabello negro lacio y su rostro serio. Era Eliot. Durante unos segundos dejó de observar a Aron y me miró. No me sorprendió ver miedo en sus facciones. Estaba aterrado por lo que estaba sucediendo. Los chicos no estaban acostumbrados a estas cosas. Eran buenos matemáticos, informáticos y todo lo relacionado con la lógica y la tecnología, pero no estaban habituados a ver escenas violentas. Siempre me aseguré de mantenerlos al margen de todo ello. Intenté sonreírle para darle fuerzas, se quedó en una mueca. Aun así Eliot lo entendió y me correspondió con un imperceptible gesto de cabeza. Su atención fue de nuevo atraída por Aron—. Tania te llevará a mi despacho donde podrás investigar todos los dispositivos. Cualquier cosa que encuentres puede ser importante.

El chico afirmó con la cabeza sin decir nada. Dadas las instrucciones Aron palmeó la espalda del chico para despedirse. Cuando cerró la puerta se dirigió a los dos peones que ya tenían todo preparado. 

—Bien, comencemos.

Tragué saliva e intenté aguantar lo mejor que pude lo que venía ahora.

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La cabeza se me fue para un lado sin fuerza haciendo que me despertará ligeramente. Intenté abrir los ojos, pero me sentía sin fuerza. No existía ninguna parte del cuerpo que no me doliese. Bueno lo cierto era que sí había una: el rostro. No me golpearon en ningún momento en la cara. Al principio no entendí el porqué, hasta que escuché —en un instante de semi-inconsciencia— una conversación entre Aron y Tania sobre mi puesto político. Aquello me dio cierto ánimo, no les interesaba matarme... o, por lo menos, no hasta que tuviesen un sustituto. Aun así la tortura no había disminuido.

A partir del segundo día perdí la noción del tiempo que llevaba ahí. Al principio intentaba esforzarme por saber si era de día o de noche según las visitas de los peones y de Aron, agotado desistí al darme cuenta de que no servía de nada, ya que una de las torturas fue la de privarme de sueño. 

Hice de nuevo el esfuerzo de abrir los ojos o por lo menos de incorporarme un poco en la silla donde estaba atado. Fue imposible y desistí. Me quedé como un peso muerto con la cabeza caída. Tenía la sensación de que hacía ya un buen rato que se habían marchado. Un respiro. Algo cálido cayó en mi pierna. Tardé un rato en darme cuenta de que no era sangre —no me habían hecho ni una sola herida en todo ese tiempo— sino baba. 

Había comenzado a relajarme cuando el ruido de la cerradura me sobresaltó. Escuché cómo entraba alguien y arrastraba una silla hasta estar frente a mí. El olor me hizo reconocer a la persona que tenía al lado. ¿Aquello era una visita especial? No se había dignado a hablar conmigo desde que me había capturado. Sus dedos se clavaron en mi barbilla antes de que me alzara con brusquedad el rostro para mirarla. Entreabrí los ojos para encontrarme con su mirada de hielo.

—Me alegro de que estés despierto —dijo con una sonrisa fría—. Tengo buenas noticias para ti... —Se quedó en silencio pensativa, venía con ganas de jugar—, o para nosotros. Depende de la manera en que se mire —comentó entre risas. 

Analizó mi rostro de forma serena sin saber descifrar en qué pensaba, hasta que sus ojos centellearon de odio puro.

—Yo te quería. Pero lo tuviste que fastidiar todo. —Sus uñas se clavaron con más fuerza en mi barbilla mientras apretaba los dientes—. Nadie juega conmigo y nadie toca lo que es mío. ¿Lo has oido bien? Nadie. Porque no vas a ser de nadie más. Te tocó una vez y no lo volverá a hacer jamás.

Me latía la cabeza con fuerza y el cuerpo lo tenía tan dolorido que no lo notaba desde hacía tiempo. Así que las palabras de Tania pasaron por mi mente sin ser apenas retenidas. Lo único que entendí era que venía a matarme y tampoco sonaba tan mal. Tragué con dificultad antes de que de mi garganta saliera un gruñido.

—Pues mátame de una vez.

Tania negó con la cabeza haciendo que su pelo me rozara la cara en un par de ocasiones.

—No te podemos matar. Te necesitamos —dijo seria—. Pero tampoco nos podemos fiar de ti. Aunque ya no importa porque todos nuestros problemas se han solucionado —continuó volviendo la sonrisa fría—. Ya te he dicho que tenía buenas noticias. El amor es bonito, ¿no crees? —Se me volvían a cerrar los ojos, así que me zarandeó un poco la cabeza haciendo una infinidad de alfileres se clavaran en mi cerebro. Gemí abriéndolos de nuevo—. Sabes que tu hermana te adora, ¿verdad? —Aquello hizo que mi mente se despejara de golpe y que una sensación de miedo se arremolinase en mi estómago—. Y que haría cualquier cosa por ti, ¿no? —Mi respiración se aceleró.

—¿Qué está pasando? —conseguí preguntar—. Como hayáis tocado a mi hermana, os... os mato —añadí cogiendo fuerzas de no sabía dónde para apartar mi barbilla de su mano e incorporarme en la silla. El estallido de dolor que me recorrió el cuerpo fue inmediato, lo ignoré demasiado asustado.

—¿Tocar a tu hermana? —La risa de Tania sonó estruendosa en la sala—. No, por supuesto que no. Ella es un miembro de La Organización y ya sabes que cuidamos a los miembros de La Organización. —Sí, ese era nuestro lema pero no me lo creía, porque sabía que La Organización estaba por delante y si se encontraba en peligro los miembros eran totalmente secundarios. Harían lo que hiciera falta por La Organización. 

—Suéltalo de una vez, Tania —ordené cansado de su juego. Su sonrisa se ensanchó contenta de poder desvelar su noticia mientras se acercaba a mi rostro.

—Tu hermana nos la ha dado. La ha vuelto a engañar —¿De qué estaba hablando? Estaba demasiado cansado y dolorido para los juegos de Tania, iba a mandarla al infierno cuando dijo—: A Lena. —La observé sin entenderla—. La ha vuelto a engañar y tenemos a Lena. 

«Lena» conseguí pensar aturdido. No sabía cómo Tania sabía que Sussie había traicionado a Lena, pero me daba lo mismo porque en mi cabeza solo resonaba la frase «tenemos a Lena». Tania se rio de mi confusión antes de volver hablar:

—Es curioso el amor. Cuando Sussie se enteró de que eras un traidor se puso en contacto con ella para convencerla de que te ayudara y te rescatara. Y esta, como siempre ha estado perdidamente enamorada de ti, accedió olvidando el pequeño detalle de que no hay que creerse nada de Sussie cuando tú estás en peligro porque es capaz de vender su alma al diablo por ti. ¿No te parece curioso el amor? 

Mi respiración se espesó. Aquello no era cierto. Sussie no podía haber vuelto a repetir lo mismo de hacía seis meses y Lena no podía estar en manos de La Organización. Cerré los ojos con la esperanza de que todo fuera parte de un delirio por la falta de sueño, cuando los abrí ahí seguía Tania con un gesto de satisfacción en el rostro. 

—Por fin te vas a reunir con tu amor, Josh. Aunque quizá no te guste el reencuentro que tenemos pensado para vosotros. —Una carcajada siniestra salió de su garganta a la vez que se dirigía a la puerta para marcharse. 

Aquello era una pesadilla. Lena en manos de La Organización significaba... su muerte. Su muerte de la forma más horrible, su muerte como fue la de Bea: torturada. Al darme cuenta de aquello un grito de impotencia rugió de mi interior.

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