CAPÍTULO 1
Un mes y medio antes
Sus cálidos ojos se posaron en mí. Estaba preciosa. La brisa le alborotaba el pelo corto dándole un aire infantil. En sus labios se dibujaba una sonrisa tímida. Me encantaba verla sonreír, algo que no solía hacer. Como un acto reflejo le devolví la sonrisa. Sus mejillas se tiñeron de un color rosado haciendo que mi sonrisa aumentara. Aun así ella no apartó la mirada, en ellos se reflejaban la determinación.
—Te quiero —dijo con seguridad. Un calor me recorrió el pecho.
Abrí la boca para responderla pero las palabras se quedaron atascadas en la garganta. Fruncí el ceño y lo volví a intentar. Nada. ¿Por qué no me salían las palabras? «Yo también te quiero» pensé. Simplemente tenía que conseguir decirlo en alto. Pero parecía como si mi garganta se hubiese cerrado. «Te quiero» me repetí para mis adentros. Me llevé una mano a la garganta mientras la miraba angustiado. Su sonrisa había desaparecido y su ceño se frunció en signo de preocupación. Lo intenté varias veces más sin éxito, hasta que me di por vencido. Sus ojos ahora reflejaban dolor. Una punzada de culpabilidad me recorrió por dentro. Volvió a sonreírme estaba vez triste.
—Cuando estés preparado —dijo. Bajó la vista y se quedó pensativa mirando el suelo.
De repente el día se oscureció. La temperatura bajó de golpe y la brisa se convirtió en un viento agresivo. El color del cielo se volvió rojizo. No pude evitar alzar la cabeza para ver qué estaba sucediendo encima nuestro. Parecía que se estaba formando una tormenta, aunque los colores del cielo eran inusuales. El ambiente que nos rodeaba se volvió inhóspito y extraño.
—Deberíamos irnos —dije bajando de nuevo la vista a mi compañera. La sorpresa hizo que diese un paso atrás.
Su pelo se había vuelto negro azabache. Los mechones largos y lisos le cubrían los hombros y parte de la cara. Cuando alzó la vista hacia mí unos ojos azules glaciares me penetraron. En su bonita boca se dibujó una sonrisa siniestra que parecía más bien una mueca. Apreté los dientes con rabia.
—¿Dónde está ella? —grité a la mujer mientras la sacudía por los hombros—. ¡Dime qué has hecho con ella!
—¿Se te ha olvidado lo que pasó la última vez que amaste? —Al oír su acusación la solté como si quemase dando varios pasos hacia atrás—. Déjala marchar. Tú no puedes amar. —Mi corazón se aceleró mientras negaba con la cabeza.
—No.
—Sí. Tú y yo somos iguales. Estamos hechos para hacer lo que nadie quiere hacer.
—No. —Negué con más fuerza moviendo la cabeza mientras se instalaba un intenso dolor en ella—. Nunca seré como tú.
—Ya eres como yo. Déjala marchar, me perteneces. Nunca podréis estar juntos.
Me alejé de ella sujetándome la cabeza. Tenía fuertes pinchazos en la sien y sentía una fuerte presión en el pecho. No era cierto lo que decía, me negaba a creerlo. En mi cabeza volvió aparecer sus ojos marrones dulces y algo me oprimió el corazón. Cerré los ojos con fuerza cuando otro pinchazo me atravesó la cabeza.
El pitido de la alarma de mi reloj me taladró la sien. Con un gruñido alcé la muñeca para ver la hora. El tintineo de una botella hizo que fijara la vista en ella.
Me había prometido que esa noche no iba a beber, en parte porque se estaba volviendo un hábito que no me gustaba y en parte porque era consciente de que lo pagaría caro al día siguiente. Sin embargo, tras el fracaso de la misión había decidido ir a disparar un rato para eliminar la frustración, antiguamente era algo que solía relajarme, pero ahora todo era distinto. Pasada una hora de entrenamiento el brazo izquierdo comenzó a darme pinchazos haciendo que fallara los tiros, fue ahí cuando los recuerdos me comenzaron a atormentar y sin poderlo evitar acabé yendo al mueble bar que teníamos en la sala de reuniones para coger la botella de whisky.
—Las siete de la mañana —bufé. Apenas había dormido un par de horas.
Me volví a acomodar en el sofá. Teníamos que cambiarlo por uno más grande, apenas entraba y no era la primera noche que pasaba allí.
Mis ojos vagaron por la sala. Solo estaba iluminada por la luz de emergencia, pero no me costó identificar la mochila y el equipo que había dejado sobre la mesa de reuniones al llegar de la misión. Otro fracaso. Era el cuarto laboratorio al que accedía sin éxito.
Sabía que el Gobierno estaba experimentando con personas, personas que ya no dudaba que venían del quinto sector —yo mismo había visto cómo los recolectaban—. Humanos a los que nombraban sujetos y les ponían un número para experimentar con ellos. Tenía información al respecto, no obstante, no había conseguido dar con ninguna prueba fehaciente de la existencia de estos y, desde luego, nada que involucrase al Gobierno.
Una nueva alerta de llamada sonó en mi reloj. Gruñí al escucharlo. Detestaba estar tan comunicado, en más de una ocasión se me había pasado por la cabeza sustituirlo por un reloj analógico que no se pudiese sincronizar con nada. Aunque jamás lo haría, tenía un valor sentimental demasiado importante para mí. Ignoré la alerta e intenté volverme a dormir. Al sexto pitido comprendí que quien me estuviese llamando no se iba a dar por vencido, así que revisé las llamadas.
—¿En serio? —farfullé incrédulo. Tenía dos llamadas de mi hermana Sussie y cuatro de Tania. Ni cuando vivía con mis padres estaba tan controlado. De pronto recordé algo—. ¡Mierda, la reunión!
Me incorporé de golpe. Un ligero mareo me obligó a quedarme sentado unos segundos. Tenía agarrotado el cuello y una pierna se me había dormido por la mala posición. Además a ello le acompañaba un bonito dolor de cabeza cortesía del alcohol. Justamente por ese motivo me había propuesto no beber, ahora tendría que hacer un esfuerzo enorme para concentrarme durante la reunión.
Al salir de las instalaciones de La Organización que se encontraban en mi garaje me paré de golpe. Junto a mi vehículo había otro, un Lexus azul metalizado que conocía muy bien. Jake estaba en casa, lo que quería decir que mi hermana también estaría.
Jake y Sussie eran mi familia —con La Organización, por supuesto—, eran lo más importante de mi vida, pero desde que habían comenzado su relación era insoportable estar con ellos. No me importaba que estuvieran juntos, estaba al corriente de que se gustaban desde hacía años y, a pesar de que Sussie era mi hermana pequeña, jamás me hubiese interpuesto entre ellos. Aun así tenían la absurda idea de que lo mejor era ocultármelo, así que cuando yo estaba delante disimulaban mientras se lanzaban miraditas o entrelazaban sus manos bajo la mesa. ¡Joder, que ya éramos todos mayorcitos para estas tonterías! Sospechaba el porqué no querían decírmelo y solo me cabreaba más aún. Tampoco ayudaba que mi hermana y yo no estuviéramos pasando por nuestro mejor momento.
Observé las escaleras que daban acceso a la casa meditando si subirlas o marcharme directamente a la sede principal de La Organización. Al final suspiré y me encaminé a ellas, necesitaba un analgésico y una ducha, si además le podía añadir un café, mejor que mejor.
Me los encontré en la cocina desayunando. Nada más verme desenlazaron sus manos y se separaron con disimulo. Les gruñí unos buenos días mientras me dirigía al armario de las medicinas.
—¿Dónde has estado el fin de semana? Nos prometiste que saldrías con nosotros —se quejó mi hermana.
Esa era otra. Estaban empeñados en que hiciese actividades de ocio para distraerme, como si no supiera hacerlo yo solito.
—Lo siento, surgió algo importante —murmuré rebuscando por el armario. Lo único que quería era tomarme el analgésico, darme una ducha y largarme cuanto antes de allí. No me sentía a gusto en esa casa.
—Se suponía que con esta salida volverías a retomar el contacto con el grupo y así te relajabas un poco. Últimamente no se te ve nunca en casa y...
—Ahora no, Sussie —la advertí mientras engullía dos pastillas de golpe y me masajeaba la sien. Tenía pinta de que iba a ser uno de esos días en los me daba la charla y hoy no me sentía con ánimo de discutir.
—No puedes seguir así, Joshua. Te estás comportando como hace cuatro años... Cuando no estás desaparecido en alguna misión estás escondido en las sedes de abajo bebiendo. Las cosas cada vez están peor y... hay rumores. —Su voz titubeó al borde del llanto. Apreté los dientes con rabia—. Entiendo que estés mal por todo lo que pasó con...
—¡Ni se te ocurra decir su nombre! —la corté de repente con una ferocidad que me sorprendió hasta mí. Sussie retrocedió ante mi enfado y la angustia se dibujó en su rostro. Pero no fui capaz de detenerme, por mucho que me había repetido que ya no estaba enfadado con mi hermana lo cierto era que sí lo estaba—. ¡Tú no tienes derecho a nombrarla! —continúe mientras veía de qué manera sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¿No era esto lo que querías? Pues ahora acéptalo. Yo lo he hecho.
Sin decir nada más me puse de camino a mi cuarto para ducharme y marcharme cuanto antes de allí. Al malestar generalizado se le unió el sentimiento de culpa por mi comportamiento con Sussie. Era consciente de que estaba siendo injusto con ella. Todo lo que había hecho era intentar protegerme y, probablemente, yo en su caso hubiese hecho lo mismo. Aun así no podía evitar sentir cierto rencor, ella engañó a Lena para alejarla de mí. Me lo confesó un mes después de la huida de esta demasiado consumida por la culpa para seguir ocultándolo. Se pasó todo el día llorando y suplicando que la perdonara, pero fui incapaz de hacerlo. Entendía sus motivos y sus miedos, es más, era consciente de que la traición de Sussie no fue el motivo real del rechazo de Lena en La Organización. Pero nada de aquello justificaba que Sussie había tomado una decisión que no la concernía, por eso me costaba tanto perdonarla.
Al llegar a mi habitación me paré en seco y la sensación de malestar que tenía cuando entraba en casa se duplicó. Odiaba esa maldita casa.
—¡Josh! ¡Espera! —La voz de Jake me sacó de mis recuerdos y, a pesar de que intuía que mi mejor amigo venía a sermonearme, se lo agradecí.
—¿Qué quieres, Jake? —pregunté con tono de advertencia entrando en mi cuarto.
Una cosa era que le agradeciera que me sacara de mis tortuosos recuerdos, otra que se lo demostrase cuando venía a darme un sermón.
—Joder, tío —dijo parado en medio de mi habitación mientras me observaba coger la ropa del armario—. Sé que Sussie hizo mal pero no podéis seguir así. Es la única familia que te queda.
—Tengo a La Organización.
—Ya, y es una mierda de familia —murmuró por lo bajo.
Al escuchar las palabras de mi amigo dejé mi actividad. Mi corazón se aceleró de forma brusca.
—Ten cuidado con lo que dices, Jake —le advertí.
La Organización era una gran familia pero no se aceptaba a los traidores y las palabras de Jake no habían sido nada halagüeñas.
Él sonrió de forma cansada antes de empezar a negar con la cabeza.
—Venga, Josh, no me fastidies. Sé lo que ha hecho La Organización por nosotros, entiendo que le debemos mucho y estoy a favor de por lo que lucha. Pero tengo la sensación de que a Lena no se la juzgó por sus cualidades, creo que fue por su origen. Y ahora te están juzgando a ti.
Así era. A Lena no se la había juzgado como al resto de los miembros de La Organización, sino como alguien inferior por ser del Sector 4.
En la sociedad en la que vivíamos era algo normal, no estaba bien visto que la gente de sectores superiores se relacionara con personas de sectores inferiores. Aun así no se decía abiertamente, ya que no quedaría nada bien que en una sociedad tan elegante como la del Sector 2 se admitiera que en realidad eran unos intolerantes llenos de prejuicios. Más aún si se trataba de una organización que luchaba contra las injusticias de un sistema corrupto. Pero todo aquello era mejor que Jake no supiese nada, porque sólo le metería en problemas y era lo que quería evitar a toda costa.
—No digas tonterías —dije retomando mi actividad para evitar que mis ojos se cruzasen con los de mi amigo—. Lena falló. No era apta para formar parte de esta familia. Su comportamiento era irresponsable y peligroso.
—¿Eso es lo que te dices por las noches para dormir bien?
Volví hacerle frente y mi inquietud interior aumentó. Sí, era lo que me repetía la mayor parte del tiempo para convencerme de que había hecho lo mejor. Sin embargo, en lugar de afirmarlo tragué con fuerza y dije:
—Te recuerdo que me disparó.
Jake se rio formándose unos hoyuelos en sus mejillas.
—Me pasé entrenando a esa chica dos meses —dijo sin borrar la sonrisa jovial—. Y en más de una ocasión la tuve que regañar porque por miedo a hacerme daño no me atacaba como era debido. Le asustaba entrar en La Organización por nuestras actuaciones. Pero sobre todo hubiese dado su vida por ti, porque estaba loca por ti. ¿De verdad piensas que me voy a creer que ella te disparó? —Me quedé observando a Jake con gesto serio. Era absurdo negar lo que acababa de decir, Jake sabía lo que pasó aquel día, lo había sabido siempre. Además de que conocía tan bien a Lena como yo, ella jamás hubiese sido capaz de dispararme, por eso lo hice yo—. Entiendo lo que hiciste y no lo juzgo. Yo habría hecho lo mismo por... —Se calló aunque los dos sabíamos de quién hablaba—. Ni me puedo imaginar el dolor que debes de sentir porque se haya tenido que marchar. Lo que no entiendo es por qué te niegas a admitir lo que sientes por ella. Comprendo que lo tengas que ocultar a el resto, ¿pero a mí? Joder, Josh, somos amigos, a mí no es necesario que me lo ocultes. Nos conocemos desde que somos niños, sé que te consume por dentro y que si lo hablaras te sentirías mejor.
Pude ver el dolor reflejado en su cara por no compartir con él lo que llevaba dentro. Odiaba darle pena. Aun así no fue eso lo que me llevó a contestarle con dureza:
—¿Igual que tú me confiesas la relación que tienes con mi hermana?
—Vale. Nos has pillado —dijo Jake levantando las manos y con una sonrisa despreocupada.
Jake era así, despreocupado, alegre, de risa fácil y mente abierta. Desde que le conocí cuando éramos unos niños siempre me había llevado bien con él por su carácter afable. Yo en otra época me parecí a él, o eso creía, pero fue... en otra época. Lo que tenía claro era que no pensaba permitir que le ocurriese lo mismo que a mí. Al igual que no pensaba dejar que le pasase nada a mi hermana a pesar de estar enfadado con ella. Porque por delante de todo, incluso de La Organización, estaban ellos. Así que me encerré en mí mismo, oculté todo lo que me preocupaba e hice lo que debía hacer: alejarlo para que no saliese tan dañado como lo estaba yo. Mi cara se convirtió en un bloque de hielo y mis ojos perdieron cualquier brillo que pudiesen tener para volverse inexpresivos.
—Pues no hace falta que lo disimuléis.
—No queríamos hacerte daño —murmuró preocupado.
—¿Por qué me ibais a hacer daño? —pregunté de forma seca—. Me acosté con Lena, estaba buena y me gustaba, eso fue todo. Nunca he albergado ningún sentimiento más hacia ella. Es una marginada perseguida por La Organización. Por tanto, es nuestro enemigo.
Hizo una mueca, sin embargo no le amilanó ni mi tono ni mi actitud.
—¿Sabes, Josh? Cuando quieres puedes ser un verdadero gilipollas —contestó con desdén.
Endurecí mi mirada.
—Bien, pues este gilipollas es tu superior y te ordena que no vuelvas a comentar el incidente de la huida de Lena con nadie, en especial con mi hermana. Lena me disparó y si la encuentro, no dudaré en entregarla al Jefe. Ahora te ordeno que me dejes en paz.
—Sigue comportándote así y lo único que vas a conseguir es quedarte solo —dijo haciéndome frente. Nos retamos con la mirada unos segundos antes de que se volviese para irse. Antes de salir del cuarto me miró una última vez y comentó—: Puedes seguir engañándote todo lo que quieras, pero yo sé lo que vi. Y cuando estabas con Lena tu rostro se iluminaba igual que con Bea.
Sin darme tiempo a contestarle desapareció tras la puerta. Me senté en el borde de la cama agotado. Me seguía doliendo la cabeza horrores y a ese dolor se había unido una opresión en el pecho que hacía que me costase respirar. Cerré los ojos con fuerza intentando controlar mi interior que se revolvía. Al abrirlos se posaron en la ducha del baño. En seguida un montón de recuerdos me abrumaron. Detestaba esa puñetera casa. Maldiciendo me levanté y me fui directo al garaje. Dejaría la ducha para otro momento.
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