Capítulo 7: El infierno
Noté la mano de Jake alrededor de mi muñeca tirando de mí para que corriese en la misma dirección que el resto de la gente. Mientras corría sujeta por Jake, volví la cabeza para ver lo que pasaba a nuestras espaldas. Se acercaban vehículos militares. Al principio creí que venían para arrestarnos, pero luego vi cómo algunos de los vehículos se paraban y metían en ellos a varias personas. Pero aquello no fue lo que me impulsó a correr más rápido, no, fue cuando vi cómo un soldado estrellaba con fuerza a un señor mayor contra un muro cayendo éste como un muñeco sin vida, o cómo un compañero suyo acorralaba a una prostituta para dispararla. Dejé de mirar la matanza que estaba teniendo lugar a nuestras espaldas y corrí con todas mis fuerzas.
En cuanto pudimos nos desviamos del resto de la gente y empezamos a callejear. Cuando nos alejamos del barullo Jake se paró frente a una puerta y empezó a darle patadas. Mis ojos estaban fijos en el camino por el que habíamos venido aterrorizada por lo que estaba sucediendo a apenas unas calles de donde nos encontrábamos. Empecé a escuchar cómo se acercaban los gritos y los disparos. Sin dudarlo me uní a Jake para intentar que la puerta se abriera. Después de varios golpes secos la puerta por fin cedió.
Una vez dentro comprobamos que la casa era tan pequeña como parecía por fuera. Era una casa de construcción de ladrillo de solo una habitación. Tenía unos cuantos muebles destartalados que posiblemente viniesen del vertedero, pero aun así estaba limpia. Entramos y empezamos a apilar cosas delante de la puerta para impedir que se volviese a abrir.
—No creó que aguante si quieren entrar —dije cuando vi las sillas y la mesa que habíamos puesto. Jake observó la puerta con el ceño fruncido pensativo.
La habitación estaba bastante oscura sólo entraba luz por unas ventanas cuadradas que había cerca del techo, justo para ventilar y dar un poco de luz. En la chimenea se podían ver todavía algunas brasas encendidas que los inquilinos dejaron en su huida. Miré a mi alrededor, era como estar en una celda de nuevo.
Después de recorrer la estancia con la vista, volví a mirar la puerta. El cerrojo estaba totalmente estallado por los golpes y colgaba en un lateral. Observé a mi alrededor, había algo que no cuadraba. Me entró un escalofrío, y me pegué a Jake. Cuando me notó me miró sorprendido, pero debió ver algo en mis ojos porque en seguida me preguntó.
—¿Qué pasa?
—El cerrojo —dije en voz baja. Lo miró y en seguida su mirada recorrió la estancia. Lo había entendido. El cerrojo estaba echado cuando intentamos entrar, pero la estancia estaba vacía y no tenía salida por ningún lado. Alguien lo había cerrado desde dentro. Sólo podía haber dos opciones: o estaba escondido; o había alguna forma de salir de la casa a parte de por la puerta.
Empezamos a examinar con detenimiento la estancia. Me acerqué a un rincón con mantas donde supuse que normalmente dormían los inquilinos. Levanté las mantas y vi una trampilla. Jake desencajó una de las patas de la mesa y me apartó.
—Déjame a mí.
Abrió con cuidado la trampilla, no se veía nada de su interior debido a la oscuridad. Cogí un trozo de tela y lo prendí con las brasas. Salió una pequeña llama que fue creciendo. Al acercarla al agujero vimos dos pares de ojos que nos miraban con terror.
—No os vamos hacer nada —dijo Jake a la pareja de ancianos que nos miraba aterrorizados mientras dejaba la pata de la mesa a un lado—. Sólo queremos ocultarnos hasta que pase la revuelta.
Empezamos a oír cómo los grandes vehículos se acercaban.
—Por favor... —supliqué en un susurro desesperado. De repente noté el calor en los dedos haciendo que soltase el trozo de tela. Lo pisé hasta apagarlo. Nos quedamos unos segundos mirando al agujero negro que teníamos enfrente mientras oíamos los disparos de los militares.
—De acuerdo, de acuerdo, entrad de una vez —escuché que decía la mujer.
—Muchas gracias —dijo Jake mientras se le iluminaba la cara. Un gran suspiro salió de mi boca—. Vamos, Lena, entra.
—Un segundo.
Me dirigí rápidamente al montón de muebles para ordenarlo.
—¿Se puede saber qué haces?
—Ordenar esto un poco para que no sea tan obvio que nos escondemos —contesté sin parar de colocar los objetos.
Se levantó y me echó una mano. Dejamos sólo una silla que sujetase la puerta y nos fuimos corriendo hacia la trampilla. Nos metimos intentando que las mantas cubriesen por completo la tapa.
Una vez cerrada la trampilla nos quedamos completamente a oscuras. El aire estaba cargado por nuestras respiraciones y el olor que desprendían nuestras vestimentas. El espacio era tan pequeño que podía notar la respiración de uno de los ancianos junto a mi cuello y la espalda de Jake pegada a mi pecho. El silencio del habitáculo era angustioso, no se oían los gritos de la gente del exterior ni los disparos de los militares. Sólo se oía nuestras respiraciones.
Empecé a sentir cómo el corazón se me aceleraba. Un terror desconocido me empezó a invadir por dentro. ¿Qué pasaba si nos quedábamos ahí encerrados sin poder salir? Moriríamos asfixiados. ¿Y si nos descubrían los militares? Nos fusilarían sin tener ninguna opción de escapar. Moriríamos en un agujero que era como una tumba, donde la única persona que conocía era de tan sólo un día. Y no habría podido ayudar a mi madre ni a mi hermano. Jamas sabrían que me habría pasado... Se me aceleró el corazón más aún y empecé a respirar de forma descontrolada y rápida. Cerré los ojos intentando controlar la sensación de angustia. De repente noté la mano de Jake envolviendo la mía. Me dio un ligero apretón para después acariciarme el dorso de la mano con suavidad. Me estaba dando apoyo, de una forma implícita me estaba diciendo que no estaba sola. Poco a poco me fui calmando y apoyé la frente en su espalda. Noté cómo una lágrima se escapaba de mis ojos para recorrerme la mejilla, pero el ataque de pánico estaba controlado.
Oímos un golpe fuerte. Habían entrado en la casa. Aguanté la respiración cerrando los ojos con fuerza. Luego hubo más pisadas y después nada, volvió ese silencio sepulcral.
Me parecía que había pasado una eternidad cuando por fin Jake habló.
—Voy a salir a comprobar si se han marchado. —Al abrir la escotilla entró un poco de aire que me refrescó la cara sudorosa—. Esperad aquí, voy a echar un vistazo.
Al poco rato regresó.
—Parece que ya ha pasado. La gente está saliendo de nuevo a la calle.
Cuando salí me acerqué a la puerta para ver la calle. Parecía que todo volvía a la normalidad, la gente asomaba la cabeza de sus escondites e iban saliendo con prudencia. Aun así, el pasó de los militares había dejado una hilera de cadáveres a los lados de la calle. Casi todos eran de personas mayores que no tuvieron la velocidad suficiente para huir. Aunque también pude ver una prostituta con los brazos mutilados por las drogas y un joven con aspecto enfermizo.
—Vamos, Lena. —Oí que me decía Jake mientras me cogía con delicadeza del codo para meterme de nuevo en la casa.
—Sí —dije sin mirarle mientras me secaba con disimulo las mejillas.
Dentro de la casa pude ver bien a los dos ancianos, eran un hombre y una mujer bastante delgados. Sin embargo, se podía apreciar en los gestos que tenían vitalidad. También pude ver a un muchacho de pelo oscuro, de unos seis años, escondido entre las piernas del señor que nos miraba con desconfianza.
—¡Joder! —Jake pegó un puñetazo contra la pared. No me esperaba esa reacción y me sobresalté un poco cuando oí el golpe—. ¿Qué narices está pasando aquí? Esto sólo ha podido ser el Gobierno, esos hijos de... —Se cayó de golpe, pero no dejó de dar vueltas de un lado a otro de la estancia con los puños apretados.
—¿Jake? —susurré haciendo gestos con la cabeza a los ancianos—. Cálmate un poco —le pedí en voz baja.
—Lo siento —dijo furibundo apartándose a un lado de la habitación.
—Lo siento mucho —dije intentando calmar a la pareja que se abrazaba con el muchacho entre ellos—. No os vamos hacer nada. Os lo prometo. Sólo necesitamos descansar un poco.
Y era verdad. Ahora que mi cuerpo se empezaba a relajar y se habían pasado los efectos de la adrenalina, lo sentía pesado y dolorido. A eso se le añadía el dolor de estómago por llevar más de dieciséis horas sin comer nada y una sed horrorosa que no me dejaba pensar. La sed era lo peor, eso... y la tristeza que se asentó dentro de mi cuerpo después de ver a tanta gente muerta en pocos segundos. Aquello me había dejado completamente abatida.
Miré la jarra que había en una de las repisas y la señalé.
—¿Puedo tomar un poco de agua?
La mujer, más serena, se separó de los brazos de su marido, se dirigió a la jarra y echó el agua en un cazo que puso encima de las brasas.
—El agua de los pozos no es muy buena, lo mejor es hervirla antes de beberla —comentó.
Una sensación de alivio me recorrió el cuerpo. Con ese ademán estaba permitiéndonos quedarnos a descansar y reponer fuerzas.
—Muchas gracias —dije con una sonrisa sincera—. Me llamó Lena. Y él —señalé a Jake que estaba sentado en un rincón con cara de pocos amigos—, es Jake.
—Yo soy Marie, este es mi marido Peter y el pequeño que se esconde detrás de él, es mi nieto Tony.
—Encantada de conoceros. —Alcé la mano para dársela, pero luego vi lo sucia que estaba y la quité con una disculpa.
—Mientras esperamos a que el agua hierva, si quieres, te puedo ir curando esa herida. Tiene mala pinta.
Miré mi brazo para ver el aspecto de mi herida. Me dolía muchísimo, pero en general me dolía tanto el cuerpo que era un dolor más. La ampolla de la quemadura en algún momento se reventó y ahora estaba en carne viva. La herida estaba muy sucia. Dejé que Marie me sentara en una silla y me la limpiara con cuidado. Cada vez que me rozaba con el trapo húmedo mi cuerpo se tensaba por el dolor.
Empezó a preguntarme cosas sobre mí. Me dio la sensación que lo hacía para que no pensase en el dolor del brazo.
—¿A qué te dedicas, Lena? —La pregunta me hizo gracia y no pude evitar que se me escapara una pequeña risa. Después de todo lo que había pasado y vernos con esas pintas era absurdo mentir.
—Soy ladrona —le dije con total naturalidad. Me sonrió con ternura.
—¿Te arrestaron por robar?
—Sí.
Peter y Tony se sentaron delante nuestro para escuchar la conversación.
—¿Cómo habéis salido? —me preguntó Tony.
—Pues la verdad es que no lo sé. Supongo que se han juntado un conjunto de casualidades. —Aunque sabía que no había sido así y que Jake sabía perfectamente cómo salir de la cárcel.
—¿De dónde eres? —preguntó Marie de repente. La pregunta me pilló por sorpresa. Me moví incómoda en la silla, no quería contestarla delante de todos. Miré de refilón a Jake que parecía no prestar atención a la conversación.
—De aquí... de La Ciudad. —Fue una respuesta bastante seca que hizo que Marie dejara unos segundos de limpiar la herida sorprendida. Por supuesto era una respuesta absurda, ya que todo el mundo era de La Ciudad, no existía comunicación con otras ciudades. Pero lo dejó pasar y siguió limpiando en silencio.
Para arreglar un poco mi respuesta comencé a hacer preguntas yo.
—¿Es normal que vengan los militares?
—Llevaban dos semana sin aparecer, creo que se están quedando sin gente que recolectar.
—¿Recolectar?
—Sí, empezó hace un año. Antes cogían a los muchachos más jóvenes y fuertes. Ahora son menos exquisitos y cogen a mujeres y hombres de mediana edad y niños. Mucha gente se ha ido a las afueras del sector. Aunque me temo que las últimas veces han llegado hasta allí. —Empecé a entender todo lo que había visto esa mañana por las calles.
—El muchacho tiene razón. ¡Todo esto es culpa del maldito Gobierno! —dijo Peter enfadado.
—¿Sabéis dónde se los llevan? —preguntó Jake de repente.
—No, nadie que conozcamos a vuelto.
—Eso no es cierto, Peter —le regañó Marie—. El hijo de Mandy volvió.
—A ese muchacho no se lo llevó nadie era un yonqui, tenía la cabeza en otro sitio.
—¿Y qué decía el chico? —Jake se acercó más para escuchar bien la conversación.
—Decía incongruencias. Al principio dijo que le habían llevado a un laboratorio para hacerle pruebas en el cerebro, pero luego su historia pasó a que le habían llevado a trabajar a las minas. Al final murió de una sobredosis de violeta.
—¿De violeta? Es una droga un poco cara para un chico del quinto sector, ¿no?
—Bueno, por aquí hace un par de años se puso bastante de moda —dijo Peter mientras se levantaba para preparar las tazas con agua. Cuando me tendió la taza estuve a punto de beberla de golpe, pero estaba ardiendo, así que me quedé mirándola con desesperación mientras soplaba deseando que se enfriase lo antes posible.
—Que raro, el violeta es una de las drogas más caras del segundo sector —comentó Jake pensativo—. Apareció hace un año y se mueve por los círculos de la alta sociedad.
Nos quedamos todos en silencio pensando en la conversación.
—Pues a mí me parece que está bastante claro que usaron a la gente del quinto sector como conejillos de indias antes de subir la droga al segundo sector —dije un tanto irritada, tenía toda la pinta de ser otra de esas injusticias de la sociedad.
Jake me miró con el ceño fruncido.
—Es la primera vez que oigo que repartan droga en los barrios pobres para luego dársela a los ricos. Pero la verdad es que da la impresión de que ha sido así, lo que no me explico es el por qué. —Se giró hacía Peter y le siguió preguntando—. ¿Todavía se sigue tomando?
—¡Qué va! Igual que vino desapareció. La gente se quedó bastante enganchada, pero no encontraron forma de suministrarse. Fue una crisis más de este sector. No duró mucho porque luego se empezaron a llevar a la gente y los primeros que cayeron fueron los que no tenían fuerzas para correr que eran los que estaban enganchados al violeta.
De repente mi estómago rugió dejando un silencio en la habitación que fue roto por una carcajada generalizada. Noté cómo me comenzaron a arder las mejillas.
—Peter, ve con el muchacho a ver si encuentras algo de comer, pero antes déjale algo de ropa para que no llame tanto la atención.
Cuando se marcharon Jake y Peter me animé a preguntar a Marie sobre el quinto sector.
—¿Marie?
—¿Sí? —me contestó distraída mientras avivaba las brasas.
—¿Cómo llega la gente nueva al Sector 5? Me refiero que generalmente... ¿dónde se instalan los nuevos?
—Mmmm... No existe un orden, pero se suelen formar grupos de personas que se alejan de las zonas conflictivas. Cuanto más cerca estás del cuarto sector más peligroso es. En la frontera es donde se mueven las drogas y la prostitución.
—Y si quieres encontrar a alguien, ¿por dónde empezarías a buscar?
—¿Una persona mayor o una joven? ¿Hombre o mujer? ¿Es una familia? Querida, necesito que me des más información para ayudarte. —Me dedicó una sonrisa dulce para animarme a contarle mi historia.
—Mi madre y mi hermano es posible que los trajeran al quinto sector hace unos meses. Me gustaría verlos y llevarlos de nuevo a casa —dije sin atreverme a alzar la vista mientras me retorcía las manos.
—¿Dónde vivíais?
—En la Zona Norte del cuarto sector.
—Entonces lo más probable es que la policía les haya llevado a las Zona Norte del quinto sector. Cuando nos trajeron aquí vinimos toda la familia y nos juntamos con otras familias para no sentirnos solos y ayudarnos. Ahora el quinto sector ha crecido mucho y la gente se suele ir más cerca de los vertederos porque es más fácil encontrar comida y es más seguro. Si yo fuera tú, empezaría a buscar por ahí.
—¿Por qué no se han marchado a las afueras? —Marie me acercó otro vaso de agua y se sentó a mi lado despacio.
—Supongo que tenemos la esperanza de que vuelvan mi hija y su marido.
—¿Qué les pasó?
—Se los llevaron, como al resto. Hemos conseguido que no se lleven al muchacho.
—Lo siento mucho.
Nos quedamos en silencio, ella mirando al infinito con un gesto melancólico y yo pensando en mi familia.
—Lena, te quería pedir un favor —dijo sin mirarme.
—Si te puedo ayudar en algo, dímelo, haré todo lo que pueda.
—Quiero que te lleves a Tony con vosotros —dijo mirándome a los ojos fijamente.
Me quedé con la boca abierta y por poco la taza no se me cayó de la mano. Observé a Tony jugando con sus muñecos de tela, parecía ajeno a todo lo malo que le rodeaba. Él, a diferencia de sus abuelos, estaba bien alimentado y con el pelo y la cara limpia, lo habían cuidado muy bien. Se me hizo un nudo en la garganta y miré a Marie con horror.
—Es un muchacho educado y se porta muy bien. Siempre hace lo que se le dice. No os dará ningún problema.
—Pero... ¡¿Cómo se va a venir con nosotros?! —dije alzando sin querer la voz—. Nos persigue la policía, Marie. ¡Somos presos!¡Criminales! —Bajé la voz cuando vi que Tony nos miraba asustado—. No sé qué es lo que ha hecho Jake para estar encerrado, a lo mejor es pederasta. ¿Cómo puedes dejar a Tony en manos de alguien que no conoces? —Dudaba mucho que Jake fuera pederasta pero tampoco le conocía.
—¡No me juzgues, querida! —contestó Marie fulminándome con la mirada—. La desesperación hace que tomemos decisiones drásticas. ¿Te crees qué por haber vivido en el cuarto sector o en la cárcel ya has visto todo? —Se rió de forma desdeñosa—. Si la gente del quinto sector tuviese la oportunidad de ir a la cárcel todos estaríamos cometiendo algún acto vandálico o un crimen. Tendríamos un sitio donde comer, ducharnos y dormir. Esto es peor que la cárcel, aquí sólo vive gente desesperada que no dudará en apuñalarte para robarte un trozo de pan. El Gobierno hace lo que quiere con nosotros y las mafias están por todas partes. —Cogió el vaso de agua con una mano temblorosa y bebió un poco de agua—. Tony no ve la luz del sol desde hace más de un año y si le viesen... —Bajó más la voz para que no se la oyese—. Probablemente se lo llevarían para prostituirle o los militares para hacerle quién sabe qué. No, no me juzgues por ver a dos personas buenas y buscar un futuro mejor para mi nieto.
Nos quedamos calladas mirándonos, a ella se le habían empañado los ojos y a mí se me había formado un nudo tan grande en la garganta que me impedía hablar. Apartó la mirada y dijo con odio en la voz:
—¡El Sector 5 es el mismo infierno!
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