Capítulo 27: Miedos
Después de la quinta vuelta en la cama decidí levantarme. Eché un vistazo rápido al reloj, eran las doce y media de la noche. Sin hacer ruido di un beso rápido a Tony y salí con sigilo de la habitación. Había oído llegar a Josh hacía un rato, así que ya debía estar dormido. Aquello me daba libertad para moverme sin miedo a encontrármelo. Tenía la extraña sensación de que desde que llegamos a su casa me evitaba. Bien, si eso era lo que quería yo no iba a ser quien le rompiera los planes. Además, tenía demasiadas cosas en la cabeza como para añadir a Josh a ellas.
Y era cierto. Durante el día tenía la posibilidad de tener la mente ocupada con mi preparación, pero las noches eran otro cantar. La media de sueño de las últimas dos semanas era de cinco horas al día, y no era una impresión mía, La Casa me lo recordaba todas las mañanas cuando iba al baño. El problema residía en que cada vez que me tumbaba recordaba que no sabía nada de mi madre y que dentro de un mes y medio iba a ser oficialmente una terrorista. "Una terrorista" repetí en mi mente. Sonaba fatal. En parte entendía los motivos de La Organización. El Gobierno era malo, yo mejor que nadie —incluidos los miembros de La Organización— conocía los abusos de éste. Pero cada vez que intentaba imaginarme poniendo una bomba o disparando a alguien, se me contraía el estómago por el miedo. Por otro lado mi idea de huir se había ido disipando poco a poco. Al principio me intenté convencer a mí misma de que debía seguir con el plan. Alejarme de La Organización, buscar a mamá y escondernos. Pero cada vez que me lo planteaba venía esa maldita pregunta: ¿Y después qué? Y a ella le seguían unas cuantas más: ¿Me tendría que pasar toda mi vida escondida? ¿Cómo pensaba proteger a Tony y a mi madre si me perseguía todo el mundo? De esta forma toda la fuerza de mi convicción se esfumaba como si fuese humo. En cambio si me mantenía con La Organización, Tony estaría protegido y en cuanto empezase a trabajar, podría mandarle dinero a Poli para las medicinas de mi madre. Así que por mucho que no me gustase la palabra terrorista, era sin duda la mejor opción.
Después de caminar un rato por la casa sin rumbo me encaminé al gimnasio. Estaba iluminado sólo por la luz de la luna que entraba por unas claraboyas. No me entretuve mucho en él y continué mi camino hacía el vestidor que lo separaba de la habitación contigua. Cuando puse los pies desnudos en las losas frías de piedra de la sala de la piscina, un sentimiento de calma me invadió. No sabía que tenía ese sitio, quizá que tanto las paredes como el techo eran de cristal dando la sensación de estar en el exterior o la humedad que todavía mantenía en el ambiente con ese ligero olor a cloro. O simplemente las dos cosas juntas. No tenía ni idea, pero esa habitación me hacía olvidar todo y también me daba un poco de soledad. Me pasaba el día rodeada de gente y aunque lo estaba disfrutando, también me gustaba tener momentos para mí. Me agaché para observar el gran agujero vació de la piscina, nunca había visto una. Aron me había hablado de la historia del planeta y sabía que antiguamente habían existido lagos y que existía el mar —algo que se me escapaba totalmente a mi comprensión—, una masa infinita de agua. También me había contado que la gente solía tener piscinas y que se bañaban en ellas, pero había sido incapaz de imaginármelo hasta que vi ese gran agujero. ¿Cómo sería nadar?
Me incorporé para ir junto a la cristalera, estar allí era lo más cerca que había estado en semanas de la calle. Había pasado de una cárcel con barrotes y diez mil presas a una cárcel de paredes de cristal con cinco ricos del Sector 2. Me quedé pensándolo. "Yo con cinco niños pijos del Sector 2" se me escapó una ligera risa. Jamas lo habría imaginado. Me vino a la cabeza mi familia, pero de un golpe lo aparté de mi mente. Había ido ahí para relajarme y poder dormir, no para llenarme la cabeza de preocupaciones. Recorrí con la vista las bonitas calles del sector iluminadas por las farolas, los arboles que las bordeaban, las casonas blancas que había a los lados... hasta que mis ojos se detuvieron en las impresionantes torres. Desprendían una tenue luz por sus aristas dándolas un aire de poder. Esa sensación que también transmitían con su brillo durante el día. Desde que vi los planos no podía borrarme la sensación de que no sólo transmitía poder, sino que realmente lo poseía. Durante los días siguientes a mi descubrimiento sobre ellas tanteé al grupo. Uno por uno les pregunté acerca de las torres de forma disimulada. Lo único que había conseguido era confirmar que las llamaban Sector 0, y sólo porque a Jake se le escapó.
Sin demorarme más me tumbé en el suelo para observar las estrellas. Intenté eliminar todo aquello que no me dejaba dormir; nada de pensar en mi familia, ni en La Organización, ni en el Gobierno y, por supuesto, nada de pensar en Josh. Sólo disfrutar de las estrellas y del olor a humedad. Dejé que mis ojos vagaran por los puntitos brillantes que tenía frente a mí y que desapareciera todo lo demás. Me sentía en paz. Cerré los ojos unos segundos para captar mejor el frío de la piedra que traspasaba mi camiseta y el pantalón de chandal. Era agradable. Cuando volví abrir los ojos para fijar mi vista de nuevo en las estrellas descubrí que habían desparecido para ser sustituidas por la sombra oscura de una persona. No pude contener el grito que salió de mi garganta. Me arrastré asustada pegando mi espalda contra el cristal para alejarme del causante de la sombra. Tenía la respiración agitada y el corazón acelerado aunque con el reflejo de la luna que entraba por la cristalera ya había reconocido el responsable del susto.
—Joder, lo siento, no quería asustarte —dijo Josh haciendo un gesto con las manos para calmarme.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunté todavía con la respiración acelerada.
—Pensaba que estabas durmiendo. ¿Estás bien? —El cuerpo me temblaba todavía del susto. Afirmé con la cabeza mientras me incorporaba sin despegar la espalda de la cristalera para que me sirviera de apoyo—. ¿Qué hacías?—preguntó con curiosidad.
—Miraba las estrellas —contesté ocultando mis manos detrás de la espalda para que no viese cómo temblaban. No fue una buena idea, para nada. En cuanto la palma de mi mano tocó el frío cristal la voz metálica de La Casa retumbó por la sala.
—Buenas días, Lena. —Josh, que había alzado el rostro ante mi contestación para ver el cielo estrellado, volvió a centrar su atención en mí. Di gracias por estar a contra luz y a oscuras, porque empecé a sentir como un ardor me cubría las mejillas—. Son la 1:05 de la mañana. La temperatura exterior es de 25 grados...
Me giré maldiciendo por lo bajo mientras pulsaba todos los gráficos que se iluminaban en el cristal.
—...La última lluvia fue hace 72 días. El nivel de contaminación es de 102 IEMAC...
—¡Cállate! —le ordené sin que me hiciera caso. No era la primera vez que me pasaba y por más que intentaba pararlo nunca lo conseguía. Lo malo era que después de su informe del exterior empezaría el informe sobre mi estado...
—Sus pulsaciones están por encima de lo normal. Por favor, si se encuentra alterada por algo, póngase en contacto con Joshua Coleman.
—No, no... ¡Cállate! ¡Para! Maldita máquina estúpida.
—¿Estás alterada? —me preguntó Josh por detrás entre risas.
—No. —Desesperada me giré encontrándome con la sonrisa divertida de Josh. ¿Por qué siempre me pasaban estas cosas con él?—. Haz que se calle.
—Te faltan las palabras mágicas —dijo imitando mi tono de voz y con un brillo en sus ojos que hacía mucho que no veía. Entonces me acordé. El recuerdo me inundó como si sólo hubiesen pasado unos días. Yo tumbada en la cama de la enfermería pidiéndole a Josh que me dijera un por favor ante su orden seca. Le miré sorprendida. Sorprendida porque recordará aquel detalle tan nimio nada más conocernos. Sorprendida por ver de nuevo el brillo juguetón en sus ojos. Pero sobre todo, sorprendida por lo mucho que había echado de menos a ese Josh. Mi sorpresa se desvaneció cuando escuché a la máquina empezar a decir a los cuatro vientos mis análisis de orina.
—Por favor... —susurré con una mirada de súplica.
—¡Stop! —ordenó él sin borrar la sonrisa. En el momento sonó un pitido y la voz paró. Suspiré aliviada.
—¿Stop? —pregunté desconcertada—. Cuando te pregunté cómo pararlo, me dijiste que le dijera que se callara —le acusé.
—Las máquinas entienden mejor las palabras cortas —dijo encogiéndose de hombros.
—Gracias por pararla —murmuré algo incómoda al darme cuenta de la situación. Estar con Josh a solas únicamente iluminados por la luz de la luna, no era mi concepto de relajarme. Así que empecé a pensar en alguna excusa que me permitiese huir de allí y refugiarme en mi cuarto. Sí, huir, porque al fin y al cabo era lo que iba hacer. Debió de ver mis intenciones porque antes de que dijese nada preguntó:
—¿Te vas?
—Sí —contesté mientras le esquivaba. Me agarró de la muñeca para pararme. Sentí cómo un cosquilleo me recorrió el brazo al sentir el calor de su mano.
—No te vayas —dijo en un tono que parecía una súplica mientras me acercaba a él—. Sigue viendo las estrellas —me susurró al oído. Cuando el calor de su aliento me rozó la oreja mis ojos se cerraron de forma inconsciente. Daba igual lo mucho que me mintiese, le había echado mucho de menos esas semanas.
—No es buena idea, mañana madrugo... —titubeé.
—No digas tonterías, le mandaré un mensaje a Jake para que venga más tarde. —Su mano se deslizó hasta la mía y sin soltarme se sentó en el suelo arrastrándome—. Me ha picado la curiosidad que desde mi casa se puedan ver las estrellas.
Se tumbó en el suelo donde apenas unos minutos antes había estado yo. Le observé sin saber qué hacer; una parte de mí —la más sensata— me decía que me fuera, pero por otro lado me apetecía estar junto a él. Sopesé la primera posibilidad calculando la distancia a la que estábamos de la puerta, probablemente me diese tiempo a recorrer un buen tramo antes de que se incorporase. Lo malo es que su mano seguía cogida a la mía. Me dio la sensación que él lo sabía y por eso no me soltaba. Me dio un apretón y desvié la mirada de la entrada a sus ojos. Sí, lo sabía y no tenía intención de soltarme. Suspiré para que oyese lo desacuerdo que estaba en hacer aquello y me tumbé a su lado resignada.
Nos quedamos en silencio mirando las estrellas. Pasado un rato me empecé a relajar a pesar de que su mano seguía envolviendo la mía. Cuando creí que se había dormido y tenía pensado soltarle para secarme la mano en el pantalón porque me sudaba, enredó sus dedos con los míos en un gesto mucho más intimo que hizo que un hormigueo me recorriera el estómago.
—¿En qué pensabas antes de que llegase? —Giré la cabeza para observarle, pero él seguía con la mirada fija en el cielo. Su perfil se marcaba con el contraste de la luz que entraba por la cristalera. Volví a mirar hacía arriba.
—En cómo sería estar dentro del agua. —Ahora era él quién me observaba—. ¿Cómo es? —le pregunté sin despegar mis ojos de los puntos de luz.
Vi por el rabillo del ojo que volvía la vista al cielo.
—Es... —Se le escapó una sonrisa al recordarlo—, si dejas relajado el cuerpo la sensación es como si volases. —Fruncí el ceño sin entender a qué se refería.
—¿Vuelas cuando estás en el agua?
—No —dijo riéndose suavemente—. Pero la sensación de flotar en el agua es parecida, o así me imagino yo que debe de ser volar.
—¿No te hundes en el agua? —Había dejado de mirar las estrellas para observar su perfil. La conversación me tenía totalmente intrigada.
—No. —Giró la cabeza encontrándose nuestros ojos.
—¿Te gustaba nadar?
—Me encantaba. —Pude ver el brillo que apareció en sus ojos al recordarlo. Le sonreí con ternura.
—Algún día aprenderé a nadar —dije mientras intentaba imaginarme las sensaciones que acababa de describir. Me devolvió la sonrisa—. Y te daré una paliza nadando —dije mientras volvía a fijar la vista en el cielo estrellado para romper la tensión tan íntima que se estaba formado entre nosotros y me ponía nerviosa.
—Claro —dijo entre risas haciéndome reír a mí también.
Nos quedamos un rato en silencio hasta que volvió a romperlo.
—¿Qué es lo que te quita el sueño?
Suspiré al escuchar la pregunta. ¿Qué me quitaba el sueño? Todo. Mi madre, La OLIC, él... Y ninguna de ellas me apetecía contárselo. Pero hacía mucho que no teníamos una conversación así y no quería estropearla. Así que opté por lo primero.
—Me preocupa no saber nada de mi madre.
—Tu madre está bien. —Me giré cuando oí sus palabras—. La tienen vigilada, pero no la están molestando.
—¿Cómo lo sabes? —conseguí articular sin poder salir de mi asombro.
—Porque nosotros también la estamos vigilando.
—¿Por qué? —pregunté algo asustada por su respuesta. Volvió la cabeza y nuestros ojos se encontraron.
—Sabía que estabas preocupada por ella, así que pedí que me tuvieran al tanto. —Me quedé observándole sin saber qué decir mientras un calor que no reconocí me recorrió el pecho. Cuando me di cuenta que llevaba demasiado tiempo mirándole aparté la vista con un movimiento brusco.
—Gracias —conseguí decir en un murmuro. Estaba desconcertada y emocionada por ese gesto.
—De nada. Nos preocupamos por nuestros miembros.
Sus palabras hicieron que la respiración se me cortara unos segundos y el calor de hacía unos momentos desapareciera para dar paso a un frío siniestro. ¿Por qué me dolía tanto? Lo importante era que mi madre estuviese bien, ¿no? "Porque es un gilipollas, por eso me duele" pensé intentando soltarme de su mano que me sujetó con más firmeza.
—¿Qué más te quita el sueño?
—Nada me quita el sueño —contesté sin poder disimular el enfado. Para mí la conversación se había acabado—. Duermo perfectamente.
Se rio de forma burlona, algo que no ayudó a amenizar mi enfado.
—¿Por eso llevas toda la semana viniendo aquí durante una o dos horas? —Volví a mirarle con la boca abierta. ¿Cómo se había enterado? Me miró de refilón con una sonrisa de suficiencia. Después levantó el brazo haciendo que el mío siguiera a misma trayectoria. En cuanto mi brazo se alzó la pulsera descendió por él. "El maldito localizador" pensé.
—¿Me estás espiando? No... no puedes hacer eso —dije indignada mientras me incorporaba de forma brusca—. Es ultrajante, una invasión a mi privacidad. Bastante con que no pueda cerrar la puerta del baño. Quiero que me quites esto —le ordené mientras llevaba mi mano hasta su pecho dándole un pequeño golpe en él. Se incorporó apoyándose con el codo.
Levantó una ceja por la sorpresa. Un gesto que ya le había visto hacer en más de una ocasión.
—¿Me estás dando una orden? —preguntó con tono serio, aunque sus ojos parecían divertidos. Titubeé unos segundo sin saber qué responder. Aquello estaba mal. Josh ya me había advertido que tenía que tener cuidado con mi forma de actuar con él. Y esas semanas había tenido cuidado, sólo me había faltado llamarle señor. Pero no era algo que me agradaba y cuando estábamos solos no era capaz de mantener la pose. Creo que vio el dilema que estaba cruzando por mi cabeza, porque sin disimuló comenzó a reírse. Le miré enfadada. Odiaba que hiciera ese tipo de cosas, sólo conseguía confundirme—. No te lo puedo quitar —continuó volviendo la seriedad a su rostro—, pero si me dices qué es lo que no te deja dormir te prometo que no lo miraré y será como si no lo llevases.
—¿Y cómo sé que lo vas a cumplir?
—Tendrás que confiar en mí. —Un bufido salió de mi boca en cuanto lo oí.
—Pides demasiado —contesté agitando nuestras manos delante suyo para que viese el localizador. Una sonrisa de lado se le escapó.
—Está bien... la confianza no es nuestro fuerte. —Apretó los labios mientras pensaba algo—. ¿Qué te parece si hacemos esto? Si me dices qué es lo que te perturba, configuraré el sistema de la casa para que puedas cerrar con cerrojo la puerta de tu baño.
Lo medité unos segundos. Odiaba no poder cerrar la puerta del baño, pero me asustaba mucho más contarle mis miedos a Josh.
—Paso —dije pasados unos segundos.
—Y ésta es la pregunta fácil —murmuró para sí mismo mientras movía la cabeza algo desesperado. Le miré confundida. ¿Por qué había dicho eso? Estaba apunto de preguntárselo cuando continuó—. Si no me lo cuentas voy a entrar en tu baño cuando te estés duchando, y te aseguro que sé cuando estás en el baño. —Bajó los ojos a la pulsera. Se me abrió la boca como una tonta.
—Me estás chantajeando —le acusé perpleja.
—Yo lo veo más bien como un trato —contestó con esa sonrisa de medio lado que le caracterizaba. Me empecé a agobiar sintiéndome atrapada, así que me incorporé como pude tirando del brazo aprisionado para poderme mover. Necesitaba moverme y pensar. En cuanto Josh entendió cual era mi intención, se levantó de un salto y me permitió caminar tirando de él. ¿Por qué narices no me soltaba? Tenía que pensar y con él detrás era muy difícil. Pero no hacía falta que hiciera la pregunta en alto. Tenía muy clara cual era la respuesta, no pensaba soltarme hasta que hablase. Pero, ¿cómo le iba a decir lo que me perturbaba? ¿Cómo le decía que no me sentía capaz de cumplir sus ordenes cuando me dijera que tenía que poner una bomba o disparar a alguien? Me paré y le miré, me observaba tranquilamente a la espera. Se iba a tirar ahí toda la noche hasta que se lo contase.
—No sé si voy a ser capaz de cumplir tus ordenes. —Su rostro se ensombreció por la tensión.
—¿Por qué?
—No sé si soy capaz... —La voz se me quebró antes de terminar la frase. Tenía la vista fija en los pies de Josh incapaz de hacerle mi revelación a los ojos. Cogí una bocanada de aire para infundirme valor antes de alzar la vista hacía él—. ¿Sabes qué tenía un código ético para los robos? —Era una pregunta retórica, pero aun así esperé a que negara con la cabeza antes de continuar. Aparté la vista y la enfoque en las torres—. Te parecerá una tontería, pero a mí me ayudaba a dormir. Sólo cogía aquellos casos que me parecían "moralmente correctos". —Hice un gesto de comillas con la mano libre mientras una risa cansada se escapaba de mi boca—. Puede que no haya tenido una educación tan buena como vosotros, pero sé qué es correcto y qué no. Y robar no está en mi lista de cosas buenas. Lo único que conseguía equilibrar mi conciencia es que tampoco me parecía bien dejar morir de hambre a mi familia. Pero... —Tragué saliva intentando suavizar el nudo de mi garganta—. Matar. No sé si voy a ser capaz de matar a alguien cuando me lo ordenes.
Cuando terminé volví el rostro hacia Josh. Me miraba de una forma que hizo que se me encogiera el estómago. Era una mezcla de dolor, compasión y ternura. Sin dejar de mirarme soltó la mano que había estado aprisionando todo ese tiempo y se acercó a mí hasta que nuestros cuerpos casi se rozaban. Me cogió el rostro con las manos y lo alzó haciendo que le mirase a los ojos. Ahora sólo había dulzura en ellos, esa dulzura que raras veces mostraba.
—Lo que hacías no era malo. Lo que hacías era sobrevivir. —Sabía que era cierto, pero aun así agradecí que me lo dijera—. Y no vas a tener que matar a nadie.
—Pero... y los atentados...
—No te preocupes por eso. Tenemos a profesionales que se ocupan de ello. Ni Sussie, ni Jake, ni Maggie, ni Eliot, ni Tania han matado a nadie. Aunque te cueste creerlo la mayoría de los atentados son para obtener información e intentamos que nadie salga herido. No digo que siempre sea así, pero lo intentamos. Nos entrenamos para estar preparados por si lo necesitamos, pero no es algo que usemos a menudo.
—Menos tú... tú sí has matado y peleado a menudo —dije recordando nuestras conversaciones. Hizo una mueca de disgusto y se alejó de mí un paso soltando mi rostro. Maldije en mi interior por mi comentario.
—Tampoco es que sea un asesino profesional. —Sonó triste—. Sólo he matado a cinco personas incluyendo al mendigo del quinto sector. —Apartó la vista y miró sus manos—. No es algo de lo que me sienta orgulloso. —Me dolió verlo tan triste.
—Lo siento, no quería acusarte de nada. —Inconscientemente me volví a acercar a él y puse mis manos sobre las suyas dándolas un ligero apretón cariñoso. Se quedó mirando las manos hasta que cogió mis manos las acarició y entrelazó sus dedos con los míos. Ya no tenía ninguna de las manos libres. Genial.
—No te preocupes. —Esbozó media sonrisa de lado sin apartar los ojos de nuestras manos—. Tampoco pesan tanto esas muertes, las tenían merecidas.
Me recorrió un escalofrío por lo duras que habían sido sus palabras.
—Vamos, es hora de irse a dormir —dijo dándome un tirón suave que me atrajo hacía él—. ¿De verdad tenías un código ético para tus trabajos? —me susurró al oído.
—Sí —contesté. Noté su risa junto a mi oído.
—Ahora lo empiezo a entender —dijo separándose y soltando una de mis manos para dirigirse hacia la puerta de los vestuarios. Mientras me guiaba como si fuese una niña pequeña dentro de la casa continuó hablándome—. Mira que es complicado conseguir que hables.
—Pues a ti se te da bastante bien con el chantaje —refunfuñé dejándome llevar. Se rió ante mi observación.
Me sentía relajada después de la conversación con Josh. La presión de aquellas semanas ante la idea de tener que matar a alguien había pesado mucho más de lo que era consciente. Además, había disfrutado mucho de la conversación con Josh. Había sido él. El mismo con el que había cruzado los sectores inferiores. El mismo en el que confiaba aunque me costara admitirlo. Pero mi relajación y buen humor desapareció cuando pasó frente a mis ojos la puerta de la habitación de Sussie sin que nos detuviésemos. Mis alarmas empezaron a sonar, pero ya era demasiado tarde, cuando quise darme cuenta Josh ya me había metido en su habitación cerrando la puerta tras él.
—Ahora viene la pregunta difícil —dijo dibujándose una sonrisa malvada en el rostro.
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