Capítulo 2A

Al día siguiente, antes de salir de casa, miré a los lados asegurándome de que no había agentes acechando desde lugares ocultos. Saqué unos prismáticos tratando de divisar alguna cámara oculta. 

- ¿Qué haces?- me sorprendió mi hermano, rodeándome para salir de casa sin chocarse conmigo.

- Me estoy asegurando de que no haya ningún fan tratando de sacarme fotos- contesté en tono sarcástico.

- Oye, que sólo me sucedió una vez y era un caso grave, en serio, las chicas se me echaban encima- se defendió él-. Tú no podrías entenderlo, deja de burlarte de mí.

- ¿Y para qué si no están los hermanos?- le saqué la lengua.

Vi una cámara apuntando a la puerta de la entrada al jardín, oculta en un árbol. Parecía demasiado fácil. Cogí un trapo y lo tiré hacia el objetivo, de forma que quedara tapado y no se pudiera grabar nada. Fui hacia la cámara y la tiré al suelo a fuerza de apedrearla. Quedó inservible. Lo que yo no sabía, era que la cámara tenía un sistema antigolpes y si algo le sucedía, saltaba una alarma que comunicaba con la central.

De camino al instituto tuve sumo cuidado con dejarme ver lo mínimo posible. Sin darme cuenta, cogí el mismo camino que el del día anterior. Ahí había una agente como la que me descubrió el día anterior intentando llevarse a una chica de vuelta. Otra se había escapado, al parecer. ¿Por qué en esa calle y por qué adolescentes? Me inquietaba que en vez de agentes secretos, fueran secuestradores. A saber lo que les harían. Una mujer, fácil. Fui corriendo hacia ella y la tiré al suelo, facilitando la huida de la chica. Me levanté rápidamente y salí corriendo. La agente me sujetó la pierna, pero la zarandeé y conseguí escapar. Hasta que ella se levantó yo ya había llegado al instituto. Ahí había un chico acompañando a la chica de antes.

- Gracias por ayudarnos a escapar- dijo el chico-. Ella me estaba encubriendo y tú la has ayudado también. Por fin podremos ver a nuestras familias, aunque sea por poco tiempo, ya que nadie puede escapar a su vigilancia, y nos cogerán pronto.

Dicho aquello echaron a correr despidiéndose con la mano. Yo entré en el instituto. Esa vez llegaba pronto. Cuando pasé a mi clase, todos vinieron a hacerme preguntas sobre por qué me perseguían lo espías o lo que fueran.

- He visto algo que no debía y quieren asegurarse de que quede en secreto. No puedo decir nada porque si me suelto de la lengua me matan o se os llevan a todos y a saber qué os hacen.- contesté imaginándome lo más probable que podía suceder.

- Eres increíble, has conseguido escaparte- me alabó una compañera que estaba cerca de poder ser considerada como amiga.- Te has metido en un buen lío, ¿eh?

- Ya ves, por eso no quiero que colaboréis conmigo ni que hagáis nada, vosotros no sabéis nada de mí ni yo de vosotros, no quiero implicaros en nada o no volveréis a ver la luz del sol- les advertí.

Mis oyentes asintieron, algo preocupados y siguieron haciendo comentarios. A algunos les pareció divertida la escena del día anterior, era como una actuación en directo y encima se saltaban la clase de física y química. A otros les pareció una molestia estar de pie en el pasillo tanto tiempo y sin hacer nada por culpa de una alumna rebelde. Cuando la gente tiene ganas de criticar, cualquier cosa les vale, sobre todo si la persona les cae mal y encuentran algo que decir de ella. En mi clase había gente así y peor. Oí cosas que me hicieron desear haberme ido con los agentes a quedarme escuchando comentarios de gente que no tenía ni idea de nada. Mejor que se callaran.

De pronto, se oyó la alarma de incendios, lo que significaba que había que evacuar el edificio. No era un simulacro y tampoco un incendio. Eran los agentes que volvían a por mí. Todos salieron al patio y yo con ellos, tratando de quedar oculta por sus cabezas. De todas formas, no era muy alta y no sería difícil. Sabía que si me quedaba en el edificio, sería pan comido para ellos encontrarme. Unos entraron en el edificio a inspeccionarlo mientras otros se quedaban vigilando que nadie saliera del grupo que habíamos formado. Luego se pusieron a controlar a los alumnos, preguntándoles nombre, edad y clase.

Me había entrado una piedra en una de las deportivas y me la saqué para hacer caer la piedra. Estaba apoyada en un solo pie, por lo que al recibir un empujón perdí el equilibrio y me caí, tirando la zapatilla lejos sin querer. Me levanté lo más rápido que pude para que no se fijaran en mí y les pedí a los compañeros de más adelante que pasaran la zapatilla hacia atrás, pero no me oyeron y se pusieron a pasársela unos a otros como si estuvieran jugando al vóleibol. La zapatilla cayó en la cabeza de uno de los agentes y se hizo silencio. Éste agarró la zapatilla y extrajo un dispositivo localizador que tenía pegado a la suela. Claro, cuando me agarró el pie la agente...

- ¿De quién es esta zapatilla?- demandó serio el agente (imagínalo grande, musculoso y calvo).

Más silencio.

- ¿Hace falta que repita la pregunta? ¿Quién ha empezado?

Todos empezaron a señalarse unos a otros, echándose las culpas mutuamente y reprochándose que les culparan. No tenían salida con ellos, por lo que los agentes ordenaron que se pusieran en fila, pero con la conmoción nadie se enteró y hablaban cada vez más fuerte. Ésa fue la primera experiencia de la vida de los maestros que tuvieron los agentes ese día. La segunda, fue una mano levantada:

- ¿Puedo ir al baño?

No se lo podían creer, estaban en una misión importante y va un sospechoso y pide ir al baño. Le dijeron que ni hablar, pero éste dijo que no podía aguantarse y que además no podía ser quien buscaban porque era un chico. Al final le dejaron ir. Entonces tuve una idea. Le pedí a una compañera que me dejara una zapatilla, puesto que las teníamos iguales, y le dije que era para ver si me cabía, por curiosidad. Me la puse y lo siguiente era una gorra, que me prestó un compañero. Me recogí el pelo dentro y fingí un desmayo. Caí al suelo y la conmoción aumentó aún más.

Un maestro les pidió a los agentes que les dejaran llevarme a conserjería para avisar a mis padres. Vieron que no me faltaba ninguna zapatilla y me dejaron ir. Esa fue la tercera experiencia que tuvieron sobre la vida de los maestros: fingir estar malo para ir a casa. Y encima fueron engañados. Me hice algo de daño al caerme, pero quería que fuera lo más realista posible. A cambio conseguí una herida ensangrentada en la rodilla y un rasguño en el hombro. Las mejores caídas son las de lado, es como menos daño te haces.

Así fue como me libré por segundo día consecutivo. O eso pensaba. Al llegar a mi casa, la agente me esperaba en la puerta con la cámara rota en la mano y presentí que el juego había acabado. No pasaría el nivel, pero al menos conseguiría puntos mientras podía, o lo que es decir, eché a correr. La casa estaba rodeada y no tenía adónde ir. La zapatilla prestada me venía un poco grande, por lo que se me salió el talón y me tropecé aterrizando contra uno de los agentes, que se aseguró de sujetarme. A mis padres solamente les dijeron: "asuntos del gobierno" y me llevaron a mi furgoneta favorita: en la que me escondí en el maletero, pero esa vez iría en los asientos de atrás y además esposada. Game over.

Escrito por FlightOfFantasy



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