CAPÍTULO XIII: SENTIRSE CULPABLE.
National City.
Oír a Sam no estaba en los planes de Lena, por lo que siguió bebiendo de su vaso de whisky sin prestarle atención a todas las cosas que decía, como si no fuese consigo. Era mucha osadía de Samantha venir a su oficina a primera hora de la mañana queriendo obligarla a ir hacia la estación y enfrentar a Kara, que debía seguir molesta por lo que pasó con sus hijas, y Lena, no quería volver a ver a la rubia, le avergonzaba mucho lo que había sucedido. Entregarse al trabajo, a hacer papeleo, era lo único que estaba haciendo estos días, ni querer ir a revisar las nuevas instalaciones para verificar sus progresos o evaluar a los pocos candidatos para los puestos postulados. Para eso tenía a Jack como su socio, para que se encargara de esas pequeñeces en vez en cuando.
Jack apareció como si no fuese invitado a la reunión, con su expresión indignada y las cejas poblabas fruncidas, lo que Lena odiaba por dos razones: la primera, porque se uniría a Samantha para reprenderla como una niña y la segunda, querrían obligarla a salir de allí.
—No ha querido casi ni comer ni mucho menos salir de esta oficina —acusó Jack, mirándola con desaprobación.
Lena se fijó que Sam por fin se había quedado en silencio, evaluando las expresiones de ellos y analizando qué estaba mal. El humor de Lena no era normal, en realidad ni en sus cincos sentidos podría borrar lo que había ocurrido sin sentirse culpable.
—¿Acaso Lillian o Andrea te hicieron algo? —demandó Sam, con sus manos en la cintura.
Lena parpadeó varias veces, frunciendo su nariz ante la mención de esas dos mujeres, que lo único que habían hecho en su vida era humillarla, mirarla por encima del hombro. La mirada de Jack se desvió hacia las grandes ventanas, escondiendo sus manos en el blazer que llevaba, para no tener que intercambiar mirada con ella; Lena comprendió que ellos sabían algo de lo que aún no estaba enterada en lo absoluto.
—¿De qué hablas, Samantha?
La castaña tragó saliva, y nerviosamente miró hacia el moreno, que seguía observando a la nada. Lena se puso de pie, inclinándose hacia su escritorio y golpeándolo con fuerza, logrando captar la atención de sus amigos. Ninguno quería responderle, correspondiendo miradas como en un conceso de quién se animaría a confesar primero y no ser bombardeado a maldiciones por ella. Al parecer, Jack sería el sacrificado, porque mostró sus manos en señal de paz, como si Lena lo crucificaría por lo que sea que dijera.
—Vi a tu madre hace unos días, se lo conté a Sam y supusimos que tú estabas enterada.
—Y que por cierto, no tuviste la decencia de contarnos —agregó Sam, enojada por su falta de comunicación.
—¿Por qué mierda debería contarles todo lo que pase en mi vida? —requirió, mirándolos detenidamente al ver sus reacciones estupefactas—. Ustedes no tienen por qué opinar o decir cualquier estupidez que les venga a la cabeza sobre mi vida, así que si no tienen nada mejor qué hacer, váyanse.
Ni siquiera apartó la vista al decir sus palabras, comprendiendo por la confusión y la tristeza en los rostros de sus amigos, que les dio donde más les dolía, sin esperar más tiempo, Lena los vio irse juntos; se lanzó a su silla derrotada a la puerta cerrarse tras ellos, para llenar de nuevo su vaso de whisky y tragarse el fuerte nudo en su garganta.
***
Alex estaba más que enojada con ella, al no querer denunciar a Lillian Luthor o amenazarla por lo que había hecho. Por más que Alex fuese un agente federal, Kara no creía correcto que abusara de su puesto para hacer lo que le plazca, solo por defenderla, cuando ella podía hacerlo sola; al llegar a la estación para la jornada comunitaria, se sorprendió de no ver a Lena, pero esperó que llegara en unos minutos que se volvieron horas y no hubo rastro de ella. Después de culminar su labor, todos se dirigiendo a los casilleros para guardar algunas de sus pertenencias y no estorbar a los del otro turno. Mike Matthews se posicionó a su lado, sonriéndole como un galán, sin importarle las formas más educadas que había tenido en decirle que no estaba interesada y menos de alguien que estuviera a su mando, para no recalcar que era lesbiana.
Hubo un poco de tensión durante su jornada, al Sam haber llegado unos minutos tarde y de no un buen humor, lo que hizo que todos estuvieran atentos a lo que hacían y no perdiendo el tiempo en cruzarse en su camino. Su compañera Sara Lance, le hizo un gesto con la cabeza para que hablara con Sam, porque como su teniente y segunda al mando, debía abogar por ellos y lo que incluía, buscar información de cosas que los inquietaba. A Kara no le gustaba entrometerse en la vida de las demás personas, porque tampoco le gustaba que lo hicieran con la suya, y motivo de eso era las disputas con su hermana Alex cada vez que se podía.
—Capitana... —Kara llamó al salir tras Sam por el pasillo.
La castaña se detuvo, girándose para observarla caminar hasta ella. Nerviosa, la rubia sonrió para apaciguar la tensión, y recibiendo un suspiro por parte de su superior.
—¿Qué sucede, Danvers?
—Bueno... —balbuceó, tratando de encontrar las palabras correctas y no parecer entrometida—. ¿Está todo bien?
—Sí, ¿por qué no lo estaría? —formuló Sam, pareciendo extrañada por las preguntas que le hacía.
—Por nada, solo quería saber que todo estaba bien... tú sabes, por las cosas con Edge y Lord —mintió Kara, aliviándose cuando Sam se relajó.
—No te preocupes, por los momentos ha estado todo tranquilo.
Asintiendo, Kara le creyó y aprovechó que Sam había cambiado de ánimos para hacerle una pregunta más personal.
—¿Sabes por qué Lena no vino?
El cambio en la expresión de Sam la asustó más por la forma en pronunciar esas palabras:
—De esa imbécil no me hables, y ahora en adelante, no esperes que aparezca más por aquí.
—¿Qué? —expresó confundida Kara, no entendiendo el enojo tan repentino de Sam—. ¿Qué sucedió?
—Mira, Kara... no lo sé, y tampoco me interesa saberlo —dijo Sam tajante.
—Es por mí, ¿cierto? —susurró Kara culpable.
—No entiendo de qué estás hablando, Kara. Mira, Lena a veces...
—¡La asusté con mi actitud, Sam! Debe ser la razón por la que ya no quiere venir aquí —expresó mortificada, mirando hacia los lados y fijándose que nadie de su equipo estuviera cerca—. Juro que no quería ser grosera con ella, pero saber que esa mujer, que... quiso asustarme a llevarse a mis hijas, no fui yo misma.
—¡Kara, para! —gritó Sam, llamando su atención y sosteniendo sus hombros—. ¿De qué estás hablando? No te comprendo realmente, ¿quién es esa mujer?
—Lillian Luthor —murmuró.
Kara notó como Sam la soltaba y daba un paso atrás, la incredibilidad era palpable en su rostro, quizás esa fue la misma expresión que Lena hizo al saber que Lillian estaba detrás de ella. Nadie quería estar ligado a un Luthor, menos que fueses un enemigo potencial de ellos.
—¿Lillian se llevó a las niñas? —Sam dijo con cautela, lo que Kara asintió en confirmación—. Ahora entiendo la actitud de Lena... juro que si estuviera en su lugar, estaría...
Sam se calló, evitando seguir con su discurso que profesaba muchas malas palabras, por intuición de Kara.
—Necesito hablar con ella, Sam. Por favor, debo disculparme.
—Kara, no tienes por qué disculparte. Lena entiende muy bien tu comportamiento, eres madre y los hijos siempre serán primero ante todo —susurró la castaña con expresión empática.
—Lo sé, pero eso no debería tener como consecuencia que ella no viniera más. Dime dónde puedo encontrarla...
***
Ruby la había llamado desde el teléfono de Sam para fuera a verla, porque la extrañaba y le aseguraba que su madre se iría para tener privacidad, estaba enterada de su discusión y le garantizaría su zona de confort. Lena amaba a Ruby, era como una sobrina para ella y no quería negarle nada, por lo que ahora estaba ahí, de pie ante la puerta del apartamento de Sam, decidiendo si tocar o mejor irse, justificarse con Ruby después. Imágenes de una Ruby triste y enojada con ella, empezaron a pasearse por su mente, el alcohol en su sistema no ayudaba mucho en estos momentos; Lena rara vez se embriagaba, su tolerancia al alcohol estaba por encima de los demás, pero cuando su corazón estaba sufriendo, era un caos total.
Tocó la puerta vencida, quedando muda al no ser recibida por una niña sino por una rubia que había estado evitando durante días.
—Hola, Lena —musitó Kara.
—¿Por qué estás aquí?
—Tenemos que hablar, Lena. No puedes seguir evitándome —acusó la rubia.
Lena quiso reírse, pero la seriedad en la que hablaba la rubia la hizo pensárselo y quedarse en silencio mientras analizaba porque Kara quería hablar con ella, cuando podía estar demandándola por lo que su madre hizo.
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