CAPÍTULO I: DECISIONES.
Midvale.
En el pueblo de Midvale, empezaba el verano y la elevada temperatura abrumaba a Kara, más al sentir que las suelas de sus zapatos podían irradiar hasta humo y sin añadir, que en cualquier momento se derretirían. Su capitán solo se abanicaba en su oficina, con los pies en el escritorio y mirando con una sola mano su teléfono móvil; mientras sus compañeros junto con ella, limpiaban el camión para distraerse y soportar el calor. El día había pasado lento, Kara contaba los minutos que faltaban para terminar su turno e irse a casa, a descansar lo poco que podía, aunque el movimiento en la pequeña estación de Midvale era casi nulo. No podía alegrarse que ocurriera un incendio en el pequeño pueblo, porque sería fatal, pero ni un árbol se prendía fuego y era decir mucho.
-Danvers, te buscan -le avisó uno de sus compañeros, señalando hacia la salida, donde un auto estaba aparcado.
Kara suspiró, soltó el trapo que usaba para limpiar y se trasladó hacia la salida. El sol le dio en la cara, no era muy amante del frío pero tampoco de un sol que deseaba como derretirla al instante; la ventanilla del auto se bajó, mostrándole a la pelirroja con una sonrisa burlona en su rostro.
-¿Está perdida, agente Danvers?
Alex liberó una carcajada, sabiendo que Kara no era tonta y que su visita siempre traía algo más consigo.
-Quizás sí, teniente Danvers. Usted sabe, el pueblo es tan grande.
La rubia rodó los ojos ante el sarcasmo de su hermana mayor, pero se mantuvo serena ante la información que podría proveerle esta.
-Podría prestarle un mapa para que se ubique mejor, y así evitar que se pierda en este pueblo tan gigantesco -ironizó Kara, viendo como su hermana peinaba su cabello corto hacia atrás con nerviosismo. Las alertas en su cabeza la golpearon con fuerza, sintió como su estómago se retorcía por lo que avecinaba, por la inesperada visita de Alex-. ¿Por qué estás aquí, Alexandra?
Pocas veces Kara decía el nombre de su hermana, y decirlo le advertía a la pelirroja que hablara antes que su paciencia se agotara.
-Conocí a alguien en National City... -Kara esperó con el entrecejo fruncido, la mano que descansaba en su pierna la apuñó con ansiedad-, es capitán de una estación y necesita un teniente.
-No puedes hablar en serio... -escupió Kara con enojo, dándose media vuelta.
-¡Por amor a Dios, Kara, escúchame! -suplicó Alex, haciéndola detener.
-¿Escuchar qué, Alex?
La rubia se giró, sus ojos azules se mantuvieron fijos en el rostro de su hermana.
-Te estás hundiendo en este pueblo, Kara, además, estás condenando a las niñas a esconderse aquí.
-Tú no lo entiendes, Alex. Así que es mejor que no te metas en mi vida, ni en mis decisiones...
-¡Quiero lo mejor para ti y para mis sobrinas! -exclamó frustrada.
-¡Vete!
Kara esta vez, se dio media vuelta y sin detenerse, pese a los gritos de su hermana, y los murmullos de su compañeros.
[...]
Metrópolis.
La empresa con las grandes letras con el nombre Luthor era impresionante, por su estructura imponente pero para Lena, solo eso la hacía bonita de alguna manera; su hermano Lex, se encargó que todo se viniera abajo, con sus planes psicópatas y los métodos pocos ortodoxos que se obsesionó con ejecutar. Ahora, él estaba en prisión, por terrorista, condenado a pudrirse en una prisión de máxima seguridad y sin ver la luz del sol.
Lena recordó el día que estaba con su novio Jack en Inglaterra, cuando Lillian su madrastra la llamó, exigiendo que viniera a abogar por Lex en el juicio; ese día, se mantuvo firmé y se negó, nunca podría apoyar las atrocidades que él había hecho, asesinando a personas para robar proyectos, acabando con familias por su propio beneficio. Más, siendo él mismo ser capaz de haberla lastimado, sabiendo que ella lo amaba, confiaba en él, porque pensó que era el único Luthor a quien le importaba, pero solo era parte de un estúpido experimento que él estaba desarrollando. Hasta el día de hoy, Lena no sabía lo que tramaba su hermano en aquella ocasión, y esperaba que nada malo fuese, porque mucho tenía con haber estado en terapia por un tiempo, para aprender a lidiar con su ansiedad, y pesadillas que le generó su último encuentro.
En recepción había una joven tomando llamadas, mientras personas esperaban por ser atendidas y empleados caminaban de un sitio a otro, tropezando entre ellos. Era su primera vez en aquel lugar, y esperaba no volver, para su propio bienestar; no quería imponer nada, pero tampoco perder su tiempo, así que se acercó a la recepcionista y cortó la llamada, recibiendo una mala mirada de su parte.
-Tengo cita con Lillian Luthor, dile que Lena está aquí -ordenó, manteniendo su voz neutral.
La joven amplió los ojos y asintió tragando saliva.
-E-Ella la está esperando, suba al piso 21, pasillo derecho, tercera puerta -dijo nerviosa la joven.
Lena subió al ascensor con un gran suspiro, ignorando a los empleados a su alrededor, de los cuales ninguno la conocía, cortesía de haber sido alejada de la familia Luthor durante años y que en el fondo agradecía. Contó los segundos en su cabeza, hasta oír el crujido del ascensor al detenerse y que las puertas se abrieran, siendo la única en estar en ese piso; recordó las indicaciones y no hizo falta encontrar la dirección. No tocó para su gusto, simplemente empujó las puertas, para toparse con los ojos azules gélidos de su madre.
-Por fin la hija pródiga decidió aparecer -comentó Lillian sin apartar los ojos de Lena.
Lena aún seguía en la puerta, siendo observada por su madre, porque así fue obligada a llamar aunque no quería.
-Dejaste muy en claro que no era bienvenida a tu familia y me alejaste, así que no comprendo el reclamo, madre.
La media sonrisa que Lillian le dedicó, le colocó la piel de gallina, más al verla ponerse de pie y encaminarse hasta estar a un metro de distancia. Su madre aún se mantenía, los años casi no habían pasado por ella y eso ella lo debía saber, sentirse orgullosa de no demostrar su verdadera edad.
-Te protegía, Lena, aunque no me creas -contestó sin apartar su mirada. Lena hizo una mueca, no creyendo en sus palabras tan vacías-. Y es hora que lo agradezca, haciéndote cargo de la empresa que tú padre fundó hace años.
-Y que el psicópata de tu hijo lo arruinó con sus desquiciados planes -siseó Lena, sin poder contenerse.
No percibió ningún cambio en la expresión de su madre al mencionar a Lex, no sabía si le dolía que su hijo adorado era un psicópata o aún creía en su inocencia. Nunca había descifrado a Lillian Luthor, así como a Lex en su momento.
-¿Eso es un sí, Lena?
-Eso es un vete a la mierda, madre.
Sentarse en un parque era lo menos que había imaginado Lena, menos después de su encuentro con su madre. Miraba a los niños y madres interactuar, siendo consciente que jamás tuvo una infancia común; Lex era mayor que ella cuando su padre la llevó a la mansión Luthor, lo único que hacían juntos era jugar ajedrez. Después de la muerte de su padre, Lillian la envió a un internado en Inglaterra y no los volvió a ver hasta su graduación, seguido de eso, cuando ingresó a la universidad, Lex la buscó, pero solo porque la necesitaba e hizo lo que fuera que ella le servía, hasta no saber de su hermano por su desaparición al ser buscado por el FBI.
-¿Lena?
La pelinegra levantó la vista, reconociendo la hermosa sonrisa de la castaña al frente de ella, con sus ojos marrones oscuros brillantes.
-Sam...
Enseguida Lena se puso de pie y compartió un gran abrazo que no sabía que necesitaba de Samantha Arias, su mejor amiga del internado.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Sam al separarse de su cálido abrazo.
Lena se encogió de hombros e inició a relatarle su encuentro con Lillian, mientras caminaban por el parque. También aprovechó en saber sobre la vida de su amiga, quién le dijo que su sobrina Ruby tenía 10 años. Entre su conversación surgió un tema en concreto.
»-Entonces, Lena. ¿Qué tienes pensado hacer aquí?
-No lo sé, Sam. -Exhaló abrumada, guardando un mechón de cabello detrás de su oreja-. Vine para zanjar el tema de la herencia Luthor con mi madre, y sólo eso.
-Sabes, estoy aquí porque tenía una reunión con Bruce Wayne, quién me patrocinará el proyecto de asistencia médica en la estación y ahora necesitamos apoyo de médicos especializados... -contó con una sonrisa de orgullo Sam-. Lena, por favor. No es mucho lo que pagaremos, pero solo es a tiempo parcial y quizás, tres veces por semana; podrías considerarlo si no tienes más planes.
-Sam... agradezco esto, pero soy una Luthor. Todos nos odian.
-Odian a Lex, no a ti Lena.
-Llevamos la misma sangre, cualquiera diría que lo psicópata puede ser de familia -argumentó.
-Lena, por favor. Piensa lo que te digo, sí decides aceptar podemos usar el apellido de tu madre, y nadie sabrá que eres un Luthor, ¿de acuerdo?
Lena asintió, viendo el alivio en el rostro de su amiga y la esperanza de que pueda aceptar. Su corazón latió con fuerza, al rememorar su vida temprana junto a Sam en el internado, percatándose que junto a ella pudo sentirse amaba, cuidada, y haciendo cosas de niños normales, lo que con los Luthor nunca pudo hacerlo; así que siguieron conversando de otras cosas, pero Lena aún daba vueltas a su propuesta. ¿Podría por fin deshacerse del apellido Luthor o tendría que seguir cargando con los pecados de su hermano? Eso tendría que averiguarlo muy pronto.
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