1. Más allá del Cielo
Cuento n°1
Música/inspiración: Mi amor pende de un hilo (Lodovica Comello)
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Yacía allí, en esa cama de hospital, en una habitación fría y atemporal... Dormía profundamente, sumergida en sueños y fantasías, en recuerdos de tiempos más felices. Su piel era pálida, traslúcida y arrugada, testigo del paso del tiempo y la enfermedad que la aquejaba.
Aun así su rostro se veía sereno, pacífico... enmarcado por hilos de plata prolijamente peinados y acomodados en un rodete. Se encontraba hermosa, como antes, como siempre. Y aunque su alma se sentía joven, su cuerpo estaba perdiendo la batalla.
Pasaba mucho tiempo durmiendo, soñando con un mundo cargado de recuerdos en el que había vivido antes, con caras conocidas, con amigos, con amores. Imaginaba que volvía a vivir pero esta vuelta tomaba otras decisiones...
Ahí estaba ella, a sus veinticuatro años, se encontraba parada en medio de la niebla buscando a alguien con la certeza que vendría. Todo era muy real, su corazón latía fuerte, ansioso, las manos le sudaban y el estómago apretaba. Alguien llegaría pronto, alguien a quien ella esperaba desde hacía muchos, muchos años.
—¿Qué haces Alana? —Allí estaba él, alto, glamoroso. Con su sola presencia disipó las neblinas. El sol asomó más caliente que nunca, el cielo era claro y tan azul como su mirada—. ¡Te he estado esperando! —abrió sus brazos para recibirla.
—¡Gabriel, te he extrañado tanto! —Su voz fue la certeza de aquello que anhelaba. Corrió a refugiarse en sus brazos, recostó su cabeza en su pecho— Tengo miedo —susurró.
—No temas, estoy aquí contigo... Al fin ha llegado nuestra hora. —La calma se apoderó de su cuerpo.
La enfermera abrió la puerta y confundida despertó. Sara se hallaba sentada en el sillón, acompañándola como siempre, incluso en el final del camino.
—Aquí tiene su cena señorita.
—Gracias. ¿He dormido mucho? —preguntó mirando a Sara.
—Bastante... ¿Te sientes bien?
—Solo un poco mareada. He tenido un sueño muy real... —cerró sus ojos suspirando, intentando recordar—. Estaba Gabriel, me abrazaba, yo tenía mucho miedo. Cuando él apareció todo se aclaró, lo abracé, me abrazó... me calmó.
—Qué bonito, amiga.
—Éramos muy jóvenes... Es raro, pero no recuerdo que eso haya pasado en realidad... ¡Oh no!
—¿Qué sucede?
—¡Quizás me he olvidado de algo, Sara! ¡No debo olvidarme de nada de lo que haya vivido con Gabriel! Es lo que me mantuvo viva todos estos años, lo que me ayudó a sobrevivir tras haberlo perdido.
—Tranquila Alana, fue solo un sueño.
—¿Dónde estará ahora? —observó a su amiga esperando una respuesta.
—No lo sé, quizás aún esté en Uruguay.
—¿Qué habrá sido de él?
—No lo sé —suspiró Sara impotente.
—¡Dios Sara!, tantos años perdidos, desperdiciados. Si tan solo tuviera de nuevo esa edad, correría a sus brazos, le diría que lo amo, que nunca he dejado de hacerlo, que la distancia solo ha logrado que lo ame más. Jamás lo hubiera dejado, hubiera ido con él hasta el fin del mundo, y hubiéramos luchado por lo que sentíamos. ¡Fuimos tan cobardes!
—No te tortures pensando así Alana... ha pasado demasiado tiempo ya.
—Pero nos hicimos tanto daño a nosotros mismos —la tristeza desgarraba su alma.
—Lo sé, pero la distancia y el tiempo han curado las heridas y han dejado solo lo bueno guardado en tu corazón.
—Él es todo buenos recuerdos para mí...
—Quizás no lo hayas perdido para siempre.
—Si supiera donde ubicarlo lo llamaría ahora mismo y antes de morir le diría que lo amo. Sentir el frío de la muerte cerca cambia tus perspectivas tan bruscamente.
—Él lo sabe, no te preocupes, él lo sabe.
Ambas hicieron silencio, sabían lo que venía. Sara se acercó a la cama y tomó la mano de su amiga. Su tacto era frío, le costaba respirar.
—Tengo mucho miedo Sara.
—¿De qué?
—De la muerte, ya está cerca, la puedo sentir.
—No temas, iras a un lugar mejor donde serás más que feliz. —Trataba de ser fuerte para su amiga.
—¿Cómo lo sabes?
—Te lo prometo, y cuando estés allí, acuérdate de mí —sonrió con tristeza.
—Me siento sola, es decir, has estado allí siempre, eres una gran amiga. Pero ahora debo hacer este viaje sola, sin boleto de regreso, tú no puedes abordar el tren conmigo. Nadie puede hacerlo, solo yo, y no se a donde me llevará, no sé si quiero tomarlo... pero no puedo evitarlo.
—Alana, tú irás a un lugar mejor y al final de este viaje, encontrarás amor de verdad. Lo sé, créeme, confía en mi —la voz de Sara se convertía en susurro, se alejaba, se perdía.
Alana cerró los ojos, ya no había dolor pero sentía mucho sueño, estaba muy cansada. El frío fue suplantado por un intenso y agradable calor, una luz profunda llamaba su atención. Caminó hasta ella y cuando estuvo muy cerca una mano la llamó. Era Gabriel, su Gabriel. Sus ojos eran más claros que de costumbre y su cuerpo brillante parecía flotar en el aire. Sonreía, la esperaba, la llamaba.
Ella corrió hasta él, tomó su mano y él la estiró en un abrazo...
—¿Ves?, te dije hace un rato que no tuvieras miedo, no hay nada que temer mi amor. Te he estado esperando y a pesar de que aquí el tiempo se mide diferente, estar lejos de ti siempre resulta eterno. Te he extrañado...
—Me has hecho tanta falta —alcanzó a decir una joven y sana Alana sin dejar de perderse en su mirada. Ya no había dolores, no había pesares, se sentía liviana, se sentía viva.
—Aquí podremos amarnos eternamente, lejos del mundo y sus caprichos.
Sara la contempló marcharse, vio sus ojos cerrarse suavemente y unos instantes después una sonrisa pura iluminó su rostro. Un último suspiro y su vida se apagó.
Sara la besó en la frente, sacó de su cartera un trozo de periódico viejo, lo desdobló y lo leyó en un susurro.
«En trágico accidente pierde la vida Gabriel Montenegro».
—No pude decírtelo antes amiga, discúlpame, murió viniendo hacia aquí, quería verte, hablarte, pero no llegó. Han pasado años y tú te hubieras desmoronado, no hubieras podido seguir adelante con tu vida ni luchar con tu enfermedad. Te hubieras sentido culpable, no hubieras vivido feliz.
»Pero sé que me has disculpado por ocultártelo, sé que él ha cumplido con lo que te prometí. Estaba allí, al final del viaje, esperándote, con mucho amor en la estación para cuando tú bajaras del tren. Tu sonrisa me lo ha confirmado. Ya no estás sola, ya nunca lo estarás, juntos vivirán plenamente su amor en algún lugar eterno...
Acomodó las manos de su amiga al costado de aquel cuerpo inerte que solo parecía dormido en un sueño eterno. Observó una vez más su rostro, se veía calmo, rejuvenecido, puro y lleno de amor.
—Buen viaje, amiga. Sé que más allá del cielo, sigues siendo tú...
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