Los secretos de la familia Blair
"Los recuerdos dan sentido a aquello que alguna vez creímos nuestro y luego se fue; la herida ha de cerrar algún día, tal vez no ahora, tal vez se cure con algo más, sin embargo, aquellas personas que quieren venganza se esmerarán en mantener esas heridas abiertas. Quizá, si en algún momento aprendiéramos a afrontar nuestros errores dejaríamos de tener ese sentimiento de culpa y tal vez, con la culpa también se aleje el deseo de venganza."
Sola, observando a través de la ventana el bello paisaje sumido en aquella tonalidad blanca de la nieve que caía del cielo delicadamente, dejando sus dulces copos entrar al enorme castillo de piedra oscura que servía de recordatorio de las desdichas vividas por la enigmática y olvidada familia Blair.
Sus rubios cabellos agitándose con la ligera brisa que se colaba en la habitación, y en su rostro pálido una sonrisa se extendía al contemplar las rosas cubriéndose con la nieve, las cuales hacía un tiempo habían sido blancas, ahora relucían en medio de aquel blanco paisaje, dando un brillante color carmesí al exterior. Cerrando sus ojos acerco a su nariz el objeto que había estado sujetando entre sus manos por un largo tiempo: una rosa blanca, el tipo de flor que desde hacía un tiempo se había vuelto recurrente en aquellas solitarias habitaciones; perfumaban los largos pasillos sumidos en la oscuridad y en el luto que la familia guardaba. No habían más celebraciones, ni luces nocturnas; todo aquello que poco tiempo atrás había colmado de alegría a la joven Elena Blair, ahora no hacía más que ser un recordatorio de aquellos momentos en los que la ira y el dolor aparecieron, dando comienzo a una serie de eventos trágicos que jamás podría olvidar la joven.
Y fue ahí el comienzo, aquella fría noche de diciembre, tal vez, la noche más fría de todas. La nieve cubría las largas y solitarias calles del Londres victoriano y a lo lejos, la única luz visible para cualquier individuo que estuviese fuera de su morada provenía de la gran estructura del castillo de piedra oscura que se alzaba por sobre los tejados rojizos de las casas a su alrededor. La luz provenía de las grandes ventanas que develaban la celebración que se llevaba a cabo en su interior; con un inmenso y cálido brillo que iluminaban el salón principal. Las amplias paredes pintadas de blanco con dorado, contrastando con el suelo de azulejo grisáceo; las cortinas de un color vino se mueven con gracia al ritmo de una brisa ligera creada con el alegre movimiento de los invitados a la residencia, la música del violín inundaba el ambiente al tiempo que un vals se llevaba a cabo con motivo de la celebración del cumpleaños de la dueña del castillo: mi madre Elizabeth Blair, una mujer viuda de edad avanzada, con cabello oscuro y ojos pequeños de un tono marrón.
Sin embargo, la atención se encontraba enfocada en el baile realizado por una joven pareja. Benjamín Lovat y Elena Blair, sus nombres eran conocidos por todos los invitados. Cada mirada estaba dirigida a ellos, los ligeros movimientos de la joven pareja eran acompañados por el compás de la música; a pesar del ambiente de felicidad, en un instante, ese ambiente de paz desaparecería.
-Me permiten su atención- El joven Benjamín detuvo su baile con la joven Blair al separarse de ella, para tomar una copa de cristal y timbrarla tres veces. Los invitados dejaron el baile, la música se detuvo de manera tajante, dejando un silencio incómodo, todos atentos a lo que diría Benjamín- Buenas noches damas y caballeros, me disculpo por haber interrumpido el baile de esa manera, pero tengo un anuncio importante que hacerles- La tensión en el ambiente se podía respirar, ninguno perdía de vista al joven Benjamín. El joven se acercó a Elena, le tomo de la mano, y volvió la mirada hacia la señora Elizabeth- Me complace anunciarles que Elena y yo estamos comprometidos y pronto nos casaremos-
-¿Matrimonio? ¡Debes haber perdido la razón, Elena! -el grito del primogénito de la familia Blair logró detener la celebración que se llevaba a cabo en esos instantes, terminando con el regocijo ante la gran noticia dada por la joven pareja. Robert Blair fue aquel que interrumpió el vitoreo. Todas las miradas se dirigieron a él, incluyendo la mirada de Benjamín y Elena, quienes le miraban de una forma despectiva, aunque nadie pareció notarlo.
- ¡Robert! ¿Qué crees que haces? -replico Elena con cierto enojo evidente en su voz. Para todos era normal su reacción, tras haber sido interrumpido su anunció público de compromiso. Pero antes de que Robert pudiese continuar hablando otra voz interrumpió al par de hermanos.
-¿Y quién crees que eres tú para negarlo? -aquella voz pertenecía a Benjamín, un joven de origen escoses que había llegado tiempo atrás a Londres en busca de una nueva vida que le apartase de aquel mundo en el que se le inculpaba de haber sido el causante de la muerte de sus padres. Al llegar a aquel país había conocido a Elena Blair, una joven con grandes sueños y pasión por la literatura clásica; se conocieron hacía tres años, en la librería en la que Benjamín laboraba. Aquel fue, posiblemente, el día más feliz para la joven pareja; pero en ese instante en que pretendían culminar con la unión de su amor, el hermano mayor de Elena cometió el mayor error de su vida: interferir en esa unión. -Nadie en su sano juicio te escucharía, después de todo, ¡fue tu culpa que su padre muriera!
Tras decir aquella frase, el ambiente se tensó. Ninguno de los presentes se sentía capaz de contradecir lo que se había dicho, en especial por el hecho de que aquel rumor era sabido por todos y creído por muchos; tras el accidente que tuvieron Esteban y Robert Blair, en el cual el mayor perdió la vida, todos sospecharon de la responsabilidad del primogénito de la familia.
La celebración terminó con aquella discusión y silencio incómodo, a sabiendas de que ese era un tema delicado a tratar, y que solo la familia sería capaz de arreglar. Lo que no esperaban era el hecho de que ninguno volviese a decir algo; no hacía falta hacerlo, esa única acusación que retumbaba en la mente de Robert insistiendo en que él había sido el culpable de la muerte de su padre, y la culpa carcomiendo la consciencia de Benjamín, había quebrado el débil lazo que hasta el momento habían podido crear ambos jóvenes.
-Ya es muy tarde, tendrán que disculparme. -se excusó la señora de aquel castillo, la viuda Elizabeth Blair, quien aún conservaba la expresión dolida tras el recordatorio de la muerte de su amado esposo y la acusación contra su hijo. Posiblemente, ella era de las únicas personas que se negaban a creer que un joven tan ilustre como su hijo mayor sería quien terminará con quien había sido una vez el amor de su vida.
-Adelante, madre, yo...-con la voz quebrada levanto su vista que hasta el momento había permanecido viendo en dirección del suelo -me retiro, buena noche Elena. -se despidió de su hermana, no sin antes voltear a ver al ahora prometido de su ella. -Buena noche, señor Lovat.
Dicho esto se retiró en dirección al jardín. Aquel no era un sitio cualquiera, se trataba de la última conexión que mantenía con su padre, era el recuerdo de cuando su vida había estado colmada de amor y alegría antes de aquella tragedia que lo llevará a la depresión y culpa en la que se encontraba sumido desde aquel fatídico día 23 de diciembre de aquel año.
El jardín estaba repleto de las bellas flores que ambos señores de la casa habían cuidado desde que su "feliz" matrimonio se había consumado. Al ser diciembre, la mayor parte de las flores que normalmente llenaban de color y vida a aquel paisaje natural, estaban cerradas, dormidas a la espera de que el primer rayo de primavera arribara y las rozara con suavidad como si quisiera despertarlas de su dulce y frío sueño invernal. Un camino de piedra blanca era el que conducía al tesoro resguardado con cariño por Robert, por encima de todo se alzaba un rosal cubierto de la blanca nieve, y aun así las bellas rosas blancas mantenían su belleza habitual, contrastando con la nieve su color del más puro blanco.
El mayor de los Blair tomo entre sus manos una única rosa, olfateándola y delicadamente cortándola, separando a la más bella rosa del resto de las finas flores.
Sumido en sus pensamientos salió del jardín, ignorando a la silueta oscura que se movía a través del pasillo, dejando tras de sí un terrible acto que esperaba consumar, alejándose con prisa de la habitación a la que se dirigía el joven. Robert estaba tan distante en aquellos momentos que apenas se detuvo a observar un par de objetos que no correspondían a lo habitual en ella.
-Esto,...-tuvo que tomar un poco de aire antes de poder continuar -esto es para ti...padre. -Esta escena se había convertido en un hábito poco conocido de Robert Blair, salvo para aquellos allegados a él: cada noche salía del castillo en dirección al jardín de rosas, o como Elena lo había comenzado a llamar, Jardin de la Mort. Este nombre se lo entrego tras enterarse de que, su hermano había comenzado a llevar a la ofrenda de su difunto padre las rosas más bellas que florecían en aquel jardín, esas rosas que a pesar de haber sido el símbolo de amor y unión para la pareja Blair, ahora era la representación de la muerte sobre su familia.
Tomó en sus manos la rosa que la noche anterior había dejado en el bello jarrón al lado del retrato de su padre, dejando en su lugar la rosa blanca que había cogido hacía unos instantes del jardín. Contemplo por un instante aquella imagen que no era capaz de retratar todo aquello que aquel hombre había sido en vida; mientras lo hacía sus manos jugueteaban con la rosa que sostenía, hasta que una de sus espinas le pincho el dedo. Robert soltó un grito breve dejando caer la rosa al suelo, metiendo su dedo herido en su boca intentando quitar la sangre que emano, la cual desapareció al instante. Se agachó, cogió la rosa en su mano y, teniendo cuidado con las espinas, se dispuso a ir a dormir.
Parecía una mañana tranquila como cualquier otra en la residencia Blair, y los empleados se disponían a hacer sus tareas matutinas, el mayordomo, como era costumbre, fue a despertar al joven Robert. Después de trabajar para la familia desde que ambos hermanos eran niños, les había cogido cariño, en especial a Robert, ya que a pesar de los rumores, él veía la verdadera naturaleza del chico.
-Robert, ya es hora de despertarse-dijo el mayordomo mientras tocaba repetidamente la puerta. Solo se escuchaba un inquietante silencio del otro lado de la puerta. Le pareció extraño no escuchar respuesta alguna, ya que normalmente si pensaba pasar todo el día en su cuarto, él le avisaba previamente. Un horrible sentimiento llenó al mayordomo, por lo que no lo pensó dos veces antes de abrir la puerta, la cual no estaba cerrada por dentro. La escena aterrorizó al hombre, en medio de una habitación iluminada levemente por el entreabrir de las cortinas, al lado de un velador sobre el cual se encontraba una rosa blanca, yacía el cuerpo sin vida del joven sobre la cama.
Ese fue posiblemente el día más largo que la familia Blair tuvo que enfrentar, y la conmoción creció justo después de que el médico familiar diera el informe de la causa de la muerte: veneno; no hacía falta saber del tema para reconocerlo, lo supo desde que aquel olor a almendras amargas, característico del cianuro. La hora estimada para su muerte fue alrededor de la medianoche, siendo lento pero indoloro su deceso, esto hizo pensar al médico que tuvo que haber ingerido el veneno minutos antes de ir a la cama.
Elizabeth estaba destrozada por lo sucedido gritando miles de palabras que en aquellos instantes no parecían tener sentido, la noticia del fallecimiento había salido del castillo en voz de los empleados y rápidamente se divulgó, creando diversas especulaciones sobre si la muerte de Robert Blair, si había sido provocada intencionalmente o si no había sido más que un intento del joven por alejar la culpa de su destrozada mente quitándose la vida; era claro que la mujer viuda no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados hasta que no supiera la verdad tras la muerte de su hijo. Así fue como, sin consultar con nadie, contrató a un detective privado buscando ayuda para aclarar lo que había ocurrido en verdad.
Lo que había sido un salón bellamente adornado el día anterior, lleno de júbilo y encanto; pasó a ser la sala en la cual se encontraban los residentes del castillo, siendo sometidos al interrogatorio por el Detective James Doyle.
La primera persona en ser interrogada fue Elizabeth, quien se veía incluso mayor con los ojos que denotaban la tragedia y pérdida de más de un ser amado. Las lágrimas aun corrían por sus mejillas rosadas, el cabello torpemente atado caía por su rostro y su vestido mal acomodado, daban la apariencia de que esa pobre mujer habría de sufrir un colapso.
-Hábleme un poco de Robert, señora Blair, ¿Parecía tener problemas últimamente?-dijo James agarrando su libreta y pluma para tomar nota de la información relevante proporcionada por los interrogados. Por un instante el silencio llenó la sala, si un único alfiler callera al suelo de madera podría haberse oído por toda la estancia.
-Problemas, no más de los que acostumbraba. -Murmuro la viuda -Sabe, los rumores ya habían cesado, cada día parecía que estaría mejor, yo...-hizo una breve pausa como si pensará en lo que iba a mencionar. -nosotros estábamos convencidos de que con el tiempo lo superaría.
El silencio volvió a reinar, el detective Doyle se detuvo por un breve instante a sabiendas de que sería imposible sacar la información que esperaba oír si le preguntaba de forma directa a la mujer frente a él; aquella mujer lucía tan frágil que en cuanto intentará empujar un tema, probablemente se encontraría con una señora llorando incontrolablemente.
-Tiene unos jardines hermosos, señora. -en eso recordó algo que había captado su atención al inspeccionar el cadáver. -Tengo entendido que se encontró a su hijo con una rosa blanca.
-Así es, -por primera vez en todo ese tiempo la mujer sonrió, aunque solo fuese una débil sonrisa llena de nostalgia y dolor -mi hijo, a pesar de todo por lo que tuvo que pasar, seguía siendo un buen chico y ni se imagina lo mucho que amaba a su padre, después del accidente que terminó con la vida de mi esposo, cada noche le ponía una rosa en la ofrenda que está cercana al jardín, me imagino que la habrá visto a su llegada.
-Claro, logró llamar mi atención en el instante que pasé por ella. -suspiró un poco el detective, sabía que comenzaba a desviarse del tema por lo que rebusco en su memoria otro dato que estuviese omitiendo en ese momento -Tuvieron una fiesta la noche de ayer, si no me equivoco, -tras ver el asentimiento de la mujer, decidió proseguir -se rumora que no terminó nada bien, tengo entendido que la riña que hubo se dio por la negación del joven Robert al compromiso de su hermana, ¿Sabe usted la razón por la que se negará?
-Verá, Benjamín y Robert nunca se llevaron bien, en especial desde que mi hijo se enterase de las razones por las que había abandonado su país de origen, y poco después del accidente que involucró a mi esposo e hijo, Benjamín le recriminaba e interrogaba sobre sus razones para "matar a su padre", Robert desde luego esquivaba sus preguntas sin más, haciendo crecer el enojo de Benjamín, pero lo entiendo, ya que ambos son muy cercanos, sentía que podía perder a su hermana pequeña.
James consideró que le había hecho suficientes preguntas a la madre, por lo que le pareció apropiado despedirla, consolándola que haría todo lo que estuviese en sus manos para hallar la verdad. Benjamín fue el siguiente en ser interrogado, de buenos modales y una carismática actitud, respondió a todas las preguntas del detective. Admitió haber estado molesto con Robert, pero que no sería capaz de asesinarlo, además declaró tener coartada para la hora estimada de la muerte, ya que se había ido a acostar tarde.
Llegó el momento de cuestionar al mayordomo, el primero en encontrar el cuerpo de la víctima, y quien tenía una mayor relación con Robert.
El mayordomo, un hombre de edad avanzada, denotaba cierta tristeza en su mirada y se acercaba al detective como alguien que está a punto de dar una luz al caso.
-Tengo entendido que usted era la persona de la casa más cercana a Robert-comenzó James
-Sí, es cierto-dijo el mayordomo
-¿Se le ocurre alguna persona que lo quisiese muerto?-pensó por un momento lo que había dicho y agregó- disculpe que sea tan directo, pero entre más rápido tengamos un sospechoso, pronto sabremos quién fue el responsable.
-Robe...el señor Robert tenía a muchas personas en su contra por el accidente, su padre era muy querido entre los que lo conocían, pero es más probable que el haya decidido terminar con eso con su propia mano.
-¿A qué se refiere con eso?-pregunto James, acercándose al mayordomo.
-Quiero decir que-guardó silencio un momento, pensando en lo que diría a continuación- lo notaba muy distante estos días, además de que era el aniversario de la perdida de Esteban y luego está el compromiso de su hermana.
-¿Qué sabe usted sobre el accidente? Si usted era cercano a Robert le debió confesar más detalles que a los demás.
El mayordomo cambió la expresión de su rostro, parecía que las imágenes de aquel fatídico día volvían a su mente otra vez.
-En realidad, yo era quien conducía el carruaje ese día, tuvimos que volver temprano de una reunión en donde se presentaba Benjamín por primera vez a la familia-suspiró intentando recobrar el aliento para continuar- digamos que la primera impresión ante Robert no fue buena, viniendo de una familia adinerada, con educación y una gran rectitud, encontrarse con un chico como Benjamín, cuyo pasado es deplorable, por no decir más, presuntamente asesino de su propia sangre, hizo colmar su paciencia a tal grado de tomar de más y sentarle un buen golpe al prometido.
-¿Qué sucedió después?
-Su padre y él salieron a pesar de que nos advirtieron que la nieve impediría un traslado correcto del carruaje, por lo que al ir conduciendo, perdí el control y...-se detuvo, cubrió su boca con su mano y contuvo lo más que pudo las lágrimas- su padre falleció, pero el acepto la culpa del accidente, por la disputa que había ocasionado, lamentándose todos los días el haber salido aquella noche.
-Eso es todo por el momento, disculpe ¿Dónde está la habitación de la joven pareja?
-Esta al final del pasillo que lleva al jardín-dijo el mayordomo señalando el camino.
-Gracias, voy a necesitar su ayuda por si encuentra o escucha algo que pueda ser útil para la investigación.
-Por supuesto.
James salió del salón y fue a la habitación antes mencionada, se encontró a Elena y su mucama a punto de entrar al cuarto.
-Buenas tardes, me gustaría hacerles unas preguntas respecto al caso del fallecido.
-Claro, pase-dijo Elena haciendo un gesto con la mano.
El detective recorrió la habitación con la mirada, en medio una cama con sabanas de lana blancas, alumbrada por una ventana que tenía la más hermosa vista del jardín y en la pared cuadros de retratos de su padre y Benjamín colgaban dándole un toque de gran sentimentalismo al lugar.
-¿Cómo era su relación con Robert?-comenzó James sentándose un poco incómodo en la cama de la joven.
-Mi hermano y yo teníamos nuestras diferencias, pero desde niños hemos sido muy unidos, tras la muerte de mi padre-volvió su mirada a uno de los cuadros de la pared, deteniéndose un momento antes de proseguir-nos alejamos un tiempo, él se encerró en sí mismo y yo simplemente no soportaba estar en la casa, en una de mis salidas tuve la suerte de conocer a Benjamín.
La mucama se encontraba acomodando unas ropas en el armario que estaba al otro lado de la habitación, escuchando y esperando a que pudiera hacer uso de palabra.
-¿Robert salía mucho de casa?-preguntó el detective sin estar seguro de a quién iba dirigida la pregunta.
-Se la pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en la casa, pero de vez en cuando salía en la madrugada, y llegaba por la mañana con un horrible olor a alcohol-dijo la mucama volteando a ver al detective-ni le cuento que llegaba a encontrar en su habitación cuando limpiaba.
-¿Usted que mantenía lazos tan unidos con su hermano cree que sea posible que él se haya quitado la vida?
-Robert era un chico muy inteligente, pero lo que hizo no tiene perdón, todo el tiempo era sobre él, dinero, viajes, trabajos en el extranjero y no es de sorprender que fuese a heredar toda la fortuna de mis padres, después de todo mi padre lo quería más que a mí.
-¿Entonces ahora que Robert está muerto, la fortuna pasaría a sus manos, no es así?
-No piense así detective, Robert es de mi familia-dijo Elena ruborizándose las mejillas.
-Solo estoy confirmando algo que usted dijo-exclamó James interesado por la reacción de la chica.
-Robert era un buen chico, aceptó su destino que era la muerte y debe dejarlo así-exclamó con un tono molesto la mucama.
Se escuchó de repente mucho ruido que venía de afuera, James abrió la puerta y el mayordomo lo llevó al bote de basura cercano al jardín sin siquiera darle tiempo de explicar lo que sucedía.
En el bote se encontraba los trozos de lo que solía ser un frasco de vidrio, junto a una etiqueta, James agarró cuidadosamente el papel y leyó el nombre del veneno Arsénico, junto al Nombre del Propietario: Robert Blair, con fecha del día de su muerte. Debajo de los trozos de vidrio se encontraba lo que parecía ser una nota de suicidio, firmada por Robert.
Querida Elena:
Para mi tu siempre has sido mi pequeña hermanita, mi pequeña luz que me hace seguir en el camino correcto, no sé cómo tantas cosas bellas pueden caber en tan pequeño cuerpo. Tu hermosa sonrisa que me hacía sentir tranquilo cuando tenía que viajar lejos por trabajo, y ni te imaginas el miedo que recorría mi cuerpo al pensar que esa sería la última vez que nos veríamos. Sé que crees que nuestro padre me quiere más que a ti, pero no es así, por todas esas cosas que me ha brindado, dinero, viajes, educación, etc., me ha dado por igual responsabilidades, grandes responsabilidades, y una de ellas es nunca dejarte sola. Su perdida me ha dejado un enorme vacío en el corazón, el me enseñó todo lo que se y juntos tuvimos muchos recuerdos.
Me siento culpable de su muerte, siento que le he fallado a su promesa de cuidarte, no puedo seguir con esto, cada día es una tortura, viéndote sufrir de ese modo, se siente como miles de puñaladas en el corazón que ni se asemeja al dolor que debes estar sintiendo por mi culpa.
Oh Elena que he hecho, he traicionado a mi corazón, a mi sangre solo por un inútil sentimiento de enojo, que solo trae cosas malas con él. Siento haber actuado de esa forma, pero el hecho de perderte, de esa forma, no lo podía permitir.
Oh Elena cuanto siento haberte traído más dolor que alegría, espero que encuentres tu felicidad al lado de Benjamín, sé que a tu lado el no será capaz de hacer nada malo, porque tú sabes sacar lo más bello de las personas que están a tu alrededor.
Oh Elena me despido del mundo de una forma cobarde, porque al parecer es la única forma que se hacer las cosas, espero que algún día me perdones y entiendas porque hizo lo que hizo nuestro padre, no te llenes de malos sentimientos, porque un alma tan pura como la tuya no se encuentra tan fácil.
Oh Elena, concluyo diciendo, Ya no más, termina tus lágrimas y dolor con mi partida, Ya no más, olvida lo malo del pasado y enfócate en el brillante mañana que se aproxima, Ya no más...
Eternamente tuyo Robert
Cuando todos estuvieron un poco más calmados, James decidió que era hora de volver a interrogar al mayordomo.
-¿Me puede explicar la nota que fue encontrada?
-Cierta noche, en la que Elena y su madre habían salido de la casa- se detuvo intentando recordar la mayor cantidad de detalles posibles-era una muy rara ocasión, ya que no salían juntas a menudo. Por lo que decidí ir a conversar con Robert, para mi sorpresa estaba a punto de quitarse la vida con veneno que compró unos días antes y había escrito esa nota que fue encontrada; después de una larga conversación con él, guardó la carta y me deshice del veneno lo antes posible.
-¿Por qué no me había hablado de esto antes?-preguntó curiosamente el detective
-Yo creí que lo había hecho recapacitar, lo quería como si fuera parte de mi familia, y simplemente no podía aceptar que lo terminara haciendo.
Para cuando el descubrimiento del veneno y la carta, había llegado a oídos de gente de afuera del castillo, estaba casi confirmado que había sido un suicidio. Elizabeth no lograba entender porque su hijo se arrebataría la vida, por lo que no fue sorpresa que la agonía y el sufrimiento la hiciese caer enferma. Elena la acompañó durante los últimos momentos de su vida, no mucho tiempo después falleció y su tumba fue puesta al lado de la de Esteban.
James estaba sorprendido ante tanta tragedia que sucumbía a la familia, le quedaron muchas dudas y preguntas por hacer, pero con la muerte de la madre, ya no quedaba ni una sola persona que no creyese en la idea del suicidio.
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