IV . Posibilidad

Madrugada de Martes, 13 De Marzo De 1870.

Elena estaba afectada, pues la improbabilidad había llegado, su peor miedo había regresado, junto con memorias que había enterrado. Diego fue su primer amor, su desamor, el placer, lo que era “vivir”, su todo en todo y justo por eso siempre había sido un miedo su retorno.

Con las emociones a nada de explotar, temblando y en un intento de tener la mente en blanco para no sufrir por los recuerdos, Elena subió las escaleras rápido, llegando a su recámara que abrió desesperada para escapar de todo, pero no fue opción, Lidia la llamó en un grito. Dejando entré cerrada la puerta entró a la habitación de su madre ahogada en alcohol, necesitada de ayuda para poder dormir cómoda.

Catalina, más dormida que despierta, era mantenida en pie por Verónica y Lidia detrás de ella le desajustaba el corsé.

—¡Ayúdanos! —le gritó viéndola entrar—.

La preocupación otra vez presente en la vida de Elena y la debilidad de sus sentimientos se veía reflejada en el temblor de sus manos, en la torpeza de sus movimientos, en el silencio de su personalidad. Abrió las mantas de la cama y después, sacó el vestido de debajo de los pies de Catalina para guardarlo; en cada cosa que hacía, sentía la mirada de Lidia, siguiendola, juzgandola.

—Así que Diego volvió. —guiando a la cama a Catalina, dijo Lidia, riendo un poco—.

—¿De qué te ríes? —Enojada llegó a ella para ayudarla a acostar a Catalina—.

—Él te usó Elena y le dejaste de servir cuando dejaste de ser una niña. —sonriendo burlona, arropando a Catalina—.

—¿A qué te refieres? —Dijo con una pizca de valor—.

Lidia, con una sonrisa lobuna, volteó a Elena, ella, que encorvó su postura mostrando vergüenza y corporalmente ocultando su existencia. Lidia, en realidad sin la intención de dejar a su hermana con la duda, caminó a la salida de la habitación solo para alterar a Elena.

—Yo misma le dije que habías manchado tus sábanas blancas de sangre. —abrió la puerta—. Días después él desapareció ¿Por qué crees tú?

Lidia salió y se quedó un momento fuera de la habitación para escuchar el llanto de su hermana, ese que eran pensamientos guardados por años, pues, todos le eran confirmados. Verónica con la pena que compartían por ser amigas, lloró con ella y la abrazó, sacándola de la recámara antes de que Catalina volviera en sí.

Verónica, tomando a su amiga por la cintura, la ayudó a caminar. La puerta que hace un momento estaba emparejada, la tuvo que abrir de nuevo y después de eso, iluminadas por sólo una vela, sentó a su amiga en la cama donde la abrazó.

—Tengo mucho miedo… —balbuceo entre jadeos sobre el pecho de su amiga—.

—No tienes por qué, me tienes aquí a mí. —Trató de tranquilizarla, acariciándole la espalda—.

—Pero él, él con sólo una mirada siento que me tiene, que me ha tocado entera. —El aire parecía no ser suficiente para ella—.

—Los problemas son él, él son problemas, así que, aléjate lo más que puedas de los problemas.

Elena, con hilos de saliva juntando sus labios, con lágrimas que mojaban su rostro y la situación en un, no hay escapatoria, se encontraba, ensimismada en la probabilidad, ya que siempre supo qué él volvería para hacer su vida un verdadero infierno que la quemaba por lo que fueron.

—Ha dicho que me extraño, que ha regresado por mí. —Se sostenía del mundo en los brazos de su amiga que nunca le eran negados—.

—Ya no eres su niña. —La separó de su pecho para hablarle a los ojos—. Lo que sea que pase, depende de la mujer que veo ahora.

—¿¡Yo qué puedo hacer contra él!? —Asustada, histérica al no saber qué hacer—.

—Lo que sea. —No sabía lo que decía; subestimo demasiado a su amiga como para creer que sería capaz de hacer cosas fuera de un; no—.

Elena, en los brazos de su amiga, pensó con todas sus capacidades, terminando en una misma posibilidad si a su esposo no amaba; escapar. No quería atarse a Diego, ni a un hombre que no amara, pues no quería tener como único anhelo ser una buena mujer para el esposo, también quería serlo para ella.

No había solución inmediata a su desdicha de haber nacido mujer, una sin patrimonio, lo único que podía hacer era llorar de preocupación por el futuro.

—Mi mamá insiste en que he de casarme y si eso sucede, yo me mato. —Las lágrimas hacían balbuceó algunas palabras, pero las decía con tanta seguridad—.

—Es la realidad, es la hora de que empieces a buscar un buen marido, amor en él y seguridad. —asustada por lo que dijo su amiga—.

—Para mí el matrimonio es morir, no quiero morir. —limpió sus lágrimas, jadeando al no poder respirar con normalidad—.

Elena, siempre, en lo más profundo de su alma, quería ser más que una mujer, quería, como hombre, triunfar en algo, en lo que fuera para demostrarse a sí misma su valor; ese sueño se apagó.

Ahora buscaba sentir lo que era vivir y poder morir, la soledad para disfrutar siempre de ella, hasta ser una rechazada social llamada solterona.

Alguien ocultó en esa habitación escuchaba el llanto, los problemas de esa joven que aún no se resignaba a su realidad de ser mujer; casarse. Escuchaba a una presa fácil a la cual enamorar, pues, está buscaba vivir.

Verónica ayudó a Elena con el peinado, maquillaje y vestido dejándola dormir con el corazón preocupado y marchitó, drenado de sueños y roto, suelto de la esperanza de que él de verdad la hubiera amado. Lloró hasta Dios sabe qué hora de la madrugada, sin saber que era escuchada por un intruso en su escondite del que salió hasta que el silencio se lo indico.

—Es ella. La encontré. —Apartando las cortinas satén de su cama, encontró el rostro que buscabala—.

Mañana del Martes, 13 de marzo de 1870.

Elena dormía hecha un ovillo en la cama, cubierta por los doseles que escondían al intruso sentado frente a ella al otro lado de la habitación, observándola, esperando desde hace media hora que su mirada fija en ella, su presencia, la despierte.

No es que Elena para él fuera un caso especial, pero estaba más nervioso que con ninguna muchacha, pues era de día; la noche era un escenario diferente, más fácil para él, todo lo contrario al día que iluminaba el escape de su víctima y levantaba a los familiares de la misma.

Planeando el pretexto que le diría a la joven por estar ahí y previniendo su escape, se levantó del sillón yendo directo a la puerta para cerrarla con la llave pegada en la chapa y guardandola en el bolsillo de su pantalón. En el momento, su presa despertó, escuchando el caminar de unas botas sobre su piso de madera. Estática Elena se quedó.

La castaña sobre su cama, con el corazón acelerado al, a través de las cortinas encontrar una silueta masculina que se sentó en el sillón; en silencio observó, no encontrandole rostro. Con miedo Elena comenzó a levantar su espalda del colchón, procurando no hacer un ruido con su movimiento y tampoco un rechinido de la cama, fue cuidadosa deslizándose por las sábanas, logrando no llamar la atención del desconocido y conservar el silencio. Elena respiró profundo, se preparó mentalmente para escapar y con nula pero decidida confianza, puso los pies en el suelo y se levantó velozmente.

Con sorpresa el hombre vio correr a Elena directo a la puerta pero aunque ésta estaba cerrada con llave, la boca de ella no. El alto y fuerte intruso al verse amenazado, fue al ataque evitando que siquiera Elena pusiera una mano sobre la manija de la puerta; la tomó por detrás, amarrandola con solo un brazo por la cintura y tapándole la boca con su mano restante.

Elena balbuceaba bajo la mano grande del peligro y elevada en la altura del sin rostro, pataleaba, eso era su auxilió y fallida defensa contra la fuerza del hombre que la sostenía sin inmutarse, dejando en claro que por más resistencia que pusiera, él ganaría.

—Elena —Le susurró al oído su nombre, asustando y aún empleando fuerza—, no intentes nada y no grites. Voy a soltarte. ¿Sí?

Elena sin otra salida, ronroneo la positiva, lo que él quería. Con cuidado la pusieron en el suelo y la soltaron, haciéndola huir de la cercanía para encontrar el rostro un tanto diferente, del responsable de sus salidas rutinarias para encontrarlo, de lo que sea, pasará en el futuro.

—¡¿Tú?! —En un susurro incrédulo, mirándolo, no encontrando en su rostro la barba que le gustó— ¿Qué hace usted aquí, metido en mí cuarto?

Inconscientemente se apartó de él con inseguridad, porqué, era un hombre, porqué era demasiado para ella tenerlo enfrente, está vez en su habitación.

—Me, me metí en problemas. —Le explicó, perdiendo sin querer la dirección de sus ojos; cayeron en el escote del camisón—. Me estaban buscando y lo único que encontré fácil fue meterme a su casa, perdón.

—¿Qué tipo de problemas? No sea que aquí tenga a un asesino. —Fingiendo no darse cuenta de la mirada, se abrazo sobre sus senos—.

—Nada que la ponga en peligro. No soy una mala persona, ni un violador. —Con ironía dijo el hombre. Elena no respondió, se quedó mirándolo, creyéndolo un espejismo de su mente afectada—.

—¿Cuál es su nombre?

—Oscar Hernández. —Sin titubear—.

Elena supo fingir su emoción al conocer el nombre del soldado y también supo ocultar su miedo; tenía a un hombre en su habitación.

—¿Cómo entró aquí? —Ahora incredulidad de cómo logró entrar—.

—Debería decirle a su servidumbre que cierre mejor la reja del jardín, es muy peligroso y la estructura de la fachada es fácil de escalar.

Juntos esbozaron una sonrisa burlesca.

—Sí ya vi, cualquier hombre de la calle se puede meter a mi habitación. —Elena se quedó callada un momento, apenada por como vestía y lo poco discreta para verlo en ese momento y desde hace semanas—. Me alegra que esté a salvo, aunque no supiera que estuvo aquí mientras dormía, no estoy arrepentida de haber compartido mi espacio con usted.

—Yo le prometo que está será la primera y última vez que me tiene aquí, claro, si eso es lo que quiere. —sonrió coqueto—.

Ruido en el pasillo se escuchó.

—Tiene que irse —Elena, nerviosa—.

—Pero, ¿me regalaría un baño?

—¡¿Cómo?! —Sorprendida por su petición—.

—¿Es molestía también el desayuno? Es que voy tarde, ya no me da tiempo de ir con mi casera y en el cuartel dan puros frijoles.

—Los fríjoles son ricos. —puso el pretexto para que se fuera—.

—¿Diarios?

No puso más negación al hambriento. Elena, sin darle la espalda, se alejó de él; regresó a su cama donde se vistió con el albornoz y se puso los zapatos mientras Oscar se sentó de nueva cuenta en el sillón, manteniendo su mirada en ella y ella en él, alerta los dos. Estuvieron unos momentos callados, escuchando los ruidos de la mañana completamente levantada y sus pensamientos ante la situación bizarra, sólo para Elena.

—¿Cómo sabe mi nombre? —curiosa se volteó a él, amarrando la bata en su cintura—.

—Así firma sus poemas.

—¡¿Los leyó?! —Con pena y sorprendida. Oscar rio—.

—Solo una enamorada o lastimada escribe como usted y no sé que es peor, Elena. —Fue un halago—.

Un silencio más y más incómodo todo.

—Y con todo respeto, que bonito duerme. —Le sonrió como él sabía en su plan de conquista—.

—¿Eso es su agradecimiento? —contestó con ironía por el cumplido y por la pena de que la hubiera visto dormir—.

—No lo es, de verdad lo creó.

—Pues yo sí estoy agradeciendo con aceptarlo aquí, —sarcasmo— gracias por ayudarme en la calle.

—La joven que me acosa en la verdulería…

—¡Yo no te acoso! —Lo interrumpió, diciendo sorprendida—.

—No dije que fueras tú.

—¿Empezamos a tutearnos?

—Empezaste tú. —Oscar hizo una pausa— ¿Habrá desayuno o me voy?

Elena, con cansancio se levantó de la cama y, seguida por Oscar, llegaron a la puerta de salida donde le fue regresada la llave.

—¿Y dónde te ocultaste? —Nació la pregunta tomando la llave de su mano y eso siendo tanto para ella que en secreto se le alteró el latido de su corazón—.

—En tu baño.

Cerrando de nuevo con llave, Elena salió de su habitación. Corriendo, llegó a la cocina donde Verónica y Esmeralda, se apuraban con el desayuno.

—¿Pueden llevarme agua caliente? Me daré un baño. —pidió apenas entrando—.

—Sí, ya tengo lista el agua. —contestó Verónica—.

Al instante Elena y las mujeres que ayudaban en la casa en aquel horario, salieron de la cocina cargando cubos de madera llenos de agua caliente nutrida con manzanilla, suficiente para llenar la tina. Llegaron a la recámara de Elena donde ella se portó nerviosa, no abriendo la puerta.

—Dejen aquí en la puerta el agua, gracias. —bajó al piso la cubeta que ella cargaba—.

—No Elena, te vas a lastimar. —La regaño Verónica—.

—¡Qué yo las meto! —Sus nervios la obligaron a subir la voz. Verónica no protestó—.

Las mujeres dejaron las cubetas en la entrada como Elena lo pidió y se fueron, dejándola sola en el pasillo. El ruido fuera de la habitación se redujo a nada, así y con confianza, Oscar abrió la puerta mostrándose sin camisa.

—¿Me ayudas con los otros cubos? —cargó dos de las cuatro cubetas—.

Elena admiró la ancha espalda del hombre, los fuertes hombros que tenía y también el arma peligrosa que tenía sobre ella; la atracción.

—Ajam. —Nerviosa tomó las cubetas restantes y cerró la puerta en preocupación de que alguien los descubriera—.

Mientras el hombre se bañaba, Elena se vestía, pensando en la noche anterior que fue un golpe a ella, a su tranquila realidad, a su corta vida después de él.

Que alguien se metiera a su cuarto, asustandola, emocionandola y que ella lo dejará quedarse, la hizo sentir un momento de vida por lo "atrevido" que fue. Se alejó de la preocupación, el enojo, el sueño que tenía por el insomnio de lágrimas que la llegada de Diego impuso.

Su empedernido interés por él se habrían hecho deseos y pensamientos marchitos si no se hubiera atrevido a conocerlo, si él no se hubiera metido a su cuarto. No conocía nada de él, no sabía qué era lo que realmente había pasado para que él huyera y se escondiera, tal vez se trataba de una injusticia o era culpable de algún delito, pero en ese momento no le importó y seguía sin importarle.

Elena se ponía sus enormes calzones bordados junto con una bonita camisa verde olivo y falda blanca sin volumen que le permitía ser ella. Se movía rápido, previendo que el moreno saliera antes de tiempo y la encontrara en paños.

En la planta baja, Catalina, curada del alcohol pero sufriendo su recuerdo de irritabilidad al sonido y mareos; preparaba la mesa para el desayuno con paciencia y cuidado para no hacer ningún ruido.

La mañana era feliz y los sonidos tranquilos, amables para Catalina, hasta que una voz recién llegada, ajena, pero conocida, escuchó la rubia venir del salón de entrada. Salió, encontrando a Diego.

—¡Diego! ¡Hola! ¡Dios! Qué vergüenza lo de ayer. Por favor, perdóname. —Con su voz chillona, atropellando las palabras, se acercó a él. Recibió un beso en el dorso de su mano— ¿Nos acompañas a desayunar?

—Claro, sólo ¿Dónde está Elena? Vera que le traigo un presente. —Con una sonrisa mostró una caja larga pequeña de color rojo—.

—Aww. —Se emocionó—. Pues, ya no debe tardar en bajar, de hecho ya debe estar lista, sube, te acompaño. —Levantó su vestido con la intención de guiarlo—.

—Sé cómo llegar, conozco está casa como la palma de mi mano. —Se dirigió a las escaleras—.

—Vale ve que yo termino de preparar la mesa, tú dile que ya baje. —Diego asintió—.

Con paciencia Diego subió el arte de escaleras para encontrar la maravilla de pasillo iluminado por el día, permitiéndole contar las puertas y recordar, no sólo cuál era la habitación de Elena también su infancia y adolescencia que lo emocionaron, sintiendo que podía ser feliz por qué por ella estaba ahí.

Elena, con la falda arriba, se estaba terminando de acomodar sus medias de algodón, cuando Diego, sin pensarlo un segundo, abrió la puerta sin avisar, tal y cómo llegó a la vida de Elena.

—¿Qué haces tú aquí? —gritó molesta, acercándose a él—. Con suerte me he terminado de vestir ¡Inoportuno!

—Qué lástima —rio, viéndola desde su altura—. Me dijo tu mamá que ya bajes, el desayuno está listo.

—Ahora voy. —Le señaló la puerta con la palma abierta, pidiéndole así que se fuera—.

—Y, te traje un regalo. —Diego sacó de su traje impoluto color azul una caja roja con moño, en señal de obsequio—.

—Apreció el detalle, pero...

En ese momento, un ruido dentro del baño, como la caída de vidrio, llamó la atención de ambos y más la de Diego que desvió sus ojos a la puerta del baño.

—¿Quién está ahí? —preguntó endureciendo sus facciones—.

—¿Qué? —Tomó Elena con ambas manos el rostro de Diego, obligándolo a verla—.

—Se escuchó algo dentro del baño... —Preso su rostro, guiaba los ojos por toda la habitación, viendo entonces prendas salir de atrás del sillón—.

—Es Lidia, se está bañando —Siendo de repente, tierna. con él y obteniendo de nuevo sus ojos en ella— ¿Vamos a desayunar?

Elena, descalza, guío a Diego a la salida, pero antes, Diego le extendió, nuevamente el presente ocultó en una cajita de listón rojo.

—Esperó que te agrade. No sé si aún te guste jugar con la tierra, pero... —Ilusionado, no encontrando la misma emoción en el rostro de Elena—.

—No es jugar con la tierra, es jardinería y gracias. —Sin mucho interés lo tomó—.

—Me ofrezco como ayudante para cuando tengas tiempo en abrir tu regalo y sembrarlos. —sonreía feliz—.

—Tendré unas semanas muy ocupadas. —Sin saberlo, tenía razón. Abrió la puerta por él, haciéndolo salir—.

Groseramente, Elena aventó el regalo hacia su cama deshecha y con una última mirada en el escondite, la puerta del baño, cerró la pieza al mismo tiempo que Lidia. El ambiente se puso tensó; Diego supo entonces que alguien estaba dentro de la habitación de Elena, eso, haciéndolo enojar.

—¿Qué haces aquí, Diego? ¿Dentro de la habitación de Elena? —Extrañada les dijo, caminando a ellos—.

—Nada, sólo, vine a avisar que el desayuno está listo. —Se miraron un momento sin un por qué—. Vamos detrás de ti.

La vieron salir del pasillo y se quedaron un momento en silencio.

—Dentro hay alguien ¿Quién?

—¿Quién? —Jugó—.

—¿Quieres verme entrar? —Entré dientes, dijo—.

—No te atrevas. —Tomó la manija de la puerta por precaución—.

—¿Tienes un amante, Elena? —Estaba en cólera, tan pronto mostrando lo que era—.

—¿Y a ti qué? —Con tonto tono altanero y en realidad temblando de miedo—.

—¿Entonces te parece que hable con tu padre? —Amenazó a Elena, acercando su rostro al de ella—.

—Tú te atreves Diego y…

Alejandro salió de su habitación, interrumpiendo la discusión de los jóvenes. Se formaron a la par cuando él salió.

—¿Qué sucede aquí? —Los miró de pies a cabeza—.

—Papá… —empezó Elena—.

—¿Quién es él? —señaló a Diego, muy molesto. Tomó la mano de Elena para ponerla de su lado, lejos del desconocido—.

—¿Se acuerda de mí? — Nervioso, contestó—.

Alejandro dió más atención al jovén; trazó con sus ojos las facciones maduras del hombre, supuso su edad y así recabó recuerdos para en segundos tener el nombre del amigo de su hija.

—¡Muchacho! —Estiró su mano a él para saludarle y está vez si dándole una sonrisa—. Me es muy difícil olvidar un rostro. Hace mucho que no te veía muchacho y cómo has cambiado ¿Qué has hecho?

Elena dobló los ojos y prefirió salir del pasillo e ir delante de ellos, escuchando su plática.

—Estudiando la carrera de medicina.

—¿Y qué haces aquí? —Alejandro comenzó a bajar las escaleras—.

—Buscando completar mi vida adulta. —Con una sonrisa, viendo a Elena delante—.

—¿A Dio'? ¿Viene buscando vestir de blanco a una mujer?

—Así es mi señor. —Con una sonrisa de orgullo—.

Entraron al comedor donde Catalina regañó a Elena, tal y como su plan prometía.

—¡Elena! ¡Ponte zapatos, por favor!

La castaña tomó rápidamente un pan de la canasta sobre la mesa y corrió de regreso a su habitación a ponerse zapatos. Diego salió detrás de ella nuevamente pero solo con sus ojos la acompañó hasta el final de las escaleras y en esas mismas la espero, contando el tiempo que le tomaría a Elena ponerse unas simples botas y ocultar a alguien.

Oscar ya estaba bañado y vestido, listo para irse cuando Elena regresó con sólo un pan como desayuno para él. Nerviosa llegó corriendo Elena, buscando en un cajón junto a su cama un pañuelo en el que enredó el pan.

—Tienes que irte, ya… —Le entregó en manos el bocadillo—.

—¿Por dónde? —Guardo el pan en el bolsillo de su pantalón—.

—Por donde entraste.

Elena caminó a la ventana, abriéndola y Oscar se acercó a la misma para ver hacia abajo encontrando metros de altura.

—Pero oye, una cosa es subir y otra bajar... —dijo con miedo al ver la altura—.

—Solo son cuatro metros… —apenada—. Perdón pero tengo un loco en mi casa que probablemente me esté esperando al pie de las escaleras. Tienes que irte.

—Está bien, perdón, Elena y gracias por todo. —agradeció, sentándose en la ventana—.

—Vete.

Oscar de un movimiento rápido se dejó caer desde la ventana, llegando al pasto verde del que se levantó como si nada y corrió no sin antes despedirse de Elena, ella, que tenía una sonrisa dibujada en el rostro por causa suya, que sentía a su corazón palpitar emocionado; así nombró al sentimiento de miedo por haberlo conocido.

Elena se puso las botas veloz y salió de su habitación después de eso, llegando al final de las escaleras donde, como dijo, estaba Diego esperándola mientras veía el jardín verde.

—¿Diez minutos en ponerte unos zapatos? —Dijo serio—.

Elena lo ignoró, entró al comedor con Diego detrás de ella. Se sentó encontrando su té y desayuno aún humeando, apetecible en el plató que degusto feliz, sin sentir la mirada de Diego que expresaba el sentimiento; saber que en ese baño había alguien más, que había escuchado y visto lo suficiente para saber que ella no estaba sola.

—¿Ya elegiste una mujer para conquistar, Diego? —Inicio la plática Alejandro, con sus hijas a lado que indirectamente ofrecía—.

—Sí, creo que sí. —Con una sonrisa miró una vez más a Elena—.

—¿Quién es la afortunada? —Catalina, sonriente como siempre—.

—En está casa eres bienvenido, Diego ¿Verdad, Elena? —Alejandro entendió las miradas—.

Elena sintió un ajuste del corsé que le quitó el aire, poco a poco, pues las miradas estaban en ella.

—A mí me da igual. Es bienvenido. —Metió una cucharada del puré de avena a la boca—.

Lidia, durante el desayuno, miró a Elena como si quisiera matarla y las palabras de Diego en la plática siempre terminaban, sin fingir, en posar sus ojos en la hija menor de la familia. Gracias a la incomodidad el desayuno terminó rápido.

Dejando a Catalina y a Alejandro solos en el comedor; Lidia subió a su habitación para arreglarse, entusiasmada por el paseo con “José Fuentes” y Elena salió al jardín, otra vez con Diego detrás de ella, recorriendo juntos, el jardín de flores y rosales en el perímetro.

—Son las rosas más bellas que haya visto. —Halago una vez más su trabajo—.

—Gracias. —Bailaba sus ojos oscuros entre los pétalos y hojas de sus rosas, buscando la muerte en ellos—.

—Aunque ninguna tan bella como tú. —coqueteó—.

—Diego —Mostrando su diferencia de estatura, se giró a él, molesta—, no puedo trabajar si tú estás aquí y me sigues, vete por favor.

—Deja de tratarme así, Elena...

—¿Cómo? ¿Cómo alguien que de repente desaparece y aparece? —Se cruzó de brazos, burlona—.

—Como a alguien que no salió de aquí para buscarnos un futuro mejor.

—Debía suponer que yo era la mala y tú la víctima —Elena rio—. Por favor vete, tal vez mañana esté de mejor humor.

—Mañana me parece un buen día para dar un paseo.

—Estaré enferma. —Lo tomó de la mano para guiarlo a la salida—.

La puerta del salón, la principal, Elena abrió, haciendo salir a Diego y ella con él, pues no le soltaba la mano.

—Tu sorpresa está cada vez más hermosa. —Bajaba con ella los escalones de la entrada—.

—¿Ajá? —Con burla—.

—Unos días más y podrás visitar lo que es tuyo y mío. —sonreía grande—.

—Ándale sí. Apúrate con ello. —Su sarcasmo era indetectable en la felicidad de Diego—.

Llegaron al final de las escaleras y ahí, se miraron un par de segundos, sin ninguno hacer o decir algo, simplemente mirándose, volviendo así al pasado, cuando eran novios y Elena era una niña, él un hombre, uno más joven, pero un hombre.

—Me voy.  Esperó mañana sí estés de mejor humor.

Diego dió un beso en la frente de la joven y se fue, dejándola atónita por el beso, por lo dulce que estaba siendo y aunque así fue en el principio de todo lo que la ataba a él y al mismo tiempo, también la alejaba, él se esforzaría en ablandar su corazón.

“José Fuentes”, entusiasmado por ver a Lidia, llegó al punto de cita y Elena entró a su casa, hallando una discusión entre Catalina y Lidia que entre palabra y palabra, subía de volumen.

—Desde ahora, debes obedecer. No vas a ir con ese hombre. —Catalina, ocultando bien su tristeza, trás lo que decía—.

—¿¡Qué!? —Al mismo tiempo las hermanas, no creyendo lo que Catalina pedía y cómo lo pedía—.

—Y tú Elena, —se dirigió a ella la rubia mayor— ambas deben casarse. Consigue al mejor marido más temprano que tarde antes de que tu padre lo haga.

—Pero… —asustada por lo que le dijo Catalina y el llanto de su hermana, dijo—.

—Tendremos una importante cena pasado mañana. —Controlando su voz que fingía molestía pero en realidad lloraba—.

Esa discusión u orden de lo que sería el destino de la familia, fue premeditada por una pelea. Por fin Alejandro, después de un mes en esa casa, mostraba sus intenciones, palabras sobre la vida de sus hijas; matrimonio, compromiso, venta, negocio.

—Tendremos una cena pasado mañana. —avisó el hombre cortando su carne—.

—¡Ayy sí! ¡Qué emoción! —Lo pensó un poco, Catalina— ¿Con quién?

—Con un amigo. Es dueño de una hacienda cercana a la nuestra en Puebla. —explicó, después metió arroz a su boca—.

—Y ¿A qué viene aquí? —limpió su boca con la servilleta de tela color crema—.

—A ver a Lidia. —Sin más dijo y la mujer lo miró—.

—¿A Lidia? ¿Pero cómo? Si ni siquiera la conoce. —El hombre rodó los ojos al su esposa decir lo obvio—.

—En mi despacho tenía fotos de mis hijas y vio la imagen de Lidia diciendo lo hermosa que se veía. Quiere conocerla.

Un momento se quedaron callados. Catalina pensó sus palabras.

—¿Con qué fin? —Bebió café, llevando con su esposo un gracioso juego de pausas al hablar—.

—La quiere conocer y tú, yo y él sabemos con qué fin; casarse.

—Pero… —empezó a temblar por sus hijas— Lidia y Elena me aseguraron que esté mismo año se casan, no elijas por ellas, Alejandro, por favor.

—Para tus hijas ya llegó el momento de casarse, por su bien, por el de está familia. —Muy seguro, dijo—.

—Alejandro, deja que mis hijas tomen por lo menos esa decisión, la única en sus vidas. —Catalina se negó como ruego, pues, quería lo mejor para sus hijas, una nueva oportunidad de vivir a través de ellas—.

—Y así será, que Lidia escoja la fecha de su boda junto con su prometido, mi amigo. —Con sarcasmos dijo. Terminó su desayuno con un trago de café—. Le daremos la oportunidad a Lidia de que lo conozca. Con Elena ya no tenemos problema.

Con la edad que tenía Elena, para ella ya no habían amigos y menos por esas miradas que relataban el obvio propósito de Diego al estar ahí con su familia después de tanto tiempo.

—¡No, Alejandro! —Firme, mirándolo, quitando apenas un poco el agudo de su voz—. Yo voy a elegir ese asunto con mis hijas y yo digo que con ese señor, no será.

—¿Cuándo esperas casarlas? ¿Cuándo tengan treinta años? ¡Por Dios! ¡No esperemos más tiempo! —Pegó enojado las manos en la mesa—.

—Es que no hay que esperar más tiempo, Ale, me parece que Lidia ya tiene un pretendiente, si sólo esperamos unos meses...

—¿Y quién es? —Interesado y molestó, preguntó—.

Catalina para esquivarlo y esconder el nombre “José Fuentes”, se levantó de la mesa y salió del comedor seguida por su esposo, así ambos entraron al despacho, perfecto para la cancelación del sonido de sus gritos.

—Elena ya tiene un comprador… —corría detrás de ella—.

—¡Mis hijas no son vacas, Alejandro!

Se encerraron en el lujoso despacho que guardaba un olor a madera y abandono; nadie, durante años, había usado ese salón hasta hace un mes; tenían muchas peleas.

—Eres una dramática ¿Para qué hemos venido aquí? —Terminando de cerrar se volvió a su esposa—.

Catalina estaba a unos metros de él, cerca del fino escritorio.

—Eres un ciego ¡Para que Diego no nos escuche, tarado! —Catalina, con la piel roja del miedo y furia, tomó una respiración profunda para controlar sus ganas de llorar—. En todos estos años, nunca, te importaron nuestras hijas, entonces para mí, no tienes ningún derecho de mandar sobre ellas.

—¿No tengo derecho? —Se acercó a ella, él también muy enojado por su rechazo, por el de sus hijas—.

—No. —Cruzada de brazos, dijo firme mientras apartaba unas lágrimas fugaces sobre sus mejillas—.

—¡Entiende por favor, Lina! ¡Lo único que quiero es el bien para mis hijas! —Cerca de su esposa, habló aún frenético— ¡Necesito asegurar a mis hijas!

—¿Es un buen hombre? ¿Joven? ¿Atractivo? —Sin gritar; el nudo en la garganta no se lo permitía—.

—Tienes que conocerlo, es un buen muchacho. —Catalina se alejó de su cariño, no soportando el tema—. Tenemos todo a nuestro favor;
Diego ya escogió a Elena...

—¿Diego y Elena? Son amigos. —comenzó a llorar—.

—¿Has visto cómo la mirá?

—Alejandro, Elena aún es muy joven, déjala en paz. —lloró de nuevo—.

—¿Cuál fue el último pretendiente que Elena tuvo? —Hubo silencio. Hace mucho tiempo que nadie miraba a la castaña—. No voy a arriesgar a mi hija a la soltería.

Catalina, aparte de creer que sus hijas podían ser más, quería alejarlas de un matrimonio como el suyo que se basaba en el compromiso de ser esposo y esposa y no en el amor.

—No están destinadas al matrimonio. —Aseguró, orgullosa por las hijas que había educado para ser ellas y no de alguien—.

—No están destinadas a nada si no es con alguien. —Le dijo la realidad de que sus hijas fueran mujeres—.

Catalina, conmovida en realidad por la riña, porque por primera vez su esposo se mostraba involucrado en la vida de sus hijas, se convenció de que el casamiento era lo mejor para la familia y la vida futura de sus hijas que no podrían depender para siempre del padre.

Ese día, “José Fuentes”, quedó como un pretendiente más, un acontecimiento sin importancia, pues, ese día empezó y terminó con él todo, pero no con Tonatiuh.








Pues con la novedad de que me di cuenta que no puedo ni con un capítulo a la semana, no serán tres, será uno, ahora creo que sí puedo prometer JaJa :⁠'⁠(
Oigan muchísimas gracias por el apoyo y a quienes lean esté capítulo, un beso tronado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top