Un plan...¿Fallido?

         —Ella no es como nosotros —señaló el padre de la peliaqua; miraba con asco a la rubia, que a duras penas intentaba zafarse de las sogas que inmovilizaban sus manos y pies, la gente la miraba con espanto—, esa enferma es capaz de contagiarnos a nosotros y propagar esta enfermedad; ella representa una perversión, va en contra de la naturaleza humana —decía a todo pulmón, sus palabras herían a la rubia en parte. Su sexualidad siempre había sido algo que le traía problemas. No. El verdadero problema erradicaba en la nula tolerancia de las personas.

          Dos hombres la cargaron y la pusieron de pie; la rubia ya tenía la soga atada al cuello; bajo sus pies se encontraba una escotilla que cuando el padre de la peliaqua diera voz esta se abriría dejando a la rubia suspendida hasta quedarse sin aire y morir.

          —Se supone que estoy enferma; lo cual es mentira; los enfermos son ustedes por querer matar a otra persona que es igual que ustedes; soy como ustedes, tengo sentimientos y no me arrepiento de haberme enamorado de la mujer de quien me enamoré, aún así me fuera al infierno no temo ser como soy, no puedo odiar a Dios porque sé que él es alguien misericordioso... Él no querría esto, y si el amor que tengo hacia otra chica fuese un pecado me da igual porque nadie podrá hacerme decir que no la amo. Y si estas son las consecuencias por ser así, prefiero morir antes que negar mi amor a ella —vociferó la rubia, entre la gente se hallaba Michiru, que debajo de la capa que la cubría, lloraba.

          —Debemos irnos —dijo la voz de una mujer a sus espaldas; la peliaqua volteó y visualizó a una chica de ojos granate con cabellos verdes.

          —Ve en esa dirección; hallarás un carruaje, sube a él; no mires hacia atrás porque el carruaje te llevará a tu destino —aclaró la mujer. La peliaqua asintió, no sabía el plan de Haruka, pero cumpliría con su voluntad; llegó al carruaje, subió y este se puso en marcha, sus cosas ya estaban allí.

         Llegó la hora. Dio la voz el padre de Michiru y en ese momento la peliaqua temía lo peor.

         La peliverde sintió que tal vez ya había llegado demasiado tarde; temía lo que diría a Michiru; no podía ser cierto. Los padres de la rubia lloraron, en especial su madre que a diferencia de su esposo se oponía a que maten a su hija. Tal vez no aceptaba su sexualidad; pero seguía siendo la hija que llevó en su vientre, la pequeña que cargó en sus brazos, a la que le cantaba por las noches antes de ir a dormir; verla sufrir de ese modo le ardía hasta las entrañas.

           Se oyó una explosión y todos aterrados huyeron del lugar a refugiarse. El padre de Michiru no comprendía qué pasaba; entre tanto humo no veía nada. Sintió un certero golpe en la cara; y algo húmedo caer en su cara; eran lágrimas. No distinguía el rostro de su agresor. Ya había conseguido deshacerse de la rubia; sentía que su plan estaba consumado. Otro golpe lo sacó de sus pensamientos.

          —Es tu culpa; muérete —unas manos lo cogieron por el cuello cortándole la respiración; intentó forcejear, pero ya sin aire quedó desmayado. Su agresora lo soltó y con lágrimas en el rostro miró en dirección donde se fue el carruaje.

         La peliaqua oyó la explosión e intentó mirar hacia atrás por la ventana del carruaje; de repente vio hacia atrás y divisó a su prometido en caballo yendo tras del carruaje.

         —No huirás, Michiru —gritó el chico rubio con amargura. Traía un látigo en mano y sus ojos desprendían una ira enfermiza que provocó temor en la peliaqua; la cual rogaba que Haruka estuviera a salvo.

          —Tranquila, señorita; sujétese que iremos más rápido —dijo la voz de quien conducía el carruaje. Era una voz femenina, pero desconocía a su dueña; dejando de lado aquello sintió como aumentaba la rapidez con la que avanzaba el carruaje.

          Su prometido furioso golpeó con su látigo al corcel que montaba, el cual relinchó del dolor y se paró en dos patas, mas su agresor seguía sentado en el equino; el rubio hizo que su caballo avanzara con mayor rapidez y estando cerca del carruaje intentó saltar a este pero la persona que conducía el carruaje hizo que los caballos que tiraban de este corrieran más rápido; y así perdieron de vista al prometido de la peliaqua.

         Demoraron una hora hasta llegar a una mansión muy ostentosa. El carruaje se detuvo y al abrirse la puerta vio a quien lo había conducido;  por sus rasgos una mujer, a pesar de que usara ropa algo varonil.

        —Soy Seiya. Trabajo para la señorita Meioh; pero más que nada somos como amigas—aclaró la ya no tan desconocida—; la ayudaré a instalarse —dijo la pelinegra y cargó el equipaje de la peliaqua; con ayuda de esta misma, ya que, no quería que Seiya cargue con todo.

***

         —Esto no quedará así —dijo el rubio mirando el látigo en su mano, su prometida lo había hecho quedar como un tonto y eso lo pagaría caro en cuanto la encontrara.

         Mientras tanto el padre de la peliaqua despertó en su cuarto; se sentía confundido. Miró a su alrededor y a su lado estaba sentada su esposa; una mujer idéntica a Michiru solo que sus ojos eran grises; su esposo la miró con amargura y sentándose en la cama dio una cachetada a su esposa.

         —¿Tan inútil eres que no puedes educar bien a una niña? —gritó amargo el hombre; con solo ver la mirada de su esposa comprendió que su hija había escapado.

         La mujer peliaqua se tocó la mejilla y bajó la mirada para no ver la mirada fulminante de su esposo.

         —Al menos ella no pasará por lo que yo paso —exclamó la mujer caminando hacia la puerta del cuarto, pero antes de abrirla se detuvo—. Prefiero que sea feliz a que sea tan infeliz como yo lo he sido durante treinta años de matrimonio —terminó por decir para luego abandonar el cuarto. El hombre rabioso ideó un plan macabro en contra de su hija; quiso ser bueno con ella, ahora haría las cosas a su modo.

Continuará...

             ¿Qué habrá sido de Haruka?¿A dónde va Michiru? ¿Qué planea el padre de Michiru?

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