Lágrimas

            —Setsuna, ¿Ya terminaste de golpearlo? —oyó la peliverde a sus espaldas; las lágrimas en sus mejillas las limpió con la manga de su vestido y dejó al hombre en el suelo; se puso de pie y volteó para abrazar a la rubia.

            —Maldita rubia oxigenada; pensé que habías muerto, me demoré algo en lanzar la bomba de humo y pensé que ya habrías muerto —habló la de ojos granate sin soltar a la rubia.

            —Usé esto para soltarme —habló la rubia mostrando una daga dorada que tenía incrustada unas esmeraldas, la de ojos granates al verla se sorprendió.

           —Aún la tienes —dijo la de cabellos verdes sin dejar de ver la daga; hace años ambas se habían regalado dagas como símbolo de su amistad; cada una de las dagas tenía grabado el nombre de quien la regaló, la de Setsuna era dorada con rubíes y la de Haruka dorada con esmeraldas; aunque la peliverde sabiendo lo descuidada que podía llegar a ser la rubia, pensó que esta la perdería.

            —Nunca perdería algo así de valioso; ¿Ahora cómo nos vamos? —cuestionó la rubia mirando en dirección donde se fue el carruaje con la peliaqua, Setsuna silvó y apareció una yegua café junto a otra yegua blanca, la primera era de la peliverde y la otra de la rubia.

            Ambas montaron sus yeguas; el humo se estaba disipando así que a toda velocidad se fueron directo a la mansión de la peliverde tomando un atajo que las llevaría más rápido y sin ser vistas.

***

            —Mocosa estúpida, le di todo y es...  una marimacho. No piense que esto quedará así —dijo el padre de Michiru enfurecido; quería matar a esa rubia con sus propias manos.

            —Si me permite señor; su esposa pide que la deje entrar, ¿qué le digo? —preguntó un sirviente de la casa algo nervioso por el enojo de su amo.

             —Que pase —respondió de mala gana y el sirviente se fue; en unos minutos apareció su esposa.

              La mujer peliaqua lucía seria, mas a la vez nerviosa; temía que su esposo volviera a golpearla, aún la marca en su mejilla no se borraba, así que la cubría con algo de maquillaje; por mucho que el maquillaje no dejara ver la marca, el dolor lógicamente permanecía, por lo tanto evitaba hablar, porque cada vez que lo hacía regresaba el dolor.

              Desde que había contraído matrimonio su vida se volvió un asco. La única alegría que tuvo en todo ese matrimonio fue su hija. Los golpes se habían vuelto parte tradicional de su vida; el temor la había hecho una mujer sumisa. La poca valentía que tuvo en su adolescencia; previa a su matrimonio; se había desvanecido con cada golpe e insulto. No quería ese mismo destino para su hija.

              —Es tu culpa todo esto, no la educaste bien a esa niña; ahora si alguien más se entera de su enfermedad seremos el hazme reír de todo el pueblo —cada palabra que salía de la boca del padre de la peliaqua iba cargada con rabia.

               —Eres un egoísta Kidai, ¿No te bastó con hacer mi vida miserable? —dijo la mujer peliaqua con la mirada fija en su esposo, sus palabras sonaron firmes—; ahora quieres volver a mi hija una desdichada como yo y eso no te lo permitiré —ella misma sintió como si su antiguo valor desvanecido regresara, aunque fuera por solo un momento defendería a su hija—; me alegro que mi hija fuera lo suficientemente lista como para escapar y alejarse de ese Mitsuo; y especialmente de ti.

                El hombre se paró de la silla de su escritorio de una manera tan serena que parecía incapaz de pretender matar siquiera a una mosca, se acercó a su esposa hasta quedar frente a ella; la mujer se estremeció, mas no debía doblegarse; en vez de retroceder se quedó allí parada, intentando descifrar en los ojos de su esposo qué era lo que planeaba.

                 —Creo que es hora de dejar clara las posiciones; yo soy tu esposo, a mí me respetas; tú eres solo una maldita mujer que debe aceptar todo lo que yo digo —su mirada cargaba con una furia que infundió temor en la mujer peliaqua.

                 En un abrir y cerrar de ojos la mujer peliaqua yacía en el suelo, con lágrimas que salían de sus grises ojos; no evitó gritar del dolor al sentir el cuero de la correa de su esposo golpear a diestra y siniestra en sus piernas y parte de su torso.

                 —Esto no es nada comparado a lo que le haré a esa mocosa —dijo el hombre antes de salir del cuarto y dejar a su esposa tendida en el suelo llorando de dolor.

                 Su nívea piel tenía algunas heridas y un líquido carmesí brotaba de estas, la mujer a pesar del dolor se puso en pie hasta llegar a su cuarto, fue al baño de este y curó sus heridas rogando porque su esposo no encontrara a su hija; realmente la consolaba pensar que su hija en ese mismo momento debía de estar feliz en algún lado con esa rubia; Haruka, sino se equivocaba ese debía de ser su nombre.

***

                  —Llegaron —habló una pelinegra al ver a una peliverde junto a una rubia montadas sobre sus respectivas yeguas como a unos cien metros de donde se hallaba sentada.

                  Seiya se apresuró en ir a buscar a la peliaqua, que de seguro se emocionaría de ver a la rubia; corrió lo más rápido que le permitieron sus piernas, subió las escaleras hasta el nuevo cuarto de la peliaqua y entró sin tocar; pero su sorpresa fue ver a la peliaqua llorando; Michiru al darse cuenta de que era observada limpió ágilmente con las mangas de su vestido las lágrimas.

                 —Setsuna y Haruka han llegado —fue lo único que la pelinegra atinó a decir. Los ojos de la peliaqua parecieron iluminarse y en un parpadeo la peliaqua ya se encontraba abriendo la puerta principal topándose con la mujer que tanto amaba.

                  —Haruka —murmuró la peliaqua lanzándose a los brazos de la rubia y besándola; por un momento había pensado que jamás volvería a ver a la rubia; y allí estaba, tan guapa como siempre.

                  —Lamento interrumpir, pero es mejor que pasen —habló la peliverde al ver como las dos mujeres no parecían dispuestas a moverse de allí.

                   Las novias se separaron algo avergonzadas debido a la escena de la que hicieron testigo a Setsuna; la peliaqua tenía en su cabeza miles de preguntas, mas podría pensar en ello después.

***

                   —Te encontraré, Kaoih —dijo Mitsuo acomodando su cabello rubio mientras una mujer muy encantadora, una de sus sirvientas, le servía una copa de vino. Por su orgullo las cosas no quedarían así; su venganza consistía en quitarle algo a la peliaqua que nunca podría recuperar.

                   —Te mataré, Tenoh —murmuró mientras observaba la chimenea, se vengaría y nadie se lo impediría.

Continuará...

                   que este fanfic lo cancelé pero alguien, me motivó a no abandonar mis fanfics así que hoy subiré un capítulo nuevo de cada fanfic.

                   Espero les hala gustado este capítulo, no olviden votar.

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