El peso de la verdad

—Señorita, ¿Por qué insiste tanto en buscar a esa persona? —habló su nana.

Todas las mujeres de su clase social crecían teniendo una nana; que era como una madre, ellas las veían desde que estaban en pañales hasta cuando ya eran todas unas damas.

—Porque esa persona me ha liberado de un matrimonio no deseado; no la conozco en lo más mínimo porque tengo entendido que la mantuvieron oculta —dijo una mujer de largos cabellos negros.

—Si no me equivoco, a esa mujer le gustan las mujeres; por eso no me parece pertinente que vaya a verla, señorita —la nana no había estado de acuerdo en ningún momento con su decisión, mas ya era lo suficiente mayor como para discernir entre lo bueno y lo malo.

Su salvadora de seguro no tenía idea de lo que había hecho por ella.

—No me importan sus preferencias; de no ser por ella no estaría por casarme con Nícolas, hubiera preferido morir antes que casarme con Mitsuo, he oído tantas atrocidades de él —cuando mencionó el nombre de su antiguo prometido sintió una cólera mezclada con tristeza—; aunque esa tal Haruka no lo sepa, ha vengado a Mina —concluyó con lágrimas en los ojos.

Mina tuvo la desgracia de casarse con Mitsuo; el verdadero problema era la personalidad de aquella rubia que nunca se dejó someter por nadie. Su madre había fallecido después de darla a luz; creció al lado de su padre y siendo su única hija buscó educarla lo mejor posible; la crió para ser una mujer fuerte y liberal, Mina jamás permitió que un hombre sea machista con ella. Fue por eso que Mitsuo la mató; él intentaba hacerla sumisa, que se quede callada, que fuera solo como un adorno, hasta Mina una vez le dijo lo fastidiada que estaba de que él le mandara callar, hasta tenía prohibido opinar. Naturalmente Mitsuo por unos meses toleró a Mina, luego empezó a fastidiarle su actitud; allí empezaron los golpes, hasta que una vez la rubia lo hizo perder el control... y Mina murió.

Ni siquiera habían llegado al año de casados.

—No entiendo cómo usted pudo saber que esa mujer mató a Mitsuo —comentó la nana; no quería que niña se pusiera a pensar en Mina, recordarla le traía un gran dolor.

—Solo lo sé —prefería no dar más explicaciones; no quería exponer ciertas cosas.

***

—Mírenme —habló Amaya a medio vestir.

—Esta pequeña es peor que la señorita Michiru —llegó corriendo la nana tras de ella.

Haruka y Michiru estaban juntas en la sala conversando cuando la niña había llegado corriendo.

—No seas así Amaya; debes cambiarte —habló Michiru poniéndose de pie y agachándose a la altura de la niña.— Sé buena niña —concluyó la peliaqua dándole un besito en la frente.

—Está bien —contestó la pequeña y regresó junto con la nana a su cuarto.

La rubia tenía una sonrisa en los labios. Michiru se sentó a su lado y recostó su cabeza en su hombro.

—¿Por qué tan feliz? —cuestionó la peliaqua.

—¿No es obvio? Tengo todo aquello que deseaba, y hasta más —dijo la rubia atrayendo con un brazo a la peliaqua; sin decir más dio un dulce beso en cabeza de su novia.

Hasta hacía muy poco se imaginaba quedándose por la eternidad escondida en aquel cuarto de la mansión de sus padres; ahora todo eso parecía una pesadilla de la cual tuvo la dicha de despertar. Tenía a Michiru a su lado; por fin estaban juntas y nada podría arruinar su calma.

***

—¿Esa no es la marimacho? —cuchicheaban las personas al verla pasar.

Si no perdía la compostura era porque pretendía pasar un día tranquilo con Michiru y Amaya; las personas aún recordaban el incidente en el parque; las lenguas a sus espaldas contaban rumores que para su desgracia tenían pizca de verdad.

Todas las personas las trataban de manera extraña; los rumores las rodeaban y eran material de burla para algunos.

—Se ve que no has tenido la oportunidad de conocer a ningún hombre, niña —gritó un hombre dejando su puesto donde vendía menestras.

—Vámonos —habló Haruka al ver como algunas personas las rodeaban, no quería meterse en problemas.

Las estaban provocando; si hacía algo podían hasta apresarla, no planeaba dejar a su suerte a su novia ni a su hija con esas personas.

—¿Acaso eres sorda? —habló el mismo hombre tomando del brazo a la rubia.

—Suélteme —se quejó; el hombre le estaba apretando lo suficientemente fuerte como para dejar una clara marca.

—Déjenos en paz —pidió Michiru intentando que el hombre suelte a su novia.

La pequeña Amaya temblaba sosteniéndose del vestido de la joven Kaioh.

—Asesinas —gritó alguien de entre la multitud.

Haruka estaba perdiendo la paciencia; sabía que si hacía algún acto en defensa propia la incriminarían. Pudo ver las miradas de las personas, estas iban llenas de malicia.

—¡Mamá! —chilló Amaya cuando una mujer intentó arrebatar a la pequeña del lado de la peliaqua.

—Déjela —Michiru dio un certero golpe en el antebrazo de la mujer haciendo que suelte a la niña.

Nadie de los presentes defendía a la pareja; tan solo silvaban y evitaban que las mujeres junto a la niña pudieran salir de allí.

—No las toquen —exclamó la rubia y de una patada hizo que el hombre la soltara.

Al carajo todo; no las iban a dejar salir de allí por las buenas, debía al menos asegurarse que la niña y su novia huyeran.

—A ella —gritó el hombre que recibió la patada.

Unos seis hombres se le lanzaron encima a Haruka; entre todo el albedrió la rubia consiguió gritar a su novia que huyera.

Michiru no quería hacerlo, pero si Amaya y ella se quedaban allí podrían atraparlas; de ese modo solo estorbarían a la rubia.

Los demás presentes se hacían los de la vista gorda, nadie pretendía hacer un intento de ayudar a la rubia.

—Sigan golpeándola —gritó una voz femenina—. Pagarás por lo que le hiciste a Mitsuo, maldita Tenoh.

La mujer dio la orden de que se detuvieran; el cuerpo inconciente de la rubia yacía en el suelo; aunque detuvo varios golpes y los respondió de nada sirvió contra la obvia desventaja de pelear ella sola.

—Llévate este recuerdo de mí, por ahora te quiero viva —susurró la voz femenina.

Continuará...

¿Qué les ha parecido?

Al parecer los problemas están lejos de acabar.

¿Se lo esperaban?

Si creían que esto iba a quedar así estaban muy equivocados mis queridos lectores; el verdadero problema recién va a comenzar.

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