Secretaria Lamia

La máquina copiadora se ha atascado de nuevo y no queda más remedio que aparentar ser la humana adulta que todos creen que soy. Respiro profundo, contemplo la enorme máquina y pienso en mis días en el infierno. Una duquesa del averno arreglando una copiadora. Si Belial me viese ahora, se reiría de mí. Y mucho.

Nadie parece notar que tengo un problema. Es mi primer día y como tal, me está permitido ser una idiota. ¡Pero es que ya es la tercera vez esta mañana que se atasca este trasto! Imposible. He leído en algún lugar que las copiadoras huelen el miedo y saben cuando uno lleva prisa. Le hago saber que no me importa que se haya atascado. La miro de reojo, no me asusta. Me han pedido una actualización del informe bimestral de ventas, cosa de la cual no tengo ni idea. Logro abrir la máquina, observo el papel atascado y lo sacó de entre los rodillos. Casi se rompe en el proceso. En vez de estar impreso el reporte de ventas, puedo ver un símbolo sobre el papel arrugado. Es un sigilo y debajo un texto en alfabeto diaboli.

Señorita Lamia, favor de no intentar regresar al infierno. Se agradece su comprensión. Con mucho odio y mala leche, Belial.

Grandísimo hijo de p...

Cuando me siento frente al ordenador, la máquina se congela. La hoja de cálculo no cambia, se vuelve un retrato sempiterno. El ventilador del ordenador da vueltas como loco, silba que da miedo. Cuando toco el gabinete está más caliente que las brasas en las que arden los condenados. Con temor a incendiar la oficina entera, avanzó hasta el cubículo de un compañero, tomo la pecera en donde nada su pez dorado y con el agua sucia con olor a marisco, baño el gabinete. Echa vapor y la oficina entera parece un sauna. Pienso que este castigo no puede durar más. Miro el reloj y apenas han transcurrido tres horas desde que ha iniciado mi turno.

Me las he ingeniado para sacar el reporte bimestral de ventas. Tuve que realizar un encantamiento en el baño, ofrendando el pez dorado aún con vida como sacrificio a los demonios acuáticos. Lo arrojé al retrete y jalé de la cadena. Los demonios del agua escucharon mis plegarias y enviaron el reporte escrito a través del rollo de toallas de papel para secarse las manos.

Pasan los minutos. Al jefe le gusta el café y alguien debe prepararlo. No tengo un puesto fijo en esta empresa, soy lo más parecido a una secretaria. Sé que debo hacer ese café, no queda de otra. Uso los ingredientes favoritos de mi antiguo jefe, Satanás. Sigo las instrucciones de un grimorio de bolsillo. Uso uñas de duende, plumas de fénix y ojo de basilisco. Los ingredientes los llevo conmigo siempre que salgo, una nunca sabe. Realizo el encantamiento. Velas rojas alrededor de la cafetera y un pentagrama en el suelo hecho con café molido. Un éxito. Los tentáculos más bonitos que te puedas imaginar salen de la taza de café. Incluso chilla muy bonito cuando le das un sorbo. Debe ser porque es café colombiano.

Un compañero prueba mi café antes de que pueda ofrecerlo al jefe. El hombre cae al suelo, se retuerce y sus ojos se tornan blancos. Habla en latín y comienza a caminar por las paredes y el techo. Debo hacer algo o me harán limpiar las huellas de zapatos que hay junto a los ductos de ventilación por los cuales el hombre ha huido. Un encantamiento para ocultar las huellas basta. Fácil y sencillo.

El espejo de bolsillo que llevo en mi bolso me ayuda a ver esos cuernos sobre mi cabeza que son invisibles para los demás. Una lástima que no los puedan ver, o los adornaría con lindos moños. Ha llegado la hora de ser la mano derecha del jefe. Una junta muy importante con inversionistas que vienen del otro lado del mar. Hablan inglés, se visten muy bien. Les ofrezco café, pero dicen que prefieren té. La junta se extiende. Mi jefe dialoga con ellos, me indica cuándo pasar a la siguiente diapositiva en la presentación. Entrego impresiones con las proyecciones de ventas a futuro a cada asistente a la reunión.

El trabajo es agotador. Todos saben que aunque no está estipulado en el contrato, uno debe hacer horas extra cuando el jefe lo requiere. Hoy es uno de esos días. Me disgusta un poco, pues soy una demonio y sé sobre contratos y la importancia de seguirlos al pie de la letra. Trabajamos arduamente. Al final del día, todos los que estamos en la oficina esperamos el anuncio tan esperado. Un pago por esas horas extra, algo que nos haga sentir que todo ha valido la pena. El jefe nos dice que tendremos una recompensa, que vayamos con él al comedor. Llegamos y vemos lo que está esperando sobre una mesa. Dentro de una caja de cartón hay una pizza. Pero no es cualquier pizza. Es una con queso tan amarillo que disgusta el apetito. El peperoni es tan escaso que da la impresión de que alguien lo ha robado. Tomo una rebanada. Está desabrida y fría.

—Felicidades por su buen trabajo—dice el jefe—coman tanto como quieran, se lo merecen. ¡No olviden que somos más que una empresa, somos una familia!

Este lugar es más infierno que el infierno, y ese hombre es más diablo que el diablo. 

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