48. Vengándome de mí
Crista
"Es un niño".
Admito que estaba creída en todo lo contrario.
"Eso es bueno".
Una extraña sensación que no me acordaba que tenía aparece y no tiene nada que ver con disfrutar del sufrimiento ajeno. Me gusta, me gusta el resultado, es diferente y me reconforta.
Giro la vista y me encuentro con los ojos verdes de David. Mis mejillas arden, regreso a la realidad, la fantasía desaparece.
Debo huir, debo irme rápido de aquí. Una sensación de escapar se apodera de mí, siento que algo que no quiero va a ocurrir. Salgo del consultorio rápidamente.
En efecto, lo que pensé se produce, el dolor punzante que crece en mi pecho aumenta, provocando lágrimas en mi rostro.
"No, no, no..."
El recuerdo del pasado me persigue. No puedo caer en la ilusión de la inocencia, eso es para los débiles. Llorar es para débiles, no debería estar llorando.
"Los que tienen que lloriquear son ellos".
"La culpa no es mía, la culpa es de los demás".
Si la culpa fuera mía, tendría que vengarme de mí misma. Y eso es llorar.
¡Cállate, cerebro!
―¡Crista! ―oigo a alguien llamarme, pero no tengo idea de quién es, estoy huyendo como para planteármelo ―Crista, espera un segundo ―Soy detenida ―¿Qué ocurre? ―Me gira y vuelvo a encontrarme con esos ojos verdes.
Entonces reacciono, ¡Cielos! Estoy viéndome como idiota delante de mi enemigo. Refriego mis ojos en un intento de ocultar mis vergonzosas lágrimas. Es imposible, esto no debería estar pasando, maldición, maldita realidad. No puedo evitar seguir llorando ¡¿Por qué?!
De repente me sobresalto, siento como los brazos de David rodean mi cuerpo, generando un abrazo.
―No llores, Greek goddess.
No hago nada, me quedo tiesa, no tengo tanta fuerza de voluntad en este momento, como para pelearme con él o apartarlo. Esto es patético.
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